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Corazón de Oro - Parte 5

La vida continuó porque eso es lo que hace la vida. Nada más que por eso. Todos nuestros dramas, todas nuestras comedias y tragedias, no detienen la marcha de los días. Al otro día sale el sol, como todos los días, y al sol no le importa nada de lo que pasó ayer. Nadie es el centro del universo, nadie es tan importante para que las cosas que le pasan detengan al tiempo.

Betina se había despertado y levantado antes que yo. Ya estaba haciendo el desayuno en la cocina. En silencio me desperezé un poco, fui hasta la cocina y abrazándola de atrás le di un suave y largo beso en la mejilla. Esbozó el andamio de una sonrisa, pero no dijo nada más que “buen dia”.

Lo que habíamos hablado anoche antes de dormir, en la intimidad de nuestro lecho matrimonial, ahí quedará. Más que nada porque fueron cosas muy íntimas, de los dos, que salieron un poco a la luz. Si fuesen mías solas no tendría problema en contarlas, pero como son de ella y no puedo relatar unas sin las otras, no lo pienso hacer.

Si puedo decir que Betina me dijo, algo avergonzada entre sus susurros, que quería seguir viéndose con Mario. Que lo que había experimentado con él en éste tiempo fue muy fuerte, sexualmente hablando, que eso la hacía feliz y no quería perderlo. Como si Mario fuese la siguiente etapa en su evolución sexual, me dió a entender. Que al principio de su vida por muchos años ella directamente no tenía vida sexual. Al conocerme y casarse la tuvo, subiendo de nivel, y ahora apareció ésto que nadie se esperaba pero que la hizo subir un escalón más.

También me dijo algo bastante hiriente, pero que yo ya intuía, me veía venir, y aprecié su honestidad. Que el día anterior cuando Mario se la llevó a nuestra pieza y yo me quedé ahí, duro sin hacer nada, que algo se le rompió por dentro. Respecto a mi. Que nunca antes me había visto tan débil y tan avasallado, que quizás su padre después de todo tenía razón. Nunca antes ella lo había sentido así, hasta ayer. Cuando no hice nada. Cuando dejé que Mario la tomara enfrente mío.

Le pregunté suavemente, sin enojarme, donde nos dejaba eso como pareja. Donde me dejaba eso a mi como su marido. Me dijo que todavía no sabía. Que me amaba, de eso estaba segura. Le creí. Lo vi en sus ojos, en la penumbra. En el tono de su voz. Que no quería perderme o que me fuera de su vida. Cómo caeríamos los dos, como marido y mujer, después de todo ésto ella no lo sabía. Lo irìamos viendo, me dijo. Era lo único que le salía hacer en ese momento. Lo único que veía que podía hacer, porque divorciarnos estaba totalmente fuera de la cuestión.

También le pregunté directamente, sin anestesia, si ella amaba a Mario. Me dijo que no. O al menos, que no lo sabía. No en ese momento. Si me dijo que sentía que Mario y sus hijos habían sido muy golpeados por la vida. Y que Mario la hacía sentir mujer, de verdad, como yo nunca había podido encontrar la manera de hacerlo.

Cuando fue el turno de ella de preguntarme por que yo no había reaccionado, por que no la había rescatado, por decirlo así, no le dije nada. Le di una respuesta que ni ella ni yo nos creíamos, pero aceptamos. Le dije eso porque yo sabía, muy profundo dentro mío, en mi mente de reptil, la respuesta verdadera. Y no era algo que yo le quisiera decir a Betina, menos en ese momento.

Ahora mientras yo desayunaba la miraba, tomando mi café. Lo linda que estaba, aun así recién levantada y de entrecasa. Nuestras miradas se cruzaron y me dió una suave sonrisa. No sabía cómo se iba a dar todo de ahí en más. Cómo iban a ser las cosas.

Por suerte me fuí dando cuenta bastante rápido.

La nueva manera de vivir se nos asentó bastante pronto. Creo que a lo largo de un par de semanas fue ocurriendo gradualmente, hasta que se terminó de instalar. Betina se seguía viendo con Mario de vez en cuando. Si, realmente de vez en cuando y yo le creía. Si se hubiesen visto más seguido me lo habría dicho. Pero cada dos o tres días se juntaban y tenían sexo. Siempre era cuando yo estaba afuera, trabajando el taxi, para no causar problemas. A veces Mario venía a casa y lo hacían ahí, otras veces Mario la llamaba a su casa, si se daba que no estaban sus hijos en ese momento, y lo hacían allí.

Cuando yo volvía a casa a la tarde, ya para eso de las cinco, estaba todo bien y normal. Al principio de todo yo me moría por dentro pensando lo que estarían haciendo y cómo. Imágenes, secuencias imaginarias que me calentaban mucho el pensar. Me tenía que aliviar constantemente. Pero con el tiempo eso se fue aplacando y no lo necesitaba tanto. Lo extraordinario, si es constante, siempre se convierte inevitablemente en ordinario.

Que mi vecino se cogiera a mi mujer pasó de ser un hecho catastrófico, ineludible, a ser un dato más de mi vida. No se si al nivel mundano del índice de inflación, las boletas de la luz y cosas así, no, pero por ahí andaba. Era algo que mi mujer hacía, que la ponía muy feliz y eso, en teoría al menos, me ponía feliz a mi. Por lo menos, me decía a mí mismo, yo lo sabía y ya no estaba perseguido y paranoico como los otros maridos que se mueren por saber qué hace realmente la mujer cuando dice que se va a una clase de zumba, a ver a una amiga o al médico. Al menos yo tenía eso.

Como a las tres semanas después, fue cuando Mario apuró las cosas y lo hizo de una forma que me descolocó tanto que, de nuevo, no supe como reaccionar. Lo peor es que todo había comenzado tan inocentemente.

Betina me mandó un mensaje una mañana, mientras yo estaba en el taxi, muerta de felicidad porque le habían hecho un pedido enorme de empanadas. Una de las fábricas de ahí cerca iba a tener una reunión gremial o algo así en un par de días y le encargaron una bestialidad de empanadas. Como treinta docenas. Junto con otras cositas para picar. Se ve que de tanto llevarles comida rica a los trabajadores de ahí se había corrido la bola. Automáticamente dijo que sí y salió disparada a comprar las cosas.

Estuvo hasta después de cenar esa noche preparando todo y por supuesto no llegó, le faltaba mucho. Al otro día a la tarde volví a casa luego de dejar el taxi y al entrar me fuí para la cocina porque escuchaba música y voces. Se había instalado un pequeño batallón en la cocina. Estaba Betina, por supuesto, paradita al lado de la mesada preparando cosas. Al lado tenía a Mateo, también ayudándola. Le explicaba bastante porque el pibe no cazaba mucho, pero le estaba poniendo voluntad. Sentados a la mesa estaba el otro de los Tonelli, Diego, el menor, junto con dos chicas de su edad. Una la conocía de haberla visto varias veces. Era una adolescente morochita que se llamaba Ana, era la noviecita de Mateo. Yo sabía que existía pero por fin la conocí. La otra era otra piba, amiga de ella, una nena de la misma edad que se llamaba Rocío. Y todos estaban preparando empanadas, haciendo los repulgues o preparando una de las picadas que les habían pedido.

Estaban ahí todos ayudando, con música que una de las chicas había puesto en el teléfono, de Youtube. Charlando, riéndose, pasándola bien y ayudando. Betina le explicaba a Mateo todo, ya que lo tenía al lado. Parecían la mamá y el hijo.

Ni bien llegué y saludé, Betina me reclutó también para unirme a la tropa. Me fui a lavar las manos y me puse a ayudar. Media hora después, más o menos, llegó Mario. Pero no llegó como yo me temía, haciéndose el macho o el poronga de la casa en mi casa. No entró como el macho que se garchaba a mi mujer. Entró como amigo, normal. Como vecino de confianza. Saludó a los chicos, me dió un par de palmaditas en el hombro mientras yo estaba con las empanadas y le dió un beso en la mejilla a Betina.

Hasta pidió permiso para agarrarse algo para tomar de la heladera. Cuando Betina lo quiso reclutar también, Mario se rió. Dijo que mejor dejaba a los que sabían, que él iba a hacer cagadas. Todos nos sonreímos. Era una linda escena.

Y lo fué, hasta que me acerqué a Betina para llevarle una bandeja y me habló. Me lo dijo normal, ni siquiera en un tono bajito.
“Ah, amor… te voy a dejar para que tengas el finde. Mario me dijo de acompañarlo a Bragado, sábado y domingo. Así tenés para comer, víteh”
Yo me quedé un poco duro, “Qué cosa?”
“Milanesa y tartitas…”
“No. Digo que decís? Cómo que te vas?”, le pregunté.

Betina lo miró a Mario que estaba revoloteando por encima de los chicos en la mesa, a ver que hacían. Mateo, al otro costado de Betina, me miró a mi.
Con una sonrisa, Mario nos dijo, “Si, le pedí que me acompañara a Bragado. Asi me traigo algunas herramientas de allá. De paso paseamos un rato, nos distraemos.”
“Perdón, y a mí no me van a preguntar?”, dije un poco serio.
“Bueno, te estoy diciendo, amor…”, dijo suave Betina, sin mirar, siguiendo con su trabajo.
“Dije preguntar, Betina”, contesté.
Sentí la risa de Mario y lo miré, seguía de buen humor con los chicos en la mesa, “Bueh, bueh… ya está. Ya está avisado.”
“No es eso…”, arranqué, pero él me interrumpió.
“... aparte de que te quejas, te van a dejar para comer y todo. Te quedás con los chicos, se hacen compañía. La van a pasar bien, che”, me sonrió.

Yo fruncí las cejas y hubo un silencio un poco tenso, solo roto por la música que sonaba en la cocina. Los chicos estaban en lo suyo, sin darse por aludidos de lo que pasaba. Los únicos que nos mirabamos éramos Betina, Mario, yo… y Mateo medio que de costado había captado la situación.

De pronto Mario se sonrió de nuevo y se levantó, llamándome, “Jaja… Vení un toque, Nico. Vení que te quería comentar algo.”
Yo fui, limpiándome las manos un poco con un trapo. Mario me puso una mano en el hombro, afectuosamente y me guió fuera de la cocina, diciéndome lo que me iba a contar. Nos fuimos al cuartito extra que teníamos y me pidió que cerrara la puerta.

Ni bien lo hice, yo con curiosidad sobre que me iba a decir, sentí su mano que todavía llevaba en mi hombro de pronto aferrarme fuerte y empujarme con mi espalda sobre la pared. Casi haciéndome rebotar de la fuerza y manteniéndome ahí presionado. Yo lo miré sin entender nada.
“Pará! Que…”
Mario estaba serio y se me puso enfrente. Pero bien enfrente. No me sacó la mano del hombro en ningún momento y me miraba para abajo, a mi altura de media cabeza más abajo, nuestras caras a centímetros, “Escuchame una cosa, Nico.”
Yo le protesté y amagué a zafarme, pero me retuvo, “Qué hacés! Soltame…”
“No, me vas a escuchar. A ver si te dejás de romper las pelotas, querés?”, me dijo serio. Algo enojado.
“Que mierda te pasa?”, le dije, encontrando sus ojos.
“Que mierda te pasa a vos”, me contestó, “No te dije nada allá porque estaban los chicos, pero a ver si nos entendemos de una puta vez…”

Yo ya respiraba agitado. Con un poco de bronca y un poco de miedo, la verdad.
“El finde me voy a llevar a tu mujer a Bragado, estamos?”, me miraba fijo, “Me va a ayudar a traer unas herramientas del taller, me las traigo para acá. Y cuando no estemos haciendo eso, la voy a llevar a comer por ahí, a pasear, que conozca. Es muy lindo Bragado, le va a gustar.”
“O-okey…”
Mario se acercó un poco más y directamente apretó su cuerpo contra el mío. Presionándome completamente contra la pared. Se acercó tanto que tuve que girar el rostro a un costado para evitar que se tocara con el de él. Hasta le sentía la respiración sobre mi piel y algunos pelos de su barba me rozaban el cuello. Se quedó ahí, apretándome fuerte y hablándome bajo al oído. Bajo, pero con su voz segura, “Y cuando no estemos haciendo eso, cuando estemos en el hotel, me la voy a recontra culear. La voy a usar a tu mujer. Largo y tendido. Estamos?
“S-si… okey…”, dije suavecito sin mirarlo.
“Estamos, Nico?”,me repitió.
“Si, te dije!”, le chillé.

Mario se quedó un rato ahí en silencio, presionándome con el cuerpo y respirándome en el oído. De pronto sentí que me presionó bien, pero bien fuerte con sus caderas, apoyando su bulto contra el mío. Fue una sensación que no me esperaba. Tragué saliva, sin saber que hacer o qué decir. Me lo dejó ahí, apretado. Presionado. Para que lo sintiera. Lo vi por el rabillo del ojo que miró para abajo, a la nada de espacio que había entre nuestros cuerpos y me preguntó bajito, “Se te está parando a vos o a mí?”

Ni en pedo le iba a contestar. Yo sabía la respuesta. Me tomó suave del mentón y me hizo girar la cara para verlo. Nuestras narices casi pegadas, sus ojos penetrando los míos sin despegar su cuerpo ni un milímetro.
“Te pensás que me da impresión?”
“N-no… ‘ta bien…”
“Sabés los putitos como vos que me atendía cuando estaba en la Marina? Hmm? Querés que te cuente?”, se sonrió suave.
“N-no…”
“Sabés que lindo que gritaban?”, me susurró hundiendo un poco la cara en mi cuello. Sentí que me dejó un besito ahí, justo debajo de mi oreja, que me causó un escalofrío. Se me pararon los pelos del brazo cuando lo sentí deslizar la punta de su nariz, haciéndomela sentir todo el corto trayecto hasta la mía. Con una sonrisita y mirándome a los ojos me dió un beso esquimal, de esos que se dan frotándose las puntas de las narices.
“Dejá de quejarte, dejá de romper las bolas y dejá de poner mala cara, conchita.”, me dijo suave, “Ésto ahora es así y lo sabés. Ubicate.”
“Okey… okey..”, le dije suave.

Mario se sonrió suave. Nos quedamos mirando a los ojos por un par de latidos de corazón. Juro que pensé que me iba a dar un beso, no sé por qué, pero en su lugar me dió un empujoncito fuertísimo con su cadera. Haciéndome sentir aún más el bulto duro que llevaba bajo su pantalón, frotándolo fuerte contra el mío. En ese tono suave y bajo, íntimo sólo para nosotros dos, me dijo “A ver si todavía tengo que pensar que la providencia… en vez de ponerme una nueva mujer en el camino, resulta que terminó poniéndome dos…”

Se sonrió y por fin dejó de apretarme, dando un pasito para atrás. Sin decir o hacer más, abrió la puerta y lo vi volver a la cocina. Yo me fui lentamente al baño, me encerré ahí un rato. No hice nada, claro. Estaba nervioso y confundido. No me iba a masturbar ahí con todos los chicos en casa. Además, por suerte, mi erección se había bajado sola luego de un ratito ahí más tranquilo.

Los dos días que siguieron a eso, hasta que Betina y Mario se fueron en la camioneta para Bragado, yo no la pasé nada bien. Mi mente estaba en otro lado. Tratando de entender lo que había sentido, lo que me había pasado por dentro en ese momento tan raro. No lo logré. Eran cosas algo nuevas para mí, que había sentido antes en mi vida, pero nunca así de fuertes y me iba a costar entenderlas.

Habíamos arreglado que los chicos se iban a quedar en casa conmigo ese finde, para que no estuvieran solos en la casa del al lado. Betina nos había dejado una montaña de comida para los dos días. Pese a que prácticamente me habían elegido como niñero voluntario, no la pasamos mal. Mirábamos los partidos de fútbol en la tele, los llevé a tomarnos un helado por ahí, ellos se entretenían con su celular y su play que habían traído. Ese viernes no pasó nada. Les armé el colchoncito en el cuartito extra y allí durmieron.

El sábado, sin embargo, los empecé a notar medio raros. Me miraban distinto y estaban más callados. Y de reojo a lo largo del día los miraba hablar entre ellos. Y me miraban. Sobre todo Diego, el más chico. El día transcurrió sin mucho inconveniente pero todo se complicó a la noche, mientras estábamos cenando en la mesa de la cocina. Nos serví a todos las milanesas con puré, algo para tomar y nos sentamos a comer, bastante en silencio. Mateo había puesto algo de música y estábamos así ahí, tranquilos.

Hasta que en un momento, como de la nada, Diego se empezó a reír. Solo. Era como que se estaba mordiendo la lengua y atajando el sólo, queriendo aguantar una risa que parecía no pararle. Yo lo miraba al chico sin entender. Mateo trató de ignorarlo hasta que no pudo hacerlo más y le pegó una piña de esas de hermano a hermano, fuerte en el brazo.
“Cortala, che. Dejate de joder.”, le dijo a su hermano menor seriamente y volvió a seguir comiendo. Diego se compuso un poco y retomó la comida entre risitas.
“Estás bien?”, le pregunté mirándolo. Pero Diego no me miraba. Nada más me asentía en silencio mientras masticaba.
“Si, dejá, no le des bola, Nico. Es un pelotudo”, dijo Mateo desinteresadamente.
“Qué pasa? Pasó algo?”, le pregunté a Diego.
Mateo frunció las cejas, “En serio, dejá Nico. No le des bola, posta…”
“Pero qué te pasó, nene?”, le pregunté de nuevo a Diego.

El chico tragó un poco de su gaseosa y me miró, con una sonrisita pícara. El hermano lo miraba de reojo a su lado mientras comía. Con toda la naturalidad del mundo, Diego me preguntó, “... es verdad que sos puto?”

Yo me quedé duro mirándolo. Mateo puso cara de bronca y lo sacudió de un empujón a su hermano menor, “Loco sos un forro! Callate y comé, che. Dejate de joder!”
“... qué?”, fue lo único que pude decir, todavía mirando al chico.
Mateo me miró serio, “Perdoná, Nico. En serio. No te lo quiso decir de malo, posta. Es un pelotudo nada mas. No está acostumbrado a estar así con gente gay. Perdoná…”
Yo lo miré ahora a Mateo, “Cómo? Quién te dijo que soy gay?”
Los dos se miraron un poco y Mateo me observó, atento, como midiendo lo que me iba a decir, “Bueh… eh… mi viejo nos dijo”
“Ah, ya veo”, fruncí las cejas.
“Pero con nosotros está todo bien, eh?”, me dijo, “En serio. No pasa nada. Si somos amigos y todo.”
“Uh, chicos… bueno. Para que quede claro? No, no soy gay. Okey?”, les dije.

Los dos me miraron con la cara que mira alguien que no se creía lo que le acababan de decir, pero ninguno dijo nada. Siguieron comiendo en silencio. Un silencio que ahora se había vuelto incómodo.
“Que? Qué pasa?”, les pregunté.
“Nada”
“Y entonces?”
“Entonces qué?”, me miró Mateo.
Yo suspiré, un poco frustrado, “Uh, chicos, miren si vamos a estar así todo el fin de semana va a ser incómodo. Todo una mierda, me parece. Si somos amigos, somos amigos. Pregunten lo que quieran.”, les dije. Pero ninguno se animó a decir algo, yo les insistí, “A ver, por que no me creen que no soy?”
Mateo dejó el vaso sobre la mesa y me miró, “Nico, te… te lo puedo decir como amigo?”
“Si, mas bien. Obvio, Mati.”, le asentí.
“Perdoname, no? Pero como amigo…”, el chico suspiró un momento y al final se animó a largármelo, “Mi viejo está en Bragado cogiéndose a tu mujer, loco. Cómo es?”

Me fruncí las cejas. No me gustó nada la pregunta, pero no tenía cómo ni por qué culpar al chico. Era una pregunta tan incómoda como inevitable. Por supuesto que ellos sabían. Porque se los habría dicho el padre o porque no eran boludos y tenían ojos.
“Es complicado, chicos..”
“Bueh”, dijo Diego y siguió comiendo.
“No, en serio. No les estoy esquivando la pregunta. De verdad”, les dije, “Pero es un tema privado y me parece que no es para la mesa”
“Bueh, si, por ahí tenés razón. Es cosa de ustedes dos”, asintió Mateo.
“Claro”, le dije.
“Tres”, acotó Diego.
“Cómo?”, le pregunté.
El más chico me miró con un pequeño atisbo de sonrisa, “Tres. Cosa de ustedes tres, digo”.

Ya habíamos casi terminado de comer y yo la verdad quería acabar con ésta conversación. Me levanté despacio, limpiándome la boca con una servilleta y empecé a juntar los platos de todos. No se si Mateo se sintió mal por todo o qué, pero me dijo que estaba bien, que los lavaban ellos, no tenían problema. Me fuí un rato al baño, para hacer mis necesidades y también despejarme un poco. Así que Mario les había dicho que yo era gay. Se los habría dicho de mala onda, como para denigrarme frente a ellos? O se lo habría inventado como explicación de por qué él estaba con Betina? No lo sabía.

Salí del baño y me fuí despacio para la cocina. Quería agarrarme un vaso de gaseosa y sentarme a ver algo de tele. Pero antes de entrar a la cocina los escuché a los dos, hablando entre ellos mientras lavaban los platos.
“... pero vos le das?”, escuché la voz de Diego.
“A quien, a Betina?”, le respondió el hermano, “Uf. Obvio, gil.”
“‘Ta re buena, boludo…”, acotó el más chico.
“Un gil bárbaro el viejo, eh?”, dijo Mateo y le sacó una risita al hermano, “Y vos?”
“Yo qué?”
“Vos le das también?”
Escuché al más chico reírse suavemente, “Sabés como me la garcho…”
“Lo que debe ser esa mina, boludo…”
“Yo ya un par le dediqué”, dijo Diego y el hermano se rió.
“Que un par, salame! Mira si te voy a creer… con lo pajero que sos. Te debés estar cascando todo el dia, gil.”

Yo me quedé ahí escuchando, fuera de su vista. Fruncí las cejas. No me gustaba nada que hablaran así de Betina, pero por otra parte eran dos pibes. Dos adolescentes que debían estar al palo todo el día. Si no culpaba a Mario, que en efecto se la estaba cogiendo, cómo iba a poder culpar a éstos dos que sólo lo fantaseaban? Esperé un momento a que se pusieran a hablar de otra cosa y entré a la cocina como si nada, sirviéndome un vaso de gaseosa y yéndome al sillón del living a ver un poco de TV.

A eso de las once, como me había indicado Mario, les dije que se fueran a acostar al cuartito. Diego se despidió y se fue, pero Mateo me dijo que lo aguantara, que estaba terminando de ver un video en el celular. Cuando terminó lo vi irse al baño a higienizarse, me saludó y se fué también. Me quedé solo ahí en el sillón mirando una película bajito, para no molestarlos. Pero la verdad no la miraba. Mis ojos la miraban pero mi cabeza estaba en otro lado. En muchos otros lugares. No quería ni pensar lo que estarían haciendo Mario y Betina en Bragado en ese momento, aunque lo sabía. No quería empezar a mandarme por ese callejón que inevitablemente terminaba en una oscura paja. Así que me puse a pensar en todo lo demás, que tampoco estaba tan bueno y era otra gran cantidad de cosas.

Como a la media hora lo vi salir a Mateo del cuartito, me dijo que tenía sed. Lo vi irse a la cocina y volver con un vaso de gaseosa. Se quedó ahí parado en el living, mirando de reojo la tele mientras tomaba. Lo vi un poco extraño, no sabría decir cómo exactamente. No eran nervios, era otra cosa.

Apoyó el vaso ya casi vacío en una mesita y me miró, se acercó y se sentó al lado, “Che, Nico… te quería… bueh…”
“Hmm?”, le dije yo medio desinteresadamente, “Que pasa, Mati?”
Me miró y me sonrió suave, cálidamente, “La verdad que, posta, te quería pedir perdón por lo que dijo Diego. Estuvo re mal. Es un maleducado.”
Yo me sonreí y sacudí la cabeza, “Eh, no te preocupes che. Pero gracias.”
“De nada… che… eh.. Bueh, nada, eso.”, me dijo.
“Okey”, le sonreí. Pero se me quedó mirando.
“Nico, eh… ahora que se durmió quería hablar con vos también. Si puedo.”
Yo me extrañé, “Eh? Si obvio, nene. Que pasa?”, lo vi medio mal de repente. Bajé más el volumen de la tele para prestarle atención.
“Yo, este… posta que de verdad creo que somos amigos, no?”, me miró.
“Obvio, Mati”, le sonreí. Pensé que no importaba lo que estaba pasando con todo, ninguno de los chicos tenía la culpa de absolutamente nada. Si yo estaba tenso con el padre no era culpa de ellos.
“Eeeeh… podemos hablar? Te puedo.. No sé, confesar algo?”, me dijo con una vocecita que nunca se la había escuchado.
Ahí yo ya me alerté un poco, “Claro, Mati. Que te parece. Pasó algo? Tuviste algún problema?”
“Loco, la verdad es que… me sentí re mal cuando el pelotudo de mi hermano te dijo eso”, me dijo, “No cabe. No tiene nada que ver. Es un pelotudo.”
Le sonreí, “Uh, ya está, Mati. Ya fue, está todo bien. Es chico todavía, no te preocupes.”
“Si te cuento algo, no le decís nada a mi viejo?”, me preguntó.
“Querés que algo quede entre nosotros?”, le pregunté y me asintió, “Si, más bien. Que pasó?”

Lo ví al chico tragar saliva suavemente y me miró, “No, pasar no pasó nada. Es que yo… bueh… no sé… creo que yo tambíen soy un poco gay, viste.”
La verdad que no me lo esperaba, pero le asentí. Si era verdad, y no tenía por qué no creerle por el momento, el pibe estaba buscando contención. Poder hablarlo con alguien. Por supuesto que lo iba a escuchar.
“Por qué lo decís?”, le pregunté.
Se encogió de hombros, “No sé… cosas que pienso a veces, cosas que miro. Cosas que hice, todo eso.”
“Y qué hiciste, se puede saber? Digo, si no es recontra privado.”, le sonreí suavemente.
Me miró, “Por favor no le cuentes nada a mi viejo, si? Porfa, en serio te lo pido.”
“Desde ya”, le asentí.
Mateo miró un poco para abajo, como avergonzado o reticente a hablarlo, “Nada, que se yo… cuando yo era mas chico, que estábamos en Bragado todavía… bueh, una vez con un amigo nos dimos un poco.”
“Tuvieron sexo?”
“Y… si…”, me miró, “Andabamos por ahí, viste. Por el pueblo. Nos metimos en un edificio así medio hecho mierda que había, que estaban construyendo, pero no había nadie. Nos quedamos ahí boludeando, que se yo, hasta que salió el tema.”
“Que tema? Tu amigo era mas grande que vos?”
Me negó con la cabeza, “No, éramos de la misma edad. Íbamos juntos al cole. Pero empezamos a hablar de las minas y eso. Y no se, nos pusimos tan calientes que como no había nadie, bueh…”
Yo le sonreí suavemente, para calmarlo si hacía falta, “Onda… no nos ve nadie, vamos a hacerlo para sacarnos la calentura, no?”
Mateo se rió algo nervioso, “Si, algo así.”

Lo ví que agarró el vaso y se terminó lo que tenía de gaseosa, esperé para hablarle, “Y te gustó? O te dió asco o algo así?”
Me sacudió la cabeza, “No, sí me gustó. Y a él también, creo.”
“Fué esa vez sola?”, le pregunté.
“Si, esa vez sola. Después nunca más.”
“Y me imagino que vos seguiste pensando en eso?”
Me asintió suave con la cabeza y me miró, “Si, nunca se me fué. Pero… bueh, también me gustan las chicas, eh?”
“Si, ya se, si estaba tu novia el otro día”, le dije.
“Por ahí soy bisexual?”
Yo le sonreí y me tomé un sorbo de mi gaseosa, “Y, Mati… mucha vuelta no hay. Si te gustan los hombres y las mujeres, quiere decir que sos. Y está todo bien, eh?”
“Si, ya sé que está todo bien. Pero qué se yo, viste. Me calenté mal cuando el forro del Diego te dijo eso.”
Le asentí, “Si, entiendo. Diego no sabe, no?”
“Nadie sabe”, me miró, “Vos solo sabés.”
“Bueno. Gracias por la confianza, Mati. En serio.”, le sonreí, “Estoy acá para lo que necesites.”
Mateo me sonrió, “Gracias… viste… no quiero decir nada porque.. Viste mi viejo como es…”
“Sería un problema que la verdad no necesitás, lo entiendo”
“Claro.”
Nos quedamos un ratito en silencio hasta que me preguntó, “Vos cómo hacés?”

Yo suspiré. Mateo pensaba de verdad que yo era gay. La realidad era mucho, pero mucho más complicada que esa palabra sola. Pero el chico buscó alguien en quien confiar y yo me ofrecí a serlo, a ayudarlo aunque sea escuchándolo. No era justo que yo no pudiera confiar en él, en la persona más poco probable, de hecho, y no pudiera hablar de lo mío. El pibe de diecisiete años tuvo más huevos que yo, evidentemente.

Tomé una larga inspiración y suspiré, “Lo mío… lo mío es bastante más complicado que lo tuyo, Mati.”
“Y contame, a ver?”, me sonrió un poquito y se apoyó con el codo en el respaldo para prestarme atención.
“Queda entre nosotros también?”, lo miré y largó una risita alegre.
“Obvio.”
“Mirá, yo a Betina la amo, la adoro sabés?”, me asintió, “Y la verdad es que si soy honesto, creo que siempre tuve así cosas y sentimientos. Deseos, puede ser, por hombres también.”
“Como yo.”
“Bueh, no sé si como vos”, lo miré, “Yo nunca llegué a hacer nada con otro tipo”
“Eh? Nunca?”
Me encogí de hombros, “Y… no. Cuando tenía tu edad tenía novias. Lo normal. Y después me casé con Betina así que… Nunca se dió y tampoco lo busqué. Nunca fue algo que me desesperara tampoco. Era algo que estaba ahí adentro mío, guardado, pero que nunca tuve que sacar, entendés?”
“Te bancaste los deseos?”, me preguntó.
“No. No lo veo así”, le dije, “Nunca me tuve que bancar nada porque la verdad no los sentía. Bueh, hasta hace poco no los sentía.”
“Betina sabe?”, me preguntó.

Yo le asentí suavemente, “Si, ella sabe. Pero también hace poco que lo sabe, no te creas que fue de entrada.”
“Y pero sigue con vos?”
“Si, sigue porque… bueh, ella es religiosa, viste?”, me miró y me asintió, “Para ella el divorcio no es una opción. Ni se puede considerar. Se que me quiere y quiere estar conmigo. Eso lo sé bien. Nos queremos muchísimo los dos, pero bueh. Te dije que era complicado.”, le sonreí.
“Y con el tema de mi viejo?”, me preguntó, “No te jode que ella ande con él?”

Me tomé un momento para contestarle. No porque no podía encontrar la respuesta. Me lo tomé porque por fin había llegado el momento, quizás, de sincerarme. Conmigo mismo. Y poder decírselo en voz alta, aunque sea a éste chico divino que confió en mí lo suficiente como para abrirse y buscar entendimiento.
“Al principio si me jodía, te voy a decir la verdad. Pero después… no sé. Para serte honesto, me calienta más que joderme.”
“Ver a tu mujer con otro?”, me preguntó.
“Claro. Pero bueno, si ella es feliz, yo soy feliz. Separarnos no nos vamos a separar, sé que no la voy a perder ni se va a ir de mi vida. Y, si ella encontró en tu papá al tipo con el que quiere estar, digo… sexualmente, bueno.”, le dije suavemente.
“No es mal tipo mi viejo, Nico”, me dijo con seguridad, “En serio te lo digo”
“Si, ya sé. Siempre me cayó bien”, le sonreí.
“Estás medio mal, igual”, me dijo, “Te veo y me doy cuenta. Bah, te lo digo, vos me entendés. Como tu amigo.”

Le sonreí dulcemente a Mateo. Realmente era un buen pibe, de buen corazón, y más adulto ya de lo que aparentaba, “Si, obvio Mati. Y puede ser. La verdad es que ahora estoy con tantos quilombos en la cabeza…”
“Me imagino, si.”
“Por ahí me preguntás la semana que viene, o el mes que viene y ya tengo todo solucionado y ordenado. Pero ahora? Ahora estoy en medio de todos los quilombos mentales. Aunque nadie lo quiera hacer a propósito, me siento como desplazado, viste? Alejado más de Betina. Buscando mi lugar. Y bueno, también lidiando un poco con mis sentimientos.”
“Con tus sentimientos con los hombres?”, me preguntó.
Yo me reí, “Bueh, no, decía con mis sentimientos para con Betina. Pero lo de los hombres también. Era una parte mía que creía enterrada, pero ahora está saliendo a la luz. Tengo que aprender a entenderla, lo mismo que hiciste vos con la tuya. Pasa que a mí me tocó bastante más tarde que a vos.”
“Si, te entiendo. Yo tengo a mi novia, viste?”, le asentí, “Y está todo bien con ella. Pero bueh… Está también ésta otra parte, no? Pasa que Ana también va a la iglesia y todo eso, como Betina. Y loco, le re cuesta dejarme que le haga cosas y eso.. De pareja, digo.”
“No te la cogiste todavía”, le hice una muequita que lo hizo reír alegremente.
“No, ni ahí!”
“A mi me pasó lo mismo con Betina. Tuve que esperar a casarme para darle.”, me reí con él.
“Nah… dejate de joder!”
“En serio”, le sonreí, “Sabés cómo la sufrí yo también? Te re entiendo. Ojalá se te solucione pronto.”
“Ni en pedo espero a casarme!”, se rió fuerte. Nos reímos los dos.

Y los dos nos miramos muy dulcemente, por un rato que nos pareció largo. Yo sentía que era increíble, en toda ésta situación tan inusual, haber encontrado un amigo en la figura de Mateo. Inesperado, inusual, impredecible, pero lo necesitaba tanto. Poder hablar con alguien de ésto. Sincerarme. Escuchar al otro. Hablar.
“Yo … eh… me voy a acostar, che…”, me miró y se movió un poco en el sillón.
“Bueno, dale. Hasta mañana”, le sonreí, “Gracias por la charla y por confiar”
“Gracias por escuchar…”

Nos sonreímos y nos dimos un abrazo, largo y cálido, que los dos seguramente necesitábamos. Me dió la verdad mucha paz el poder haberlo escuchado y quizás ayudado un poco. Lo estrujé en un abrazo, le palmeé la espalda despacito y antes de separarnos le dejé un besote en la mejilla, “Estoy para lo que necesites, Mati. Cuando quieras hablar, acá estoy”
Mateo me miró con ojitos dulces y me sonrió, “Bueh.. gracias. Mirá que te voy a joder eh?”
Yo me reí, “No molestás, nene. Despreocupate. Cuando quieras.”

Lo ví irse más feliz, más relajado y se metió en el cuartito, cerrando la puerta para dormirse con su hermano. Al rato me fuí a acostar yo también.

No me avergüenza decirlo, a ésta altura y con todo lo que pasó ya nada me avergüenza, pero la verdad es que tirado ahí, solo en la cama, en la oscuridad, pensé en Mateo. Pensé en Mateo como hombre, como hombrecito. Sexualmente. En la privacidad de mi cabeza eso valía, pensé. No estaba haciendo nada. Con lo vulnerable que yo venía, mas la ubicada que me había pegado el otro día Mario, mas todo lo que hablamos de nuestros sentimientos por el mismo sexo, yo ya venía bastante caliente con todo éste tema. Y contarle a Mateo de mis sentimientos, de mis deseos, escuchar los de él… no ayudó para nada.

Y se ve que él también estaba pasando por algo así. Como a las dos y media de la mañana lo sentí entrar sigilosamente a mi habitación. Yo estaba despierto y medio que me sobresaltó. Lo miré cuando se acercó a la cama, en la penumbra.
“Mati?”, le dije bajito. Lo ví caminar despacio hacia la cama y meterse bajo las sábanas sin hacer ruido, solo tenía sus boxers puestos, “Mati, pará… que hacés?”, le susurré.
“No pasa nada”, sentí su voz. Se deslizó bajo las sábanas hasta pegarse a mi. Yo estaba igual de casi desnudo que él, “Quería estar un rato con vos, nada más.”
“Mateo, pará, en serio…”, le dije, sintiendo como el corazón me retumbaba como un tambor en el pecho, “No podemos coger, estás loco…”, le susurré.
Lo vi que me miró y me abrazó despacio, acariciándome la espalda, pegándose más a mí, “Ya sé. No quiero coger. Ya sé que no se puede.”, me dijo.

Lo abracé también yo, suavemente. Los dos nos acariciamos las espaldas, las caras, los brazos. Y los dos nos dimos cuenta rápido de la excitación que llevábamos bajo nuestros calzoncillos. “Queda entre nosotros….”, le escuché decir bajito, su nariz rozando la mía.

Mateo necesitaba afecto y cariño. Y yo también.

Comenzamos a besarnos despacio, tímidos al principio, dándonos amor y placer así. Suave y lindo. Como dos personas que necesitaban ser un poco amadas y que, nada más, daba la casualidad que los dos eran hombres. Nos besamos así por un largo rato. Un largo y hermoso rato, mientras nuestras manos encontraron las pijas que buscaban y las complacieron a ellas también. La de Mateo se sentía linda y grande. Suave en mi mano y al mismo tiempo dura debajo de la piel. No quería pensar lo que se debía sentir la mía en su mano, de la calentura que llevaba yo. Pero él también me tocó hermoso. Pese a su edad, sabía cómo complacer bien una pija, ya sea la suya o de otro.

Estuvimos un largo rato, que me pareció placenteramente eterno así, disfrutándonos en la quietud de mi habitación oscura. Hasta que no pudimos más. Los dos nos complacimos nuestras vergas con nuestras bocas amantes. Los dos nos dimos el placer que buscábamos así, atendiendo a nuestras pijas duras, tomándolas en nuestras bocas, saboreándolas tan hermoso. Pensé si Betina no estaría haciendo lo mismo con Mario en ese instante, o si ya se habrían dormido, extenuados. Yo no iba a coger con un chico como Mateo, no de esa edad, pero bien que lo deseaba. De hecho, ni bien me llevé su pija a la boca lo primero que pensé, entre oleaditas de placer, era en lo bello que debía sentirse esa pija dura y ensalivada en mi culo. Bien, bien adentro mío.

Nos aferramos los dos así, el uno al otro, y entre gemidos apagados y desesperados por no hacer ruido, nos complacimos oralmente a la vez. Cuando Mateo se tensó en mi boca mi corazón dió un salto de anticipación, y enseguida le probé todo su semen salado. Me pareció exquisito, tan exquisito como sus gemidos de placer al acabar, él con la boca llena de mí. Me lo tragué todo con amor, con deseo, sintiendo el calor de su semen bajándome hasta el estómago. Y cuando un poco tiempo después me tocó a mí darle todo el amor que yo llevaba, él lo tomó gustoso también, degustando y tragando toda la leche que mi pija le dió.

Terminamos y nos quedamos abrazados, con las cabezas en las almohadas, acariciándonos luego del placer que nos dimos. Jurándonos una y otra vez que quedaría entre nosotros. No íbamos a ser novios, ni siquiera por ahí lo haríamos de nuevo. Lo habíamos hecho para sacarnos la calentura tan especial que los dos llevábamos, y nada más. Sonriendo suavemente le dí unos besos amorosos y le dije que estaba bien. Que me gustó que me hubiera visitado. Que me encantó y que ahí quedaría todo. Me sonrió y me asintió, dándome otro beso, calzándose de nuevo sus boxers y despidiéndose en sumo silencio, yéndose para dormir de nuevo con su hermano. Que chico hermoso era Mateo. Por debajo de su piel de adolescente atorrantón, era un dulce y sensible pibe que nada más estaba aprendiendo a sentirse como lo que le salía naturalmente, tratando de aprender a balancear sus gustos por naranjas y manzanas. Como debía empezar a hacerlo yo, ya bastante grandulón y boludo. Mateo con sus diecisiete se animó. No había motivo por el cual yo no podía hacerlo. No había excusa.

Me dormí un rato después, luego de recuperarme un poco y hacerme una buena paja. Para terminar de exorcizar los pocos demonios que me quedaban. Fue una paja linda por lo honesta que fue. Y fue honesta porque acabé todo encima de mi panza desnuda, un dulce enchastre, imaginándome lo hermosa que era la imagen de Mario agarrándome y haciéndome sentir bien, pero bien mujer, como se lo hacía sentir a Betina.

En ese momento no lo sabía, pero las consecuencias de lo que habíamos acabado de hacer Mateo y yo las iba a sentir en carne propia. En un futuro no muy lejano.

4 comentarios - Corazón de Oro - Parte 5

ekissa6204
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Elmejor2719 +2
Venía bien la historia pero ya se echó a perder, con esa mariconera.
Lunatico109
Opino lo mismo
metalchono +1
Y hasta aquí sigo yo... La verdad, estaba esperando una revancha. Yo fui alguien que padeció bullying, pero crecí y aprendí a pelear a mi manera: soy listo y en un mundo que el daño físico está sobrevalorado, el contrataque psicológico deja traumas y rompe esquemas. Yo habría manipulado a Mario con el recuerdo de su esposa y empezar a jugar con su mente. Pero bueno, no todos juegan como yo.
Lunatico109
Claaro yo me esperaba otra cosa qcyo que mínimo tenga un poco de valentía y que se defienda lo cague a palos y se coja a la hermana o mamá de betina algo de venganza
Elmejor2719
@Lunatico109 eso es correcto por lo menos que haga algo, esos grandulones son los que caen rápido y a la Betina que le haga peor de lo que ella le hizo, y la ponga a sufrir, no que se portará como un maricon.