
Thiago era un joven universitario de veinte años, aplicado, curioso, aunque inexperto en ciertas cosas. Aquella tarde calurosa de jueves fue a casa de su compañero Lucas para terminar un trabajo de investigación. Al llegar, golpeó la puerta con su mochila colgada al hombro, sin imaginar que del otro lado se abría una escena que marcaría un antes y un después en su vida.
La mujer que lo recibió no era lo que esperaba. Era Carolina, la madre de Lucas. Una mujer que no aparentaba sus cuarenta y tantos: rubia, voluptuosa, con una sonrisa radiante y ojos que sabían mirar más allá de lo que se decía.
—Vos debés ser Thiago —dijo ella, apoyándose en el marco de la puerta con una actitud tan natural como provocadora—. Pasá, Lucas está arriba.
Él asintió, intentando no mirar demasiado fijamente los generosos pechos que se insinuaban bajo su blusa blanca, ni las curvas perfectas que el short de jean apenas lograba cubrir. Sus piernas largas y bien torneadas se movían con gracia mientras lo guiaba hasta el living.
Lucas bajó poco después, saludó, y ambos se encerraron en su habitación para trabajar. Pero Thiago apenas podía concentrarse. La presencia de Carolina rondaba como un perfume invisible, una tensión silenciosa. Cada vez que ella entraba con un jugo, un plato de frutas o alguna excusa, el ambiente se cargaba. Sus miradas se cruzaban fugazmente, pero con una electricidad que iba creciendo.
Pasadas un par de horas, Lucas recibió un mensaje y salió a hacer unas compras para su madre. Thiago quedó solo, revisando notas en el celular en el sillón del comedor. Entonces, la vio.
Carolina apareció en la sala con un top negro deportivo y un pantaloncito más corto aún. Sin la blusa, sus curvas quedaban aún más marcadas. Se apoyó contra la mesa y lo observó.
—¿Estás cómodo? —preguntó ella, mordiéndose apenas el labio inferior.
—Sí… —respondió él, tragando saliva, intentando no mirarle el escote—. Todo bien.
Ella se acercó lentamente, como si cada paso fuera parte de un plan.
—¿Te gustan las mujeres mayores, Thiago?
El joven se tensó, mirándola sin saber qué responder. Pero ella no esperó. Se inclinó sobre él, dejando su rostro a centímetros del suyo.
—¿Querés que te enseñe algo que no se enseña en la universidad?
Antes de que pudiera decir algo, Carolina lo tomó de la mano y lo guió hasta la habitación de huéspedes. Cerró la puerta, giró la llave… y lo besó. Un beso profundo, húmedo, cargado de deseo.
Se subió sobre él en la cama, moviéndose con una sensualidad salvaje. Le desabrochó la camisa, besando su pecho, bajando lentamente. Cuando llegó a su pantalón, lo desabrochó con habilidad y le acarició la erección sobre el bóxer.
—Hace rato que me das ganas, nene —le susurró, rozando sus labios por su cuello.
Se quitó el top con un movimiento rápido, dejando al descubierto unas tetas firmes, grandes, de pezones duros. Se los acercó a la boca, y Thiago, en trance, comenzó a lamerlos, a succionar con ansiedad, mientras ella gemía bajito.
Carolina se bajó el short, quedando completamente desnuda, le bajó el bóxer y montó sobre él con lentitud. Tomó su pija dura y lo guió dentro de su concha, soltando un suspiro largo, cargado de placer.
—Mmm… así… eso es… sos más grande de lo que esperaba…
Empezó a moverse con fuerza, rebotando sobre él, con sus tetas sacudiéndose al ritmo de sus caderas. Thiago la tomaba con ambas manos, clavándose en su concha una y otra vez, jadeando con cada embestida.
Ella aceleró, gimiendo cada vez más fuerte.
—Dale, nene… no pares… llename… quiero sentirte adentro…
La tomó con firmeza, la penetró con fuerza, sintiendo cómo su cuerpo se estremecía. Con un gemido ahogado, se vino dentro de ella, descargando todo su deseo contenido, mientras ella se apretaba contra él, temblando.
Después del clímax, Carolina se recostó a su lado, acariciándole el pecho con la yema de los dedos. Sonreía.
—¿Viste? Algunas lecciones no se aprenden con libros.
Thiago solo pudo sonreír, aún jadeando, con el cuerpo caliente y la mente en llamas.
Y eso fue solo el primer día del trabajo.

La noche había caído sin que se dieran cuenta. Entre páginas, apuntes y búsquedas en la laptop, el trabajo se extendió mucho más de lo esperado. Cuando terminaron, Lucas se disculpó por el horario.
—Podés quedarte si querés, —le dijo—. Dormí en el cuarto de huéspedes. Mamá ya te preparó las sábanas.
Thiago aceptó, con un nudo en el pecho. Carolina no se había dejado ver mucho después de aquel encuentro prohibido. Solo lo miró de reojo durante la cena, cruzando una sonrisa mínima mientras le servía comida, como si nada hubiera pasado… aunque ambos sabían que sí.
Pasadas las once, Thiago fue al baño a darse una ducha. Se quitó la ropa lentamente, recordando el aroma de su piel, el sabor de sus tetas, la forma en que cabalgaba sobre él horas atrás. El agua caliente cayó sobre su espalda como un alivio y castigo al mismo tiempo. Cerró los ojos, apoyando las manos contra la pared, intentando calmar la excitación que lo había acompañado todo el día.
Fue entonces cuando escuchó la puerta abrirse con suavidad.
—Thiago… —dijo una voz conocida, susurrante.
Abrió los ojos. A través del vidrio esmerilado, vio su silueta. Carolina.
—Olvidaste la toalla —añadió, con tono inocente.
La puerta de la ducha se abrió apenas. Ella se acercó con la toalla en una mano, pero no se la entregó. La dejó colgada del toallero y entró completamente, cerrando la mampara detrás de ella.
Estaba desnuda.
Su cuerpo mojado brillaba bajo la luz cálida del baño. Los pezones se le endurecieron al contacto con el vapor, y sus curvas mojadas parecían más irreales todavía. Se acercó a él sin decir nada, con esa sonrisa peligrosa en los labios.
—No te asustes… vine a ayudarte —dijo, bajando lentamente hasta quedar de rodillas frente a él.
Thiago no pudo moverse. Sentía cómo su cuerpo reaccionaba de inmediato, su pija endureciéndose sin remedio. Carolina lo tomó con una mano y lo acarició con lentitud, mirándolo a los ojos desde abajo. Luego, sin aviso, lo llevó a su boca.
El agua seguía cayendo, resbalando por sus cuerpos, pero él ya no sentía nada más que la lengua cálida y húmeda que lo envolvía. Ella lo mamaba con ritmo experto, jugando con la punta, bajando hasta la base, succionando con una lujuria paciente que lo volvía loco.
—Mmm... —murmuraba ella entre succión y succión—. Tenía tantas ganas de tenerte otra vez en la boca...
Thiago gimió, apoyándose en la pared, mientras ella lo tomaba con ambas manos, controlando el ritmo, llevándolo al borde una y otra vez. Se detuvo un instante, con su lengua jugueteando apenas sobre la punta.
—No te vayas a dormir enseguida, ¿sí? —susurró con tono pícaro—. Más tarde... te voy a visitar en el cuarto.
Y volvió a chupárselo con más fuerza, más profundo, hasta que él no aguantó más. Se vino con un gemido ahogado, tensándose por completo mientras ella lo tomaba todo, sin apartarse ni un segundo.
Cuando terminó, Carolina se puso de pie, lo besó en la boca —sin pudor, sin vergüenza— y salió de la ducha sin decir más.
Lo dejó ahí, temblando, con la piel hirviendo, y el corazón golpeándole en el pecho.
Thiago no durmió esa noche. Esperó.
Sabía que ella cumpliría su promesa.

Pasaban de las dos de la madrugada. La casa estaba en completo silencio. Lucas dormía profundamente en su habitación, ajeno a todo. Pero Thiago no lograba cerrar los ojos. Estaba en el cuarto de huéspedes, con la sábana apenas cubriéndole el cuerpo y el pulso acelerado. Desde que Carolina se había ido del baño, cada minuto se le hizo eterno. Su piel aún recordaba el calor de su boca.
Y entonces, finalmente, la puerta se abrió con suavidad.
Carolina entró en silencio, con una bata de seda entreabierta que dejaba adivinar su figura voluptuosa. Sus pies descalzos no hacían ruido contra el piso. La luz del velador bañaba su silueta dorada con un resplandor casi irreal.
—¿Todavía despierto, nene? —susurró, acercándose al borde de la cama.
Thiago se incorporó apenas, sin palabras. Solo la miró. Ella dejó caer la bata lentamente, revelando su cuerpo desnudo, sin prisa, con una seguridad tan desarmante como irresistible.
—Te dije que vendría —añadió con una sonrisa traviesa.
Se subió a la cama, gateando sobre él, y lo besó despacio, saboreándolo. Su mano ya lo estaba acariciando, sintiéndolo endurecerse de nuevo con rapidez. Entonces, descendió por su cuerpo, rozándolo con la lengua, hasta quedar entre sus piernas. Tomó su pija con ambas manos y empezó a jugar con él, lamiendo, besando, succionando con delicadeza y luego con ansia, mientras él gemía bajo su toque experto.
Lo dejó empapado, pulsando de deseo, y subió otra vez sobre él. Se acomodó la pija en su concha con facilidad, despacio, deslizando su cuerpo como si fuera un ritual. Se movió sobre él con ritmo creciente, montándolo con intensidad, las tres s sacudiéndose con cada impulso. Thiago la tomaba por la cintura, empujando desde abajo, jadeando sin control.
—Mirá cómo me haces sentir, nene… —murmuró ella—. No pares…
En un momento, se deslizó fuera de él y lo empujó suavemente para que se sentara. Se arrodilló entre sus piernas, apretó sus tetas alrededor de su pija , y comenzó a masturbarlo así, mirándolo directo a los ojos mientras se los frotaba entre sus tetas firmes y húmedas.

—¿Te gusta? —preguntó, sin dejar de moverse—. Quiero que te vengas así… mirándome.
Thiago apenas pudo responder. Estaba a punto de estallar. Ella aceleró el ritmo, y con una última presión, él se vino con fuerza, descargándose sobre sus tetas, jadeando con el cuerpo convulsionando de placer.
Carolina sonrió, llevándose un poco del líquido a los labios, lamiéndose con una mirada traviesa.
—Me encantás. Pero la próxima... te quiero todo para mí. Por completo.
El insinuante tono de su voz no dejaba dudas: hablaba de más, de ir más allá. Y Thiago sintió un escalofrío de puro deseo.
Ella se levantó, se limpió con una toalla, se puso la bata y, antes de irse, dejó su celular sobre la mesa de luz.
—Anotá mi número, amor —susurró, acercándose a su oído—. Esto recién empieza.
Le dio un beso largo, suave, y se fue igual que como había llegado: en silencio, pero dejando el aire cargado de fuego.
Thiago se acostó con una sonrisa, sabiendo que su vida ya no volvería a ser la misma.

Los días siguientes fueron un tormento para Thiago.
Intentó concentrarse en la facultad, en sus clases, en los trabajos que tenía que entregar... pero su mente no respondía. Todo era Carolina. Su cuerpo, sus labios, su risa baja al oído. La forma en que lo había montado, mamado, frotado con esos pechos perfectos. El recuerdo lo perseguía como un perfume que no se disipa.
El jueves, sentado en la biblioteca, con una hoja en blanco frente a él, ya no aguantó más. Sacó el celular del bolsillo y le escribió:
> Thiago: No puedo sacarte de mi cabeza. Te deseo. No sabés cuánto…
Carolina tardó en responder. Ese silencio lo tuvo en vilo. Hasta que el celular vibró:
> Carolina: Yo también te pienso, nene… estoy igual. Pero esta semana tengo a Lucas todo el día en casa. El sábado estoy libre. ¿Podés vos?
> Thiago: Sí. Lo que sea. Decime dónde y a qué hora.
> Carolina: Perfecto. Vas a tenerme toda para vos. Pero mientras tanto… quiero que me recuerdes bien.
Instantes después, recibió una imagen.
Era ella, acostada en la cama, de espaldas al espejo, sin ropa. La luz de la lámpara resaltaba sus curvas. Se había tomado la foto desde arriba, dejando ver su culo redondo, provocador, y la mirada cómplice que le dedicaba desde el reflejo. Él sintió un latido punzante entre las piernas.

Y luego, otro mensaje. Esta vez, un video corto.
Carolina estaba en la ducha, acariciándose lentamente. No mostraba nada explícito, pero el movimiento de sus manos, su respiración entrecortada, y la forma en que murmuraba su nombre al final del video, fue demasiado.
Thiago lo reprodujo una y otra vez, mordiéndose el labio, con los auriculares puestos, encerrado en un rincón de la biblioteca.
> Carolina: No te toques todavía… quiero que lo guardes todo para mí.
El joven cerró los ojos, tenso, con el deseo en carne viva.
El sábado parecía tan lejos…
El sábado llegó con el aire pesado de un verano contenido.
Thiago se levantó temprano, aunque no había podido dormir casi nada. El cuerpo le ardía desde que Carolina le confirmó que estaría sola todo el día. Lucas se había ido con el padre de viaje, y la casa sería solo para ellos.
Cuando llegó, ella ya lo esperaba.
Abrió la puerta con una bata suelta, el cabello recogido en un moño desordenado. Le sonrió con esa mezcla perfecta de ternura y peligro.
—Pasá, mi amor… la casa es toda nuestra.
Thiago entró con el pulso en el cuello. Apenas cerró la puerta, ella lo empujó contra la pared y lo besó como si no se hubieran visto en años. Las lenguas se encontraron sin demora, y las manos se buscaron sin vergüenza. Pero Carolina se detuvo y le tomó el rostro con ambas manos.
—Quiero que hoy sea para vos, Thiago —susurró con voz ronca—. Para que no me olvides nunca. Decime... ¿qué querés hacerme?
Él la miró fijo, con la respiración entrecortada.
—Todo. Quiero hacértelo todo.
Ella sonrió con los ojos encendidos.
—Entonces vení.
Lo tomó de la mano y lo llevó al dormitorio. Se desnudó lentamente, dejando que la bata se deslizara por sus hombros. Su cuerpo estaba tan perfecto como él lo recordaba: tetas firmes, cintura marcada, caderas anchas y ese culo que parecía diseñado para el pecado. Thiago también se quitó la ropa, y ella lo recibió en la cama con las piernas abiertas, tocándose suavemente mientras lo miraba.
—Quiero que me beses entera… —le dijo—. Empezá por donde quieras.
Él obedeció. Comenzó en sus tetas, las besó, las lamió, los acarició con devoción, jugando con su lengua en los pezones, haciéndola gemir. Bajó por su vientre, y ella separó las piernas más, invitándolo a explorar su concha. Él lo hizo con la lengua, despacio, sintiéndola estremecerse, murmurando su nombre una y otra vez.
Carolina se arqueaba bajo él, apretando las sábanas, y cuando no pudo más, lo hizo subir sobre ella. Lo montó de nuevo, cabalgándolo con más fuerza que nunca, el cuerpo húmedo, las tetas rebotando con violencia, la mirada prendida de deseo.

—Sí, mi amor… eso… más fuerte…
Se movieron en todas las posiciones. Sobre la cama, de pie contra la pared, en la alfombra. Él la tomó desde atrás mientras ella se apoyaba sobre el respaldo del sofá, jadeando con cada embestida.
Y en un momento, cuando ambos estaban sobre la alfombra del living, ella lo miró desde abajo, con el cuerpo cubierto de sudor, sonriendo con descaro.
—¿Te animás a más?
Thiago la miró, excitado, rendido.
—A todo lo que quieras.
Carolina se arrodilló, le acarició el rostro, luego bajó con calma. Le dio placer con la boca chupando su pija una vez más, largo, profundo, húmedo. Y luego, con calma, se acomodó sobre él de otra forma, guiándolo despacio, abriéndo su culo a él con un gemido contenido mientras lo sentía entrar desde atrás.
—Mmm… así… despacio… sí…

Se movieron con fuerza contenida al principio, luego con ritmo salvaje. Él la sujetaba de la cintura, apretándola contra su cuerpo, mientras ella gemía, se arqueaba, lo llamaba por su nombre entre jadeos.
El clímax fue brutal. Thiago se vino entre sus tetas, frotándolas con desesperación mientras ella lo miraba desde abajo, con la lengua apenas afuera, pidiéndoselo.
Quedaron tumbados sobre el suelo, exhaustos, respirando fuerte.
Después de varios minutos, Carolina se incorporó.
—Quiero que me escribas cuando tengas ganas de coger. Y cuando tengas fantasías nuevas, también.
Thiago sonrió, todavía temblando.
—Voy a llenarte el buzón.
Ella lo besó de nuevo, más dulce esta vez, con la mano sobre su pecho.
—Perfecto. Porque esto… recién empieza.


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