Entre ollas, culpas y fantasías mojadas

Me llamo Mariela. Tengo 38 años, estoy casada hace más de una década, soy madre de dos hijos hermosos… y a veces, cuando cierro los ojos, no soy nada de eso. Soy otra. Una mujer que se deja tocar con la mirada, que se humedece solo con una frase sucia al oído, que fantasea con que alguien la tome como si el mundo se acabara.
Porque, aunque nadie lo diga en voz alta, ser madre no me volvió casta. Me volvió más caliente.
Sí, cocino, lavo, plancho. Pero entre el aroma al guiso de cada noche y el sonido de los dibujos animados, hay momentos en los que me detengo, respiro hondo… y siento cómo mi cuerpo pide otra cosa. Pide que lo miren. Que lo deseen. Que lo posean.
Y no, no me alcanza solo con la rutina matrimonial. No me mató el deseo. Me lo multiplicó. Me lo volvió más oculto, más retorcido… más mío.
Hay algo profundamente morboso en saber que, aunque llevo el anillo en la mano y una sonrisa correcta frente a las demás madres del colegio, muchos hombres me mirarían con ganas de empujarme contra una pared y arrancarme la ropa. Y me calienta. Dios, cómo me calienta.
A veces, cuando voy a buscar a mis hijos a fútbol, me pongo ese jeans ajustado que sé que marca mi culo. Me hago la que no me doy cuenta, pero claro que lo noto… cómo me siguen con la mirada, cómo se muerden el labio, cómo bajan la vista apenas los encaro. Me gusta saber que me imaginan con las piernas abiertas, con la boca húmeda, gimiendo por ellos. Aunque jamás me digan nada. Aunque apenas se atrevan a rozarme al saludar.
Una vez… una vez me crucé con el padre de un compañerito de mi hijo. Alto, moreno, con una voz profunda que me hizo temblar. Me preguntó algo sin importancia, pero mientras hablábamos, noté cómo su mirada bajaba lentamente hasta mis tetas, y luego subía, lento, sin vergüenza.
Esa noche, en mi cama, con mi marido durmiendo a mi lado, me masturbé pensando en él. En que me empujaba contra el auto, que me bajaba las bombachas, que me cogía ahí mismo, rápido, duro, como si me necesitara más que el aire.
Y acabé. Acabé mordiéndome el brazo para no gritar. Sintiendo esa mezcla exquisita de culpa y satisfacción. Porque sí, soy esposa. Porque sí, soy madre. Pero también soy una mujer que necesita sentirse deseada, sucia, mojada, viva.
Y lo más increíble es que cada vez que alguien me mira como si supiera que tengo secretos, siento que esa Mariela oculta se ríe bajito dentro mío… y me pide más.
9 comentarios - Confesión de Mariela
Déjame ser tu tentación secreta, esa que despierta tus sentidos y te hace perder el control. Quiero que me descubras poco a poco, que mis susurros te envuelvan y que juntos nos entreguemos a ese placer intenso que solo nosotros sabemos crear.
+10