
Camila llevaba semanas sintiéndose invisible.
Su esposo llegaba tarde, casi ni la tocaba. Dormían espalda con espalda.
Y por si fuera poco, la puerta de su habitación chirriaba y se trababa justo al cerrarla, como si hasta la casa supiera que algo andaba mal.
Cansada de esperar a que su marido hiciera algo, buscó un carpintero por recomendación.
Adrián. Joven. De confianza. Manos hábiles.
Cuando él tocó el timbre esa mañana, Camila abrió con una bata corta y el pelo húmedo, sin maquillaje. Apenas olió su perfume, masculino y terroso, sintió un cosquilleo entre las piernas.
—Pasa —dijo con una sonrisa—. Es la puerta del dormitorio.
Él caminó delante. Camila lo miraba de arriba a abajo. Camiseta pegada al pecho, jeans firmes. La forma de su espalda, sus manos grandes… todo la excitaba sin querer.
Entraron al cuarto. Ella señaló la puerta.
—Se traba justo al cerrar. Tienes que… clavarla bien —dijo, dejando la frase abierta. Lo miró de reojo. Adrián arqueó una ceja, divertido.
—Entiendo. A veces hay que meterla justo hasta el fondo para que encaje.
Ella tragó saliva.
Se sentó en la cama mientras él se agachaba a trabajar. Cada golpe del martillo la hacía apretar los muslos.
Abrió un poco la bata. No llevaba ropa interior.
Adrián notó el movimiento. Su mirada cayó por accidente entre sus piernas. Camila lo sostuvo con la mirada, lasciva.
—¿Te molesta si me acomodo así? Hace calor.
—No, señora… está perfecta.
Cuando terminó de arreglar la puerta, se incorporó.
Camila se levantó también, dejando que la bata se deslizara un poco más.
—Gracias. Quedó firme —dijo—. Aunque creo que tengo otra parte que necesita que le claves…
Adrián la miró.
Y se acercó.
La tomó de la cintura y la besó de golpe. Ella respondió con hambre. Le metió la lengua, le rozó el pecho con el suyo, le metió la mano bajó el pantalón. Adrián estaba duro. Muy duro.
—Sácalo—ordenó ella, jadeando.
Él se bajó el pantalón. Su pija saltó libre, gruesa, pulsante.
Camila se arrodilló, lo miró un segundo, y se lo llevó a la boca.
Lo lamió lento, saboreándolo. Lo chupó hasta la garganta, húmeda, desesperada. Adrián se agarraba el cabello y gruñía.
—Te lo quiero adentro ya —dijo ella entre jadeos.

Se tiró en la cama, boca arriba, con las piernas abiertas.
Él se montó encima y se lo clavo en la concha sin más.
—¡Ah…! —gritó Camila, arqueando la espalda.
Empezó a bombearla con fuerza. Su concha estaba mojada, caliente, apretada.
Ella lo arañaba, se lo pedía más profundo, más duro. Las caderas chocaban con un sonido sucio, rítmico.
Lo miró a los ojos.
—Dámelo por atrás… quiero sentirte ahí.
Adrián la puso boca abajo. Le escupió justo entre las nalgas. Le metió un dedo primero, después dos. Y cuando sintió que estaba lista, le empujó la punta de la pija en el culo. Ella tembló.
—¡Dale…! ¡Metele todo!
Entró lentamente, con la respiración agitada.
La sintió estrecha, caliente, prohibida.
Y la cogió por detrás, agarrándola fuerte, con golpes secos, profundos.
Camila se tocaba el clítoris al mismo tiempo, gemía como si le arrancaran el alma.
—¡Me corro! —gritó, y se vino temblando, con el cuerpo entero en espasmos.
Adrián aguantó lo justo para salirse y terminar sobre ella.
Le acabó en la espalda y los glúteos, caliente, espeso, brillando sobre su piel.
Camila jadeaba, sudada, las piernas temblándole. Se giró lentamente.
—Joder… no recordaba lo que era sentirse así.
Adrián sonrió, le acarició el muslo.
—Si vuelve a atascarse la puerta, ya sabes a quién llamar.
—Voy a romper todas —susurró ella, aún desnuda—. Para que las claves de nuevo .

Habían pasado tres días desde aquel encuentro.
Camila no podía dejar de pensar en él.
Cada vez que pasaba frente a la puerta del dormitorio, una oleada de calor la recorría.
El cuerpo de Adrián, su olor, su lengua, su forma de dominarla…
La manera en que la tomó por detrás y la dejó temblando durante horas.
Así que se vistió, ajustó un vestido blanco sin ropa interior debajo, y fue a buscarlo.
Tenía una excusa perfecta: quería encargarle un mueble nuevo para la cocina.
Cuando llegó a la carpintería, un lugar amplio, con aroma a madera recién cortada y herramientas colgando por todas partes, lo vio de espaldas, lijando un tablón.
La camiseta sin mangas le dejaba ver los brazos marcados. El pantalón estaba bajo, y su trasero firme se movía con cada empuje.
—¿Adrián?
Él se giró, sorprendido.
—Camila… qué gusto. ¿Pasó algo con la puerta?
—No. Esta vez es otra cosa. Quiero que me… fabriques un mueble nuevo.
Para la cocina —dijo, caminando lentamente hacia él.
Él la miró de pies a cabeza.
—¿Así se viene a encargar muebles?
Camila se mordió el labio.
Se acercó, le acarició el pecho, y bajó la mano directamente a su entrepierna. Lo sintió crecer bajo la ropa.
—Quiero uno a medida. Como tú sabes hacerlo.
Sin decir más, se arrodilló frente a él.
Le bajó el pantalón y sacó su pija. Estaba duro, grueso, palpitante.
Camila lo miró como si fuera su postre favorito y se lo metió en la boca sin aviso.
Lo chupó con devoción.
Primero lento, lamiendo la punta, luego profundo, hasta hacerlo gemir.
Le sujetaba la base mientras lo tragaba entera, húmeda, ruidosa.
Adrián se apoyó en la mesa de trabajo, jadeando.
—Así no me concentro, Camila…
—No quiero que te concentres. Quiero que me uses.
Ella se puso de pie, giró y se inclinó sobre el banco de madera.
Le ofreció su trasero redondo, sin ropa, listo.
—¿Otra vez por el culo ? —preguntó él, frotando la punta de su pija entre sus nalgas.
—Dale. Quiero que me claves en tu taller como a un mueble mal hecho.
Adrián escupió en su pene, la sujetó de las caderas y empujó.
Entró lento, pero firme. Camila gemía, se mordía el brazo para no gritar.

Él la tomó con fuerza, embistiéndola.
El sonido de sus cuerpos chocando rebotaba entre la madera y las paredes.
—¡Más…! ¡Más fuerte! —gritaba ella—. ¡No pares!
Después la levantó en brazos y la sentó encima de una mesa.
—Ahora quiero montarte —dijo ella jadeando, subiendo sobre él.
Metiéndose su pija en la concha, lo cabalgó con furia.
Le agarraba la cara, lo besaba profundo, lo apretaba con sus muslos.
Se restregaba hasta venirse con un grito contenido. Luego lo besaba, con el cuerpo aún tembloroso.
—Tu martillo es duro… y clava perfecto.
Adrián sonrió, aún dentro de ella.
—Y eso que no he sacado todas mis herramientas.
Ella lo besó de nuevo, más despacio, y le susurró:
—Voy a necesitar muchos más muebles en casa. Esto recién empieza.


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