-¡El hijo de remilputa me está poniendo los cuernos...!-
Laura me había llamado completamente alterada. No sabía a quién contarle lo que acababa de descubrir. Agarró el celular y el primer número que se le ocurrió fue el mío. Y ahí estaba, llamándome, para contarme que, Alfredo, su marido, le era infiel.
-¿A vos te parece que me haga esto después de todos éstos años?-
Le pregunté que como se había dado cuenta, si lo había visto, si le fueron con el chisme o encontró algún mensaje incriminatorio...
Como respuesta me manda la foto de una tanga.
-Se la encontré en el bolsillo del pantalón...- me cuenta -Una bombacha usada, con un olor a perra en celo que ni te imaginás-
La prenda de la foto es una tanga de hilo, blanca, con una mancha oscura en el centro, producto del flujo íntimo, seguramente.
-¿Segura que no es tuya?- le pregunto, solo por compromiso.
-No uso lencería de puta...- responde.
Le pido que se tranquilice, que si quiere nos encontramos a tomar algo, pero me dice que no, que corta conmigo y llama al abogado.
-Perdoname Mary, pero necesitaba desahogarme...-
-No te preocupes, si necesitás algo, lo que sea, no dudes en llamarme...-
Me despido, deseando que todo se solucione de la mejor forma posible, y sin perder tiempo, lo llamo a Alfredo, el marido:
-Tu mujer encontró mi bombacha...- le digo cuando me atiende.
Laura y Alfredo son unos amigos recientes. Los conocimos en el cumpleaños de Daniela, y quedamos tan a gusto los unos con los otros, que nos seguimos viendo por fuera de la amistad que teníamos en común. Algunas veces vinieron a cenar en casa, otras fuimos a la de ellos, y fue en una de éstas que todo comenzó.
Quiero ser sincera y admitir que en ningún momento consideré a Alfredo como un posible amante. Tengo amistades masculinas con quiénes no me he acostado, y es que, aunque parezca lo contrario, no soy de cogerme todo lo que se me cruza por el camino.
Incluso tampoco había notado de su parte un interés sexual en mí. Pero bueno, a veces el diablo mete la cola y no podemos hacer nada para impedirlo.
Laura es higienista dental, Alfredo, periodista. Esa noche en particular, luego de la sobremesa, mientras disfrutábamos de unos tragos, la charla fue derivando hacia temas políticos.
En un momento, mi marido y Laura se enfrascan en un entusiasta debate sobre los programas económicos implementados por los gobiernos a los que ambos son afines. Aclaro, Laura es K, mi marido Macrista a ultranza, así que imagínense.
Alfredo, que había dejado de participar de la discusión, evidentemente aburrido con el tema, se levanta de la mesa, y se me acerca.
-Vení, necesito tu opinión acerca de algo...- me dice.
Lo miro a mi marido y luego a Laura, esperando alguna reacción de ellos, pero siguen en lo suyo.
-Dejalos con sus mambos, Laura es capaz de pasarse horas defendiendo la década ganada...-
Mi marido igual, con la política se fanatiza más que con el fútbol.
Me levanto entonces y lo acompaño a Alfredo a través de un pasillo. Esa noche me entero que además de periodista, también es fotógrafo aficionado. En su casa tiene un cuarto dedicado exclusivamente a tal actividad.
-No te conocía éste hobby...- le digo, contemplando las fotos en las paredes, colgadas como en exhibición.
-No puedo dedicarle mucho tiempo, pero cada vez que viajo por trabajo, llevo mi cámara- comenta señalando un equipo con lentes y trípodes que está sobre una mesa.
Todas las fotos son de paisajes, un cerro nevado, una llanura, las dunas de un desierto, la espuma del mar, el atardecer en algún lejano paraje.
Me quedo contemplando una en especial, observando los colores, la perspectiva de la luz, el encuadre, cuando siento que Alfredo se me acerca por detrás y me dice, casi en un susurro:
-Esa es de mi último viaje al norte...-
Está parado tras de mí, comentando la historia de la foto, y ésta vez soy yo, asumo mi parte de culpa, la que dando un paso para atrás, se pega a su cuerpo. Por un momento ninguno dice nada. Él tampoco se mueve, manteniéndose firme en su lugar, dejándome tomar la iniciativa.
-La primera vez que lo vi era de noche, así que volví al otro día, al amanecer, para fotografiarlo con las primeras luces del día...- comenta, aunque lo cierto es que los dos ya dejamos de prestarle atención a la foto.
-Me gusta...- le digo, y obviamente no me refiero al paisaje retratado, sino a la tremenda apoyada que me está dando.
Desliza las manos en torno a mi cintura, apretándome aún más contra su cuerpo. La verga, dura y maciza, se acomoda entre mis nalgas, quemándome a través de la tela del pantalón.
Dejo escapar un suspiro de aceptación, restregándome gustosa contra esa dureza exquisita.
Mientras me besa en el cuello, provocándome unos escalofríos que impactan directo en mi sexo, sube por mi estómago y me agarra de las tetas, amasándolas con incitante ternura.
Girándome un poco, busco su boca, para besarnos, lengua contra lengua.
Una mano se mantiene apretándome las tetas, pero la otra se desliza hacia abajo. Cierro los ojos, extasiada, sintiendo como, vulnerando todas mis defensas, sus dedos ya están recorriendo el vello de mi pubis, hundiéndose sin oposición alguna en mi concha húmeda y caliente.
En ese momento, todo mi mundo gira en torno a las manos de Alfredo, la que me está sobando los pechos, y la que me masturba.
Estoy a punto de tener un orgasmo, de frente a la foto de un sauce llorón, escuchando de fondo las voces de mi marido y de la esposa de Alfredo, hablando de la fluctuación del dólar, de fondos buitres, del juicio por YPF y la putísima madre que lo parió.
-¡Dale, seguí, no pares por favor...!- le pido casi en una súplica, susurrándole, mordiéndome los labios para no ponerme a gemir de placer.
Con el índice y el del medio se hunde en mí, mientras que con el pulgar me presiona el clítoris. Las piernas me flaquean, pero él me sujeta por la panza, sin dejar de bombear con los dedos. Dentro y fuera. Con fuerza, curvando los nudillos en cada embestida, a la vez que me golpea el clítoris ya endurecido.
-¡Dale... Dale...!- le insisto, sintiendo ya en mi vientre esos calambres tan reconocibles.
Alfredo pega más su ingle a mis nalgas, frotándose con entusiasmo, empujándome con su verga dura y gruesa.
Siento que me rompo en pedazos, mientras sus dedos destrozan los nervios de mi sexo, enviando descargas de placer por todo mi cuerpo. Es un orgasmo furtivo, intenso, acalorado.
-¡Te estás mojando...!- me dice susurrándome en el oído, sintiendo seguramente los fluidos que fluyen por entre mis pliegues más íntimos, empapándole la mano.
Recuperándome apenas del impacto, me doy la vuelta y lo beso en la boca.
-¡Te quiero coger...!- me dice, cuando nos soltamos.
-¿Acá? ¿Ahora?- le pregunto sorprendida.
Tengan en cuenta que nuestros respectivos cónyuges estaban ahí, a solo unos metros.
-¡Jajaja...!- se ríe -Estaría bueno, ¿no?-
-No me quiero divorciar todavía...- y acomodándome el vestido, le digo -Vamos a un telo, mañana-
No es una pregunta, es una propuesta.
-Dale, pero dejame tu tanga, quiero olerla toda la noche...- me pide.
-Mirá que sos asquerosito, eh...-
-Ni te imaginás cuánto...-
Aunque me da un poco de vergüenza, porque se me había mojado con los fluidos del orgasmo, me saco la bombacha y se la doy. La agarra, se la frota por toda la cara, oliéndola, y se la guarda. La misma bombacha que su mujer descubriría horas más tarde.
Nos quedamos un rato más, haciendo como que miramos las fotos, hasta que se normalicen mis pulsaciones y a él se le baje la erección. Recién entonces volvemos a la sala, con nuestras parejas, que siguen con su debate político.
Agarro mi cartera y pido permiso para ir al baño, me enjuago la concha, me la seco y me pongo la bombacha que siempre llevo de emergencia.
Cuando vuelvo, compartimos otro trago, y nos preparamos para despedirnos. Mi marido se pone la campera, yo el saco, beso a uno, beso a otro...
-Mañana, eh...- me susurra Alfredo al despedirse de mí.
Le respondo con una sonrisa y un leve asentimiento. Chau, chau, hasta la próxima, y así concluye la cena en casa de nuestros amigos.
Lo que pasó el día siguiente, se los cuento en breve...



Laura me había llamado completamente alterada. No sabía a quién contarle lo que acababa de descubrir. Agarró el celular y el primer número que se le ocurrió fue el mío. Y ahí estaba, llamándome, para contarme que, Alfredo, su marido, le era infiel.
-¿A vos te parece que me haga esto después de todos éstos años?-
Le pregunté que como se había dado cuenta, si lo había visto, si le fueron con el chisme o encontró algún mensaje incriminatorio...
Como respuesta me manda la foto de una tanga.
-Se la encontré en el bolsillo del pantalón...- me cuenta -Una bombacha usada, con un olor a perra en celo que ni te imaginás-
La prenda de la foto es una tanga de hilo, blanca, con una mancha oscura en el centro, producto del flujo íntimo, seguramente.
-¿Segura que no es tuya?- le pregunto, solo por compromiso.
-No uso lencería de puta...- responde.
Le pido que se tranquilice, que si quiere nos encontramos a tomar algo, pero me dice que no, que corta conmigo y llama al abogado.
-Perdoname Mary, pero necesitaba desahogarme...-
-No te preocupes, si necesitás algo, lo que sea, no dudes en llamarme...-
Me despido, deseando que todo se solucione de la mejor forma posible, y sin perder tiempo, lo llamo a Alfredo, el marido:
-Tu mujer encontró mi bombacha...- le digo cuando me atiende.
Laura y Alfredo son unos amigos recientes. Los conocimos en el cumpleaños de Daniela, y quedamos tan a gusto los unos con los otros, que nos seguimos viendo por fuera de la amistad que teníamos en común. Algunas veces vinieron a cenar en casa, otras fuimos a la de ellos, y fue en una de éstas que todo comenzó.
Quiero ser sincera y admitir que en ningún momento consideré a Alfredo como un posible amante. Tengo amistades masculinas con quiénes no me he acostado, y es que, aunque parezca lo contrario, no soy de cogerme todo lo que se me cruza por el camino.
Incluso tampoco había notado de su parte un interés sexual en mí. Pero bueno, a veces el diablo mete la cola y no podemos hacer nada para impedirlo.
Laura es higienista dental, Alfredo, periodista. Esa noche en particular, luego de la sobremesa, mientras disfrutábamos de unos tragos, la charla fue derivando hacia temas políticos.
En un momento, mi marido y Laura se enfrascan en un entusiasta debate sobre los programas económicos implementados por los gobiernos a los que ambos son afines. Aclaro, Laura es K, mi marido Macrista a ultranza, así que imagínense.
Alfredo, que había dejado de participar de la discusión, evidentemente aburrido con el tema, se levanta de la mesa, y se me acerca.
-Vení, necesito tu opinión acerca de algo...- me dice.
Lo miro a mi marido y luego a Laura, esperando alguna reacción de ellos, pero siguen en lo suyo.
-Dejalos con sus mambos, Laura es capaz de pasarse horas defendiendo la década ganada...-
Mi marido igual, con la política se fanatiza más que con el fútbol.
Me levanto entonces y lo acompaño a Alfredo a través de un pasillo. Esa noche me entero que además de periodista, también es fotógrafo aficionado. En su casa tiene un cuarto dedicado exclusivamente a tal actividad.
-No te conocía éste hobby...- le digo, contemplando las fotos en las paredes, colgadas como en exhibición.
-No puedo dedicarle mucho tiempo, pero cada vez que viajo por trabajo, llevo mi cámara- comenta señalando un equipo con lentes y trípodes que está sobre una mesa.
Todas las fotos son de paisajes, un cerro nevado, una llanura, las dunas de un desierto, la espuma del mar, el atardecer en algún lejano paraje.
Me quedo contemplando una en especial, observando los colores, la perspectiva de la luz, el encuadre, cuando siento que Alfredo se me acerca por detrás y me dice, casi en un susurro:
-Esa es de mi último viaje al norte...-
Está parado tras de mí, comentando la historia de la foto, y ésta vez soy yo, asumo mi parte de culpa, la que dando un paso para atrás, se pega a su cuerpo. Por un momento ninguno dice nada. Él tampoco se mueve, manteniéndose firme en su lugar, dejándome tomar la iniciativa.
-La primera vez que lo vi era de noche, así que volví al otro día, al amanecer, para fotografiarlo con las primeras luces del día...- comenta, aunque lo cierto es que los dos ya dejamos de prestarle atención a la foto.
-Me gusta...- le digo, y obviamente no me refiero al paisaje retratado, sino a la tremenda apoyada que me está dando.
Desliza las manos en torno a mi cintura, apretándome aún más contra su cuerpo. La verga, dura y maciza, se acomoda entre mis nalgas, quemándome a través de la tela del pantalón.
Dejo escapar un suspiro de aceptación, restregándome gustosa contra esa dureza exquisita.
Mientras me besa en el cuello, provocándome unos escalofríos que impactan directo en mi sexo, sube por mi estómago y me agarra de las tetas, amasándolas con incitante ternura.
Girándome un poco, busco su boca, para besarnos, lengua contra lengua.
Una mano se mantiene apretándome las tetas, pero la otra se desliza hacia abajo. Cierro los ojos, extasiada, sintiendo como, vulnerando todas mis defensas, sus dedos ya están recorriendo el vello de mi pubis, hundiéndose sin oposición alguna en mi concha húmeda y caliente.
En ese momento, todo mi mundo gira en torno a las manos de Alfredo, la que me está sobando los pechos, y la que me masturba.
Estoy a punto de tener un orgasmo, de frente a la foto de un sauce llorón, escuchando de fondo las voces de mi marido y de la esposa de Alfredo, hablando de la fluctuación del dólar, de fondos buitres, del juicio por YPF y la putísima madre que lo parió.
-¡Dale, seguí, no pares por favor...!- le pido casi en una súplica, susurrándole, mordiéndome los labios para no ponerme a gemir de placer.
Con el índice y el del medio se hunde en mí, mientras que con el pulgar me presiona el clítoris. Las piernas me flaquean, pero él me sujeta por la panza, sin dejar de bombear con los dedos. Dentro y fuera. Con fuerza, curvando los nudillos en cada embestida, a la vez que me golpea el clítoris ya endurecido.
-¡Dale... Dale...!- le insisto, sintiendo ya en mi vientre esos calambres tan reconocibles.
Alfredo pega más su ingle a mis nalgas, frotándose con entusiasmo, empujándome con su verga dura y gruesa.
Siento que me rompo en pedazos, mientras sus dedos destrozan los nervios de mi sexo, enviando descargas de placer por todo mi cuerpo. Es un orgasmo furtivo, intenso, acalorado.
-¡Te estás mojando...!- me dice susurrándome en el oído, sintiendo seguramente los fluidos que fluyen por entre mis pliegues más íntimos, empapándole la mano.
Recuperándome apenas del impacto, me doy la vuelta y lo beso en la boca.
-¡Te quiero coger...!- me dice, cuando nos soltamos.
-¿Acá? ¿Ahora?- le pregunto sorprendida.
Tengan en cuenta que nuestros respectivos cónyuges estaban ahí, a solo unos metros.
-¡Jajaja...!- se ríe -Estaría bueno, ¿no?-
-No me quiero divorciar todavía...- y acomodándome el vestido, le digo -Vamos a un telo, mañana-
No es una pregunta, es una propuesta.
-Dale, pero dejame tu tanga, quiero olerla toda la noche...- me pide.
-Mirá que sos asquerosito, eh...-
-Ni te imaginás cuánto...-
Aunque me da un poco de vergüenza, porque se me había mojado con los fluidos del orgasmo, me saco la bombacha y se la doy. La agarra, se la frota por toda la cara, oliéndola, y se la guarda. La misma bombacha que su mujer descubriría horas más tarde.
Nos quedamos un rato más, haciendo como que miramos las fotos, hasta que se normalicen mis pulsaciones y a él se le baje la erección. Recién entonces volvemos a la sala, con nuestras parejas, que siguen con su debate político.
Agarro mi cartera y pido permiso para ir al baño, me enjuago la concha, me la seco y me pongo la bombacha que siempre llevo de emergencia.
Cuando vuelvo, compartimos otro trago, y nos preparamos para despedirnos. Mi marido se pone la campera, yo el saco, beso a uno, beso a otro...
-Mañana, eh...- me susurra Alfredo al despedirse de mí.
Le respondo con una sonrisa y un leve asentimiento. Chau, chau, hasta la próxima, y así concluye la cena en casa de nuestros amigos.
Lo que pasó el día siguiente, se los cuento en breve...




11 comentarios - Bombacha veloz ...
Que linda putita...
Que no daría por chuparte esas tetas, concha y colita.
Que suerte tienen tus amantes fortuitos.