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Vecinas

 
Mi vecina Luisa.

Charlando tranquilamente nos encontrábamos mi vecina y yo, cuando de pronto me suelta una pregunta.

   No era la primera vez que mi vecina Luisa me invitaba a tomar un café con ella en su casa y yo aceptaba con mucho gusto porque era agradable estar con ella y me era confortable su compañía. Y allí nos encontrábamos, charlando tranquilamente sentadas en el sofá de su salón, cuando de pronto me suelta una pregunta:
    -A ver Merche, ¿tú, cuanto tiempo hace que no follas?
    No venía a cuento esa pregunta tal como llevábamos la conversación y además en esos términos tan vulgares. Así que le contesté:
    -Pero Luisa, ¿a qué viene esa pregunta?, ¿tú estas bien?
    -Pues no, al parecer no estoy bien porque de pronto me ha venido a la mente el tiempo que hace que no follo y me parece que las dos estamos en la misma situación. El caso es que no tengo ganas de mantener relaciones con un hombre ¿A ti te pasa lo mismo?
    Sí que las dos vivíamos solas sin ningún hombre a nuestro lado. Por una parte yo soy viuda desde hace tres años y el único hijo que tengo vive su vida fuera de esta ciudad. Por parte de Luisa, se separó de su marido más o menos por las mismas fechas que enviudé y también tiene un hijo con la misma particularidad que el mío. Y sí que en verdad que en todo este tiempo, tras la muerte de mi marido, después de una larga enfermedad, no he mantenido ninguna relación con otro hombre y de momento, ni siquiera me lo había planteado. Por lo que decía, las dos estábamos en la misma situación. No sabía que contestarle y fue ella la que rompió mi silencio.
     -Mira, Marta, no me digas nada si no quieres, yo te veo pero que muy bien. Estás más que apetecible y si te lo propones no te faltará con quien poder desfogarte.
    Vaya, sí que me tenía en buena consideración y en verdad que a mis cuarenta y seis años me encontraba bastante bien. No se podía decir que ella no estuviese bien corporalmente y tenía que responder a su cumplido.
    -Pues para serte sincera, tú te conservas divinamente y cuando tengas ganas tampoco te faltará con quien estar. Además tú eres más lanzada que yo.
    Lo que siguió a mis palabras no lo esperaba ni harta de vino. Estábamos en el sofá una muy cerca de la otra y las manos de mi vecina se posaron a ambos lados de mi cara y su boca se acercó a la mía propinándome un beso, al cual tuve que poner freno porque sus labios no se apartaban de los míos.
    -¡Qué haces, Luisa! –exclamé.
    -Lo que ves, lanzarme hacia la persona con la que quiero estar.
    -Pero, ¿no hablabas de estar con hombres?
    -Yo hablaba de estar con quien me agrade y estar contigo me apetece y mucho.
    Lo que faltaba, en ningún momento de mi vida había pensado en ser apetecida por una mujer. El caso fue que ese beso, aunque yo lo detuve, no me desagradó. Por otra parte, fue inesperado el recibirlo, siempre nuestros besos, al saludarnos, habían sido en las mejillas, aunque no alejados de la comisura de nuestros labios. Pero qué estaba pensando, ¿deseaba que hubieran sido en plena boca? Mejor era dar por finiquitado este dialogo y despedirme de ella para marcharme a mi piso que se encontraba en el mismo rellano. Me fui a levantar del sofá, pero sus manos agarraron a las mías e impidieron que me levantara, a la vez que expuso:
    -Ya sé que no te esperabas esto, pero tenía ganas de que supieras lo a gusto que me encuentro contigo y no solo para charlar. El tenerte cerca me produce cierto placer y perdona si te ha desagradado ese beso, además de toda esta palabrería.
    No podía decir que yo no me sintiera a gusto con ella, pero en ningún momento había llegado a pensar que mi compañía le pudiera motivar algo distinto de lo que fuera mantener entre nosotras una bonita amistad. Algo tenía que decirle para que no le ofendiera el tener que marcharme.
    -Mira; Luisa, tú sabes bien que me gusta esta amistad que mantenemos, pero déjame que piense en todo esto que me dices y no lo considero una palabrería. Me halaga que te agrade mi compañía.
    Sin poder apartar sus manos de las mías pude levantarme del sillón al igual que hizo ella. De pié las dos, nos encontrábamos mirándonos fijamente y en verdad que sentí en esa mirada algo distinto, tan distinto que no me opuse a que sus labios se enlazaran con los míos en un desenfrenado beso. Sus manos pasaron a abrazarme y unidas en ese apasionante beso, algo que no experimentaba desde hace años, me quedé petrificada si saber que hacer, pero eso no impidió el que me dejara llevar a su habitación y allí tenderme en su cama. Fue fácil el poder desprenderme de la bata que llevaba puesta y mostrar mi cuerpo casi desnudo a sus ojos.
    -Estás buenísima, mi adorable Marta -fueron sus palabras mientras sus manos no dejaban de acariciarme.
    En esos momentos me hallaba por completo en una nube y tendidas las dos en la cama, un nuevo beso nos unió de forma pasional, entrando nuestras lenguas en juego con movimientos lentos y rápidos. Era algo sublime, ni con mi marido llegué a sentir esa sensación tan placentera.
    No iba a acabar allí ese estremecimiento que iba sintiendo mi cuerpo, Mis pechos quedaron al descubierto al ser despojados del sostén que llevaba, siendo estos acariciados con las manos de mi adorable vecina para después absorber con su boca mis pezones.
   El sumun llegó al ser toda mi vulva el centro de los lamidos de esa lengua tan estimulante, hasta que mi clítoris recibió sus caricias. Un gran grito de placer se escapó de mi garganta. Olvidado tenía de lo que era un orgasmo y la excitación de mi cuerpo era inmensa. No pude por menos que articular estas palabras:
     -¡Ay, mi vida,,,, que me has hecho, Luisa!
    -¿No te ha gustado lo que te he hecho?
     ¿Qué si no me había gustado?, me había enloquecido de placer. Era algo impensable lo que me había hecho y tenía que corresponder a ese placer. No pude por menos que atraerla hacia mí y darle un acalorado beso. Puse en ese beso toda mi energía para que supiera lo dichosa que me encontraba. Quien me iba a decir que en una mujer iba a encontrar algo que tenía olvidado y aunque me resistí al principio, estoy gozosa de haberme dejado llevar.
    Tras ese arrebatador beso que nos propiciamos, siendo yo esta vez la impulsora, una agradable sonrisa se desprendía de la cara de de mi adorable Luisa, a la vez que manifestaba:
    -No sabes lo feliz que me haces el verte tan dichosa y solo me resta decirte que mi gozo ha sido mayúsculo al poder saborear este cuerpo tan divino que posees.
    Si mi cuerpo estaba divino, el que yo estaba contemplando en esos momentos no le iba a la zaga y que mejor pasar de inmediato a saborearlo.
     Una nueva y estimulante vida se había abierto entre nosotras.

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