
Nico trabajaba en una empresa de logística, recién contratado, callado, joven, 24 años. Su jefe, un tipo frío y metódico, tenía una esposa que lo visitaba a veces: Lucía, unos 39 años, caderas grandes, piernas perfectas, pelo negro lacio, boca provocadora. Cada vez que pasaba por la oficina, todos la miraban. Pero ella solo miraba a Nico.
Una tarde, después de una reunión aburrida, Lucía lo abordó en el pasillo.
—¿Tú eres Nico, no?
—Sí, señora.
—Llámame Lucía —dijo, mirándolo con esos ojos oscuros, hambrientos—. ¿Me ayudas a buscar unos papeles que dejé en la oficina de mi marido?
Aceptó. Ella entró primero, moviendo el culo con un ritmo lento, hipnótico. Cerró la puerta con llave. Se dio vuelta.
—Tu jefe me ignora… pero vos me mirás como si quisieras partirme entera —le dijo.
Nico tragó saliva. Lucía se acercó, tomó su mano y la guió directo entre sus piernas. Estaba mojada.

—¿Sentís eso? —susurró—. Es por vos.
Nico no lo pensó. La agarró de la cintura y la besó como un animal. Lucía lo apretó contra ella, le bajó el cierre y le sacó la pija, dura, caliente, gruesa.
—Mierda… con esto me vas a dejar sin caminar —jadeó.
Se arrodilló, la metió en la boca hasta el fondo, babeándola, tragándola, mientras lo miraba a los ojos con una mezcla de lujuria y poder. Nico gemía, sujetándola del pelo.
—Te voy a coger como no te cogió nunca ese viejo de mierda —le dijo, tomándola del brazo y doblándola contra el escritorio.

Le arrancó la tanga de encaje. Le abrió las piernas y le metió la pija en su concha, de una. Lucía gritó, empujando el culo contra él, queriendo más.
—¡Duro, papi! ¡Así… más!
Nico la cogia como un animal: rápido, salvaje, con las bolas chocando contra ese culo enorme. Lucía mojaba todo el escritorio, se venía gritando, mordiéndose los dedos para no hacer más ruido.
Se levantó, se sentó sobre él, y siguió cabalgándolo con fuerza, las tetas rebotando, sudando, gimiendo.
—Decime que soy tu putita —susurró al oído.
—Sos mi putita rica… me voy a correr adentro.
—¡Sí! ¡Llename la concha, pendejo! ¡Toda adentro!
Nico acabó rugiendo, descargando todo dentro de ella mientras ella temblaba de puro placer.

Lucía se acomodó el vestido, sin ropa interior, y se rió como una diabla.
—Mañana vengo de nuevo… pero esta vez, en tu escritorio.
Y salió caminando como si nada, mientras él quedaba ahí, con la pija empapada y la cabeza hecha un desastre.
Al día siguiente, Nico no podía concentrarse. Cada vez que pensaba en Lucía cabalgándolo, gimiendo como una perra, se le paraba. Pasaban las horas, hasta que cerca del mediodía, su celular vibró. Un mensaje.
> 📲 Lucía: Estoy abajo. Oficina vacía. Cierra la puerta con llave. Hoy quiero que me la rompas por atrás.
Nico sintió un golpe de calor recorrerle el cuerpo. Se levantó, cerró la oficina, puso llave. Minutos después, ella entró: vestido corto, sin sujetador, labios pintados, ojos de loba.
—No perdamos tiempo —dijo, lanzando su bolso al sillón.
Se puso de espaldas, apoyó las manos en el escritorio, levantó el vestido y dejó al descubierto su tremendo culo redondo. Llevaba un plug pequeño, brillante, incrustado entre las nalgas.
—¿Te gusta? Lo usé todo el camino pensando en vos —murmuró.
Nico se acercó y le escupió el culo. Se arrodilló, lo lamió despacio, rodeando el plug, chupando como un enfermo.
—Mmm sí… chupámelo bien. Abrímelo con la lengua, —gimió ella.
Él le sacó el plug con un pop húmedo, y volvió a meterse entre sus nalgas, lamiendo ese agujerito caliente, ansioso, mientras le metía dos dedos en la concha que ya chorreaba.
—¡Me vas a volver adicta, pendejo!
Se paró, sacó la pija y la frotó contra su culo.
—¿Estás segura?

—Sí… metemela entera. Quiero que me duela.
Nico empujó despacio al principio. Lucía apretaba los dientes, jadeando con los ojos cerrados. Cuando la cabeza entró, ella gimió como una puta en celo.
—¡Dios! ¡Sí! ¡Eso es! ¡Más!
La pija de Nico la fue abriendo centímetro a centímetro. Cuando entró toda, Lucía empezó a moverse como una salvaje.
—Cógeme el culo, no pares… ¡dame con todo!
Nico la cogia duro, rápido, con las manos en sus caderas, dándole nalgadas que le dejaban marcas. El sonido del cuerpo chocando, sus gemidos sucios, todo era puro porno en vivo.
—Te voy a acabar adentro —le dijo él, apretando los dientes.
—¡Sí! ¡Llename el culo! ¡Tirámelo todo adentro!
Y así lo hizo. Nico se vino con fuerza, enterrado hasta el fondo de su culo, mientras ella temblaba de placer, con la lengua afuera, completamente entregada.
Lucía se agachó, se sacó la leche que le goteaba del ano y la lamió con sus propios dedos.
Se bajó el vestido, le guiñó un ojo y salió, dejándolo ahí, temblando, con la pija flácida y el alma vacía.

Nico no sabía cómo había llegado a eso. Pero ahí estaba, parado en la entrada de una mansión en zona norte, con el corazón bombeando adrenalina. Lucía le abrió la puerta en bata de seda roja, sin ropa debajo. El perfume a mujer mojada ya estaba en el aire.
—Mi marido está dormido. Tomó pastillas —susurró—. Tenemos una hora. No hagas ruido… pero haceme mierda.
Lo agarró de la camisa y lo llevó directo a la cocina. La casa era silenciosa, elegante, con las luces tenues. El corazón de Nico latía como loco. Sabía que si los descubrían, estaba jodido… pero también que eso lo ponía más duro que nunca.
Lucía se subió a la isla de mármol y abrió las piernas. Estaba completamente depilada. Mojada. Lista.
—No hay tiempo para juegos, pendejo. Metémela ya.

Nico no dudó. Le sacó la bata, la tiró al piso y le clavó la concha sin aviso, haciéndola gemir entre dientes. Lucía se cubrió la boca para no gritar. Él la agarró de los muslos y la embistió salvaje, golpeando con fuerza. El sonido de las embestidas rebotaba contra las paredes.
—¡Así, carajo! ¡Cogeme como si fueras el dueño de esta casa! —jadeó ella, tirándose hacia atrás.
La tomó en brazos y la llevó al comedor. La puso boca abajo sobre la mesa de cristal, y le abrió el culo otra vez, sin preparación. Escupió, lo apuntó, y se lo metió entero de golpe.
—¡Hijo de puta! —gimió Lucía con un gemido ronco—. ¡Dale, rompeme el culo!
Nico la cogia anal con rabia, como si quisiera desquitarse de todo. Lucía estaba empapada, retorciéndose, mordiendo el borde de la mesa. El peligro la excitaba. El hecho de que su marido pudiera despertarse en cualquier momento la volvía más puta.

—¡Me vengo! —gritó, sacándose los dedos de la boca—. ¡Me vengo como una perra!
Se corrió fuerte, temblando. Nico la sacó del culo, la tiró de rodillas y se la metió en la boca.
—Tragátelo todo, puta.
Ella obedeció. Lo chupó desesperada, con los ojos llenos de lujuria, hasta que él acabó en su lengua, caliente, espeso, gruñendo con todo el cuerpo tenso. Ella se tragó todo, lo limpió con la lengua y se rió.
—Creo que ahora sí me enamoré.
De fondo, se escuchó el sonido de una puerta abriéndose. Lucía se vistió en dos segundos.
—Andate por atrás. No digas nada. Te voy a escribir.
Nico salió por el patio, con la pija todavía húmeda y el alma en llamas.
No había vuelta atrás. Ahora era parte de algo peligroso… y cada vez más adictivo.


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