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Amor Virtual

Amor Virtual


La primera vez que Esmeralda vio el nombre de Santi, fue en una sala de chat nocturna, esas que parecen inofensivas… hasta que alguien te escribe lo justo.

—¿Sos real o solo un espejismo digital? —fue su primer mensaje.

Ella soltó una risa.
Llevaba meses entrando en esas salas por aburrimiento. Pero él tenía algo distinto.
Tenía palabras que tocaban.

Ambos con 20 y pocos años. Ambos con historias rotas.
Y después de días hablando, de madrugadas con cámara apagada y confesiones con voz entrecortada… se hicieron inseparables.

Lo que empezó como charla sucia en broma, fue tomando otro tono.
Más íntimo. Más real.

Esmeralda se descubría deseando su voz. Su forma de decir “bebe”, o cómo la hacía reír antes de escribirle cosas sucias al oído.
Y él…
Él se quedaba hasta tarde solo para oírla gemir bajito cuando se tocaba sin decirlo.

Una noche, Esmeralda no aguantó más. El deseo la tenía inquieta desde que se levantó. Se metió a la ducha, se mojó entera, se miró al espejo… y lo decidió.

Se tomó varias fotos.
Desnuda. Sin filtros. Con la cara.
Un primer plano de sus tetas mojadas.
Una de su culo redondo contra el espejo empañado.
Y una última, en la cama, con las piernas abiertas, mostrando la concha.

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Todo.

Minutos después, Santi recibió la secuencia en su celular.

Primero, el silencio.
Después, el mensaje:

> —Estás loca.

Y luego otro:

> —Me estás endureciendo la pija, Esme…
Me la voy a reventar pensando en vos.


Ella escribió, sin tapujos:

> —Estoy empapada. Me toqué en la ducha pensando en tu voz. Mandame una foto de tu pija.
Estoy LOCA por vos, Santi.

Él le mandó una foto sentado con la pija parada. 

>--Me encanta, quiero que me la metas.

Él le pidió que lo llamara.
Ella respondió con audio.

—Me estoy tocando mientras te hablo… —jadeó en voz baja—. Imagino que me abrís las piernas y me metés tu pija despacio… ¿te gusta así?

—Decime qué te haría —le pidió él—. Dale, bebé, calentame.

—Te dejaría tirarme en la cama boca abajo, abrirme bien y que me cojas como una puta… mientras me tirás del pelo.
Después me das vuelta y me acabás en la boca… ¿querés eso?

Santi no podía más.
Se la estaba reventando la pija con la cámara apagada, los ojos cerrados, gimiendo con cada palabra de ella.

—¡Te juro que si te tuviera enfrente no te dejo dormir! —dijo él, jadeando—. ¡Te la meto hasta que me ruegues parar!

—Y yo te la pido más —susurró ella—. Porque estoy enferma de ganas por vos y tu pija.

Esa noche, se corrieron juntos.
A distancia.
Pero sintiéndose más cerca que nunca.


Y cuando terminó la videollamada, Santi no podía dejar de mirar su foto, con las piernas abiertas y la sonrisa perversa.

Supo que eso ya no era solo sexo.
Era adicción.

Y que el día que se vieran en persona…
No iban a salir de la habitación en tres días.


Santi no podía concentrarse.

Cada vez que desbloqueaba el celular, la galería lo traicionaba.
Las fotos de Esmeralda seguían ahí: su cuerpo desnudo, su piel húmeda, esa mirada entre traviesa y desesperada.

Y el video.

Ese maldito video.

Esme, acostada en su cama, desnuda, piernas abiertas, acariciándose el clítoris con los dedos. Mirando directo a la cámara.
Gimiendo bajito. Mordiéndose el labio. Susurrando:

—Esto es para vos, bebé… me la estoy haciendo pensando en tu voz… ¿te gusta verme así?

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Lo había dejado al borde del infarto.


Esa noche, Santi no aguantó.

—Mandame algo más, nena —escribió—. Me tenés loco. Te veo y mi pija se me pone como piedra.

Ella respondió con una foto nueva.

De espaldas, frente al espejo. Mostrando el culo.
Desnuda. El pelo suelto.
Y un texto:

> —Hoy no usé ropa interior en el trabajo.
Mirá lo que me hiciste.

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Santi tragó saliva. Le respondió con un audio:

—Dios mío, Esme… estás para que te la meta de pie contra ese espejo. Así, sin decir nada.
Te la meto por el culo, agarrándote fuerte de la cintura, mirándonos los dos mientras gemís.
¡Me vas a matar!

Ella contestó con un video más atrevido.

Ella en el baño.
Apoyada contra la pared.
Con los dedos metidos entre las piernas.
Mojada. Gimiendo bajito:

—Me hice esto en el almuerzo pensando en vos…
Me viniste a la cabeza y no pude evitarlo…
Estoy tan caliente que me arde mi conchita…

Santi se la sacó en cuanto lo vio.

No aguantó ni dos minutos.
Terminó en su cama, jadeando su nombre.

> —¡Te juro que me hacés mierda! —le escribió—. Nunca me calenté así con nadie.
Sos mi enfermedad.

Ella le respondió, con voz temblorosa, suave:

—Y vos sos mi vicio.
Me toco todas las noches desde que apareciste.

—Quiero cogerte, Esme.
Quiero tenerte encima.
Quiero acabar adentro tuyo mientras te beso.

—Y yo quiero sentirte gemir en mi cuello… quiero tragar tu leche después de cabalgarte.

Silencio.

Ambos sabían que lo que tenían ya no era solo “virtual”.
Era adicción.
Era deseo puro.
Era una relación basada en la distancia, sí… pero también en la fantasía más cruda.

Y cada imagen que se enviaban, cada video, cada gemido… era una promesa.

Una promesa de que, cuando se vieran en persona…
se iban a romper el alma de tanto coger.


Santi temblaba en el ascensor.

El corazón le golpeaba el pecho con fuerza. No podía creerlo: estaba a segundos de verla, de tocarla, de meter las manos en la piel que tantas veces lo había enloquecido por la pantalla.

Se había endeudado. Adelantado las vacaciones. Mentido en el trabajo. Todo por ella.

—Habitación 409 —decía el mensaje de Esmeralda—. Puerta sin seguro. Entrá.

El pasillo parecía interminable.

Cuando llegó a la puerta… tragó saliva, giró la manija, y empujó.

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Ella estaba de espaldas, frente a la ventana, completamente desnuda.
El sol de la tarde recortaba su silueta perfecta.
Las curvas que había deseado tantas noches ahora estaban ahí.
Reales.
A un metro de su mano.

—Cerrá la puerta, Santi —dijo ella, sin mirarlo—. Y vení a cogerme.

El cerró. Sin palabras.
Se acercó como un animal que huele a su presa.

La abrazó por detrás, hundió el rostro en su cuello, y sus manos recorrieron cada centímetro de su cuerpo, su cintura, sus tetas.


—Dios mío… sos real —susurró—. No puedo creer que te tengo acá…

Ella giró, lo miró a los ojos, y lo besó.

Un beso lento, profundo, caliente, cargado de semanas de gemidos por audio y mensajes incendiarios.

El se quitó la ropa con desesperación. 

Ella fue directo a agarrarle la pija dura, y empezó a mamárselo con intensidad, el temblaba.

Santi la empujó sobre la cama, se arrodilló frente a ella y le abrió las piernas.

—Te juro que me imaginé esto cada noche —dijo—. Y nada se parece a lo que estoy viendo.

La lamió con hambre.

Lengua abierta, movimientos circulares, saboreando cada pliegue como si fuera un manjar único.
Ella se arqueó, jadeando, las manos en su cabeza, los muslos temblando.

—¡Sí, Santi… así… no pares! —gritó.

Se corrió en su boca.

Con fuerza.
Con un gemido profundo.
Y él no se detuvo.

—Quiero cogerte como prometí —dijo al oído—. Lento primero. Después, te destruyo.

Ella lo empujó sobre la cama y se subió arriba, desnuda, salvaje, mojada. 

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—Entonces aguantame, que ahora te cabalgo hasta que llores.


Se sentó sobre su pija dura y empezó a moverse con ritmo firme, con las manos en su pecho, los tetas rebotando, la mirada fija en él.

—¡Me llenás toda, Santi… me encanta tu pija, cómo se siente!

—¡Dale, nena… seguí… acabate encima mío!

Ella gemía fuerte. No había vergüenza. Solo piel y fuego.

Se corrió otra vez, temblando, mojándolo, mientras él la tomaba por la cintura y la empalaba con fuerza desde abajo.

Después la puso de espaldas, le levantó las piernas y la cogió como si el tiempo no existiera.
Fuerte. Profundo. Gimiendo su nombre.

—¡Te amo, Esme… no te quiero soltar nunca!

Ella lo miró, con lágrimas en los ojos de puro placer.

—¡Cogeme, amame, Rompeme la concha, llename… hacé lo que quieras con mi cuerpo!

Y cuando se corrió adentro de ella, gimiendo, temblando, ambos supieron que no era solo sexo.

Era el final de la espera.
Y el comienzo de algo más sucio, más hermoso, más real.

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Minutos después, entre sudor, besos suaves y sus cuerpos pegados…

—¿Sabés qué me calienta más? —susurró ella.

—¿Qué?

—Saber que mañana… volvemos a coger.
Y pasado también.

—Y el resto de nuestras vidas si querés —dijo él, besándola.

Ella sonrió.
Y lo montó otra vez.

Porque con ellos… el amor era digital. Pero el sexo…
Era gloriosamente real.


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