
Soy madre. Soy esposa. Y también… soy la puta que muchos se tocan mirando en silencio.
No lo planeé. Al principio fue una travesura: una foto sensual, un perfil anónimo, un juego secreto. Pero bastó una publicación para que los mensajes empezaran a llegar. Deseo. Lujuria. Fantasías que yo misma no me animaba a confesarme.
—“Te haría gemir mientras tus hijas duermen…”
—“Esa carita es la de una puta escondida que pide leche sin hablar…”
—“Sos la mujer perfecta para corromper…”
Y así… me fui excitando. Cada mensaje, cada paja dedicada a mí, me hacía sentir más viva que en años. Yo, la ama de casa de siempre, la que cocina, la que plancha, la que espera que su marido la abrace de vez en cuando. Esa mujer empezó a sentirse otra. Una perra anónima con cara de buena. Una fantasía para hombres con hambre de algo más.
Mis fotos no son desnudos, no hace falta. Mi boca habla por sí sola. Mis ojos tienen ese brillo de quien guarda un secreto sucio entre las piernas. Y lo saben. Hacen fila en el chat, me lo dicen, me lo escriben, se tocan pensando en mí. No en una modelo perfecta. No en una actriz porno. En mí. En una vecina más, en la esposa que nunca imaginarías así.
Y me encanta.
No busco encuentros. No quiero amantes. No necesito otra cama. Lo que necesito es esto: ser la puta mental de cientos, la dueña de sus pajas, la imagen que los hace acabar fuerte mientras murmuran mi nombre sin saberlo.
Mi esposo no lo sabe. Mis hijas jamás lo imaginarían. Pero yo… yo me toco en silencio después de que todos duermen. Y me leo. Y me respondo. Y me imagino abriendo las piernas para todos los que me desean.
Poringa es mi espejo.
Ahí soy la zorra que goza con tus palabras.
Ahí me confieso.
Ahí me pertenezco.
Ahí soy libre.
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