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Historia de Mariela

Tres noches, tres hombres, tres vidas

Historia de Mariela
Me llamo Mariela y soy madre de una hija preciosa, Mahia, que nació de una noche que cambió todo para mí. Pero mi historia no se queda ahí: Mahia, mi niña, también tiene tres padres distintos, porque así fue mi vida, un torbellino de pasión y deseos que no pude ni quise controlar.
La primera noche fue con Diego, el hombre con quien creí que tendría todo: amor, estabilidad, familia. De esa noche nació Mahia, un símbolo de ese amor tranquilo y seguro que todos esperan de una madre.
Pero después llegaron Lucas y Martín, dos hombres que me hicieron sentir cosas que no sabía que existían. Lucas, con su mirada intensa y manos firmes, con quien compartí una noche de fuego y locura que dio origen a la segunda hija de Mahia. Y Martín, el artista que me descubrió secretos en la piel, con quien viví una pasión tan profunda y libre que aún llevo su recuerdo tatuado en el alma, y que es el padre de la tercera hija.
Cada hombre dejó en mí una marca indeleble, y cada hija es la prueba viva de una noche de deseo desbordado. No me arrepiento de nada. Ser madre de Mahia y de sus tres hermanas, cada una con su propio padre, es mi verdad, mi orgullo, y la historia de una mujer que eligió vivir el deseo sin miedo.

mujer


Hoy, mi vida es más tranquila, aunque el deseo nunca se fue. Estoy casada, soy esposa de otro, pero eso no apaga lo que llevo dentro. Tengo tres hombres, sí, pero ya no están siempre. Ahora vienen solo de vez en cuando, como visitas furtivas de pasión que se cuelan entre la rutina y el silencio.
Cada encuentro es un recordatorio de quién soy, de ese fuego que arde bajo la piel de madre, esposa y mujer. Llegan con miradas cómplices, con caricias que queman, con labios que saben dónde encontrar mi placer más profundo.
Y aunque sé que la vida seguirá con sus responsabilidades y sus días grises, esos momentos me devuelven la libertad, me hacen sentir viva, deseada, poderosa.
Sin duda, sé que pronto, antes de mis 45, llegará otra noche, otra pasión, y con ella la posibilidad de que nazca otra niña, otra hija que lleve en sus venas ese mismo fuego que me recorre.
Porque ser madre no me castró, me hizo más apetecible, más intensa, más yo.

Y así, entre susurros, gemidos y piel, sigo escribiendo mi historia, con el deseo siempre encendido, lista para recibir esas visitas que mantienen viva la llama que nadie podrá apagar.

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