Capítulo 12: Revelaciones y Transformaciones
Erica no podía dejar de pensar en lo que había sucedido. Su hijo la había visto desnuda, y peor aún, había metido parte de su dedo en su vagina. No sabía qué hacer, y la confusión y el deseo la consumían. Se pasó la mano por su vagina y notó que estaba muy mojada. No aguantó más y se metió el dedito, tocando su clítoris suavemente. Los jugos vaginales eran demasiado, y no pudo contenerse. Se masturbó, pensando en su hijo, y sintió un orgasmo que ningún hombre le había hecho sentir nunca. Esa sensación fue un detonante en su comportamiento.
Erica se acostó desnuda, llena de sensaciones eróticas, y así pasó su noche, perdida en sus pensamientos y deseos. Mientras tanto, Miguel no sabía si ese juego de playa nudista sería el final de su relación amorosa con su madre. No pudo dormir, pensando constantemente en lo que había pasado y en lo que podría suceder. La incertidumbre y el deseo lo mantenían despierto.
Llegó la mañana, y Miguel escuchó la voz de su madre: "Hijo, ven a desayunar." Contestó: "Ya voy, mamá," y salió en una pantaloneta y sin camisa, pensando en que su mamá no estuviera muy distante por lo del día anterior. Todo somnoliento, abrió los ojos y lo primero que vio fue a su madre contra la cocina, dándole la espalda, en ropa interior. Quedó quieto, admirando ese conjunto de ropa interior rosa, transparente, que tan bien se le veía a Erica. Ese tanga, metido entre sus nalgas, lo dejó sin aliento. "¿Estaré soñando?" pensó, hasta que Erica se volteó y le dijo: "Hijo, siéntate, que ya te sirvo." Ignorante de lo que estaba viendo, se sentó en el comedor.
Erica se dirigió a él con su desayuno, y Miguel, sin poder evitarlo, miró a su madre, viendo cómo se transparentaba su tanga y la raja de su vagina. "Qué delicioso se ve ese triángulo rosa," pensó, admirando los labios vaginales de su madre, que para él eran lo más bello de todo. Erica se puso a su lado y le dijo: "Toma, hijo, tu desayuno." Miguel, sin saber qué hacer, solo pudo decir: "Gracias, mamá." Ella se sentó en el comedor, mostrando sus hermosos pechos, y Miguel se preguntó: "¿Mi madre es otra?.
La tensión sexual entre ellos era palpable, y ambos sabían que algo había cambiado. La noche anterior había sido un punto de inflexión, y ahora, a la luz del día, se enfrentaban a una realidad que no podían ignorar. Erica, con sus movimientos sensuales y su ropa interior reveladora, parecía una mujer diferente, más segura y más dispuesta a explorar sus deseos. Miguel, por su parte, se sentía más valiente y decidido a seguir adelante con sus sentimientos, sin importar las consecuencias.
Erica no podía dejar de pensar en lo que había sucedido. Su hijo la había visto desnuda, y peor aún, había metido parte de su dedo en su vagina. No sabía qué hacer, y la confusión y el deseo la consumían. Se pasó la mano por su vagina y notó que estaba muy mojada. No aguantó más y se metió el dedito, tocando su clítoris suavemente. Los jugos vaginales eran demasiado, y no pudo contenerse. Se masturbó, pensando en su hijo, y sintió un orgasmo que ningún hombre le había hecho sentir nunca. Esa sensación fue un detonante en su comportamiento.
Erica se acostó desnuda, llena de sensaciones eróticas, y así pasó su noche, perdida en sus pensamientos y deseos. Mientras tanto, Miguel no sabía si ese juego de playa nudista sería el final de su relación amorosa con su madre. No pudo dormir, pensando constantemente en lo que había pasado y en lo que podría suceder. La incertidumbre y el deseo lo mantenían despierto.
Llegó la mañana, y Miguel escuchó la voz de su madre: "Hijo, ven a desayunar." Contestó: "Ya voy, mamá," y salió en una pantaloneta y sin camisa, pensando en que su mamá no estuviera muy distante por lo del día anterior. Todo somnoliento, abrió los ojos y lo primero que vio fue a su madre contra la cocina, dándole la espalda, en ropa interior. Quedó quieto, admirando ese conjunto de ropa interior rosa, transparente, que tan bien se le veía a Erica. Ese tanga, metido entre sus nalgas, lo dejó sin aliento. "¿Estaré soñando?" pensó, hasta que Erica se volteó y le dijo: "Hijo, siéntate, que ya te sirvo." Ignorante de lo que estaba viendo, se sentó en el comedor.
Erica se dirigió a él con su desayuno, y Miguel, sin poder evitarlo, miró a su madre, viendo cómo se transparentaba su tanga y la raja de su vagina. "Qué delicioso se ve ese triángulo rosa," pensó, admirando los labios vaginales de su madre, que para él eran lo más bello de todo. Erica se puso a su lado y le dijo: "Toma, hijo, tu desayuno." Miguel, sin saber qué hacer, solo pudo decir: "Gracias, mamá." Ella se sentó en el comedor, mostrando sus hermosos pechos, y Miguel se preguntó: "¿Mi madre es otra?.
La tensión sexual entre ellos era palpable, y ambos sabían que algo había cambiado. La noche anterior había sido un punto de inflexión, y ahora, a la luz del día, se enfrentaban a una realidad que no podían ignorar. Erica, con sus movimientos sensuales y su ropa interior reveladora, parecía una mujer diferente, más segura y más dispuesta a explorar sus deseos. Miguel, por su parte, se sentía más valiente y decidido a seguir adelante con sus sentimientos, sin importar las consecuencias.
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