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Red de Deseo


Red de Deseo

Capítulo 1: La Vida que Todos Creen Conocer


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Soy Mariela, esposa de Juan y madre de Mahia, Sofía y Abril. Desde afuera, mi vida parece la típica de una mujer común, dedicada a su familia y a mi esposo. Pero en mi interior arde una llama que nadie imagina, un deseo secreto que me consume en silencio.
Juan es un buen hombre: trabajador, cariñoso, aunque a veces distante de lo que realmente siento. Mis hijas son mi mundo, y les doy todo mi amor, pero cuando caen las noches y ellas duermen, me transformo en otra mujer.
Trabajo para don Ricardo, mi patrón: un hombre poderoso y seguro, cuya presencia hace que mi piel se erice y la sangre me hierva. Lo que comenzó con miradas furtivas y charlas tensas despertó en mí un deseo intenso que ya no puedo ignorar.
Capítulo 2: El Morbo de Don Ricardo

Desde el primer día, don Ricardo mostró un interés que iba más allá de lo profesional. Sus miradas no eran casuales, tenían un fuego intenso y un morbo difícil de ocultar.
Me observaba con ojos que parecían devorarme, como si conociera cada rincón secreto de mi cuerpo antes de tocarlo. Cuando hablábamos, su voz bajaba el tono, cargada de insinuaciones que solo yo entendía.
Una tarde, en la oficina casi vacía, rozó mi mano con la suya. Ese simple contacto desató en mí una oleada de deseo y temor, una mezcla embriagadora.
—Mariela —susurró, con voz ronca—, sos más que la esposa perfecta. Sos la mujer que despierta mi lado más salvaje, la que quiero poseer sin reglas ni límites.
El aire se volvió denso, cargado de electricidad. Se acercó despacio, su cuerpo rozando el mío, subiendo la temperatura. Sentí su aliento en mi cuello, su mano firme recorriendo mi cintura con una mezcla de posesión y delicadeza.
—Quiero sentir tu piel contra la mía, explorar cada curva, cada suspiro que me regales.
Sus labios encontraron los míos en un beso profundo y urgente. Sus manos acariciaron mis pechos, apretándolos con hambre contenida.
Mis dedos desabotonaron su camisa mientras sus labios bajaban por mi cuello, dejando un rastro de fuego que encendía mi piel.
El morbo entre nosotros era una mezcla perfecta de prohibición y entrega total. Cada roce, cada gemido, era una declaración silenciosa: éramos dos cuerpos perdidos en la pasión, sin pensar en consecuencias.
Cuando sus manos bajaron a mi cintura para atraerme más cerca, susurró:
—Quiero hacerte mía, aquí y ahora, sin que nadie se entere. Quiero que te entregues a este placer prohibido y salvaje.
Perdí el control entre susurros, jadeos y caricias, sabiendo que ese momento marcaría mi vida para siempre.
Al terminar, aún temblando por el placer, don Ricardo me sonrió con poder y dominio.
—Mariela —dijo mientras sacaba de su maletín unas pequeñas bolsas envueltas con cuidado—, estos son para tus hijas. Quiero que sepan que las cuido tanto como a vos.
Abrí los paquetes: juguetes, vestidos, pequeños detalles elegidos con mimo. Sonreí, sorprendida, mientras él me observaba.
—Mis futuras empleadas —murmuró, con tono juguetón y oscuro—, todas igual a su madre. Inteligentes, hermosas y, por supuesto, igual de seductoras.
Un escalofrío recorrió mi espalda. Era una advertencia, un deseo y una promesa. Sabía que esta relación era más profunda y peligrosa de lo que parecía.
Capítulo 3: Las Hijas en la Red

Mahia, la mayor, inteligente y curiosa, comenzó a notar las miradas cargadas de significado que don Ricardo le lanzaba. Aunque no comprendía del todo, sentía que algo nuevo y prohibido la llamaba, un mundo donde la inocencia y la atracción se mezclaban.
Sofía, la segunda hija, dulce y traviesa, recibía regalos misteriosos que despertaban su imaginación y su deseo por descubrir lo oculto. En su interior luchaba entre el respeto por su madre y la fascinación hacia ese hombre que parecía controlar su destino.
Abril, la menor, aún inocente en apariencia pero con un brillo en sus ojos que prometía que su camino también sería distinto. Sin saberlo, era la última pieza del rompecabezas que don Ricardo deseaba completar, la futura mujer que cerraría el círculo de ese juego seductor y poderoso.
Cada día, las cuatro —Mariela, Mahia, Sofía y Abril— se veían más entrelazadas en la red invisible de deseo, poder y secretos que don Ricardo tejía a su alrededor.
Capítulo 4: Atrapadas en la Red

Con el tiempo, la red de don Ricardo se cerró lentamente. No solo me atrapaba a mí, sino que envolvía a mis hijas, hilando un destino marcado por el deseo y la pasión.
Los regalos que entregaba a mis hijas eran más que simples objetos: eran símbolos silenciosos de un lazo invisible que nos unía. Él nos veía no solo como mujeres, sino como musas, el centro de su mundo. En esa mirada hallábamos adoración y dominio, haciéndonos arder por dentro.
La vida con Juan seguía con su rutina y sus silencios, pero en mi interior sabía que nada sería igual. La pasión que don Ricardo había despertado en mí dejó una marca indeleble, una sombra poderosa y deliciosa que me acompañaría siempre.
Éramos sus mujeres, atrapadas en una red de sensaciones intensas, juegos de poder y entrega, secretos que solo nosotras compartíamos.
Aunque a veces el peso de esa doble vida era insoportable, también era fuente inagotable de vida, fuego y libertad.
Somos Mariela, Mahia, Sofía y Abril: madres, hijas, mujeres, y también las amantes perfectas de don Ricardo, enlazadas en una danza de placer y complicidad que desafía el tiempo y el deber.
Epílogo: El Abrazo Definitivo

La red que don Ricardo tejió a nuestro alrededor ya no es invisible. Somos conscientes, Mariela, Mahia, Sofía y Abril, de que somos parte de algo más grande, un juego de deseo y poder donde cada una de nosotras brilla con luz propia.
En ese abrazo definitivo, ya no hay miedo ni culpa, solo una entrega plena, madura y consciente. Hemos aprendido a bailar con el placer y la sombra, a ser dueñas de nuestro cuerpo y de nuestra historia.
Don Ricardo es nuestro patrón, sí, pero también el fuego que aviva nuestra feminidad, la chispa que despierta en nosotras fuerzas que desconocíamos.
Esta red que parecía prisión se transformó en el lazo más íntimo y poderoso que nos une.
Somos mujeres libres en nuestra entrega, mujeres que eligieron vivir intensamente, que encontraron en el deseo un refugio y una fortaleza.
Y aunque el mundo no entienda, esta es nuestra verdad, nuestro secreto, nuestra pasión.
Somos Mariela, Mahia, Sofía y Abril. Unidas, atrapadas, y felices en la red de don Ricardo.

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