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Pixel y la fantasía cuck de mi mujer capitulo 5 sph

Capítulo 5
Sentado en el borde de la cama, con el peso de los relatos de María sobre Marcos quemándome el pecho, mi mente se desliza hacia el pasado. Recuerdo los días en que ella era un torbellino de risas y miradas que yo no creía merecer. El eco del video de cuckolding que vi en su laptop —un hombre imponente, su miembro grande llenando la pantalla, mientras otro observa, pequeño y sumiso— se mezcla con los recuerdos de aquella tarde en la convención de anime, cuando María, con sus orejas de gato y su sonrisa traviesa, me arrastró a su mundo. Pero las palabras de Sofía en la facultad, “los de buen tamaño”, y los rumores de María con chicos altos y dotados, me persiguen. Es un lienzo que no puedo completar. Pienso en el bullicio de un bar lleno de risas y cervezas, una noche donde esas dudas comenzaron a tomar forma.
El bar está cargado de risas, de olor a cerveza y de un zumbido de voces que flota entre las luces amarillas. Apenas cruzamos la puerta, María se suelta de mi brazo y da un salto hacia Sofía, abrazándola con esa energía suya como si no se hubieran visto en años, aunque viven juntas.
— ¡Por fin! —exclama Sofía, devolviéndole el abrazo con fuerza—. Ya estaba a punto de pedir otra ronda sin ustedes.
Miró rápido. Sofía, alta, rubia y delgada, con un vestido negro que marca cada curva y esa sonrisa traviesa. María, bajita, trigueña, con el cabello negro cayendo liso por la espalda, lleva un vestido corto verde azulado que resalta su cintura con un cinturón fino y unos tacones de plataforma negros que hacen que sus piernas se vean aún más largas. No puedo evitar notar su trasero grande, firme y redondo.
A su lado está Diego, alto, moreno, con una sonrisa fácil. Sofía nos lo presenta con un gesto rápido.
—Luis, este es Diego. Diego, él es Luis… y ya conoces a María.
La sonrisa de Diego se amplió al ver a María. Me dio la mano con un breve “qué tal”. Noté cómo sus ojos se deslizaron por las piernas de María y, alzar la vista, me sonó con una complicidad que no entendí.
Saludo al resto, observa a María y, en un destello, el recuerdo en la universidad. Ella y Sofía rodeadas de chicos guapos. Por un momento, me la imagino en el centro de un grupo de cuerpos musculosos, sin camisa, siendo el centro del deseo.
Aún me pregunto por qué ahora se la pasa conmigo.
Desde nuestra posición, saludo con la mano al resto del grupo, sentados más al fondo, entre botellas y servilletas arrugadas. Ellos responden con gestos perezosos y alguna risa lejana.
Sofía me recorre con la mirada, de arriba abajo, con esa sonrisa que parece medir más de lo que dice.
—Luis, hoy viniste elegante… camisa, corbata… nada de tus jeans y camiseta de siempre.
—Vengo del trabajo —respondo, encogiéndome de hombros.
María se acerca, me toma de la corbata y la hace bailar entre sus dedos.
—Jaja… no, yo creo que hoy te vistió tu mamá —me lo dice bajando la voz y arqueando una ceja, como si estuviera inspeccionándome para ver si paso la revisión.
—Tonta, no molestes —le respondo con media sonrisa.
—Desde que trabajas en oficina te pusiste más gordito, ¿sabes? —añade, empujándome la barriga con un dedo y una mueca traviesa.
Siento un cosquilleo que me sube por el pecho. Le abro la silla y ella se sienta moviendo los hombros al ritmo de la música, mirándome como si me estuviera premiando.
—Gracias, caballero —dice, con un tono juguetón.
Sofía se inclina hacia mí, botella en mano, y me lanza esa mirada que suele usar antes de soltar algo fuera de lugar.
—Oye, Luis… ¿qué tal la peli esa que fueron a ver? La de moda… la erótica esa.
Me encojo de hombros, sintiendo cómo la tela de la camisa se estira un poco en mis hombros. Comento, intentando sonar casual:
—Pues, está buena, pero no entiendo por qué tanto alboroto. Un tipo rico, alto, dominante, que amarra y azota a las chicas… No sé, ¿es para tanto?
Mientras lo digo, paso el dedo por el cuello frío de la botella, como si pudiera descargar ahí una incomodidad que no quiero mostrar.
Sofía suelta una carcajada que me sacude más de lo que quiero admitir. Se inclina hacia mí, con esa sonrisa amplia que parece atravesar cualquier defensa.
— ¡Ay, Luis, qué aburrido estás! No sabes lo rico que se siente que te agarren, te azoten, te ahorquen un poquito… —me guiña un ojo, exagerando el tono—. ¡Eso es vida!
Bajo la mirada hacia la botella, sintiendo una incomodidad profunda. Mi vida sexual no ha sido muy vivida a pesar de mis años, y este tema me deja sin palabras. Le doy un trago para no quedarme callado de golpe.
Clara, con su coleta castaña y gafas de montura fina, sacude la cabeza, frunciendo un poco el ceño.
—Ay, no, Sofi, eso es demasiado rudo para mí. ¿Quién quiere que el ahorquen?
Me recuesto un poco contra el respaldo. Aprovecho para mirar de reojo al resto, como buscando apoyo, pero todos parecen divertidos con el tema.
Diego, alto y moreno, con su sonrisa fácil, se recostó en la silla.
—Cada quien tiene su fantasía, ¿no? A mí no me molesta lo rudo, pero tampoco es que me mate. —Levanta una ceja hacia María—. ¿Y tú, María? ¿Qué te gusta?
No me gusta cómo la mira. Mantengo la vista en la mesa, pero escucha cada palabra.
María se sonroja un poco, jugando con el vaso entre sus dedos.
—Eh… Bueno, no sé, algo rudo no está mal, ¿no? —baja la voz, como si no quisiera que todos escucharan—. Pero no tan salvaje como dice Sofi.
Pedro, robusto y de piel morena, golpea la mesa con una risa que hace temblar las botellas.
— ¡Jaja, rudo, dado! ¿Qué es eso, María? ¿Agarrarte el pelo con furia y darte la vuelta como trompo? —Se inclina hacia Patricia, a su lado, con coleta castaña, gafas finas y una sonrisa pícara, y toca juguetón su rodilla—. A mí me gusta dejar a mi chica con las piernas temblando, incapaz de caminar.
Patricia ríe, mostrando los dientes.
— ¡Ay, Pedro, qué bruto! Pero sí, así es como una debe quedar. —Da un codazo a Clara, guiñándole un ojo—. Yo nunca me quejo si me dejan temblando.
Clara asiente, sonriendo pícara.
— ¡Eso! Así es como una debe quedar.
El grupo estalla en risas, y el calor me sube por el cuello. ¿Podrías lograrlo? Mis ex parecían aburridas y sin interés, con un nudo de inseguridad en el estómago.
Sofía aplaude, encantada.
— ¡Eso, Pedro, eso! Los hombres son tan básicos. Su fantasía siempre es la misma: un trío con dos chicas, meterla y ya. —Mira a María con complicidad—. ¿O no, hermana? Aunque tú, con lo que gritabas cuando te visitaban en la habitación… ¡Siempre conseguías de los buenos tamaños, pillina!
María ríe y le lanza una servilleta arrugada.
— ¡Cállate, Sofi, qué imprudente! —se cubre la cara, entre risas y vergüenza.
Escucho eso y me incomoda más de lo que quiero admitir. ¿Gritaba? No recuerdo haber provocado alguna vez esa experiencia. No puedo evitar imaginarme la dulce voz de María gritando mientras juego con la botella en la mano, apretándola un poco sin darme cuenta.
Sofía posa su mirada en mí, con esa sonrisa traviesa que parece querer sacarme de mi escondite.
— ¿Y tú, Luis? ¿Cuál es tu fantasía? No me digas que también eres del equipo “trío y ya”.
Siento un nudo en la garganta, como si las palabras me pesaran más de lo que esperaba. Trato de responder con naturalidad, pero mi voz tiembla un poco.
— Eeeh… No sé, algo así como un trío, supongo.
Miro la mesa, sintiendo que las miradas me atraviesan, y me paso una mano por el cuello, intentando sacudir ese calor incómodo que sube desde el pecho.
Antes de que pueda terminar, María me interrumpe con una sonrisa maliciosa.
— ¡Mentira, mentira! Luis, ¿no me dijiste una vez que querías que te amarraran y te azotaran?
El grupo suelta un “¡Ooooh!” casi al unísono.
Siento que me arde el rostro; Intento reír para disimular, pero la vergüenza me pesa como una losa. Mientras tartamudeo la negativa, me imagino a María sobre mí, dándome un pequeño azote juguetón con un látigo, apenas rozando mi piel.
— ¡No, no, eso fue una broma, María, déjame en paz! —muevo las manos nerviosas—. Era una broma, en serio.
María se ríe y se apoya en mi brazo, como si quisiera hacerme sentir en confianza. Sin avisar, me da un golpecito juguetón con el brazo, finciendo un azote.
Diego se ríe, soltando una carcajada.
— Jaja, no te preocupes, Luis, aquí nadie te juzga. Aunque, como hombre, yo digo que prefiero dominar. ¿Quién quiere que la volteen como media?
Sofía suelta una risita y levanta su cerveza.
— ¡Yo, yo quiero que me volteen como media! —le guiña un ojo a Diego, que se ríe.
María sacude la cabeza con una sonrisa pícara.
— Ay, sí, con nalgadas incluidas, ¿no? —mira a Sofía, siguiendo el juego.
Sofía le da un codazo juguetón a María.
—¡Eso, María! Con todos esos libros eróticos que lees, alguna idea loca se te tiene que ocurrir. —Me mira a mí—. ¿Y tú, Luis? ¿Alguna idea para María, o qué?
Siento cómo me tiemblan las manos y busco la manera de cambiar el tema rápido.
— No, no, María y yo somos solo amigos, ¿vale? ¡Solo amigos!
Es habitual que la gente confunda mi relación con ella, pero lo que me incomoda es que ella no lo aclare. Escucho la voz dulce y baja de María que me regresa al bar, cantando la letra de la canción:
— 🎼Sabes que minutos, Sí🎵
María toma mi mano por sorpresa y de manera muy teatral la usa de micrófono y, tarareando, sigue cantando. El calor de su contacto me deja un cosquilleo que sube hasta el pecho.
— 🎼Mejor diez centavos que sí,🎼
🎵—que es verdad que yo te gusto,🎼
La gente en la mesa se ríe, algunos mirándonos. “Aww, qué adorables”, dice Sofía de manera sarcástica. María, sin dejar de sonreír, aprieta mi mano con la suya, pienso que cómo le gusta hacerme sonrojar.
Pedro, al notar que los vasos están casi vacíos, levanta la mano para llamar al mesero.
— ¡Oigan, vamos por otra ronda! —dice, mirando al grupo—. ¡Que no se muera la noche!
El grupo vitorea y el mesero se acerca a tomar el pedido. Suspiro, intentando relajarme. Mientras espero las nuevas cervezas, me doy cuenta de que María aún no ha soltado mi mano. La eleva y la compara con la suya, riéndose.
— Jaja, mira, Luis, mi mano es más grande que la tuya. ¡Qué risa!
Intento seguirle el juego, aunque el calor me sube por el cuello.
— ¿Qué? No, no, vale, la tuya es la que parece de gorila.
Ella frunce la nariz y me da un empujón suave que me hace balancearme en la silla.
—¡Tontó! No, en serio, tus manos son más de niña que las mías.
Me encojo de hombros, intentando que suelte mi mano, aunque el contacto no me molesta tanto como debería.
— No la veo mal… mis pies también son pequeños, todo en proporción.
Sofía levanta la mirada con un brillo de malicia, como quien acaba de encontrar un chisme jugoso.
— ¿En serio? ¿Cuántas calzas, Luis?
Trago saliva y paso el pulgar por el borde húmedo de mi vaso.
— Bueno, sí… calzo 38. ¿Y qué?
Sofía ladea la cabeza, apuntándome como un blanco fácil.
— Hablando de tamaños… —me recorre de arriba abajo—. ¿Sabes lo que dicen del tamaño de los pies en los hombres, no?
El grupo estalla en risas. Siento las orejas ardiendo y bajo la vista hacia la mesa.
María me da un codazo, en plan defensa, pero con una sonrisita que parece disfrutar de mi incomodidad.
— ¡Para, Sofi, no lo molestes! Eso es un mito.
Patricia, con coleta castaña, gafas finas y una sonrisa pícara, me mira de reojo.
— No sé si es mito, pero una vez me dijeron que el dedo gordo del pie se parece al… ya sabes. —Muestra los dientes, riendo—. Y ese chico tenía dedos enormes. ¡Jaja! Casualidad, ¿no?
Siento un escalofrío de vergüenza, como si mis dedos pequeños confirmaran mi falta.
Sofía se cruza de brazos, sin apartar la mirada de mí.
— Yo digo que no es mito. Apostaría que es cierto. ¿Qué dices, Luis?
Suelto una risa nerviosa y juego con la servilleta, doblándola entre mis dedos.
— ¡Oye, yo no apuesto nada! Déjenme en paz con mis pies, ¿sí?
María me aprieta el brazo y me guiña un ojo. El calor de su contacto me deja un cosquilleo que sube hasta el pecho.
— Yo le acepto la apuesta a Sofi. Quién sabe, algún día lo descubriremos.
La risa de María me hace sentir nervioso. ¿Descubrir qué? Me quedo congelado y apenas puedo articular palabra.
— ¿D-descubrir qué? —pregunto, con la voz temblorosa, lo que provoca la risa de mis amigos.
María me da un golpe juguetón en el hombro, con un gesto de cariño.
— ¡Ay, qué tonto! No te preocupes. Solo estoy bromeando.
Las cervezas llegan y brindamos rápido, pero Pedro reabre el tema con una sonrisa traviesa.
— Bueno, ya que hablamos de tamaños… chicas, ¿qué prefieren? ¿Grande, grosero, o qué?
Pienso que, para Sofía, lo normal será decir “grande y horrible”. Para una mujer tan alta como ella, debe ser lo que espera.
— Grande, obvio. Y si es horrible, mejor —responde Sofía sin dudar, girándose hacia María—. ¿Y tú, María? No me digas que “normal” como siempre.
Agarro la botella y le doy un trago más largo de lo necesario, sintiendo un ligero nudo en el estómago.
La idea de que ese tamaño sea el “normal” para ella, con su cuerpo tan pequeño, me golpea con fuerza.
Clara se ríe y levanta las cejas.
— El promedio mundial es como 14, no inventes. Aunque aquí dicen que en nuestro país es de como 16,8.
— Eso, aquí somos de primera. Dieciséis, casi diecisiete —bromea Sofía, y todos se ríen.
— Mierda… ¿ese es el promedio? Entonces, ¿de qué país soy? Si saco las probabilidades en base al promedio del país… lo más seguro es que soy el menos dotado de esta mesa… o hasta de todo el bar —me digo, sintiendo un calor de humillación en el rostro.
Diego, con barba incipiente y camiseta gastada, lanza su vaso como si brindara con el aire.
— ¿No dicen que el tamaño no importa?
Sofía sonríe con malicia, inclinándose hacia adelante.
—Eso será para orinar.
María se dobla de risa, cubriendo la boca.
— ¡Para Sofi, me muero!
Siento el calor en las orejas, como si Patricia me lo hubiera dicho directamente a mí.
Todos estalan en risas. Patricia se inclina, sonriendo pícara.
— No es solo el tamaño, es que te dominan, que alguien grande se haga cargo. —Me mira de reojo—. Y una vez salí con un chico que lo tenía tan delgado que lo apodé 'el fideo'. Divertido, pero te queda esa sensación de que no hay nada ahí. Como si estuvieras patinando en un charquito.
Si lo supieran, qué apodo sería menos que "fideo", ¿sería algo menos que eso? Me lo pregunto.
Clara se inclina hacia adelante, retomando el tema con una ceja arqueada.
—No fue tan malo. Se esforzaba. En algunas posiciones se sentía… superficial, pero no lo pasé mal.
Superficial… ¿me habrán descrito así alguna vez? —pienso con un escalofrío.
Clara sonríe de medio lado y remata moviendo las manos en un gesto de grosor.
— Y lo que le faltaba de largo lo compensaba en grosor. ¡No podía cerrar la boca!
La mesa tiembla con la carcajada colectiva. Patricia da un codazo a Sofía, mirando mi barriga.
— ¡Jaja! Oye, Luis está gordito… ¡Esperamos que esté bien distribuido! Para el bien de María.
Siento un nudo de vergüenza en el estómago, como si todos estuvieran midiendo mi cuerpo. Digo, intentando sonar seguro:
— Eh… sí, claro que sí. Bien distribuido.
Mi respuesta provoca risas en el grupo.
María se tapa la cara, riendo pero girando el cuerpo como si quisiera apartar el tema.
— Ay, no, Clara, eso sí que no. Con mi primer novio lo hice por compromiso, pero ahora… cualquier tipo conmigo sabe que estoy abierto a muchas cosas, menos a eso.
Sofía no suelta la presa.
— ¿Abierta muchas cosas? Sobre todo abierto, María.
Me ruborizo al pensar en María desnuda y abierta.
María le lanza un hielo, sin dejar de reír.
— ¡Tonta, llámame ya!
— ¿Y tú, María? ¿Importa o no? —insiste Sofía.
— No sé… nunca he estado con uno chiquito, así que no puedo opinar —dice María, encogiéndose de hombros.
Escuchar eso me produce un escalofrío en los pantalones. No puedo evitar imaginarme a María riendo y comparando directamente en sus manos la diferencia entre lo que ella está acostumbrada y lo que yo tengo, descubriéndolo con asombro.
Sofía levanta su cerveza en un brindis.
— Bueno… cuando pruebas con Luis, nos cuentas cómo fue eso del tamaño.
Siento la sangre hervirme en el rostro. Digo titubeando, intentando recuperar el control:
— ¡Qué! No… no, no… eso del pie es solo un mito, no es como creer. ¿Por qué insiste con María?
El grupo se ríe. Siento una punzada de miedo. María, en lugar de regañar a Sofía, me mira con sus ojos brillantes y juguetones. Me toma del brazo con suavidad y se inclina para susurrarme al oído.
— No te preocupes, tonto —me dice, sonriendo con malicia—. Pronto voy a tu apartamento, te atreveré a probar de mis brownies. Como te los prometí hace meses, ¿recuerdas?
Mientras las risas resuenan en el bar, las palabras de Sofía—“los de buen tamaño”—se clavan en mi pecho como un pincel afilado. María, con su vestido verde abrazando sus curvas, me mira de reojo, su mano rozando la mía bajo la mesa, un toque que enciende y duele a la vez. Siento una erección apenas perceptible en mi pantalón, sin saber si es por su toque o por la imagen de ella, rodeada de esos chicos de la universidad, altos, sin camisa y musculosos, con grandes lanzas apuntándola, me golpea la mente. Ella en el centro del deseo, preparada para disfrutar, desnuda y abierta. Como la chica del video que vi años después, dominada y tomada, mientras yo, pequeño e insignificante, observa desde una esquina.
—No te escapes, Luis —susurra, sus dedos apretando mi mano—. 🎼Solo diez que sí🎵 —continúa su voz tarareando con un trazo seductor.

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