Me desperté bañado en una felicidad inusual, el eco de la noche anterior vibraba aún en cada fibra de mi ser. Siempre habíamos jugueteado con la idea de terceros en nuestras fantasías, figuras distantes de la pantalla, inalcanzables. Pero esta vez fue distinto, deliciosamente real. Eran personas de nuestro mundo, piel que pudimos rozar, presencias que, aunque efímeras, se anclaron en nuestra memoria.
El mero recuerdo de Natasha, desnuda, sudando, sus gemidos resonando mientras la poseía sin pudor ante aquellas miradas cómplices, encendía una excitación que me dejaba completamente a merced de mi deseo. Mi cuerpo, ya tenso, clamaba por más.
Intenté despejar mi mente bajo el chorro de la ducha, pero fue inútil. Mis manos, casi por instinto, comenzaron a recorrer mi propia piel, y las imágenes de Kristín y Natasha se mezclaron en un torbellino de sensaciones. "Quizás", pensé, "podría despertar a mi dulce compañera y continuar la euforia". Pero al salir, listo para la acción, la encontré sumida en un sueño tan sereno, tan tierno, que la idea de interrumpir su descanso se disipó. Era aún muy temprano, y su paz era sagrada.
Mientras me vestía, la idea de explorar el sexo frente a otros, quizás incluso el intercambio de parejas, comenzó a sembrar una adrenalina potente en mi interior. No estaba seguro de si sería posible en la primera ocasión; los celos podían ser traicioneros. Un escalofrío me recorrió al recordar la punzada que sentí cuando Natasha mencionó lo "cariñoso" que Antón había sido con ella, provocándole "cosas" que, para mí, eran pura excitación. En ese momento, Natasha ya había despertado y yo estaba casi listo para ir a desayunar.
¡Por supuesto! Aquí tienes una versión mejorada, manteniendo la sensualidad y el flujo narrativo:
Mientras me vestía, la idea de explorar el sexo frente a otros, quizás incluso el intercambio de parejas, comenzó a sembrar una adrenalina potente en mi interior. No estaba seguro de si sería posible en la primera ocasión; los celos podían ser traicioneros. Un escalofrío me recorrió al recordar la punzada que sentí cuando Natasha mencionó lo "cariñoso" que Antón había sido con ella, provocándole "cosas" que, para mí, eran pura excitación. En ese momento, Natasha ya había despertado y yo estaba casi listo para ir a desayunar.
Mientras Natasha se duchaba, me senté un momento en la terraza, respirando el aire fresco y reflexionando sobre las posibilidades. ¿Qué pasaría si Natasha decidiera tener sexo conmigo frente a alguien más, o si nos atrevíamos a un intercambio de pareja? Pensaba en las consecuencias, en lo que eso me provocaría. Estaba tan absorto en mis pensamientos que me di cuenta: a pesar de cualquier atisbo de celos, el nivel de excitación era abrumadoramente mayor. Quizás una aventura así era precisamente lo que este país nos ofrecía. Fue entonces cuando lo decidí: debía convencer a Natasha de que fuéramos al otro hotel y ver si juntos nos atrevíamos a dar rienda suelta a esta fantasía.
Natasha salió de la ducha, envuelta apenas en una toalla que apenas cubría su silueta. Yo, ya vestido con un pantalón corto de baño y una camiseta blanca, estaba perfumado y peinado, listo para el día... y para la conversación que cambiaría nuestra aventura.
Amor, ¿estás lista? Dije, rebosante de ánimo.
Ella respondió, riéndose, con una clara alusión a los bikinis que poblarían la playa: Te noto ansioso por salir, ¿será para aprovechar las vistas?
No, es solo que creo que deberíamos disfrutar el día.
¿Vamos a la playa o a la piscina?
¿Te parece si primero desayunamos algo y luego nos vamos a la playa?
Vale, me parece bien, dijo ella, dándome un beso mientras dejaba caer la toalla.
Parece que el desayuno ya está servido, murmuré, acariciando su trasero, con la secreta esperanza de liberar toda la tensión acumulada desde la ducha.
Nada de eso, guarda esa energía para más tarde. Hoy quiero disfrutar esta linda mañana.
Me retiré no sin antes dar una pequeña nalgada a modo de reclamo. Pero estaba de acuerdo, ya que quería aprovechar la mañana para ver la opción de cambiar de hotel sin decirle a Natasha para no arrepentirme.
Amor, voy a bajar al restaurant te espero allá en la misma mesa de ayer.
Vale, me visto y bajo enseguida.
La mañana se desplegaba con una promesa tácita, y yo sabía que Natasha tardaría al menos media hora en alistarse. Aproveché ese margen para bajar a la recepción. Mi objetivo era claro: averiguar si podíamos modificar la fecha de salida o si implicaba alguna penalización. La recepcionista, una mujer de sonrisa amable, confirmó que era posible, aunque sí, habría una pequeña multa; la reserva era por varios días y así lo estipulaba la política del hotel.
Mientras conversábamos, le pregunté sobre las opciones de transporte cercanas. Ella, curiosa, me inquirió sobre mi destino, mencionando que desde el hotel partían autobuses cuatro veces al día. Tras unos instantes de meditación, y con la certeza de que probablemente no la volvería a ver en mi vida, me armé de valor. Le dije sin rodeos que mi intención era ir al hotel de al lado —ese que, sin duda, era un hotel swinger— y que deseaba cancelar nuestra reserva a partir de la mañana siguiente.
Su expresión no cambió. Con sorprendente naturalidad, comentó que muchos huéspedes solían ir y venir entre ambos establecimientos. Me indicó el horario del bus de las 12:30. Con eficiente profesionalismo, procedió a la cancelación y, tras calcular la multa, me detalló las condiciones del check-out. Le agradecí su amabilidad y me dirigí al restaurante.
Mientras esperaba el desayuno, aproveché para hacer la nueva reserva desde mi smartphone, cruzando los dedos para que el otro hotel no estuviera lleno. Para mi inmensa suerte —y para la salvación de mi integridad física, pues Natasha, de lo contrario, me habría "cortado los huevos" por dejarnos sin alojamiento—, aún quedaban bastantes plazas disponibles. Aunque este nuevo hotel era un poco más económico, decidí invertir la misma cantidad que habríamos gastado en el de cinco estrellas. Mi propósito era claro: asegurar unas vacaciones realmente inolvidables.
Estaba absorto en la lectura de las reglas que me habían enviado al correo cuando, de pronto, la vi aparecer. Natasha venía despampanante. Un vestido blanco veraniego, ligero, se ceñía a su figura, dejando adivinar un bikini turquesa que realzaba sus curvas con una perfección asombrosa. Noté cómo varias mesas a nuestro alrededor se giraban, sus ocupantes incapaces de disimular las miradas de admiración. Modestia aparte, ella era, sin lugar a dudas, una de las mujeres más hermosas del lugar.
Cuando se acercó, su mirada buscó mi plato. ¿Ya comiste algo? No tienes nada en la mesa. Le respondí con una sonrisa, casi cómplice, Estaba esperando que llegaran los alemanes para ver su reacción.
No seas bobo, si están ahí.
Me di vuelta para verlos, pero me di cuenta de inmediato que era una jugada maestra de Natasha.
Se nota que quieres verla... digo verlos nuevamente... Dijo, declarándose ganadora de esta broma.
Puede ser, pero la que no se controlaría serías tú, dije con sorna.
No, me lo devoraría... Venga, vamos a comer algo mejor, dijo, cambiando de tema con una sonrisa contagiosa.
Sí, mejor, dije, disipando mis dudas sobre si había hecho lo correcto al cambiarnos de hotel, pero con un nudo en el estómago.
Nos servimos un desayuno bastante contundente, cargando nuestros platos con una mezcla de antojos dulces y salados. Debo reconocer que, a pesar del apetito, una parte de nuestra atención estaba completamente absorbida en la búsqueda de los alemanes. Nuestras miradas se deslizaban con disimulo por el amplio comedor, escaneando cada nueva entrada, cada mesa ocupada. Había una mezcla de expectación y curiosidad en el aire que compartíamos sin palabras.
Pero el tiempo pasaba, las tazas de café se vaciaban y los platos se iban limpiando. Finalmente, para mi desilusión, no aparecieron. Me lamenté internamente. Había depositado una pequeña esperanza en ese encuentro. Pensaba usarlos, su presencia tangible y la adrenalina que generaban, como un argumento silencioso, una chispa que encendiera aún más la curiosidad de Natasha y la convenciera de que cambiarnos de hotel era la aventura perfecta que necesitábamos. Ahora, el plan inicial de "confrontación" se había evaporado. La tarea de proponerle la idea recaería completamente en mis hombros, y eso, lo sabía, requeriría una estrategia diferente.
Después de desayunar, nos dirigimos a la habitación para recoger nuestras cosas y salir hacia una de las playas cercanas. Mientras caminábamos, nos deleitamos con la belleza del lugar. El hotel tenía bastante gente, pero, para mi sorpresa, las playas adyacentes no estaban tan abarrotadas como había imaginado. También notamos una buena cantidad de sitios donde podríamos pedir bebidas y algo para picar.
Tras un breve paseo, dimos con una playa que nos cautivó. Estaba un poco más concurrida que las otras, pero tenía un ambiente genial. Nos acomodamos en una zona un poco más despejada y me dispuse a admirar el entorno. Debo decir que era fenomenal: la arena parecía azúcar bajo nuestros pies, el agua se extendía en tonos cristalinos, y por supuesto, había mujeres hermosas por doquier. Estaba absorto en esa contemplación hasta que Natasha me interrumpió, pidiéndome que le aplicara protector solar. Se recostó sobre la toalla, facilitándome la tarea.
Mientras mis manos se deslizaban sobre su piel, esparciendo el protector, no pude evitar notar a algunas bañistas que, con total naturalidad, tomaban el sol con el torso descubierto. Una oleada de excitación me recorrió, mezclada con el impulso de una broma.
Amor, pero quítate todo, que acá veo que se permite andar con las tetas al aire, le solté, un poco excitado y con una sonrisa, sabiendo en el fondo que ella no se atrevería.
Ella se incorporó ligeramente, sus ojos bien abiertos y una exclamación divertida escapó de sus labios:
¡Nooo! ¡Estás loco, no me atrevo! Su voz denotaba una mezcla de sorpresa y diversión ante mi atrevimiento.
Vamos, si nadie te conoce. Traté de insistir con un tono juguetón, intentando empujarla un poco más allá de su zona de confort. La idea de verla tan libre, tan despreocupada, me encendía.
Es que no puedo, quizás otro día, pero acá hay mucha gente. Respondió, con una pizca de nerviosismo y una risita.
Su mirada recorrió rápidamente la playa, como si el número de bañistas fuera una barrera insuperable para su pudor. Sabía que, por ahora, había llegado a su límite, pero la semilla de la idea ya estaba plantada.
Las palabras de Natasha habían entreabierto una puerta, y yo, sin dudarlo, estaba dispuesto a abrirla aún más. Sin discutir, ni una palabra de por medio, comencé a extender mis manos untadas con protector solar por su espalda. Aplicar crema en su cuerpo frente a tanta gente siempre me había puesto un poco nervioso, una mezcla de pudor y exhibición, pero esta vez, la sensación era diferente; una oleada de excitación me recorría.
Mis manos se deslizaron con intención, bajando por sus piernas, trazando suaves y lentas caricias sobre su piel, buscando un camino sensual hacia su trasero. Era un juego, un coqueteo táctil. El roce de mis dedos era deliberado, buscando despertar cada poro, cada nervio. Subí rodeando sus caderas, sin llegar a tocar directamente el objetivo, ascendiendo hasta sus hombros para luego descender, acariciando con ligereza el costado de sus pechos. Jugaba con la idea de que me pidiera más, de que su cuerpo le rogara continuar.
Después de un rato alternando entre el suave masaje en sus piernas y hombros, finalmente decidí ceder a la tentación y mis manos bajaron hacia su trasero. Apenas empecé a acariciar esa parte interna de sus muslos —porque no había otra forma de llamarlo—, noté cómo Natasha se movía, presionando sutilmente su cuerpo contra la arena. Era innegable. Se estaba excitando. Y yo creía, o al menos quería creer, que la intensidad de todo lo vivido con Kristín y Antón la noche anterior tenía mucho que ver con su creciente excitación, además, claro, de mis caricias provocadoras. La conexión entre nuestros deseos se hacía tangible bajo el sol.
La chispa de la noche anterior, apenas contenida, debía avivarse. Mi objetivo era claro: mantenerla en ese filo de deseo, persuadirla para cruzar el umbral del otro hotel sin despertar su resistencia. Con una voz que apenas ocultaba mi intención, y bajo el pretexto de una aplicación más uniforme, le sugerí que desabrochara su sostén. "Acostada así, nadie verá nada", musité, sabiendo que era una petición recurrente, un ritual íntimo entre nosotros que siempre culminaba con la liberación de su parte superior. No dudé que lo haría; era un paso natural en nuestra danza.
Sin vacilar, sus dedos hábiles desengancharon el broche. El tejido cedió, revelando la suave curva de su espalda, mientras sus brazos se movían con una gracia consciente, protegiendo la intimidad de sus senos de las miradas ajenas. Era un acto de confianza, una entrega que aceleró mi pulso.
Con su espalda desnuda y vulnerable ante mí, comencé un masaje que conocía a la perfección. Mis manos eran expertas en este arte dual: podían sumirla en un sueño profundo o encenderla hasta el punto de la rendición, hasta que los gemidos y el sudor se volvieran ineludibles. Por la tensión en el aire y la electricidad que ya sentía, sabía que esta vez sería lo segundo.
Mis dedos se movían con una cadencia deliberada, desde la nuca hasta la curva de sus hombros. Luego, con una lentitud exquisita, descendían rozando el costado de sus senos, una caricia tan ligera que apenas era un susurro sobre su piel, pero lo suficiente para que la punta de mis dedos apenas rozara sus pezones, sintiéndolos endurecerse bajo mi tacto fugaz. Bajaba por su costado hasta la cintura, y luego invertía el movimiento, ascendiendo de nuevo, simulando una y otra vez que mis manos se cerrarían sobre la plenitud de sus pechos, pero siempre deteniéndome justo antes, en un juego de anticipación que se mezclaba con la rutina de un masaje relajante.
Mientras mis manos tejían esa red de sensaciones, su respiración se volvió más profunda, más agitada, un suave jadeo que se escapaba de sus labios entrecortados. Pequeños gemidos, apenas audibles, vibraban en el aire, confirmando que mi plan se desarrollaba a la perfección. Justo en el clímax de uno de esos gemidos, detuve mis manos con una suavidad casi cruel. La reacción de Natasha fue inmediata, un ligero estremecimiento, una búsqueda inconsciente de mi tacto que se había retirado.
No te detengas, dijo reclamando en un tono muy suave, casi un susurro que se perdió en el murmullo de las olas.
Bueno, sí, solo era ponerte protector solar, respondí, con una sonrisa que no podía ocultar mi satisfacción al verla tan entregada.
Pero está rico tu masaje. Su voz era un ronroneo, y sentí su cuerpo tensarse ligeramente contra la toalla, como si buscara más de mi tacto.
Sí, noté que te estaba gustando, jejeje. Mi risa fue baja, cómplice, un eco de la excitación que ambos sentíamos.
Ya, no seas malo, es tu culpa, dijo con un tono de niña mala y caprichosa, pero sus ojos brillaban con una picardía innegable. Sabes perfectamente lo que haces con esas manos.
¿Ah, sí? ¿Y qué es lo que hago, mi amor? La provoqué, inclinándome un poco más, sintiendo el calor de su piel bajo la mía.
Me dejas... así, dijo, moviendo un poco las caderas, una insinuación clara de la excitación que la embargaba. No puedes dejarme a medias.
Quizás no debería haber empezado, entonces. Pero no me arrepiento de nada.
Ni yo, dijo con una sonrisa seductora. Pero ahora, ¿qué hacemos?
Voy al agua un momento, ¿vienes? Propuse, aunque sabía que la respuesta podría ser predecible.
No, dejaré un rato que el protector se absorba. Necesito un momento...
Está bien.
La verdad, ir al agua era la única forma que tenía de bajar la erección que tenía en ese momento. Debía mantenerme estoico si quería evitar un fusilamiento por el cambio de hotel.
Mientras estaba en la playa, podía ver un grupo de chicas que disfrutaban muy cerca mío del agua, eran tres en total y dos de ellas tenían las tetas al aire, no eran modelos, pero vaya que estaban buenas, me comencé a acercar para verlas mejor, cuando siento que alguien me toca la espalda. Del susto pegué un pequeño grito y me giré como cuando pillan a un niño robando galletas.
Pero ¿qué te pasó? ¿has matado a alguien o qué? Dijo Natasha que había llegado sin darme cuenta.
No, nada solo disfruto de las vistas.
Ya veo, si te tienen las tetas en la cara, dijo con un tono irónico y una sonrisa burlona.
Es que la verdad no lo pude evitar, además tu no quieres mostrarme las tuyas jejeje
Yo no tengo problema, pero en nuestra habitación, no con gente extraña.
Por un instante, una punzada helada me atravesó el pecho. Su voz, de repente tan seria, resonó en mis oídos con una autoridad inesperada, y mi estómago se revolvió en un nudo de incertidumbre. La duda se instaló, pesada, aplastando la euforia de hacía un momento: ¿había realmente cometido un error al cancelar la reserva sin consultarle antes? Mi plan, tan cuidadosamente tejido, flaqueaba de golpe con esa sencilla frase. Me sentí desorientado, sin saber si debía seguir adelante con mi estrategia o confesarle todo de inmediato, arriesgándome a su reacción. La tensión se acumuló en el aire, palpable, mientras mi mente corría a mil por hora buscando la mejor salida.
Estuvimos disfrutando un rato en el agua, la verdad nos relajamos y no le dimos más vueltas al asunto de las chicas en topless, sin embargo, cada cierto tiempo no podía evitar mirar y disfrutar del movimiento de esas turgentes obras de arte, para luego sentir miedo ante mis últimas acciones.
Cariño, ¿salgamos? Me está dando hambre dijo Natasha con una voz de niña.
Claro, vamos.
Ya llevaba un buen rato flotando en el agua y mi erección había bajado completamente. Al salir me di cuenta de que Natasha llevaba la parte del bikini metida en su culo, lo que encontré muy sexy, eso sumado al paisaje, fue un momento único, que quise retratar en fotos, además son recuerdos que quedarían para siempre.
Amor, ¿te parece si nos sacamos algunas fotos? Dije, con una sonrisa, aprovechando el momento de calma para capturar su belleza.
Sí, pero deja arreglarme un poco. Respondió ella, con un gesto coqueto, aunque sabía que su belleza natural no necesitaba ningún retoque.
Bueno, dije, aguantando una risa que amenazaba con escapar. Aunque tú nunca sales mal en una foto, mi amor. Mi mirada recorrió su figura, confirmando mi pensamiento.
Luego de unos minutos en que Natasha se dedicó a retocar su cabello, moviendo sus dedos con gracia para que cada mechón cayera en su lugar perfecto, y ajustó con delicadeza los lazos de su bikini, realzando sutilmente su figura, saqué mi teléfono. Comencé a capturar su esencia en una serie de fotos, cada una más deslumbrante que la anterior. Después, con un poco de dificultad y muchas risas, intentamos varias selfies juntos, girando el teléfono, buscando el ángulo ideal, con el sol de fondo y la alegría del momento pintada en nuestros rostros. Estábamos absortos en la diversión de inmortalizar nuestra felicidad, cuando de repente, una voz femenina, clara y cercana, rompió la burbuja de nuestro mundo.
K: Les puedo tomar fotos a ambos si quieren.
¡Kristín! Dijo alegremente Natasha
Me puse de pie y me acerqué a ella, mi mano deslizándose con una lentitud deliberada hacia su cintura, un gesto íntimo que buscaba reconectar. Sentí la suavidad de su piel bajo mi palma, un roce apenas perceptible mientras mis dedos recorrían en silencio cada centímetro, deteniéndose finalmente para posarse con una ligera presión. En ese mismo instante, Natasha se puso de pie y la abrazó, sellando el encuentro con un gesto de familiaridad.
K: ¿Cómo están chicos? ¿sesión de fotos?
Si, para inmortalizar el momento, dijo Natasha, cerrando un ojo y con una sonrisa en la boca.
K: Entonces yo les ayudo, se ven muy bien.
¿Y Antón? Preguntó Natasha con un interés inusitado.
Está terminando de hacer el check-out, nos vamos en un par de horas.
¿Es en serio? —murmuró Natasha, más para sí misma que para Kristín, un velo de genuina lástima cubriendo su expresión.
No entendía por qué Natasha estaba tan preocupada de ellos, acaso ¿había hecho una amistad tan rápido? ¿quizás deseaba tener más tiempo con Antón? Los celos y el morbo se revolvían en mi cabeza, pero la sola idea de poder estar con Kristín, me excitaba en demasía. La figura de Antón me sacó de mis pensamientos perversos y una sonrisa se me dibujó en la cara al ver como Natasha no despegaba el ojo de él, abriéndome paso a mi plan de convencerla sobre el hotel swinger.

Cariño que lo vas a desgastar con tanta mirada, dije poniéndola en evidencia como lo hizo ella antes.
K: Déjala que, por mí, no se corte, dijo Kristín divertida.
Nos reímos brevemente del comentario de Kristín, mientras Natasha se sonrojaba y se ponía las gafas de sol para ocultar su mirada.
A: ¡Andrés! Dijo Antón dándome un abrazo como si fuéramos amigos de toda la vida.
Lo saludé de igual manera mientras él se giraba en dirección a mi amada, lo que provocó que Kristín se acercara a mí tomándome del brazo, lo que provocó mi sorpresa. Llevaba un micro bikini, creo que cubría más con sus manos que con lo que llevaba puesto, se veía infartante, se notaba que tenía unos pezones pequeños para poder ser cubiertos por esa minúscula tela.
A: Natasha ¿cómo estás? Dijo Antón mientras se acercaba a saludar con un beso y un abrazo.
Bien, gracias, dijo mientras se ruborizaba y acariciaba sus brazos.
Antón, era un tipo joven, se notaba su musculatura sin exagerar, al igual que Kristín, se veía que hacían bastante ejercicio y cuidaban su alimentación. Natasha siempre se jactó que no le gustaban muy musculosos, pero Antón calzaba seguramente en todas sus fantasías, lo que en cierto sentido, me provocaba una extraña sensación en el estómago. Nos sentamos luego de los saludos de rigor y comenzamos a hablar, Antón nos comentó que venían a disfrutar del último día en la playa.
Pero ¿dónde van? Natasha siempre fue muy curiosa y preguntona.
K: Es por acá cerca, dijo como si eludiera la pregunta.
¿Cuántos días estarán ahí?
K: unos cinco días, podrían darnos sus números, quizás podamos juntarnos en algún bar cercano.
Claro, hagamos un grupo, nosotros estaremos casi una semana más.
Mientras escuchaba lo que conversaban, pensaba que debía decirle cuanto antes a Natasha que había cancelado y hecho otra reserva en el hotel swinger.
Bien, he creado el grupo, dijo Natasha mientras miraba fijamente a Antón.
Ya está, dije mientras enviaba un hola en el chat.
K: esa soy yo, decía Kristín, mientras enviaba un sticker de ella en un bikini rosa con la mano haciendo la señal de paz.
Upa, creo que voy a robar ese sticker dije, mientras le cerraba un ojo a Kristín.
A: no me la vayas a desgastar mirando dijo Antón con un tono de burla.
No te aseguro que lo cumpla, dijo Natasha soltando una carcajada provocando la risa de todos.
La verdad, la conexión con ellos había sido instantánea, una química innegable que había hecho que cada momento compartido fuera puro disfrute. La idea de no volver a verlos, de que esa chispa se extinguiera tan pronto, me dejaba un sabor amargo en la boca, una sensación de oportunidad perdida. Sin embargo, la esperanza aún latía: al menos teníamos unos días por delante, una ventana para intentar coincidir de nuevo y, quizás, prolongar esa inesperada sintonía.
La mañana se volvía cada vez más calurosa, el sol apretaba con fuerza sobre la arena. Kristín, con un gesto despreocupado que me tomó por sorpresa, le pidió a Antón el bronceador. Sin mediar palabra, y con una naturalidad asombrosa, desató la parte superior de su bikini y se lo quitó, dejando sus senos al descubierto sin previo aviso, una visión que capturó mi mirada al instante.
K: ¿Les molesta que me quite esto? Dijo esto mirando a Natasha, quizás para ver su reacción.
No, para nada, ya hay varias chicas así, dijo Natasha sorprendida por la soltura de Kristín.
Pues no seré yo quien se queje, dije tratando de ocultar los estragos que estaba provocando su cuerpo, en el mío.
A: quieres hacer el honor, dijo Antón mientras me ofrecía el bronceador.
Pues…Dudé un instante y miré a Natasha buscando su aprobación.
Aprovecha, que yo debo ponerme protector solar nuevamente y no te pediré permiso para que Antón me lo ponga, dijo divertida.
No te cortas un pelo dije, mientras agarraba el bronceador y me ponía al lado de Kristín.
Natasha le pasó el protector solar a Antón que lo recibió con mucho gusto, mientras yo intentaba acomodarme sin que se notara la erección que llevaba, claro que no lo lograba mucho y tenía la mano derecha de Kristín a centímetros de mi miembro.
A: Pero te vas a sacar esto ¿no?, dijo Antón mientras hacía el amague de desabrochar el sujetador de Natasha.
No lo sé me da un poco de vergüenza.
A: Vamos no sucede nada...
Cobarde, dije yo mientras me ponía bronceador en mis manos. Jajaja, perdón Iba a decir “tímida”, vamos, Kristín estará igual que tú.
Desátalo tú entonces, dijo para mi sorpresa, dirigiéndose hacia Antón.
Sin esperar a que se arrepintiera, Antón desabrochó la parte superior del Bikini y comenzó a echarse crema en sus manos, mientras Natasha intentando cubrir sus pechos se sacaba la parte superior y la dejaba a un costado.
Por mi parte tenía a Kristín lista para mi deleite, por lo que comencé suavemente a esparcir la crema bronceante en su blanca piel, comencé tímidamente por los hombros, tentado de pasar por el costado, donde asomaban sus pechos que estaban presionados con la toalla, sin embargo, no me atrevía por completo, temiendo arruinar una buena amistad y quizás mi relación, sin dejar de lado unas prometedoras vacaciones que aún no sabía en qué terminarían.
K: tienes unas manos muy suaves.
Gracias, Natasha me dice lo mismo.
K: Pues afortunada ella que puede disfrutar de tus manos.
Jajaja. mi risa era nerviosa, no sabía cómo podía reaccionar Natasha cuando escuchara eso.
Levanté mi mirada y para mi sorpresa Natasha me estaba mirando y escuchando atentamente lo que conversábamos, pero con una ligera diferencia, Antón estaba pasando sus manos por sus piernas peligrosamente cerca de su trasero. Miré a Antón, que estaba concentrado en su faena y este al sentir que lo observaba, me miró como pidiendo permiso para continuar. Creo que no lo necesitaba, Natasha se dejaría follar ahí mismo por ese tipo y yo lo sabía, aunque me costaba asimilarlo y me daba en cierto modo una mezcla de celos, ardor en el estómago y algo de excitación. Moví mi cabeza, aprobando lo que hacía y este me sonrió, mientras posaba sus manos en el trasero de ella de una manera muy morbosa, como si buscara excitarla o así lo interpreté yo en mi mente morbosa. Me encontraba extasiado mirando lo que hacía ese par, que me había olvidado de que tenía mi propia batalla por librar.
K: ¿Qué pasa? aún te falta, dijo reclamando
Si, solo me distraje un poco dije, mientras comenzaba a pasar mis manos con más confianza.
K: Umhhh, que delicia.
Esto era la gloria, Natasha estaba siendo tocada frente a mí, sin sostén, por un casi extraño, mientras yo tenía en mis manos una espectacular rubia, en iguales condiciones que Natasha y dispuesta a que pasara mis manos por su cuerpo, con el beneplácito de mi mujer.
Comencé a pasar mis manos por su cintura hasta que me atreví a tocar su trasero, era una sensación única, por primera vez desde que estábamos juntos, tocaba un cuerpo diferente al de Natasha, me emocioné tanto que no me di cuenta de que mi pene comenzó a rozar la mano de Kristín. Lejos de asustarse por ello, Kristín comenzó un pequeño movimiento que rozaba mi miembro ya como una roca. Esto solo incrementó mi excitación por lo que comencé a acariciar el trasero y los pechos por el costado sin ningún disimulo, a estas alturas, mi excitación, superaba con creces mis celos. Natasha que miraba atenta todo lo que estaba haciendo, no podía notar que Kristín me estaba rozando el miembro, por supuesto con total intención de ello.
K: Bien, Ahora por delante, dijo Kristín mientras se daba vuelta y dejaba al descubierto mi erección.
Quedé congelado, era obvio que Natasha me había visto el bulto, pero no dijo nada. Claro, como me contaría después, ella estaba viviendo su propia fantasía.
K: ¿Te molestaría ponerme crema acá?, dijo señalando sus pechos blancos.
Por primera vez veía sus pechos, tenía un pezón pequeño, rodeado por una aureola rosada muy clara, los tenía totalmente duros.
Si, será un honor, dije mirando a Natasha.
Ella tenía su mirada clavada en mí, con el rostro rojo, y la respiración acelerada, que aunque lo intentaba ocultar, esa cara de placer era totalmente conocida para mí, en efecto estaba totalmente excitada.
Comencé a acariciar desde su ombligo, untando más crema de la necesaria para no detenerme en ningún momento. Kristín cerraba sus ojos y disfrutaba de mis caricias. Cuando pasé mis manos por sus senos, sentí muchas ganas de lamerlos, sentir su textura con mi lengua y por sobre todo apretarlos, pero obviamente debía aguantar para no romper el momento. Me preguntaba que tanto estaría dispuesta a dejarse hacer, había oído que en Europa eran más liberales, pero esto bordeaba lo swinger.
En un atrevimiento comencé a bajar mi mano en dirección a su pubis, como vi que no se inmutó, continué mi camino hasta llegar al borde del micro bikini y con uno de mis dedos lo introduje por el borde de esa pequeña tela, pero desde un costado, pues aún temía estar propasándome con ella. Fui avanzando lentamente, prestando mucha atención a sus respuestas físicas, pero no tuve ninguna objeción, por lo que avancé aún más. Pude notar que no tenía ningún pelo, y estaba totalmente suave, luego retiré la mano suavemente hasta subir a sus pechos, no quería descontrolarme y esto ya era demasiado.
Pude notar como se humedecía la tela lo que me provocó un deseo absoluto. Deseaba, quería follar, lo necesitaba. Miré a Natasha que me sonreía, mientras sin previo aviso se giró descubriendo sus pechos. Una mirada de malicia, venganza y deseo. Sabía que ella entendía perfectamente lo que pasaba por mi mente.
A: ¡Nice! dijo Antón sorprendido por el movimiento tan abrupto.
Yo también quiero crema aquí, dijo señalando sus pezones totalmente erectos.
A: Por su puesto, dijo mientras pasaba sus dedos por sus tetas con una sonrisa.
Lejos de darme celos, deseaba ver como acariciaban sus pechos pude imaginar como follaban delante nuestro, estaba dispuesto a todo, en ese momento el mundo se detuvo, mi mente ya no razonaba, era un animal en descontrol. Antón, por supuesto tenía un bulto que no disimulaba. Se notaba que estábamos los cuatro muy excitados, Natasha mostraba claros signos de descontrol, tenía su rostro rojo y su tanga se notaba húmeda igual que Kristín. La situación se estaba descontrolando y ya había gente que nos estaba mirando.
Creo que es mejor detenernos o acabaremos follando los cuatro acá mismo, dije volviendo a poner mi mente bajo control.
K: Nosotros no tenemos problemas, dijo Kristín con una sonrisa malvada.
Natasha y yo nos miramos, era una invitación clara a follar, tal como lo imaginábamos en nuestras más perversas fantasías, pero esta vez era real.
Reconozco que, en algunos momentos, la fantasía puede llegar a ser real, pero en un momento de lucidez, imaginé a mi mujer siendo penetrada por Antón y los celos llenaron nuevamente mi cabeza, mi erección bajó considerablemente ante aquella insinuación. Kristín era una mujer espectacular, sin embargo, mi mujer no era una moneda de intercambio, esto debía ser mejor planificado, lo que me trajo a la mente el hotel y todo lo que estaba haciendo, volviendo a apretar mi estómago amargamente.
Confieso que suena tentador, pero mejor no, no quiero dañar su relación ni la nuestra, dije después de aquella reflexión a la velocidad de la luz.
K: Está bien, no te preocupes, aunque si cambian de opinión, ya tienes nuestros números, dijo Kristín riendo.
Lo pensaremos, dijo Andrea mientras reía al igual que nuestra amiga.
Antón y yo solo escuchábamos. Quedó un ambiente denso, estaba cargado de erotismo, pero también silencio y al ver que la cosa no iba por buen camino, decidí ir al agua a bajar la calentura.
Amor, ¿vamos al agua? La invitación a Natasha fue recibida velozmente.
Claro, vamos.
Pensé que se cubriría, sin embargo, se levantó tal como estaba y salió delante mío tomándome la mano y jalándome en dirección al mar, normalmente Natasha no entra demasiado ya que las olas le dan un poco de miedo, al no saber nadar muy bien, sin embargo, esta vez continuó caminando hasta quedar con el agua sobre sus pechos, lo cual me llamó la atención, a pesar de que no había muchas olas.
Esto es una locura, dijo finalmente mientras se detenía.
Si lo sé, pero lo estabas disfrutando ¿no?
La verdad sí, pero tú no te quedabas atrás. Mira que te vi como estabas, dijo mientras me agarraba el bulto en mi short por debajo del agua.
Pues no soy el único, le respondí mientras metía mi mano por debajo de su bikini, no podía saber que tan mojada estaba debido al agua, sin embargo, sabía que estuvo empapada.
¡Uhmm! exclamó cerrando los ojos y apoyando su cabeza en mi hombro.
Comenzamos a masturbarnos mutuamente al ritmo de las pocas olas, no había mucha gente cerca lo que me daba más confianza a pesar de la claridad del agua.
Fóllame ya.
Sin decir una palabra la tomé por la cintura y la acerqué a mí, corrí su bikini y comencé a penetrarla suavemente mientras veía como se acercaban los alemanes a lo lejos.
Amor vienen para acá.
Déjalos, por culpa de ellos estoy así, dijo Natasha casi con rabia.
Comenzamos a follar y a besarnos apasionadamente, cuando llegaron los alemanes no dijeron nada y a menos de un metro comenzaron a follar también. Podía escuchar los gemidos de Kristín, por lo que no podía parar de mirarla. Natasha debía sentirse igual de excitada de verlos porque no despegaba su mirada de ellos, especialmente de Antón que se movía bajo el agua, menos cauteloso que yo.
Con el movimiento de las olas, cada vez estábamos más cerca, finalmente nuestros cuerpos comenzaron a rozarse y fue Kristín la que dio el primer paso acariciando una teta de Natasha, la que sorprendió tanto que comenzó a convulsionar de placer, luego fue Antón que estiró su mano sin dejar de follar a Kristín y comenzó a acariciar el culo de Natasha y ayudarla con el movimiento para recibir mis estocadas. Esto fue demasiado para mi mujer, quien, con un grito apagado, tuvo uno de sus mejores orgasmos. Por mi parte no iba a desaprovechar la oportunidad y comencé a acariciar el trasero de Kristín, quien se bajó de Antón y se puso a mi lado y comenzó a acariciar mi pecho. Antón viendo que Natasha estaba más relajada se acercó a ella y comenzó a besarle el cuello, ella se separó de mí y comenzó a acariciar su pene que lo tenía fuera de su traje de baño.
Kristín al ver que Natasha había dado ese paso, comenzó a masturbarme mirándome fijamente a los ojos, yo inmediatamente comencé a acariciar su vulva metiendo mis dedos suavemente. El placer era indescriptible, tenía unos labios suaves y un clítoris que sobresalía un poco, pero era un manjar para mis dedos.
Comencé un movimiento rápido con mis dedos y Kristín no tardó mucho en acabar y casi con ella acabé yo al ritmo de sus caricias.
Natasha estaba apoyando su cabeza en el hombro de Antón, mientras este la tocaba y ella lo masturbaba al igual que habíamos hecho nosotros. Natasha estaba nuevamente al límite, no duró mucho y tuvo un segundo orgasmo que, aunque fue más corto que el anterior, fue igual de placentero. Antón no parecía tener signos de acabar, sin embargo, para mi total sorpresa Natasha, se sumergió en el agua y se metió todo su tronco en la boca, no se distinguía muy bien, a pesar de las aguas cristalinas, sin embargo, la cara de placer de Antón lo delataba. Mientras Kirstin me abrazaba, mirábamos como Antón se acercaba al orgasmo a manos de mi mujer, mi morbo estaba mezclado con celos, pero eran celos de no ser yo quien recibiera la mamada de Natasha, que lo hace de un modo espectacular.
De un momento a otro Natasha salió del agua para respirar y continuó masturbando a Antón, quien ya no daba más, por lo que tuvo un orgasmo soltando toda su leche.
Los cuatro nos quedamos mirando abrazados a la pareja del otro, pensando en la última reflexión que tuve, sabiendo lo equivocado que estaba y fue ahí, en ese instante, a pesar de todas mis incoherencias mentales, donde me dije, esto se tiene que repetir.
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El mero recuerdo de Natasha, desnuda, sudando, sus gemidos resonando mientras la poseía sin pudor ante aquellas miradas cómplices, encendía una excitación que me dejaba completamente a merced de mi deseo. Mi cuerpo, ya tenso, clamaba por más.
Intenté despejar mi mente bajo el chorro de la ducha, pero fue inútil. Mis manos, casi por instinto, comenzaron a recorrer mi propia piel, y las imágenes de Kristín y Natasha se mezclaron en un torbellino de sensaciones. "Quizás", pensé, "podría despertar a mi dulce compañera y continuar la euforia". Pero al salir, listo para la acción, la encontré sumida en un sueño tan sereno, tan tierno, que la idea de interrumpir su descanso se disipó. Era aún muy temprano, y su paz era sagrada.
Mientras me vestía, la idea de explorar el sexo frente a otros, quizás incluso el intercambio de parejas, comenzó a sembrar una adrenalina potente en mi interior. No estaba seguro de si sería posible en la primera ocasión; los celos podían ser traicioneros. Un escalofrío me recorrió al recordar la punzada que sentí cuando Natasha mencionó lo "cariñoso" que Antón había sido con ella, provocándole "cosas" que, para mí, eran pura excitación. En ese momento, Natasha ya había despertado y yo estaba casi listo para ir a desayunar.
¡Por supuesto! Aquí tienes una versión mejorada, manteniendo la sensualidad y el flujo narrativo:
Mientras me vestía, la idea de explorar el sexo frente a otros, quizás incluso el intercambio de parejas, comenzó a sembrar una adrenalina potente en mi interior. No estaba seguro de si sería posible en la primera ocasión; los celos podían ser traicioneros. Un escalofrío me recorrió al recordar la punzada que sentí cuando Natasha mencionó lo "cariñoso" que Antón había sido con ella, provocándole "cosas" que, para mí, eran pura excitación. En ese momento, Natasha ya había despertado y yo estaba casi listo para ir a desayunar.
Mientras Natasha se duchaba, me senté un momento en la terraza, respirando el aire fresco y reflexionando sobre las posibilidades. ¿Qué pasaría si Natasha decidiera tener sexo conmigo frente a alguien más, o si nos atrevíamos a un intercambio de pareja? Pensaba en las consecuencias, en lo que eso me provocaría. Estaba tan absorto en mis pensamientos que me di cuenta: a pesar de cualquier atisbo de celos, el nivel de excitación era abrumadoramente mayor. Quizás una aventura así era precisamente lo que este país nos ofrecía. Fue entonces cuando lo decidí: debía convencer a Natasha de que fuéramos al otro hotel y ver si juntos nos atrevíamos a dar rienda suelta a esta fantasía.
Natasha salió de la ducha, envuelta apenas en una toalla que apenas cubría su silueta. Yo, ya vestido con un pantalón corto de baño y una camiseta blanca, estaba perfumado y peinado, listo para el día... y para la conversación que cambiaría nuestra aventura.
Amor, ¿estás lista? Dije, rebosante de ánimo.
Ella respondió, riéndose, con una clara alusión a los bikinis que poblarían la playa: Te noto ansioso por salir, ¿será para aprovechar las vistas?
No, es solo que creo que deberíamos disfrutar el día.
¿Vamos a la playa o a la piscina?
¿Te parece si primero desayunamos algo y luego nos vamos a la playa?
Vale, me parece bien, dijo ella, dándome un beso mientras dejaba caer la toalla.
Parece que el desayuno ya está servido, murmuré, acariciando su trasero, con la secreta esperanza de liberar toda la tensión acumulada desde la ducha.
Nada de eso, guarda esa energía para más tarde. Hoy quiero disfrutar esta linda mañana.
Me retiré no sin antes dar una pequeña nalgada a modo de reclamo. Pero estaba de acuerdo, ya que quería aprovechar la mañana para ver la opción de cambiar de hotel sin decirle a Natasha para no arrepentirme.
Amor, voy a bajar al restaurant te espero allá en la misma mesa de ayer.
Vale, me visto y bajo enseguida.
La mañana se desplegaba con una promesa tácita, y yo sabía que Natasha tardaría al menos media hora en alistarse. Aproveché ese margen para bajar a la recepción. Mi objetivo era claro: averiguar si podíamos modificar la fecha de salida o si implicaba alguna penalización. La recepcionista, una mujer de sonrisa amable, confirmó que era posible, aunque sí, habría una pequeña multa; la reserva era por varios días y así lo estipulaba la política del hotel.
Mientras conversábamos, le pregunté sobre las opciones de transporte cercanas. Ella, curiosa, me inquirió sobre mi destino, mencionando que desde el hotel partían autobuses cuatro veces al día. Tras unos instantes de meditación, y con la certeza de que probablemente no la volvería a ver en mi vida, me armé de valor. Le dije sin rodeos que mi intención era ir al hotel de al lado —ese que, sin duda, era un hotel swinger— y que deseaba cancelar nuestra reserva a partir de la mañana siguiente.
Su expresión no cambió. Con sorprendente naturalidad, comentó que muchos huéspedes solían ir y venir entre ambos establecimientos. Me indicó el horario del bus de las 12:30. Con eficiente profesionalismo, procedió a la cancelación y, tras calcular la multa, me detalló las condiciones del check-out. Le agradecí su amabilidad y me dirigí al restaurante.
Mientras esperaba el desayuno, aproveché para hacer la nueva reserva desde mi smartphone, cruzando los dedos para que el otro hotel no estuviera lleno. Para mi inmensa suerte —y para la salvación de mi integridad física, pues Natasha, de lo contrario, me habría "cortado los huevos" por dejarnos sin alojamiento—, aún quedaban bastantes plazas disponibles. Aunque este nuevo hotel era un poco más económico, decidí invertir la misma cantidad que habríamos gastado en el de cinco estrellas. Mi propósito era claro: asegurar unas vacaciones realmente inolvidables.
Estaba absorto en la lectura de las reglas que me habían enviado al correo cuando, de pronto, la vi aparecer. Natasha venía despampanante. Un vestido blanco veraniego, ligero, se ceñía a su figura, dejando adivinar un bikini turquesa que realzaba sus curvas con una perfección asombrosa. Noté cómo varias mesas a nuestro alrededor se giraban, sus ocupantes incapaces de disimular las miradas de admiración. Modestia aparte, ella era, sin lugar a dudas, una de las mujeres más hermosas del lugar.
Cuando se acercó, su mirada buscó mi plato. ¿Ya comiste algo? No tienes nada en la mesa. Le respondí con una sonrisa, casi cómplice, Estaba esperando que llegaran los alemanes para ver su reacción.
No seas bobo, si están ahí.
Me di vuelta para verlos, pero me di cuenta de inmediato que era una jugada maestra de Natasha.
Se nota que quieres verla... digo verlos nuevamente... Dijo, declarándose ganadora de esta broma.
Puede ser, pero la que no se controlaría serías tú, dije con sorna.
No, me lo devoraría... Venga, vamos a comer algo mejor, dijo, cambiando de tema con una sonrisa contagiosa.
Sí, mejor, dije, disipando mis dudas sobre si había hecho lo correcto al cambiarnos de hotel, pero con un nudo en el estómago.
Nos servimos un desayuno bastante contundente, cargando nuestros platos con una mezcla de antojos dulces y salados. Debo reconocer que, a pesar del apetito, una parte de nuestra atención estaba completamente absorbida en la búsqueda de los alemanes. Nuestras miradas se deslizaban con disimulo por el amplio comedor, escaneando cada nueva entrada, cada mesa ocupada. Había una mezcla de expectación y curiosidad en el aire que compartíamos sin palabras.
Pero el tiempo pasaba, las tazas de café se vaciaban y los platos se iban limpiando. Finalmente, para mi desilusión, no aparecieron. Me lamenté internamente. Había depositado una pequeña esperanza en ese encuentro. Pensaba usarlos, su presencia tangible y la adrenalina que generaban, como un argumento silencioso, una chispa que encendiera aún más la curiosidad de Natasha y la convenciera de que cambiarnos de hotel era la aventura perfecta que necesitábamos. Ahora, el plan inicial de "confrontación" se había evaporado. La tarea de proponerle la idea recaería completamente en mis hombros, y eso, lo sabía, requeriría una estrategia diferente.
Después de desayunar, nos dirigimos a la habitación para recoger nuestras cosas y salir hacia una de las playas cercanas. Mientras caminábamos, nos deleitamos con la belleza del lugar. El hotel tenía bastante gente, pero, para mi sorpresa, las playas adyacentes no estaban tan abarrotadas como había imaginado. También notamos una buena cantidad de sitios donde podríamos pedir bebidas y algo para picar.
Tras un breve paseo, dimos con una playa que nos cautivó. Estaba un poco más concurrida que las otras, pero tenía un ambiente genial. Nos acomodamos en una zona un poco más despejada y me dispuse a admirar el entorno. Debo decir que era fenomenal: la arena parecía azúcar bajo nuestros pies, el agua se extendía en tonos cristalinos, y por supuesto, había mujeres hermosas por doquier. Estaba absorto en esa contemplación hasta que Natasha me interrumpió, pidiéndome que le aplicara protector solar. Se recostó sobre la toalla, facilitándome la tarea.
Mientras mis manos se deslizaban sobre su piel, esparciendo el protector, no pude evitar notar a algunas bañistas que, con total naturalidad, tomaban el sol con el torso descubierto. Una oleada de excitación me recorrió, mezclada con el impulso de una broma.
Amor, pero quítate todo, que acá veo que se permite andar con las tetas al aire, le solté, un poco excitado y con una sonrisa, sabiendo en el fondo que ella no se atrevería.
Ella se incorporó ligeramente, sus ojos bien abiertos y una exclamación divertida escapó de sus labios:
¡Nooo! ¡Estás loco, no me atrevo! Su voz denotaba una mezcla de sorpresa y diversión ante mi atrevimiento.
Vamos, si nadie te conoce. Traté de insistir con un tono juguetón, intentando empujarla un poco más allá de su zona de confort. La idea de verla tan libre, tan despreocupada, me encendía.
Es que no puedo, quizás otro día, pero acá hay mucha gente. Respondió, con una pizca de nerviosismo y una risita.
Su mirada recorrió rápidamente la playa, como si el número de bañistas fuera una barrera insuperable para su pudor. Sabía que, por ahora, había llegado a su límite, pero la semilla de la idea ya estaba plantada.
Las palabras de Natasha habían entreabierto una puerta, y yo, sin dudarlo, estaba dispuesto a abrirla aún más. Sin discutir, ni una palabra de por medio, comencé a extender mis manos untadas con protector solar por su espalda. Aplicar crema en su cuerpo frente a tanta gente siempre me había puesto un poco nervioso, una mezcla de pudor y exhibición, pero esta vez, la sensación era diferente; una oleada de excitación me recorría.
Mis manos se deslizaron con intención, bajando por sus piernas, trazando suaves y lentas caricias sobre su piel, buscando un camino sensual hacia su trasero. Era un juego, un coqueteo táctil. El roce de mis dedos era deliberado, buscando despertar cada poro, cada nervio. Subí rodeando sus caderas, sin llegar a tocar directamente el objetivo, ascendiendo hasta sus hombros para luego descender, acariciando con ligereza el costado de sus pechos. Jugaba con la idea de que me pidiera más, de que su cuerpo le rogara continuar.
Después de un rato alternando entre el suave masaje en sus piernas y hombros, finalmente decidí ceder a la tentación y mis manos bajaron hacia su trasero. Apenas empecé a acariciar esa parte interna de sus muslos —porque no había otra forma de llamarlo—, noté cómo Natasha se movía, presionando sutilmente su cuerpo contra la arena. Era innegable. Se estaba excitando. Y yo creía, o al menos quería creer, que la intensidad de todo lo vivido con Kristín y Antón la noche anterior tenía mucho que ver con su creciente excitación, además, claro, de mis caricias provocadoras. La conexión entre nuestros deseos se hacía tangible bajo el sol.
La chispa de la noche anterior, apenas contenida, debía avivarse. Mi objetivo era claro: mantenerla en ese filo de deseo, persuadirla para cruzar el umbral del otro hotel sin despertar su resistencia. Con una voz que apenas ocultaba mi intención, y bajo el pretexto de una aplicación más uniforme, le sugerí que desabrochara su sostén. "Acostada así, nadie verá nada", musité, sabiendo que era una petición recurrente, un ritual íntimo entre nosotros que siempre culminaba con la liberación de su parte superior. No dudé que lo haría; era un paso natural en nuestra danza.
Sin vacilar, sus dedos hábiles desengancharon el broche. El tejido cedió, revelando la suave curva de su espalda, mientras sus brazos se movían con una gracia consciente, protegiendo la intimidad de sus senos de las miradas ajenas. Era un acto de confianza, una entrega que aceleró mi pulso.
Con su espalda desnuda y vulnerable ante mí, comencé un masaje que conocía a la perfección. Mis manos eran expertas en este arte dual: podían sumirla en un sueño profundo o encenderla hasta el punto de la rendición, hasta que los gemidos y el sudor se volvieran ineludibles. Por la tensión en el aire y la electricidad que ya sentía, sabía que esta vez sería lo segundo.
Mis dedos se movían con una cadencia deliberada, desde la nuca hasta la curva de sus hombros. Luego, con una lentitud exquisita, descendían rozando el costado de sus senos, una caricia tan ligera que apenas era un susurro sobre su piel, pero lo suficiente para que la punta de mis dedos apenas rozara sus pezones, sintiéndolos endurecerse bajo mi tacto fugaz. Bajaba por su costado hasta la cintura, y luego invertía el movimiento, ascendiendo de nuevo, simulando una y otra vez que mis manos se cerrarían sobre la plenitud de sus pechos, pero siempre deteniéndome justo antes, en un juego de anticipación que se mezclaba con la rutina de un masaje relajante.
Mientras mis manos tejían esa red de sensaciones, su respiración se volvió más profunda, más agitada, un suave jadeo que se escapaba de sus labios entrecortados. Pequeños gemidos, apenas audibles, vibraban en el aire, confirmando que mi plan se desarrollaba a la perfección. Justo en el clímax de uno de esos gemidos, detuve mis manos con una suavidad casi cruel. La reacción de Natasha fue inmediata, un ligero estremecimiento, una búsqueda inconsciente de mi tacto que se había retirado.
No te detengas, dijo reclamando en un tono muy suave, casi un susurro que se perdió en el murmullo de las olas.
Bueno, sí, solo era ponerte protector solar, respondí, con una sonrisa que no podía ocultar mi satisfacción al verla tan entregada.
Pero está rico tu masaje. Su voz era un ronroneo, y sentí su cuerpo tensarse ligeramente contra la toalla, como si buscara más de mi tacto.
Sí, noté que te estaba gustando, jejeje. Mi risa fue baja, cómplice, un eco de la excitación que ambos sentíamos.
Ya, no seas malo, es tu culpa, dijo con un tono de niña mala y caprichosa, pero sus ojos brillaban con una picardía innegable. Sabes perfectamente lo que haces con esas manos.
¿Ah, sí? ¿Y qué es lo que hago, mi amor? La provoqué, inclinándome un poco más, sintiendo el calor de su piel bajo la mía.
Me dejas... así, dijo, moviendo un poco las caderas, una insinuación clara de la excitación que la embargaba. No puedes dejarme a medias.
Quizás no debería haber empezado, entonces. Pero no me arrepiento de nada.
Ni yo, dijo con una sonrisa seductora. Pero ahora, ¿qué hacemos?
Voy al agua un momento, ¿vienes? Propuse, aunque sabía que la respuesta podría ser predecible.
No, dejaré un rato que el protector se absorba. Necesito un momento...
Está bien.
La verdad, ir al agua era la única forma que tenía de bajar la erección que tenía en ese momento. Debía mantenerme estoico si quería evitar un fusilamiento por el cambio de hotel.
Mientras estaba en la playa, podía ver un grupo de chicas que disfrutaban muy cerca mío del agua, eran tres en total y dos de ellas tenían las tetas al aire, no eran modelos, pero vaya que estaban buenas, me comencé a acercar para verlas mejor, cuando siento que alguien me toca la espalda. Del susto pegué un pequeño grito y me giré como cuando pillan a un niño robando galletas.
Pero ¿qué te pasó? ¿has matado a alguien o qué? Dijo Natasha que había llegado sin darme cuenta.
No, nada solo disfruto de las vistas.
Ya veo, si te tienen las tetas en la cara, dijo con un tono irónico y una sonrisa burlona.
Es que la verdad no lo pude evitar, además tu no quieres mostrarme las tuyas jejeje
Yo no tengo problema, pero en nuestra habitación, no con gente extraña.
Por un instante, una punzada helada me atravesó el pecho. Su voz, de repente tan seria, resonó en mis oídos con una autoridad inesperada, y mi estómago se revolvió en un nudo de incertidumbre. La duda se instaló, pesada, aplastando la euforia de hacía un momento: ¿había realmente cometido un error al cancelar la reserva sin consultarle antes? Mi plan, tan cuidadosamente tejido, flaqueaba de golpe con esa sencilla frase. Me sentí desorientado, sin saber si debía seguir adelante con mi estrategia o confesarle todo de inmediato, arriesgándome a su reacción. La tensión se acumuló en el aire, palpable, mientras mi mente corría a mil por hora buscando la mejor salida.
Estuvimos disfrutando un rato en el agua, la verdad nos relajamos y no le dimos más vueltas al asunto de las chicas en topless, sin embargo, cada cierto tiempo no podía evitar mirar y disfrutar del movimiento de esas turgentes obras de arte, para luego sentir miedo ante mis últimas acciones.
Cariño, ¿salgamos? Me está dando hambre dijo Natasha con una voz de niña.
Claro, vamos.
Ya llevaba un buen rato flotando en el agua y mi erección había bajado completamente. Al salir me di cuenta de que Natasha llevaba la parte del bikini metida en su culo, lo que encontré muy sexy, eso sumado al paisaje, fue un momento único, que quise retratar en fotos, además son recuerdos que quedarían para siempre.
Amor, ¿te parece si nos sacamos algunas fotos? Dije, con una sonrisa, aprovechando el momento de calma para capturar su belleza.
Sí, pero deja arreglarme un poco. Respondió ella, con un gesto coqueto, aunque sabía que su belleza natural no necesitaba ningún retoque.
Bueno, dije, aguantando una risa que amenazaba con escapar. Aunque tú nunca sales mal en una foto, mi amor. Mi mirada recorrió su figura, confirmando mi pensamiento.
Luego de unos minutos en que Natasha se dedicó a retocar su cabello, moviendo sus dedos con gracia para que cada mechón cayera en su lugar perfecto, y ajustó con delicadeza los lazos de su bikini, realzando sutilmente su figura, saqué mi teléfono. Comencé a capturar su esencia en una serie de fotos, cada una más deslumbrante que la anterior. Después, con un poco de dificultad y muchas risas, intentamos varias selfies juntos, girando el teléfono, buscando el ángulo ideal, con el sol de fondo y la alegría del momento pintada en nuestros rostros. Estábamos absortos en la diversión de inmortalizar nuestra felicidad, cuando de repente, una voz femenina, clara y cercana, rompió la burbuja de nuestro mundo.
K: Les puedo tomar fotos a ambos si quieren.
¡Kristín! Dijo alegremente Natasha
Me puse de pie y me acerqué a ella, mi mano deslizándose con una lentitud deliberada hacia su cintura, un gesto íntimo que buscaba reconectar. Sentí la suavidad de su piel bajo mi palma, un roce apenas perceptible mientras mis dedos recorrían en silencio cada centímetro, deteniéndose finalmente para posarse con una ligera presión. En ese mismo instante, Natasha se puso de pie y la abrazó, sellando el encuentro con un gesto de familiaridad.
K: ¿Cómo están chicos? ¿sesión de fotos?
Si, para inmortalizar el momento, dijo Natasha, cerrando un ojo y con una sonrisa en la boca.
K: Entonces yo les ayudo, se ven muy bien.
¿Y Antón? Preguntó Natasha con un interés inusitado.
Está terminando de hacer el check-out, nos vamos en un par de horas.
¿Es en serio? —murmuró Natasha, más para sí misma que para Kristín, un velo de genuina lástima cubriendo su expresión.
No entendía por qué Natasha estaba tan preocupada de ellos, acaso ¿había hecho una amistad tan rápido? ¿quizás deseaba tener más tiempo con Antón? Los celos y el morbo se revolvían en mi cabeza, pero la sola idea de poder estar con Kristín, me excitaba en demasía. La figura de Antón me sacó de mis pensamientos perversos y una sonrisa se me dibujó en la cara al ver como Natasha no despegaba el ojo de él, abriéndome paso a mi plan de convencerla sobre el hotel swinger.

Cariño que lo vas a desgastar con tanta mirada, dije poniéndola en evidencia como lo hizo ella antes.
K: Déjala que, por mí, no se corte, dijo Kristín divertida.
Nos reímos brevemente del comentario de Kristín, mientras Natasha se sonrojaba y se ponía las gafas de sol para ocultar su mirada.
A: ¡Andrés! Dijo Antón dándome un abrazo como si fuéramos amigos de toda la vida.
Lo saludé de igual manera mientras él se giraba en dirección a mi amada, lo que provocó que Kristín se acercara a mí tomándome del brazo, lo que provocó mi sorpresa. Llevaba un micro bikini, creo que cubría más con sus manos que con lo que llevaba puesto, se veía infartante, se notaba que tenía unos pezones pequeños para poder ser cubiertos por esa minúscula tela.
A: Natasha ¿cómo estás? Dijo Antón mientras se acercaba a saludar con un beso y un abrazo.
Bien, gracias, dijo mientras se ruborizaba y acariciaba sus brazos.
Antón, era un tipo joven, se notaba su musculatura sin exagerar, al igual que Kristín, se veía que hacían bastante ejercicio y cuidaban su alimentación. Natasha siempre se jactó que no le gustaban muy musculosos, pero Antón calzaba seguramente en todas sus fantasías, lo que en cierto sentido, me provocaba una extraña sensación en el estómago. Nos sentamos luego de los saludos de rigor y comenzamos a hablar, Antón nos comentó que venían a disfrutar del último día en la playa.
Pero ¿dónde van? Natasha siempre fue muy curiosa y preguntona.
K: Es por acá cerca, dijo como si eludiera la pregunta.
¿Cuántos días estarán ahí?
K: unos cinco días, podrían darnos sus números, quizás podamos juntarnos en algún bar cercano.
Claro, hagamos un grupo, nosotros estaremos casi una semana más.
Mientras escuchaba lo que conversaban, pensaba que debía decirle cuanto antes a Natasha que había cancelado y hecho otra reserva en el hotel swinger.
Bien, he creado el grupo, dijo Natasha mientras miraba fijamente a Antón.
Ya está, dije mientras enviaba un hola en el chat.
K: esa soy yo, decía Kristín, mientras enviaba un sticker de ella en un bikini rosa con la mano haciendo la señal de paz.
Upa, creo que voy a robar ese sticker dije, mientras le cerraba un ojo a Kristín.
A: no me la vayas a desgastar mirando dijo Antón con un tono de burla.
No te aseguro que lo cumpla, dijo Natasha soltando una carcajada provocando la risa de todos.
La verdad, la conexión con ellos había sido instantánea, una química innegable que había hecho que cada momento compartido fuera puro disfrute. La idea de no volver a verlos, de que esa chispa se extinguiera tan pronto, me dejaba un sabor amargo en la boca, una sensación de oportunidad perdida. Sin embargo, la esperanza aún latía: al menos teníamos unos días por delante, una ventana para intentar coincidir de nuevo y, quizás, prolongar esa inesperada sintonía.
La mañana se volvía cada vez más calurosa, el sol apretaba con fuerza sobre la arena. Kristín, con un gesto despreocupado que me tomó por sorpresa, le pidió a Antón el bronceador. Sin mediar palabra, y con una naturalidad asombrosa, desató la parte superior de su bikini y se lo quitó, dejando sus senos al descubierto sin previo aviso, una visión que capturó mi mirada al instante.
K: ¿Les molesta que me quite esto? Dijo esto mirando a Natasha, quizás para ver su reacción.
No, para nada, ya hay varias chicas así, dijo Natasha sorprendida por la soltura de Kristín.
Pues no seré yo quien se queje, dije tratando de ocultar los estragos que estaba provocando su cuerpo, en el mío.
A: quieres hacer el honor, dijo Antón mientras me ofrecía el bronceador.
Pues…Dudé un instante y miré a Natasha buscando su aprobación.
Aprovecha, que yo debo ponerme protector solar nuevamente y no te pediré permiso para que Antón me lo ponga, dijo divertida.
No te cortas un pelo dije, mientras agarraba el bronceador y me ponía al lado de Kristín.
Natasha le pasó el protector solar a Antón que lo recibió con mucho gusto, mientras yo intentaba acomodarme sin que se notara la erección que llevaba, claro que no lo lograba mucho y tenía la mano derecha de Kristín a centímetros de mi miembro.
A: Pero te vas a sacar esto ¿no?, dijo Antón mientras hacía el amague de desabrochar el sujetador de Natasha.
No lo sé me da un poco de vergüenza.
A: Vamos no sucede nada...
Cobarde, dije yo mientras me ponía bronceador en mis manos. Jajaja, perdón Iba a decir “tímida”, vamos, Kristín estará igual que tú.
Desátalo tú entonces, dijo para mi sorpresa, dirigiéndose hacia Antón.
Sin esperar a que se arrepintiera, Antón desabrochó la parte superior del Bikini y comenzó a echarse crema en sus manos, mientras Natasha intentando cubrir sus pechos se sacaba la parte superior y la dejaba a un costado.
Por mi parte tenía a Kristín lista para mi deleite, por lo que comencé suavemente a esparcir la crema bronceante en su blanca piel, comencé tímidamente por los hombros, tentado de pasar por el costado, donde asomaban sus pechos que estaban presionados con la toalla, sin embargo, no me atrevía por completo, temiendo arruinar una buena amistad y quizás mi relación, sin dejar de lado unas prometedoras vacaciones que aún no sabía en qué terminarían.
K: tienes unas manos muy suaves.
Gracias, Natasha me dice lo mismo.
K: Pues afortunada ella que puede disfrutar de tus manos.
Jajaja. mi risa era nerviosa, no sabía cómo podía reaccionar Natasha cuando escuchara eso.
Levanté mi mirada y para mi sorpresa Natasha me estaba mirando y escuchando atentamente lo que conversábamos, pero con una ligera diferencia, Antón estaba pasando sus manos por sus piernas peligrosamente cerca de su trasero. Miré a Antón, que estaba concentrado en su faena y este al sentir que lo observaba, me miró como pidiendo permiso para continuar. Creo que no lo necesitaba, Natasha se dejaría follar ahí mismo por ese tipo y yo lo sabía, aunque me costaba asimilarlo y me daba en cierto modo una mezcla de celos, ardor en el estómago y algo de excitación. Moví mi cabeza, aprobando lo que hacía y este me sonrió, mientras posaba sus manos en el trasero de ella de una manera muy morbosa, como si buscara excitarla o así lo interpreté yo en mi mente morbosa. Me encontraba extasiado mirando lo que hacía ese par, que me había olvidado de que tenía mi propia batalla por librar.
K: ¿Qué pasa? aún te falta, dijo reclamando
Si, solo me distraje un poco dije, mientras comenzaba a pasar mis manos con más confianza.
K: Umhhh, que delicia.
Esto era la gloria, Natasha estaba siendo tocada frente a mí, sin sostén, por un casi extraño, mientras yo tenía en mis manos una espectacular rubia, en iguales condiciones que Natasha y dispuesta a que pasara mis manos por su cuerpo, con el beneplácito de mi mujer.
Comencé a pasar mis manos por su cintura hasta que me atreví a tocar su trasero, era una sensación única, por primera vez desde que estábamos juntos, tocaba un cuerpo diferente al de Natasha, me emocioné tanto que no me di cuenta de que mi pene comenzó a rozar la mano de Kristín. Lejos de asustarse por ello, Kristín comenzó un pequeño movimiento que rozaba mi miembro ya como una roca. Esto solo incrementó mi excitación por lo que comencé a acariciar el trasero y los pechos por el costado sin ningún disimulo, a estas alturas, mi excitación, superaba con creces mis celos. Natasha que miraba atenta todo lo que estaba haciendo, no podía notar que Kristín me estaba rozando el miembro, por supuesto con total intención de ello.
K: Bien, Ahora por delante, dijo Kristín mientras se daba vuelta y dejaba al descubierto mi erección.
Quedé congelado, era obvio que Natasha me había visto el bulto, pero no dijo nada. Claro, como me contaría después, ella estaba viviendo su propia fantasía.
K: ¿Te molestaría ponerme crema acá?, dijo señalando sus pechos blancos.
Por primera vez veía sus pechos, tenía un pezón pequeño, rodeado por una aureola rosada muy clara, los tenía totalmente duros.
Si, será un honor, dije mirando a Natasha.
Ella tenía su mirada clavada en mí, con el rostro rojo, y la respiración acelerada, que aunque lo intentaba ocultar, esa cara de placer era totalmente conocida para mí, en efecto estaba totalmente excitada.
Comencé a acariciar desde su ombligo, untando más crema de la necesaria para no detenerme en ningún momento. Kristín cerraba sus ojos y disfrutaba de mis caricias. Cuando pasé mis manos por sus senos, sentí muchas ganas de lamerlos, sentir su textura con mi lengua y por sobre todo apretarlos, pero obviamente debía aguantar para no romper el momento. Me preguntaba que tanto estaría dispuesta a dejarse hacer, había oído que en Europa eran más liberales, pero esto bordeaba lo swinger.
En un atrevimiento comencé a bajar mi mano en dirección a su pubis, como vi que no se inmutó, continué mi camino hasta llegar al borde del micro bikini y con uno de mis dedos lo introduje por el borde de esa pequeña tela, pero desde un costado, pues aún temía estar propasándome con ella. Fui avanzando lentamente, prestando mucha atención a sus respuestas físicas, pero no tuve ninguna objeción, por lo que avancé aún más. Pude notar que no tenía ningún pelo, y estaba totalmente suave, luego retiré la mano suavemente hasta subir a sus pechos, no quería descontrolarme y esto ya era demasiado.
Pude notar como se humedecía la tela lo que me provocó un deseo absoluto. Deseaba, quería follar, lo necesitaba. Miré a Natasha que me sonreía, mientras sin previo aviso se giró descubriendo sus pechos. Una mirada de malicia, venganza y deseo. Sabía que ella entendía perfectamente lo que pasaba por mi mente.
A: ¡Nice! dijo Antón sorprendido por el movimiento tan abrupto.
Yo también quiero crema aquí, dijo señalando sus pezones totalmente erectos.
A: Por su puesto, dijo mientras pasaba sus dedos por sus tetas con una sonrisa.
Lejos de darme celos, deseaba ver como acariciaban sus pechos pude imaginar como follaban delante nuestro, estaba dispuesto a todo, en ese momento el mundo se detuvo, mi mente ya no razonaba, era un animal en descontrol. Antón, por supuesto tenía un bulto que no disimulaba. Se notaba que estábamos los cuatro muy excitados, Natasha mostraba claros signos de descontrol, tenía su rostro rojo y su tanga se notaba húmeda igual que Kristín. La situación se estaba descontrolando y ya había gente que nos estaba mirando.
Creo que es mejor detenernos o acabaremos follando los cuatro acá mismo, dije volviendo a poner mi mente bajo control.
K: Nosotros no tenemos problemas, dijo Kristín con una sonrisa malvada.
Natasha y yo nos miramos, era una invitación clara a follar, tal como lo imaginábamos en nuestras más perversas fantasías, pero esta vez era real.
Reconozco que, en algunos momentos, la fantasía puede llegar a ser real, pero en un momento de lucidez, imaginé a mi mujer siendo penetrada por Antón y los celos llenaron nuevamente mi cabeza, mi erección bajó considerablemente ante aquella insinuación. Kristín era una mujer espectacular, sin embargo, mi mujer no era una moneda de intercambio, esto debía ser mejor planificado, lo que me trajo a la mente el hotel y todo lo que estaba haciendo, volviendo a apretar mi estómago amargamente.
Confieso que suena tentador, pero mejor no, no quiero dañar su relación ni la nuestra, dije después de aquella reflexión a la velocidad de la luz.
K: Está bien, no te preocupes, aunque si cambian de opinión, ya tienes nuestros números, dijo Kristín riendo.
Lo pensaremos, dijo Andrea mientras reía al igual que nuestra amiga.
Antón y yo solo escuchábamos. Quedó un ambiente denso, estaba cargado de erotismo, pero también silencio y al ver que la cosa no iba por buen camino, decidí ir al agua a bajar la calentura.
Amor, ¿vamos al agua? La invitación a Natasha fue recibida velozmente.
Claro, vamos.
Pensé que se cubriría, sin embargo, se levantó tal como estaba y salió delante mío tomándome la mano y jalándome en dirección al mar, normalmente Natasha no entra demasiado ya que las olas le dan un poco de miedo, al no saber nadar muy bien, sin embargo, esta vez continuó caminando hasta quedar con el agua sobre sus pechos, lo cual me llamó la atención, a pesar de que no había muchas olas.
Esto es una locura, dijo finalmente mientras se detenía.
Si lo sé, pero lo estabas disfrutando ¿no?
La verdad sí, pero tú no te quedabas atrás. Mira que te vi como estabas, dijo mientras me agarraba el bulto en mi short por debajo del agua.
Pues no soy el único, le respondí mientras metía mi mano por debajo de su bikini, no podía saber que tan mojada estaba debido al agua, sin embargo, sabía que estuvo empapada.
¡Uhmm! exclamó cerrando los ojos y apoyando su cabeza en mi hombro.
Comenzamos a masturbarnos mutuamente al ritmo de las pocas olas, no había mucha gente cerca lo que me daba más confianza a pesar de la claridad del agua.
Fóllame ya.
Sin decir una palabra la tomé por la cintura y la acerqué a mí, corrí su bikini y comencé a penetrarla suavemente mientras veía como se acercaban los alemanes a lo lejos.
Amor vienen para acá.
Déjalos, por culpa de ellos estoy así, dijo Natasha casi con rabia.
Comenzamos a follar y a besarnos apasionadamente, cuando llegaron los alemanes no dijeron nada y a menos de un metro comenzaron a follar también. Podía escuchar los gemidos de Kristín, por lo que no podía parar de mirarla. Natasha debía sentirse igual de excitada de verlos porque no despegaba su mirada de ellos, especialmente de Antón que se movía bajo el agua, menos cauteloso que yo.
Con el movimiento de las olas, cada vez estábamos más cerca, finalmente nuestros cuerpos comenzaron a rozarse y fue Kristín la que dio el primer paso acariciando una teta de Natasha, la que sorprendió tanto que comenzó a convulsionar de placer, luego fue Antón que estiró su mano sin dejar de follar a Kristín y comenzó a acariciar el culo de Natasha y ayudarla con el movimiento para recibir mis estocadas. Esto fue demasiado para mi mujer, quien, con un grito apagado, tuvo uno de sus mejores orgasmos. Por mi parte no iba a desaprovechar la oportunidad y comencé a acariciar el trasero de Kristín, quien se bajó de Antón y se puso a mi lado y comenzó a acariciar mi pecho. Antón viendo que Natasha estaba más relajada se acercó a ella y comenzó a besarle el cuello, ella se separó de mí y comenzó a acariciar su pene que lo tenía fuera de su traje de baño.
Kristín al ver que Natasha había dado ese paso, comenzó a masturbarme mirándome fijamente a los ojos, yo inmediatamente comencé a acariciar su vulva metiendo mis dedos suavemente. El placer era indescriptible, tenía unos labios suaves y un clítoris que sobresalía un poco, pero era un manjar para mis dedos.
Comencé un movimiento rápido con mis dedos y Kristín no tardó mucho en acabar y casi con ella acabé yo al ritmo de sus caricias.
Natasha estaba apoyando su cabeza en el hombro de Antón, mientras este la tocaba y ella lo masturbaba al igual que habíamos hecho nosotros. Natasha estaba nuevamente al límite, no duró mucho y tuvo un segundo orgasmo que, aunque fue más corto que el anterior, fue igual de placentero. Antón no parecía tener signos de acabar, sin embargo, para mi total sorpresa Natasha, se sumergió en el agua y se metió todo su tronco en la boca, no se distinguía muy bien, a pesar de las aguas cristalinas, sin embargo, la cara de placer de Antón lo delataba. Mientras Kirstin me abrazaba, mirábamos como Antón se acercaba al orgasmo a manos de mi mujer, mi morbo estaba mezclado con celos, pero eran celos de no ser yo quien recibiera la mamada de Natasha, que lo hace de un modo espectacular.
De un momento a otro Natasha salió del agua para respirar y continuó masturbando a Antón, quien ya no daba más, por lo que tuvo un orgasmo soltando toda su leche.
Los cuatro nos quedamos mirando abrazados a la pareja del otro, pensando en la última reflexión que tuve, sabiendo lo equivocado que estaba y fue ahí, en ese instante, a pesar de todas mis incoherencias mentales, donde me dije, esto se tiene que repetir.
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