Confesión de Valeria, esposa y madre… observada
Soy Valeria.
Casada hace más de 12 años, madre de tres nenas hermosas que me ocupan el cuerpo, la casa, el alma… pero que no me apagan el deseo.
Porque aunque tengo una familia, una rutina y un esposo que me quiere, sigo siendo mujer. Deseada. Caliente. Viva.
Lo que pasó el otro día empezó con algo tan simple como tender la ropa.
Era media tarde, las niñas dormían la siesta, y yo salí al fondo con el canasto. Entre la ropa, mis tangas. Las que no uso con mi esposo. Las que me pongo para sentirme puta conmigo misma. Encaje, hilos, transparencias. Me gusta colgarlas con pinzas de colores, como si fueran banderas de mi otro yo.
Y ahí fue cuando lo sentí.
Ese escalofrío en la nuca.
Esa sensación de ser mirada, deseada… como si alguien me tocara con los ojos.
Alcé la vista.
Mi vecino.
Joven. Silencioso. Viudo. Vive solo.
Y espiaba. Lo juro.
Desde su ventana, entre las cortinas. No hizo ruido, pero su mirada era tan fuerte que me hizo apretar las piernas.
No me enojé.
Me mojé.
Literal.
Seguí colgando las tangas más pequeñas. Me incliné más de la cuenta. Dejé que el short se me subiera hasta casi mostrar todo. Quería provocarlo. Saber que él ahí, al lado, probablemente se estuviera tocando… por mí.
Y me encantó.
Volví a entrar a casa, cerré la puerta con el corazón latiéndome en la garganta, y me miré al espejo del pasillo.
El pezón marcando la remera.
La bombacha húmeda.
La cara encendida.
No era la madre que hace galletitas con las nenas.
Era una puta.
Y me excitó sentirme así.
Me puse una tanga negra de encaje. Me saqué el corpiño. Fui otra vez al patio, fingiendo que sacaba fotos del cielo… pero posando para él.
Me agachaba lento. Me pasaba la mano por el pelo. Me tocaba el cuello como si me lo chuparan. Me ofrecía sin decir una palabra.
Y él… ahí seguía.
Sabía que se la estaba pajeando.
Que yo le había dado motivos.
Y eso me mojó más.
Esa noche me metí a la cama con mi esposo como si nada. Él durmió enseguida.
Yo no.
Me masturbé en silencio, mordiendo la almohada, imaginando que eran las manos de mi vecino las que me abrían las piernas y me lamían con ganas, como quien se da un banquete prohibido.
Y me corrí pensando en sus ojos… en cómo me espió… en cómo lo dejé.
Ahora no sé qué hacer.
¿Seguir dándole show?
¿Encararlo?
¿O dejar que el juego siga, sabiendo que el morbo de lo oculto es lo que más me prende?

espero sus comentarios que ago?
10 comentarios - El tendedero y el vecino