Carlos y Valeria llevaban dos años juntos cuando Julián, el mejor amigo de Carlos, se mudó a vivir con ellos por una temporada. Lo que parecía una decisión temporal por cuestiones económicas, pronto empezó a cambiar la atmósfera del departamento.
Julián era carismático, seguro de sí mismo y tenía esa energía que llenaba el espacio con su sola presencia. Valeria, de naturaleza sensual pero reservada, comenzó a mostrar un lado más despreocupado. Empezó a vestir más ligera en casa, dejando ver su figura perfecta bajo camisetas cortas y shorts mínimos.

Los días se volvieron un juego silencioso dentro del departamento. Los tres convivían como si todo estuviera bien, pero debajo de la superficie, la tensión crecía, densa como una tormenta a punto de estallar.
Valeria y Julián no lo decían, pero la atracción entre ellos se volvía imposible de ignorar. Él ya no podía esconder cómo la miraba. Ella… parecía disfrutarlo.
Los roces comenzaron a volverse más frecuentes. Una mano que rozaba "accidentalmente" la suya en la cocina. Una mirada que duraba un segundo de más. Risas en voz baja, charlas que se alargaban hasta la madrugada cuando Carlos trabajaba tarde o se quedaba dormido en el sofá.
Esa tarde, Valeria apareció en el departamento usando un conjunto que parecía diseñado para volver loco a cualquiera: un crop top blanco, ajustado y diminuto, que apenas cubría sus pechos firmes, y unos shorts de mezclilla tan cortos que al moverse dejaban entrever parte de su trasero redondo y perfecto. Descalza, con el cabello suelto, se paseaba por el departamento como si fuera dueña del lugar… y, en cierto modo, lo era.


Carlos al principio no dijo nada. Incluso le parecía halagador ver a su novia tan cómoda. Pero con el tiempo, empezó a notar los silencios entre ella y Julián. Las risas compartidas. Las miradas más largas de lo normal.
Valeria empezó a pasar más tiempo en casa, y su forma de vestir se volvió aún más atrevida. A veces salía de la habitación en ropa interior cubierta apenas por una bata ligera, cruzándose con Julián como si fuera natural. Carlos comenzaba a sentir celos, pero no se atrevía a decir nada.

Fue entonces cuando comenzó a notar algo más: disfrutaba ese morbo silencioso. Observar a Valeria tan libre, tan provocadora… y cómo Julián la miraba cuando pensaba que nadie lo veía. Ese cosquilleo extraño le carcomía el pecho, mezcla de rabia y deseo.
Una noche, los tres compartieron copas en la sala. Entre bromas y tragos, Julián propuso una apuesta tonta: el ganador compartiría habitación con Valeria por una semana. Carlos, entre risas forzadas, aceptó. Para su desgracia —o su condena—, Julián ganó.
Valeria no protestó. Solo sonrió de forma ambigua… y se fue con él.
Esa noche, Carlos activó las cámaras de vigilancia que había instalado en secreto. No sabía qué buscaba. Solo sabía que necesitaba ver. Necesitaba saber.
Y vio.
Miró en silencio.
Y no dejó de mirar.
Los minutos pasaban y Carlos seguía pegado a la pantalla de su celular, los ojos clavados en la escena que se desarrollaba en el cuarto de Julián. Los cuerpos de Valeria y su amigo seguían entrelazados sobre la cama, las caricias cada vez más atrevidas, los susurros apenas audibles por el micrófono de la cámara, llenos de provocación.
Julián se recostó junto a ella, sus manos acariciando su abdomen plano, sus caderas, deslizándose por la parte baja de su espalda. Valeria rió suave, girándose, apoyando una pierna sobre el cuerpo de él, quedando peligrosamente encima, su cabello cayendo como una cortina sobre el rostro de Julián.

Los labios se buscaron de nuevo, los besos se hicieron más profundos, las manos de Julián se aferraban a las caderas de Valeria, mientras ella jugaba, provocando, controlando la situación.
Carlos no podía dejar de mirar. Su cuerpo estaba tenso, la mezcla de celos, rabia y excitación lo tenía al borde.
Sabía que si se levantaba en ese momento y entraba al cuarto, todo se detendría.
Pero no lo hizo.
La parte más oscura de su mente… quería seguir observando.
En la pantalla, Valeria se levantó apenas, quedando sentada a horcajadas sobre Julián. Su cuerpo perfecto, apenas cubierto por la diminuta ropa interior, sus pechos firmes moviéndose suavemente al ritmo de su respiración agitada, su piel dorada brillando bajo la luz tenue.

Ella se inclinó, sus labios rozaron el cuello de Julián, sus caderas se movieron despacio sobre él, creando una fricción que lo enloquecía… y a Carlos también.
Julián deslizó las manos por sus muslos, sus caderas, subiendo hasta su cintura. Valeria cerró los ojos, disfrutando, mientras su cuerpo se contorneaba provocativamente.
Carlos apretó los puños, el corazón latiendo con fuerza.
La situación se había ido de control.
Los límites… ya no existían.
Y, aunque dolía, aunque ardía por dentro, su morbo era más fuerte.
Sabía que esa noche quedaría marcada para siempre.
Y, en el fondo… no quería que terminara.
Carlos no sabía cuánto tiempo llevaba con los ojos clavados en la pantalla. Podía escuchar su propia respiración, acelerada, desacompasada. El celular temblaba en sus manos. Los celos le quemaban el pecho… pero el morbo, esa excitación retorcida y adictiva, lo tenía completamente atrapado.
En el cuarto, Valeria seguía encima de Julián, sentada a horcajadas, su cuerpo moviéndose con lentitud, con una sensualidad calculada, como si cada movimiento estuviera pensado para destruir la resistencia de ambos… y para enloquecer a quien la mirara.
Su cabello suelto caía en ondas sobre sus hombros, su piel brillaba bajo la luz, y sus pechos perfectos se movían al ritmo de su respiración entrecortada. La diminuta prenda negra que apenas cubría su intimidad parecía a punto de rendirse ante el deseo.
Pero lo peor… o lo mejor… era su actitud.
Valeria no solo se entregaba a las caricias de Julián. Jugaba. Provocaba. Sabía que Carlos estaba cerca, que podía verlos… quizás no de forma consciente, pero su cuerpo, su lenguaje, su mirada, lo gritaban.
Carlos sentía el estómago arder. Los celos lo asfixiaban… pero la perversión, el fuego en su entrepierna, era incontrolable.
Entonces, ocurrió.
Valeria se inclinó sobre Julián, acercando sus labios a su oído, sus pechos rozando el pecho desnudo de él. Y mientras le susurraba algo inaudible para la cámara, sus ojos, inexplicablemente, se dirigieron hacia donde estaba oculta la lente.
Una mirada directa. Casi… consciente.
Carlos sentía que el corazón le iba a estallar. La escena frente a él, en la pantalla de su celular, era peor —o mejor— de lo que su mente celosa había imaginado.
Valeria seguía sentada sobre Julián, su cuerpo perfecto moviéndose con una lentitud calculada, provocando, dominando, destruyendo cualquier límite. Su cabello caía como una cortina sobre su rostro, sus pechos rozaban el torso de Julián, y sus caderas se movían con ese vaivén sensual que enloquecía a cualquiera.

Dejen sus puntos para la parte 2
Julián era carismático, seguro de sí mismo y tenía esa energía que llenaba el espacio con su sola presencia. Valeria, de naturaleza sensual pero reservada, comenzó a mostrar un lado más despreocupado. Empezó a vestir más ligera en casa, dejando ver su figura perfecta bajo camisetas cortas y shorts mínimos.

Los días se volvieron un juego silencioso dentro del departamento. Los tres convivían como si todo estuviera bien, pero debajo de la superficie, la tensión crecía, densa como una tormenta a punto de estallar.
Valeria y Julián no lo decían, pero la atracción entre ellos se volvía imposible de ignorar. Él ya no podía esconder cómo la miraba. Ella… parecía disfrutarlo.
Los roces comenzaron a volverse más frecuentes. Una mano que rozaba "accidentalmente" la suya en la cocina. Una mirada que duraba un segundo de más. Risas en voz baja, charlas que se alargaban hasta la madrugada cuando Carlos trabajaba tarde o se quedaba dormido en el sofá.
Esa tarde, Valeria apareció en el departamento usando un conjunto que parecía diseñado para volver loco a cualquiera: un crop top blanco, ajustado y diminuto, que apenas cubría sus pechos firmes, y unos shorts de mezclilla tan cortos que al moverse dejaban entrever parte de su trasero redondo y perfecto. Descalza, con el cabello suelto, se paseaba por el departamento como si fuera dueña del lugar… y, en cierto modo, lo era.


Carlos al principio no dijo nada. Incluso le parecía halagador ver a su novia tan cómoda. Pero con el tiempo, empezó a notar los silencios entre ella y Julián. Las risas compartidas. Las miradas más largas de lo normal.
Valeria empezó a pasar más tiempo en casa, y su forma de vestir se volvió aún más atrevida. A veces salía de la habitación en ropa interior cubierta apenas por una bata ligera, cruzándose con Julián como si fuera natural. Carlos comenzaba a sentir celos, pero no se atrevía a decir nada.

Fue entonces cuando comenzó a notar algo más: disfrutaba ese morbo silencioso. Observar a Valeria tan libre, tan provocadora… y cómo Julián la miraba cuando pensaba que nadie lo veía. Ese cosquilleo extraño le carcomía el pecho, mezcla de rabia y deseo.
Una noche, los tres compartieron copas en la sala. Entre bromas y tragos, Julián propuso una apuesta tonta: el ganador compartiría habitación con Valeria por una semana. Carlos, entre risas forzadas, aceptó. Para su desgracia —o su condena—, Julián ganó.
Valeria no protestó. Solo sonrió de forma ambigua… y se fue con él.
Esa noche, Carlos activó las cámaras de vigilancia que había instalado en secreto. No sabía qué buscaba. Solo sabía que necesitaba ver. Necesitaba saber.
Y vio.
Miró en silencio.
Y no dejó de mirar.
Los minutos pasaban y Carlos seguía pegado a la pantalla de su celular, los ojos clavados en la escena que se desarrollaba en el cuarto de Julián. Los cuerpos de Valeria y su amigo seguían entrelazados sobre la cama, las caricias cada vez más atrevidas, los susurros apenas audibles por el micrófono de la cámara, llenos de provocación.
Julián se recostó junto a ella, sus manos acariciando su abdomen plano, sus caderas, deslizándose por la parte baja de su espalda. Valeria rió suave, girándose, apoyando una pierna sobre el cuerpo de él, quedando peligrosamente encima, su cabello cayendo como una cortina sobre el rostro de Julián.

Los labios se buscaron de nuevo, los besos se hicieron más profundos, las manos de Julián se aferraban a las caderas de Valeria, mientras ella jugaba, provocando, controlando la situación.
Carlos no podía dejar de mirar. Su cuerpo estaba tenso, la mezcla de celos, rabia y excitación lo tenía al borde.
Sabía que si se levantaba en ese momento y entraba al cuarto, todo se detendría.
Pero no lo hizo.
La parte más oscura de su mente… quería seguir observando.
En la pantalla, Valeria se levantó apenas, quedando sentada a horcajadas sobre Julián. Su cuerpo perfecto, apenas cubierto por la diminuta ropa interior, sus pechos firmes moviéndose suavemente al ritmo de su respiración agitada, su piel dorada brillando bajo la luz tenue.

Ella se inclinó, sus labios rozaron el cuello de Julián, sus caderas se movieron despacio sobre él, creando una fricción que lo enloquecía… y a Carlos también.
Julián deslizó las manos por sus muslos, sus caderas, subiendo hasta su cintura. Valeria cerró los ojos, disfrutando, mientras su cuerpo se contorneaba provocativamente.
Carlos apretó los puños, el corazón latiendo con fuerza.
La situación se había ido de control.
Los límites… ya no existían.
Y, aunque dolía, aunque ardía por dentro, su morbo era más fuerte.
Sabía que esa noche quedaría marcada para siempre.
Y, en el fondo… no quería que terminara.
Carlos no sabía cuánto tiempo llevaba con los ojos clavados en la pantalla. Podía escuchar su propia respiración, acelerada, desacompasada. El celular temblaba en sus manos. Los celos le quemaban el pecho… pero el morbo, esa excitación retorcida y adictiva, lo tenía completamente atrapado.
En el cuarto, Valeria seguía encima de Julián, sentada a horcajadas, su cuerpo moviéndose con lentitud, con una sensualidad calculada, como si cada movimiento estuviera pensado para destruir la resistencia de ambos… y para enloquecer a quien la mirara.
Su cabello suelto caía en ondas sobre sus hombros, su piel brillaba bajo la luz, y sus pechos perfectos se movían al ritmo de su respiración entrecortada. La diminuta prenda negra que apenas cubría su intimidad parecía a punto de rendirse ante el deseo.
Pero lo peor… o lo mejor… era su actitud.
Valeria no solo se entregaba a las caricias de Julián. Jugaba. Provocaba. Sabía que Carlos estaba cerca, que podía verlos… quizás no de forma consciente, pero su cuerpo, su lenguaje, su mirada, lo gritaban.
Carlos sentía el estómago arder. Los celos lo asfixiaban… pero la perversión, el fuego en su entrepierna, era incontrolable.
Entonces, ocurrió.
Valeria se inclinó sobre Julián, acercando sus labios a su oído, sus pechos rozando el pecho desnudo de él. Y mientras le susurraba algo inaudible para la cámara, sus ojos, inexplicablemente, se dirigieron hacia donde estaba oculta la lente.
Una mirada directa. Casi… consciente.
Carlos sentía que el corazón le iba a estallar. La escena frente a él, en la pantalla de su celular, era peor —o mejor— de lo que su mente celosa había imaginado.
Valeria seguía sentada sobre Julián, su cuerpo perfecto moviéndose con una lentitud calculada, provocando, dominando, destruyendo cualquier límite. Su cabello caía como una cortina sobre su rostro, sus pechos rozaban el torso de Julián, y sus caderas se movían con ese vaivén sensual que enloquecía a cualquiera.

Dejen sus puntos para la parte 2
2 comentarios - La puta de mi Novia y mi Romi