You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

La hermana de mi amigo

LES DEJO OTRO RELATO, ME HABLO UN SEGUIDOR Y ME PIDIO QUE SU EXPERIENCIA LA TRANSFORME EN UN RELATO


No era el plan, pero a veces las cosas se dan solas. Y si se dan, yo no voy a mirar para otro lado.
Lautaro es mi amigo desde hace años. Lo banco, sí, pero no me hagas el moralista: si ponés una bomba de tiempo en el living, alguien la va a activar.
La bomba era Belén, su hermana. Flaca, castaña, linda sin esfuerzo, con una cola que parecía un chiste cruel. Todos la jodíamos. Le decíamos cosas, medio en joda medio en serio, y él se calentaba mal.
—Es mi hermana, pelotudo —tiraba.
—Sí, pero la parte de atrás no avisa —le decía yo, riéndome.
Él odiaba esas jodas. Pero no decía nada más. Sabía que si contestaba, se le notaba lo inseguro. Y todos sabíamos que Belén tenía algo. Algo de esos cuerpos chiquitos pero firmes, de esos que no necesitás desnudar para imaginártelos arriba tuyo, sentada, transpirada.
Un día me pintó mandarle un mensaje por Instagram. Me tiré a la pileta sin salvavidas.
Algo simple, directo. Una reacción a una historia, un fueguito, un comentario:
“¿Y esa cola es legal en tu familia?”
Tardó en contestar. Pensé que no iba a responder.
Pero lo hizo.
“Jodés como todos... pero te gusta mirar, ¿no?”
Listo. Se abrió la puerta. De a poco, de a poco, hasta que empezamos a hablar con regularidad.
Nada explícito al principio. Solo subtexto. Miradas escritas.
Hasta que Lautaro se fue de vacaciones con su novia a la costa y me comentó que Belén iba a cuidar el depto.
Mi cabeza empezó a armar la escena sola.
Le escribí.
—¿Estás en lo de tu hermano?
—Sí, vine a cuidar el gato.
—¿Querés compañía?
Me respondió con una sola palabra: “vení”.
No llevé ni cerveza. Ni excusas. Sólo la pija dura y la certeza de que eso iba a pasar.
Cuando abrí la puerta, me estaba esperando con un shortcito blanco y una remera vieja. Sin corpiño. Sin maquillaje. Pelo atado. Cola que se marcaba hasta en la sombra.
Nos miramos. Nada de charla.
Caminé hacia ella. Le agarré la cintura y la besé como si ya lo hubiéramos hecho antes.
Ella se montó como si lo necesitara.
Terminamos cogiendo en la cama de Lautaro. Sí, su cama, con la colcha cuadrille con olor a chabón.
Yo la tiré boca abajo, y esa cola que tanto jodimos se me ofreció como si fuera un premio. Le bajé el short. Nada de ropa interior.
La cogí con rabia, con deseo acumulado, con bronca contenida de años de aguante.
Gemía. Fuerte. Yo la agarraba de la cintura y le decía al oído:
—¿Sabés dónde estás, Belén? ¿Te gusta cogerte al amigo de tu hermano acá, eh?
Ella me pedía más. Me pedía que no pare.
Terminé llenandole de leche la espalda, caliente, mojado, con la piel roja de tanto apretarla.
Nos tiramos al lado. Silencio.
Después me reí.
—Tu hermano me mata si se entera.
—Entonces no se entera —dijo, mirándome de costado.
Me vestí. Me fui.
Esa fue la primera vez.
No la última.




LES DEJO LA FOTO QUE ME DEJO PUBLICAR EL!

La hermana de mi amigo

0 comentarios - La hermana de mi amigo