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Secuestro Exprés

Secuestro Exprés


Joel tenía 22 años, cuerpo delgado, piel suave, y una imaginación perversa. Su mayor fantasía, que jamás confesó en voz alta, era ser secuestrado por dos mujeres maduras, atado y usado como un juguete sexual. Lo excitaba la idea de ser deseado al punto de ser “tomado a la fuerza”.

Un día, su vecina Sandra, una milf de curvas peligrosas y sonrisa depredadora, le preguntó en confianza:

—¿Tienes alguna fantasía que nunca hayas cumplido?

Él se sonrojó y bajó la mirada.

—Sí, pero es una locura…
—Cuéntame. Quizás podamos cumplirla.

Joel tragó saliva y se animó. Sandra sonrió, se acercó al oído y dijo:

—Dame unos días.

Pasaron tres. Una noche, Joel entraba a casa con los audífonos puestos cuando alguien le tapó la boca por detrás.

—Shhh… no grites. Vinimos por ti.

Era Sandra, vestida de cuero negro, acompañada por su amiga Natalia, otra mujer de treinta y tantos, morena, culona, con labios gruesos y mirada traviesa. Lo metieron en un auto, le cubrieron los ojos, y al llegar, lo bajaron cargado como si fuese un trofeo.

Ya en una habitación con velas encendidas y aroma a incienso, le quitaron la venda. Joel estaba atado a una silla, completamente desnudo, con su pija ya empezando a endurecerse del puro morbo.

—¿Esto es lo que querías, pervertido? —susurró Natalia, mientras le lamía el cuello.
—¿Tú pensabas que te íbamos a pedir dinero? —dijo Sandra, arrodillándose entre sus piernas—. **Solo queremos esto…

Tomó su pija con una mano y empezó a mamársela lentamente. Joel gemía con los ojos cerrados. Natalia le apretaba los pezones, le mordía el lóbulo de la oreja.

—La tiene deliciosa —dijo Sandra, chupándola hasta que las babas le chorreaban—. Pero quiero ver cómo se comporta adentro.

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Se subió sobre él sin quitarle las ataduras. Lo cabalgó lento al principio, pero luego se volvió salvaje. Su concha mojada hacía ruidos obscenos con cada embestida. Natalia, mientras tanto, se masturbaba viéndolos, hasta que no aguantó más.

—Mi turno —dijo, quitando a Sandra—. Ahora me toca ordeñarte yo.

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Se montó de espaldas, hundiéndose toda su pija hasta el fondo, moviéndose en círculos, apretándole la cara con su trasero redondo.

—¡Qué rico, puto secuestrado! ¡Estás hecho para darnos leche!

Ambas se turnaron, mamándolo, montándolo, lamiéndose entre ellas mientras él estaba amarrado, al borde de la locura. Cuando Joel no pudo más, Sandra se puso de rodillas y le dijo:

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—Quiero tu leche aquí, en mi cara.

Él gimió con fuerza y acabó a chorros en su boca y mejillas, mientras Natalia lo besaba en el cuello y lo acariciaba como a un premio ganado.

Lo desataron y lo recostaron en la cama. Las dos se acurrucaron a su lado.

—¿Te gustó tu secuestro exprés, bebe? —preguntó Sandra.
—Más de lo que imaginé… —respondió jadeando—. ¿Puedo ser secuestrado otra vez mañana?

—Quizá. Pero esta vez… vamos a amarrarte de espalda.

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Joel despertó al día siguiente con el cuerpo adolorido, pero la mente encendida. Las imágenes de la noche anterior —las dos mujeres usando su cuerpo como un juguete sexual— aún latían en su cabeza. Pero había algo que no le cerraba del todo.

Se levantó, se duchó, y caminó al departamento de Sandra, decidido a hablar. Tocó la puerta. Ella y Natalia lo recibieron con sonrisas satisfechas.

—¿Volviste por otra ronda, bebe? —dijo Natalia, relamiéndose.
—No exactamente.

Entró sin pedir permiso. Se paró en medio del living, serio, dominante.

—Lo de anoche fue una fantasía, sí. Pero ustedes exageraron. Las ataduras, la venda, cargarme como un paquete... No les di permiso para tanto. (solo lo decía para ver sus caras) 

Ambas lo miraron en silencio. Joel dio un paso más cerca.

—Y ahora, como castigo… voy a romperles el culo a las dos.

Sandra abrió los ojos, excitada. Natalia tragó saliva. Nadie protestó.

—Pónganse en cuatro. En la cama. Ahora.

Ellas obedecieron sin decir palabra, como si esperaran ser castigadas.

Joel se quitó la ropa despacio. Su pija estaba dura como acero. Caminó hasta Natalia y le escupió el culo, lo abrió con los dedos, y comenzó a metérselo lentamente, sin dejar de mirarla a los ojos.

—Así aprendes a no pasarte de lista.

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Ella gemía entre placer y dolor. Sandra, mientras tanto, se tocaba viendo la escena.

—Tu turno, Sandra. Abre bien ese culo que me provocaste anoche.

Cambiaron de lugar. Joel la agarró fuerte de las caderas, le metió la pija sin avisar, y comenzó a cogerla con fuerza, cada embestida sonaba húmeda, agresiva, exacta.

—¡Aaaaahh, Joel! ¡Así, así… más!

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—¿Te gusta que el secuestrado te castigue, puta?

Alternaba entre una y otra, penetrando profundo, abriendo sus culos con rabia contenida, mientras ellas lloraban de gusto y se retorcían de placer.

—Van a decirme "perdón, Joel", las dos al mismo tiempo.

Gemidos.

—¡Perdón, Joel!

Cuando sintió que iba a venirse, las obligó a arrodillarse frente a él. Se la metió a una en la boca, luego a la otra, mientras se acariciaban entre sí.

—Listas para recibir su castigo final…
—¡Sí, sí, por favor!

Se vino en sus caras, una oleada caliente y espesa que ambas recibieron con gusto, lamiéndose entre ellas como dos perras satisfechas.

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Minutos después, se tiraron los tres en la cama, sudados, desnudos, y con el corazón latiendo fuerte.

—¿Estás enojado todavía? —preguntó Sandra, acariciándole el pecho.
—No… pero ahora saben que el que manda soy yo.

—Entonces tal vez... —susurró Natalia— deberíamos secuestrarte de nuevo la semana que viene.

Joel sonrió.

—Si lo hacen, asegúrense de venir con el culo bien limpio.

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