Mi historia con Juliana
A veces la mente se me va pa’ Juliana, una mujer que me marcó como pocas. Yo, un hombre curtido por la vida, la conocí cuando ella tenía 18 años, apenas una pelada con los ojos llenos de curiosidad, y yo ya le llevaba unos 20 años encima. Fui el primero en abrirle las puertas del placer, y qué puertas, viejo. No es por alardear, pero lo nuestro era una hoguera que no se apagaba, una química que te quema la piel y te deja pidiendo más.
Mi vida era la carretera, manejando camión de un lado pa’l otro. Las semanas se me iban entre el asfalto y el sudor, pero cuando llegaba a la ciudad, Juliana era mi refugio. Nos veíamos cada dos semanas, a veces menos, y era como si el mundo se detuviera. Nos tomábamos unas frías en un bar de esos con luces tenues, ella con esa sonrisa que prometía problemas, y yo ya sabiendo lo que venía. De ahí, directo pa’l ring. Juliana era puro fuego, le encantaba el manjar, ¿me entienden? Sin echarme flores, digamos que la naturaleza me dio lo mío, más de 19 centímetros, y ella lo manejaba todo, como si su cuerpo estuviera tallado pa’l goce. Su vagina, profunda, apretada, húmeda, era una tentación que me volvía loco. Pero no se equivoquen: Juliana es una mujer de esas que se ganan el respeto. Trabajadora, decente, con un corazón que no le cabe en el pecho. Una reina en la calle, pero en la intimidad, ¡mamita, qué volcán!
Pa’ ser sincero, a veces la sentía como mi puta de planta. No lo digo pa’ ofender, porque ella era mucho más que eso, pero así lo vivíamos. Yo llegaba, cansado, con la cabeza revuelta de tanto viaje, y ella siempre estaba ahí, lista pa’ mí. Nunca se negaba, nunca ponía excusas. Abría las piernas con esa mirada pícara que me desarmaba, y yo me perdía en ella. Disfrutaba comérmela, saborearla despacio, como quien se toma un trago caro, gota a gota. Meterle todo, sentir cómo se estremecía, cómo se entregaba sin reservas, era como un ritual. Cada roce, cada gemido, era una descarga que me hacía olvidar el cansancio de la carretera. A veces me sentía como un rey, porque mientras por otras había que pagar, con Juliana todo era natural, puro instinto. Ella se dejaba llevar, y yo me aprovechaba de esa disponibilidad, de esa entrega que me tenía al borde de la locura. Sus caderas se movían como si supieran exactamente lo que yo necesitaba, y yo no me cansaba de explorarla, de hundirme en ella hasta que los dos quedábamos sin aliento.

Recuerdo una noche en especial, en un motel de esos de carretera, con espejos en las paredes y una cama que crujía con cada movimiento. Habíamos tomado un par de rones, y ella estaba más suelta que nunca. Me miró con esos ojos que decían “hoy no hay límites” y se subió encima de mí, moviéndose como si quisiera grabarse en mi memoria pa’ siempre. Esa noche fue como si el tiempo se detuviera, solo nosotros, el calor de su piel, el sudor mezclado, y esa sensación de que no había nada más en el mundo. Me susurró cosas al oído que todavía me hacen estremecer cuando las recuerdo, y yo no podía más que dejarme llevar por esa hembra que sabía exactamente cómo volverme loco. Fue una de esas noches que te marcan, que te hacen pensar que el placer así no se encuentra en cualquier lado.
Nunca me presentó a su familia, y no la culpo. Con la diferencia de edad, lo nuestro no era pa’ mostrar en la foto familiar. Era un secreto nuestro, un pacto tácito que guardábamos bajo llave. Yo no la veía como pa’l matrimonio, pa’ qué mentir, pero tampoco la irrespetaba. Era mi escape, mi oasis en medio del desierto, y creo que yo era el suyo. Cada vez que nos veíamos, era como si el tiempo no hubiera pasado. Nos tomábamos algo, nos reíamos, y luego nos comíamos vivos en la cama. Así funcionábamos, sin promesas, pero con una intensidad que no se explica.

La cosa se acabó porque, qué les digo, metí las patas. Andaba con otras, y Juliana no se merecía eso. Me arrepiento, porque una mujer como ella no se cruza todos los días. Ahora sé que está casada, y si el marido de Juliana está leyendo esto, qué te digo, viejo: te llevaste a una reina, pero también a la puta de otro, en el buen sentido. Esa mujer es oro puro, pero en la intimidad es una hoguera que no se apaga. Hace poco la llamé, pa’ saber cómo estaba, y luego me escribió ella. No sé qué pensar, pero algo me dice que quizás extraña esa chispa que teníamos. Yo no le cierro la puerta; si se diera la oportunidad, no diría que no a volver a probar ese fuego. La vida da muchas vueltas, y quién sabe si algún día les cuente más de esas noches que todavía me roban el sueño. Esto no se acaba aquí, hay más historias guardadas en el baúl.

cuentenmes, ¿qué harían si una hembra como Juliana, con ese cuerpo que grita pecado y una mirada que te derrite, te susurra que quiere devorarte entero, aunque sea solo por una noche? ¿Se lanzarían a esa pasión prohibida que ella lleva en la piel, o la dejarían como un sueño que quema? Confiesen, que aquí el deseo no se guarda..
A veces la mente se me va pa’ Juliana, una mujer que me marcó como pocas. Yo, un hombre curtido por la vida, la conocí cuando ella tenía 18 años, apenas una pelada con los ojos llenos de curiosidad, y yo ya le llevaba unos 20 años encima. Fui el primero en abrirle las puertas del placer, y qué puertas, viejo. No es por alardear, pero lo nuestro era una hoguera que no se apagaba, una química que te quema la piel y te deja pidiendo más.
Mi vida era la carretera, manejando camión de un lado pa’l otro. Las semanas se me iban entre el asfalto y el sudor, pero cuando llegaba a la ciudad, Juliana era mi refugio. Nos veíamos cada dos semanas, a veces menos, y era como si el mundo se detuviera. Nos tomábamos unas frías en un bar de esos con luces tenues, ella con esa sonrisa que prometía problemas, y yo ya sabiendo lo que venía. De ahí, directo pa’l ring. Juliana era puro fuego, le encantaba el manjar, ¿me entienden? Sin echarme flores, digamos que la naturaleza me dio lo mío, más de 19 centímetros, y ella lo manejaba todo, como si su cuerpo estuviera tallado pa’l goce. Su vagina, profunda, apretada, húmeda, era una tentación que me volvía loco. Pero no se equivoquen: Juliana es una mujer de esas que se ganan el respeto. Trabajadora, decente, con un corazón que no le cabe en el pecho. Una reina en la calle, pero en la intimidad, ¡mamita, qué volcán!
Pa’ ser sincero, a veces la sentía como mi puta de planta. No lo digo pa’ ofender, porque ella era mucho más que eso, pero así lo vivíamos. Yo llegaba, cansado, con la cabeza revuelta de tanto viaje, y ella siempre estaba ahí, lista pa’ mí. Nunca se negaba, nunca ponía excusas. Abría las piernas con esa mirada pícara que me desarmaba, y yo me perdía en ella. Disfrutaba comérmela, saborearla despacio, como quien se toma un trago caro, gota a gota. Meterle todo, sentir cómo se estremecía, cómo se entregaba sin reservas, era como un ritual. Cada roce, cada gemido, era una descarga que me hacía olvidar el cansancio de la carretera. A veces me sentía como un rey, porque mientras por otras había que pagar, con Juliana todo era natural, puro instinto. Ella se dejaba llevar, y yo me aprovechaba de esa disponibilidad, de esa entrega que me tenía al borde de la locura. Sus caderas se movían como si supieran exactamente lo que yo necesitaba, y yo no me cansaba de explorarla, de hundirme en ella hasta que los dos quedábamos sin aliento.

Recuerdo una noche en especial, en un motel de esos de carretera, con espejos en las paredes y una cama que crujía con cada movimiento. Habíamos tomado un par de rones, y ella estaba más suelta que nunca. Me miró con esos ojos que decían “hoy no hay límites” y se subió encima de mí, moviéndose como si quisiera grabarse en mi memoria pa’ siempre. Esa noche fue como si el tiempo se detuviera, solo nosotros, el calor de su piel, el sudor mezclado, y esa sensación de que no había nada más en el mundo. Me susurró cosas al oído que todavía me hacen estremecer cuando las recuerdo, y yo no podía más que dejarme llevar por esa hembra que sabía exactamente cómo volverme loco. Fue una de esas noches que te marcan, que te hacen pensar que el placer así no se encuentra en cualquier lado.
Nunca me presentó a su familia, y no la culpo. Con la diferencia de edad, lo nuestro no era pa’ mostrar en la foto familiar. Era un secreto nuestro, un pacto tácito que guardábamos bajo llave. Yo no la veía como pa’l matrimonio, pa’ qué mentir, pero tampoco la irrespetaba. Era mi escape, mi oasis en medio del desierto, y creo que yo era el suyo. Cada vez que nos veíamos, era como si el tiempo no hubiera pasado. Nos tomábamos algo, nos reíamos, y luego nos comíamos vivos en la cama. Así funcionábamos, sin promesas, pero con una intensidad que no se explica.

La cosa se acabó porque, qué les digo, metí las patas. Andaba con otras, y Juliana no se merecía eso. Me arrepiento, porque una mujer como ella no se cruza todos los días. Ahora sé que está casada, y si el marido de Juliana está leyendo esto, qué te digo, viejo: te llevaste a una reina, pero también a la puta de otro, en el buen sentido. Esa mujer es oro puro, pero en la intimidad es una hoguera que no se apaga. Hace poco la llamé, pa’ saber cómo estaba, y luego me escribió ella. No sé qué pensar, pero algo me dice que quizás extraña esa chispa que teníamos. Yo no le cierro la puerta; si se diera la oportunidad, no diría que no a volver a probar ese fuego. La vida da muchas vueltas, y quién sabe si algún día les cuente más de esas noches que todavía me roban el sueño. Esto no se acaba aquí, hay más historias guardadas en el baúl.

cuentenmes, ¿qué harían si una hembra como Juliana, con ese cuerpo que grita pecado y una mirada que te derrite, te susurra que quiere devorarte entero, aunque sea solo por una noche? ¿Se lanzarían a esa pasión prohibida que ella lleva en la piel, o la dejarían como un sueño que quema? Confiesen, que aquí el deseo no se guarda..
1 comentarios - la esposa de uno fue la puta de otro