Bajo La Máscara del Silencio Valeria

Me llamo Valeria Pintos, tengo 35 años, soy madre de tres hijas… y aunque desde fuera parezco la esposa perfecta, la ama de casa ejemplar, la mujer entregada a su familia… por dentro arde otra cosa. Soy fuego, soy carne viva, soy una zorra escondida bajo un delantal limpio.
Mis días transcurren entre meriendas, ropa lavada y camas tendidas… pero mis pensamientos no son tan inocentes. Mientras doblo camisetas, imagino manos fuertes tomándome por detrás. Cuando cocino, siento el calor no solo del horno, sino de mi cuerpo encendido, deseando más que una vida doméstica.
Sí, soy esposa. Pero también soy puta de mi marido y de otros que ni siquiera conozco. Me entrego como nadie, porque en la oscuridad, cuando mi marido duerme y mis hijas sueñan, yo me transformo. Me visto con lencería que él nunca ve. Me saco fotos. Me abro para otros. Les muestro lo que solo yo sé dar: una mezcla perfecta entre ternura y lujuria.
Soy fiel a mis deseos. A mi cuerpo. A mi placer.
Soy una madre… sí. Pero también soy una mujer ardiente, infiel y provocadora.
Y me gusta ser así. Me encanta saber que pertenezco a otro. Que soy la puta escondida detrás de una sonrisa de mamá buena.














Hoy llegué un poco antes que de costumbre a la salida del cole. Me gusta observar… quedarme dentro del auto unos minutos, ver cómo se saludan, cómo se cruzan miradas. Me excita.
Uno de los papis bajó de su camioneta. Alto, seguro, con esa barba de dos días y esa mirada que ya me había desnudado en más de una ocasión. Me miró… lento. Le devolví la mirada, suave, con esa sonrisa que solo aparece cuando quiero provocar.
Caminó hacia mí, y yo salí del auto como si nada, con el escote justo, la falda que me abraza las caderas, y ese perfume que siempre deja huella. Nos saludamos con un beso… pero su mano rozó mi cintura, apenas, como si fuera casual. No lo fue. Yo lo sentí. Y me mojé. Así de simple.
Una de las mamis se acercó poco después. También me miró. Me conoce. Sabe que algo pasa. Y yo también sé lo que despierto en ella. Hemos compartido cafés, charlas, risas… y silencios incómodamente húmedos. A veces, nuestras rodillas se tocan bajo la mesa… y ninguna se aleja.
Esa mezcla de deseo cruzado, entre hombres que me quieren coger y mujeres que me desean como soy… madre, puta, seductora… me enloquece.
En la puerta del colegio, entre mochilas y uniformes, yo juego mi juego.
Soy la que sonríe dulce… mientras por dentro imagina ser tomada contra una pared, o sentada sobre otra mami, gimiendo bajito en una casa vacía, mientras nuestros hijos juegan en otra habitación.