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El Albañil ~ Parte 1

El Albañil ~ Parte 1

El sol caía a plomo sobre la obra. El martilleo, los gritos de los obreros y el olor a mezcla húmeda eran parte del ambiente. Entre todos ellos, destacaba uno: Lucas, 35 años, piel curtida, brazos marcados, sudoroso, con el mameluco arremangado hasta los codos y el casco ladeado.

Había sido contratado para construir una ampliación en una casa de familia en un barrio privado. Una casa grande, elegante, con piscina y patio arbolado. Y allí vivía ella: Julieta, 23 años, hija única, mimada, provocadora.

Desde el primer día, lo miró con desprecio.
—No pongas los ladrillos así, se te van a caer —le dijo apenas al segundo día, cruzada de brazos.
—¿Querés ponerte vos el mameluco y venir a probar? —respondió él, sin levantar la voz.
Ella se rió. Lo subestimaba, pero lo deseaba.

Julieta tenía el cuerpo de una diosa: shorts mínimos, musculosa sin sostén, y esa actitud de chica rica que cree que puede manejarlo todo. Pero con Lucas no. Él no era como los chicos finos que conocía. Él era otra cosa.

Una tarde calurosa, cuando sus padres no estaban, Julieta bajó con una limonada.
—¿Querés algo frío? —le ofreció, mientras se agachaba lo suficiente como para que él viera el comienzo de sus pezones bajo la remera.

Lucas la miró fijo, dejó la cuchara de albañil y se limpió el sudor del cuello.

—¿Jugás, nena? Pero no sabés lo que estás provocando.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Me vas a enseñar?

Él se acercó, despacio, sucio, con olor a cemento y virilidad.
—Te tratás de hacer la viva… pero necesitás que alguien te baje de ese pedestal.

Ella no se movió. Esperaba eso. Lo quería.

Lucas la agarró de la cintura y la empujó contra la pared a medio terminar.
—Vas a aprender a respetar —le susurró en el oído mientras le levantaba la remera.

Julieta gimió bajo, casi con culpa. Estaba caliente. Demasiado.

Él le bajó el short de golpe. No llevaba ropa interior.
—Mirá vos… bien dispuesta.

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La hizo arrodillarse entre polvo y ladrillos, y le sacó la pija dura, gruesa.
—Abrí la boca, nena rica. Que te voy a dar lo que no te dio nadie en esta casa.

Ella se lo chupó como si lo hubiera deseado desde el primer día. Mamandolo con desesperación. Él la sujetó del cabello, marcando el ritmo, haciendo que se atragantara de gusto.

Después, la hizo ponerse en cuatro contra el saco de cemento, y se la metió de atrás, duro en su concha rosada.
—¡Sí! Así… así quiero que me des, albañil —gritaba ella, con las manos embarradas y los muslos rojos.

Y cuando ya estaba al límite, él le escupió el culo, lo abrió con los dedos y se lo metió despacio, firme, hasta el fondo.

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—¡Ahhh! ¡Me estás rompiendo el culo , hijo de puta! —gritó Julieta, con una mezcla de dolor y placer.
—Callate y aprendé lo que es un verdadero macho.

La cogida fue brutal. Anal, intensa, cruda. Julieta acabó dos veces. Y él le llenó el culo con una explosión de semen caliente que la dejó temblando.

Cuando terminaron, ella quedó tirada en el suelo, jadeando. Con el culo adolorido.
—Ahora sí… entendí quién manda en esta obra.

Lucas se subió el mameluco, encendió un cigarro y le dijo:
—Y mañana, te enseño a mezclar cemento con las tetas al aire.

Julieta no podía dejar de pensar en él. Cada vez que Lucas llegaba a la casa, su cuerpo se encendía como un fósforo. El polvo, el olor a transpiración, el modo en que la dominaba … se volvió una adicción.

Ese viernes sus padres viajaban. La casa quedaba vacía. Julieta bajó con una mini falda de jean sin ropa interior y una remera blanca sin sostén. Se inclinó exageradamente para "mirar los planos". Lucas ya la había visto.
—¿Venís a ayudarme con la mezcla… o a hacer quilombo? —le dijo él, con la pala al hombro.
—Vengo a que me dejes sucia. Como la última vez —respondió ella, mordiéndose el labio.

Él se acercó, le levantó la faldita y la vio toda mojada, expuesta.
—Estás más caliente que el sol, nena rica.
—Me estuve tocando desde ayer, solo pensando en tu pija.

Lucas se la sacó y la puso en la boca de un saque.
—No hablés tanto. Hacé lo que sabés.
Ella lo chupó de rodillas, con desesperación, escupiéndole la pija, tragando todo.

Luego él la agarró de las piernas, la alzó y la apoyó contra el carrito de mezcla. Sin piedad, la penetró de frente, levantándole las rodillas.

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—¡Dios, sí! ¡Rompeme! ¡Cógeme como a una puta!
—No sabés lo que pedís, nena.

La sacó de ahí, la tiró al piso sucio de tierra y polvo,mientras la cogía de atrás con fuerza bruta.

—¿Te gusta arrastrarte por un albañil, hija de papá?
—¡Sí, sí, sí! ¡Sos mío, sos mío! —gritaba,mojada, con la cara contra el suelo.

La cogida se volvió animal. Lucas le escupió el culo, le metió el pulgar y luego le encajó la pija de nuevo por el culo mientras ella lloraba de placer.

Julieta acabó gritando, con el cuerpo temblando. Lucas acabó adentro, caliente. Luego se sacó el casco, le tiró una camiseta vieja encima y le dijo al oído:
—Y esto fue solo la mitad. Esta noche venís vos a mi pensión… y ahí vas a rogar por misericordia.

Julieta se rió sucia, jadeando.
—Llevame como quieras… albañil, animal, amo… pero no pares. Nunca pares.


La pensión era vieja, con paredes finas y olor a humedad. Un solo ambiente, una cama con sábanas gastadas, un ventilador que apenas giraba y herramientas por todos lados. Pero para Julieta, ese lugar se convirtió en el centro del universo.

Llegó entrada la noche, con una campera encima y nada más.
Lucas la esperaba en musculosa y calzoncillos, tomando una cerveza sentado en la cama. Cuando la vio, sonrió ladeado.
—¿Segura que te bancás esto, nena fina?
—No vengo a quejarme. Vengo a pedirte perdón… como corresponde.

Se sacó la campera. Estaba completamente desnuda. Su cuerpo brillaba bajo la tenue luz del foco.

—Perdón por tratarte como si no valieras nada… cuando sos lo único que me hace acabar de verdad.

Subió a la cama y se montó sobre él, rozándole la pija ya dura con su conchita caliente.

—¿Así se pide perdón? —le susurró él, agarrándole las tetas con una mano y metiendo los dedos entre los labios húmedos.
—No. Así… agarrandole el pene y guiandolo a su concha —y se lo metió despacio, mirándolo fijo a los ojos mientras se lo tragaba centímetro a centímetro.
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Julieta comenzó a cabalgarlo lento, profundo, mientras lo besaba y le decía al oído:
—Nadie me ha cogido como vos, nadie me ha hecho sentir tan puta y tan mujer a la vez…

Lucas la agarró fuerte de la cintura y la hizo rebotar con fuerza. Ella se inclinaba para que sus pezones rozaran su pecho.
—Dale, haceme tuya. Usame. Rompeme el alma con tu pija.

Cabalgaba como una loca. El sonido de los gemidos y los golpes del colchón contra la pared hizo que un vecino golpeara la pared.
—¡Que se jodan! —gritó ella— ¡Hoy me cojo al albañil como quiero!

Lucas la levantó y la apoyó contra la ventana, la penetró de nuevo por detrás mientras la tomaba del cuello.
—Estás toda mojada, perrita… ¿No que eras la hija de familia?
—Y ahora soy tu puta privada, tuya… de nadie más.

La cogió sin parar hasta que se le doblaron las piernas. Julieta acabó llorando, temblando, mientras él la llenaba con un chorro caliente.

Quedaron abrazados, transpirados, con el ventilador apenas girando.
—¿Te gustó la pensión? —bromeó Lucas.
—Me encantó.


Julieta no había avisado. Quería sorprenderlo. Un domingo al mediodía, se puso una faldita blanca, sin bombacha, y una blusita ajustada. Iba decidida a darle una “mañanita especial” a su albañil. Llevaba empanadas calientes y las tetas más calientes aún.

Subió las escaleras de la pensión sin hacer ruido. Al llegar a la puerta del cuarto de Lucas, escuchó ruidos. Gemidos. Una cama golpeando la pared. Unas risas femeninas.

Se le heló la sangre.

Se asomó por la hendija de la puerta mal cerrada… y ahí estaba: Lucas cogiendo con la vecina del 3, una morocha tetona, más grande que ella. La tenía contra la pared, cogiéndola de pie, y le decía al oído:

—¿Te gusta que te lo meta así, zorra?
—¡Sí! ¡Más fuerte, albañil sucio!

Julieta sintió una puñalada en el pecho… y un fuego en la concha. No sabía si gritar, llorar o tocarse. Los celos la desarmaban y la calentaban al mismo tiempo.

Empujó la puerta de golpe.
—¡Qué lindo el espectáculo! ¿También la estás pintando, Lucas?

Los dos se quedaron congelados. La vecina intentó cubrirse. Lucas se la sacó rápido.
—Julieta, no es lo que pensás…

Ella lo miró con fuego en los ojos. Se acercó, le pegó una cachetada, y luego le agarró la pija todavía mojada.
—¿No es lo que pienso? ¿O es que te gusta jugar a tener dos putas al mismo tiempo?

La vecina, incómoda, quiso salir.
—¡Quedate puta! —gritó Julieta— Quiero que veas cómo una mujer de verdad castiga a un infiel.

Se sacó la ropa en un segundo, se montó sobre Lucas, todavía duro, y empezó a cabalgarlo con furia.

—Mirá bien, vecinita. Esta pija es mía. Yo la entrené. Yo me la trago entera.
Y mirándolo a los ojos, empezó a gritarle con furia:

—¡No te voy a dejar! ¡Pero vas a rogar cada orgasmo, hijo de puta!
—¡Dale, puta hermosa! Castigame… —gruñía él, agarrándola de las nalgas.

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Acabaron juntos, explosivos, sucios, con la vecina mirando desde la puerta, tocandose, sin saber si quedarse o escapar.

Julieta se bajó, se limpió con su falda, lo miró con desprecio y deseo mezclados.
—La próxima vez que me hagas esto… te voy a hacer cogerme en la terraza, con medio barrio mirando.
—¿Y eso sería castigo… o premio?

Ella lo besó mordiendolo.
—Vos decidís… albañil infiel.

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