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Once años después… (XVIII)




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Compendio III




SOLO PARA ASEGURARME I


El idioma refleja mucho sobre la manera en que pensamos. La forma en la que hablamos y actuamos, si se detienen a prestarle atención de la manera que lo hago yo, puede decir mucho sobre una persona.

Tomen por ejemplo a Marisol. A pesar de que sigue celosa de mi amiga de la infancia, Margarita, la razón por la que Margarita y yo nunca nos involucramos radica en que cada vez que conversábamos, nunca preguntó sobre mí o mi vida. Ella podía seguir y seguir con todos sus problemas, pero a diferencia de Marisol, nunca mostró interés por mí. Por lo tanto, en lugar de salir con ella, terminé casándome con mi esposa y me encuentro muy feliz y satisfecho por mi elección.

Otro caso fue lo que pasó en el casamiento de Hannah. Todavía resuenan sus palabras en mi cabeza: “me he casado” (I have married), no “me casé” (I got married), ni “nos casamos” (we got married), lo cual no me daba buena espina. La forma en que lo dijo parecía como si hubiese sido una imposición para ella, pero ella no quiso llevarla a cabo. Por lo que no me sorprendió cuando un par de años después, se divorciaran.

Once años después… (XVIII)

Mi punto es que ahora, cuando Pamela vino y le dijo a Marisol “Solo quiero asegurarme”, de inmediato activó mis alertas. Mi ruiseñor no se percató, dado que Pamela estaba hablando con su pasión española acostumbrada, culpando a medio mundo. Pero para mí, fue claro como una campana: Lo que Pamela deseaba, ya lo tenía, y en esos momentos, quería que pasara otra vez.

❤️ ¡No es justo! – protestó Violeta, escuchando a sus hermanas. – ¡Ya lo tuviste todo un día!

•¡Ostias, Violeta! ¡No te metas! – advirtió Pamela. - ¡Que esto no es tu problema!

Marisol se regocijaba al ver a su hermana y prima peleando por mí, pero para mí, era ver como si Pamela adulta discutiera con su propia versión quinceañera.

tetona

Esta vez, no nos molestamos con justificarnos con mi madre. Podría haberle dicho que esa noche, acompañaría a Verónica para ayudarle en la pastelería, pero, aun así, no me habría creído.

-¿Cuándo te diste cuenta? - le pregunté cuando llegamos a una parada.

Pamela me miró, todavía tratando de mentirme a la cara con arrogancia.

•¿De qué hablas? – Me consultó, moviéndose inquieta en su asiento.

anal

Su voz sonaba dulce y melodiosa, como una canción de cuna, pero la tensión en su auto no era tranquila. Lo único que rompía el silencio era el ruido del aire acondicionado, contrastando con la distancia discreta entre nosotros.

-Sobre tu embarazo. – Le respondí, sin dejar espacio a las dudas.

Sus pupilas se dilataron al escuchar mi acusación. Tomó un profundo suspiro, su enorme pecho subiendo y bajando agitado, para dejar escapar el aire más despacio. El tenso silencio se podía cortar con un cuchillo.

•¿Por qué crees que estoy mintiendo? – intentó negarlo, usando su pasión española.

Le conté la versión de los eventos que me llamaban la atención: según Pamela, tuvo su período una semana después de que compartimos la cama. Eso significaba que su período más fértil fue cerca de la fecha que dormimos juntos. Además, estaba toda su excusa de volver a dormir juntos: que ella “quería asegurarse…”

-Si quieres asegurarte, significa que ya pasó. – razoné mi conclusión. – Por eso te pregunto: ¿Cuándo te diste cuenta de que estás embarazada?

El rostro de Pamela enrojecía con cada segundo. La había pillado en su propia red de mentiras y ella lo sabía. Jugaba inquieta con el borde de su escote, esquivando la mirada. El auto estaba parado unos segundos mientras esperábamos que el semáforo cambiara y la calma suburbana de la avenida no le concedía un escape a mi interrogatorio.

•¡Ostias! Siempre has sido bueno en esto. – admitió finalmente, botando su mascara de diva. – Es una de las cosas que me enoja y me vuelve loca de ti.

Pero como si la luz verde me trajera una epifanía, me impactó la verdad: iba a ser papá de nuevo. Segunda vez fuera del matrimonio. Pero en lugar de que Marisol se enojara conmigo, mi esposa estaba encantada: Mi ruiseñor había contemplado el romance escondido que tuve con su prima, el triángulo amoroso que nos unía y le encantaba, como si ella misma fuera un personaje viviendo una telenovela.

•Alrededor de unas dos semanas. – me dijo en una voz baja, mezcla entre vergüenza y entusiasmo. – No sabía cómo decírselo a Mari. Pensé que no iba a funcionar…

Entonces vi los ojos sinceros de Pamela, su sonrisa cálida la hacía ver tierna y dulce.

•Eres delicioso en la cama. No podía dejarte ir…- me dijo con una sonrisa, haciéndome tragar saliva.

Insisto, Pamela sigue luciendo apetitosa. Sigue viéndose sexy y madura, no que mi ruiseñor no sea atractiva. Pero si mi esposa parece un ángel sexy, su prima es una diabla seductora.

A medida que nos acercábamos a su elegante vecindario, mi mente divagaba. Durante esas “conversaciones que a ninguna pareja le gusta charlar”, Marisol me había dicho que no le molestaría que me juntara con Pamela si algo le pasaba. Me opongo a esta idea, porque encuentro que mi mejor amiga es irremplazable. Pero a la vez, entendía su punto de vista: a pesar de su apariencia arisca, Pamela parece amarme con locura.

En la entrada de su casa, nos volvimos a besar, mis manos recorriendo su trasero redondeado.

prima

•¡Mira tú! – Me dijo con una sonrisa confiada y exquisita. – Quién es todo manitas…

-Pamela, no estoy bromeando. – le respondí inquieto, dándole su espacio. - ¿Qué pasa ahora?

Me volvió a besar. Su lengua se movía como si bebiera mi saliva.

•Solo quiero una noche más. – Me aclaró, agarrando la base de mi pene y mis testículos.

Sentí la calentura fluyendo por mi cuerpo y sabía que no me podría contener. Acepté con la cabeza y entramos a su casa. El recibidor estaba suavemente iluminado y la leve esencia a velas permeaba el aire. Me llevó a su dormitorio, donde la visión de su cautivante lencería de seda sobre la cama me terminó de ahogar en lujuria.

Pamela sabía que era una sola noche miserable. Una pobre excusa de la fantasía que jamás se haría realidad. Amo demasiado a Marisol y a nuestros hijos, por lo que probablemente nunca los voy a dejar.

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Pero esa noche, Pamela quería soñar una vez más que era mi mujer. La única mujer en mi vida y Marisol había sido lo suficientemente generosa para complacer su deseo.

En su dormitorio, las sábanas estaban prístinas y limpias. En cierta forma, me recordaba del tiempo que Pamela era una quinceañera celosa. Complementando esa visión, su sonrisa la hacía ver diez años más joven. Aunque su flama española todavía quemaba con fuerza en sus ojos.

Sus manos empezaron a desabrochar mi camisa con desesperación, sus ojos vivaces enfocados en mí.

•¡Te necesito! – Susurró, su voz sensual y embriagante como la de una sirena irresistible.

Mi pene estaba duro, luchando por escapar del pantalón. Sus senos sobre mi pecho se sentían tibios, carnosos y la vista era sorprendente. La sola idea que ahora le crecerían más debido a su embarazo me ponía más duro y caliente todavía.

Tomó mi erección riendo como si fuera una muchacha calentona. Me hostigó, disfrutando la manera que me hacía estremecer a medida que me envolvía en sus suaves, tibias manos.

•¡Lo sabía! – exclamó victoriosa, con una voz juguetona. - ¿Ya estás cachondo, so guarro?

No quería darle esa victoria. Me trataba de poner caliente del tiempo que su prima y yo pololeábamos. Pero mi amor por Marisol era más fuerte y puro. Aunque ahora, estaba indefenso bajo su cuerpo suave y tibio.

Once años después… (XVIII)

Pamela jugueteó con sus dedos sobre mi pecho, trazando líneas sobre mi abdomen y deteniéndose sobre el borde de mis pantalones. Desabrochó mi cinturón con un movimiento de sus manos, sus ojos brillando con deseo.

Parecía una pantera, sigilosa y mortal, y me tenía atrapado entre sus garras.

•¿Sabes que no he comido polla en más de cuatro años, cierto? – me preguntó, besándome la punta.

-Lo sé. – respondí, tratando de mantener la calma. Pero ella era demasiado buena.

Aunque a mi ruiseñor le encanta darme mamadas, Pamela se sentía diferente. Parecía que lo hiciera hambrienta, más violenta y codiciosa. Mientras que mi esposa disfruta tener mi pene en su boca, Pamela parecía querer atorarse con él en la garganta.

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Movía su cabeza arriba y abajo, sus ojos lagrimeando, pero no se detuvo. Parecía una mujer famélica por placer, ansiosa por consumir cada centímetro de mí. Me sentía culpable, pero no podía evitar perderme en el momento. Mis caderas se movían despacio, empujando más adentro en su boca, su lengua girando en torno a la punta de mi cabeza.

Honestamente, no era mi intención venirme en su boca, especialmente tan rápido. Pero Pamela era insaciable: ella tragó y tragó mi corrida sin dejarme escapar. Entonces, la dejó sola y se movió a mis labios.

•Eso es lo que me encanta de tu verga. – me dijo, besándome con el leve a sabor a semen en su lengua, montándome desesperada en su hendidura. – Nunca se baja.

La giré en su espalda y se rió como una niña. Ya estaba mojada y podía sentir cómo nuestros cuerpos se deseaban. Sus manos se afirmaban a mis hombros con fuerza, y ella arqueó su espalda, empujando sus senos sobre mí.

-Eres tan sexy. – le dije, tomado en el momento.

Sé que muchos hombres se lo han dicho antes, pero solo yo la he hecho avergonzarse por hacerlo.

•¡Cállate! – Me ordenó, para besarme con fuerza.

La pasión en sus labios me consumía y no pude evitar extraviarme. Devolví su beso, mis manos recorriendo su cuerpo mientras rodábamos sobre la cama, nuestra ropa desperdigada en torno a la cama. Su dormitorio estaba lleno con el sonido de nuestros jadeos y el crujir de los resortes.

Pero cuando mis manos aterrizaron a sus pechos, rompió en risa.

•¡Lo sabía! – me confrontó literalmente “con las manos en la masa…”- ¡Siempre supe que eras un guarro por mis tetas!

-Bueno, es tu culpa por andar luciéndolas todo el tiempo. – me burlé de ella en respuesta, haciéndole gemir mientras pellizcaba sus pezones. – Tienes el descaro para pedirme que no los mire.

Su risa era contagiosa y a pesar del calor del momento, no pude evitar sonreír. Sus ojos brillaban con malicia y se mordió el labio, empujando su pecho sobre mí.

•¡Sé sincero conmigo, pichón! – Me dijo, medio gimiendo mientras enterraba mis manos en sus senos. - ¿Cuántas veces quisiste que te ahogara con mis pechos?

No pude contener mi sonrisa, mis dientes apretando el lóbulo de su oreja.

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-¡Más veces que las que puedo contar! – respondí con una voz rasposa, sintiendo el calor de su piel en mis manos.

Las risitas de Pamela se volvieron un suave gemido gutural a medida que la apoyaba sobre su espalda y me acomodaba entre sus piernas. Sus pliegues se abrían como los pétalos de una flor, invitándome. Besé su cuello, su escápula y me moví más abajo, mi lengua trazando una senda a sus generosos y redondos pechos.

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Su respiración se cortó cuando metí su pezón en mi boca, chupándolo suavemente al principio, después más fuerte, sintiendo cómo se endurecía bajo mi lengua. Sus manos se enredaban sobre mi pelo, anclándome mientras se arqueaba su espalda, empujando mi cuerpo más cerca del suyo. El sonido de su placer era música para mis oídos y sentía mi pene latir con cada uno de sus suspiros.

Me fui besando a través de su cuerpo, mi lengua dejando un trazo húmedo por su estómago, bajando en su pelvis. Su piel tenía un sabor dulzón a sudor y podía sentir el calor saliendo de su cuerpo.

Cuando mi boca llegó a su clítoris, sacudió sus caderas, y lo tomó como una invitación para seguir chupándola y lamiéndola, llevándola poco a poco al orgasmo.

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Las uñas de Pamela se clavaban sobre mi cabeza mientras gemía mi nombre con dulzura. Sus piernas envolvían mi cuello, sus talones presionando mi espalda, instándome a seguir lamiendo. Sus caderas ardientes se mecían hacia adelante y hacia atrás, acunando su conchita sobre mi boca a medida que la devoraba. El perfume de su lujuria era intoxicante y podía darme cuenta cómo se mojaba más y más con cada lamida de mi lengua.

Su cuerpo empezó a sacudirse, sus gemidos se volvieron más intensos y desesperados. Sus caderas se apretaron en torno a mi cabeza y se vino en un gemido ahogado, sus jugos empaparon mi boca. La limpié con codicia, saboreando su esencia.

En esos momentos, no podía creer que esa maravillosa mujer estuviera conmigo. Se veía tan satisfecha por mis acciones, que me hacía sentir un poco orgulloso.

• ¡Eres el mejor tío con el que he estado! – dijo como si me leyera la mente. – Mi prima tuvo mucha suerte para encontrarte.

- Y ahora me está compartiendo contigo. – le susurré, deslizándome dentro de su suave interior, sintiendo cómo su calidez me iba envolviendo.

Sus comentarios mordaces pararon cuando empecé a llenarla. Nunca creí que tuviera un miembro grande, pero parece que lo tengo. Sin embargo, me di cuenta de que tengo uno grueso y cada vez que dormía con Pamela, parecía como si yo la estirase. Como lo mencioné, en su juventud, Pamela tuvo un montón de amantes. ¿Pero yo? ¿Destacándome del resto? Era impensable.

Sus piernas envolvieron mis muslos y me empujó más adentro de ella. Sus caderas se movían a un ritmo familiar y refrescante, como si nuestros cuerpos recordaran nuestra dinámica de toda una vida. El ruido de nuestros cuerpos azotándose resonaba constantemente y la esencia de nuestra pasión se volvía más fuerte con cada movimiento.

Once años después… (XVIII)

Cuando la iba metiendo profundo, pensé en el afortunado tipo que se terminará casando con ella. Sin embargo, cuando nuestros ojos se encontraron, sentí como si ella quisiera estar casada conmigo.

• ¡Estás tan adentro! – dejó salir en un jadeo, poniendo los ojos en blanco. – Voy a extrañar esto.

Esos comentarios me volvieron loco. Pamela es infernalmente sexy y trabaja en un ambiente repleto de verdaderos machos. Pero, aun así, ya pasó la fase de conocer tipos y buscando sentar cabeza.

Sus paredes se fueron apretando y noté cómo se tensaba. Estaba por venirse otra vez. Aceleré el ritmo, ansioso por hacerla acabar de nuevo. Sus uñas se enterraron en mi espalda y sus gemidos se hicieron más fuertes, su voz volviéndose una sinfonía de placer.

Siempre me sorprendió que Pamela fuese multiorgásmica. No les tomaba mucho tiempo a sus amantes para hacerla gemir y cuando estaba conmigo, era excelente. Ella podía acabar cuatro o cinco veces y yo aun no me venía. Al igual que con Marisol, llegaba un punto donde parecía pedirme que acabara.

Pero esa noche era distinto. Era más allá que sexo. Era la celebración de una mentira haciéndose realidad. Pamela lo había logrado: ella está portando mi hijo.

Le di más duro, sintiendo la presión crecer en mis testículos. Estaba tan apretada y húmeda, que la presión se estaba volviendo insoportable. Su conchita era cálida, suave y envolvente, manteniéndome cautivo en su cálido abrazo. Podía sentir su clímax llegando, sus músculos contrayéndose en torno a mi vara.

Nos volvimos a mirar.

•¡Uh! ¡Me voy a venir otra vez! – Me susurró como si no pudiera hacer nada al respecto, su voz una mezcla de placer e incredulidad.

tetona

Subí el ritmo de nuevo, cada estocada llevándola más cerca del límite. Su respiración se volvió agitada y su cuerpo empezó a sacudirse a medida que se venía, su conchita estrujándome como una maravilla.

La intensidad de su orgasmo fue mucho para mí. Gemí a medida que me vaciaba por ella, sintiendo su cuerpo pulsar, chupándome cada gota de placer de mi pene. Su dormitorio alcanzó finalmente la paz, escuchándose solo el ruido de nuestra agotada respiración y los últimos azotes de mis embestidas finales.

Cuando Pamela me miró, sus ojos reflejaban esperanza e inquietud. Quería hacer durar esa última noche juntos para siempre. Pero los dos sabíamos que no podíamos. La saqué, mi verga todavía brillando con sus jugos.

En cierta forma, me recordaba una pistola humeante: Seguía duro, pero Pamela todavía mantiene ese encanto. La había sacado, pero ya quería volver a estar dentro de ella.

•¿Me harás el culo ahora? – Me preguntó con un tono demandante.

anal

Sé que soy el único que se lo ha tomado. Pamela es reservada con eso. La primera vez que le hice la cola, fue por accidente: ella estaba mintiendo y alardeando, diciendo que lo había hecho muchas veces y le compré, mi verga estirando su agujerito por primera vez.

Pero al igual que a sus primas, a Pamela le encantó. Y después de estar con un montón de amantes egoístas que la veían como un polvo de una noche, decidió dejarme su posesión más preciada (y virginal).

- ¡Sí! – Le respondí, sintiendo el entusiasmo llegar a mi cuerpo.

Su colita estaba apretada y la idea de rellenarla era excitante.

Pamela giró sobre su estómago, sus bronceadas nalgas firmes y redondas pedían ser tocadas.

Seductora como siempre, me miró por encima de su hombro, con una coqueta sonrisa formándose en sus labios.

• ¡Eres el único tío que ha estado allí! – me recordó, con ese acento español loco que hacía mi glande arder como acero templado.

Y sabía que no mentía. Podía chamullar a cualquier otro tipo, menos a mí. Incluso me había dado cuenta de que se embarazó solo porque dijo que “quería asegurarse”.

Su trasero era un paisaje. Dos montículos redondos y perfectos que hacían agua la boca a cualquier hombre. Aparté sus muslos y lamí su ojete, haciéndole gemir de placer.

Mientras disfrutaba de su culito y de hacerla sacudir, me preguntaba si acaso Pamela sería tan putita como lo es Marisol si fuese mi esposa. Es increíble pensar que a pesar de estar más de 10 años juntos y compartiendo 4 hijos, no podamos quitarnos las manos de encima. Pero a diferencia de mi cónyuge, Pamela sería una esposa celosa.

Separé sus nalgas y empecé a meter mi verga en su culito apretado. Gimió sintiendo cada centímetro, su cuerpo ajustándose a la nueva sensación. Se sentía increíble, su presión era intoxicante, su calor envolviéndome.

prima

Es gracioso pensarlo ahora, pero ambas primas comparten el mismo tipo de trasero con forma de durazno. La única diferencia es que el de Pamela es más bronceado y apretado que el de Marisol, pero si a Pamela le encanta el sexo anal tanto como a mi mujer, no sería una sorpresa que se soltara un poco más también.

Le di más duro, sus gemidos volviéndose más ruidosos con cada centímetro. La sensación no tenía igual, la presión de su colita era incomparable. Pamela estaba tan mojada de nuestro encuentro anterior que mi pene se deslizó con mayor facilidad, llenándola completamente.

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Sus pechos se sacudían como jalea. Igual que los de Marisol y del mismo tamaño. Tenía que agarrárselos, haciendo que su esfínter se apretara.

• ¡Baboso! – medio gimió con su chispa española mientras le apretaba los pezones.

Pero no me lo impidió. Incluso echó su trasero hacia atrás, haciendo que mi verga avanzara incluso más profundo. Sus gemidos se volvieron impactantes mientras le hacía la cola, mis manos moviéndose a su cintura para sujetarla.

Su dormitorio volvía a ser un concierto de sonidos pasionales: el azote de mis caderas sobre su colita, sus jadeos placenteros y los ruidos húmedos de mi verga entrando y saliendo de ella.

Era asombroso. Su cola estaba tan apretada y ardientemente caliente como si fuese una virgen. Y sus genuinos gemidos de placer y satisfacción eran música para mis oídos.

La agarré de la cintura y la jalé hacia mí, metiéndola más profundo con cada estocada. Estaba apretada, tan apretada que era un desafío seguir metiéndola, pero uno que lo aceptaba a brazos abiertos. Creo que la sensación era completamente distinto a lo que he sentido con Marisol, a pesar de que lo hemos hecho tantas veces.

Fue entonces que ella literalmente gritó en éxtasis, llevando un ritmo enloquecedor, todo su cuerpo vibrando de una manera que me rompía la mente.

Yo era su amo. Su dueño. Y le encantaba. Al igual que sus primas y su hermana, estaba dispuesta volverse mi puta si se lo preguntaba.

Sus gemidos se hicieron más tensos y su cuerpo empezó a tensarse de nuevo. Podía sentir otro orgasmo formándose en ella y me estaba volviendo loco. Aceleré mis estocadas, empujando más adentro, mis manos fundidas a su cintura mientras yo tomaba su cuerpo por completo.

• ¡Ay, Marco! – gimió Pamela en un tono suplicante y desesperado.

Su culito era un infierno, estrujando mi verga con cada azote, mandando olas de placer que arrasaban con nuestros cuerpos. La visión de su culo tomándome con tantas ganas era fabulosa. Sus nalgas se sacudían con cada embestida y podía notar cómo su conchita se mojaba más y más, a pesar de que ya le había llenado con mi corrida antes.

Once años después… (XVIII)

Estaba perdiendo el control. Se lo estaba metiendo hasta las bolas. Era el bocadillo que cada hombre deseaba, pero el único elegido que podía probarlo.

Su cola parecía un guante en torno mi verga. Estaba apretado y tibio y la forma en que se movía hacía perder mi cordura. La manera en que su culito se apretaba en torno a mi verga era nada menos que celestial.

Para este punto, los dos gritábamos. La presión entre nosotros creciendo a niveles intolerables.

• ¡Marco, cógeme más duro! – Me gritó, echándome el cuerpo encima, su culito apretándose sobre mi verga con una presión incomparable.

No pude evitar obedecer sus ordenes, mis ganas por venirme creciendo con cada movimiento. La tomé de la cintura y le di con todo, sintiendo cómo su ano se apretaba más y más. Sus gemidos se volvieron potentes, desesperados y sabía que se iba a venir otra vez.

Nuestros movimientos se volvieron frenéticos, el ruido de nuestros cuerpos azotándose resonaban por toda la casa. La lámpara de su velador se mecía sin control, proyectando sombras que bailaban desenfrenadas en las paredes siguiendo nuestros movimientos apasionados.

La transpiración corría por mi frente y mi espalda con gotas gordas, el esfuerzo por aguantar mi orgasmo llegando al límite. Pero quería aguantar un poco más. Antes, quería romper a Pamela en mil pedazos.

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Finalmente, recurrí a mis armas mayores: me incliné sobre ella, alcanzando su botón mientras la culeaba descontrolado. Sus gemidos se volvieron incendiarios y empezó a mecerse de una forma salvaje, su conchita goteando de la excitación.

• ¡No! ¡Estás haciendo trampa! – reclamó mi “Amazona española”, como si no fuera justo que le diera placer más allá de su comprensión.

No pude contener una sonrisa arrogante.

- ¿Con que sí? – le respondí, mi pulgar haciendo círculos sobre su botón a un ritmo que la volvía loca. – Pero si tú fuiste la que me pidió que te hiciera la cola.

Y al igual que mi ruiseñor cuando está extremadamente caliente, Pamela se quedó callada, en un intento desesperado por contener el placer escapando de ella.

•¡Me voy a venir otra vez! – se las arregló para gemir, su voz compungida y desesperada.

Y fue un grito de batalla para mí también. No pude aguantarme por más tiempo. La sujeté más apretado de la cintura, la metí hasta el fondo y dejé que la inundación la inundara.

-¡Ah, carajos! – dejé salir a medida que me venía dentro de ella, llenando su colita apretada con chorro caliente y espeso de semen.

•¡Ay, Dios! ¡Ay, Dios! – Pamela gemía asombrada. – Tienes tanta lefa…

Y creo que tenía razón. Me sentí como si me viniera todo un litro en su interior. La punta de mi verga pinchaba a medida que escupía una y otra vez en su interior.

El cuerpo de Pamela se tensó una vez más alcanzando otro orgasmo, los músculos de su culo estrujándome con un abrazo poderoso. Dejó escapar un grito mitad de placer, mitad de sorpresa a medida que la iba llenando.

Los espasmos de su colita eran implacables y la sensación indescriptible. Una combinación de dolor y placer, una deliciosa agonía que me tenía en el límite de mi propio orgasmo. Me incliné sobre ella y besé su cuello por detrás, susurrándole cariñitos al oído que la volvían a poner salvaje.

Y cuando la saqué, mis jugos escapaban de su colita. Su ano me recordaba un cráter de asteroide en la luna. Se notaba ancho. Impresionante.

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•¡Para de mirarlo, so guarro! – Protestó con su orgullo español, como si estuviera enojada y satisfecha al mismo tiempo.

- Es tu culpa por tener una colita tan bonita. – la molesté, azotando su trasero antes de abrazarla.

Se volvió a reír y se giró para mirarme, sus pechos jadeando con cada respiro.

Se arrimó y me besó.

•¡Zoquete! – Se rió en un tono burlón. – Con razón sigues corneando a mi pobre prima. Esa cosa entre tus piernas no conoce el descanso.

-¡Sí, pero a ti te encanta también! – le respondí.

Reposamos unos minutos, recuperando el aliento, nuestros cuerpos todavía enredados. Su dormitorio olía deliciosamente a sexo, un testamento a la pasión que acabábamos de compartir.

Pero mientras nos relajábamos, dimos espacio para que la verdad se asentara.

-¿Puedo… venir a visitarlo, cuando nazca? – le pregunté con timidez.
Pamela sonrió.

•¡Imbécil! Siempre serás su papá. – me respondió, abrazándome fuerte y estrujándome con esos maravillosos pechos.

Sus palabras eran música para mis oídos. A pesar del embrollo en el que nos habíamos metido, me dio una brizna de esperanza que no usaría al bebe para interrumpir nuestra vida con Marisol. No que ella fuera a hacerlo, dado que ama mucho a su prima.


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