Inicio: Llegada a la residencia
El primer día en la residencia universitaria de Madrid estaba nerviosa. Con 19 años recién cumplidos, era mi primera vez viviendo fuera de casa. Cuando abrí la puerta del apartamento que compartiría, allí estaba él: Álex, 21 años, estudiante de Derecho con unos ojos verdes que parecían sacados de una novela romántica.
- "Hola, soy tu compañero de piso", dijo con una sonrisa que hizo que se me acelerara el corazón.
Lo peor fue cuando me enteré que tenía novia. Marta, una rubia de Económicas que venía a visitarle cada fin de semana. Pero entre las miradas furtivas y los "accidentales" roces en la cocina, algo empezó a cocinarse entre nosotros.
Desarrollo: La tensión sexual
Todo estalló una noche de lluvia, tres meses después. Marta estaba en su pueblo por un funeral familiar y yo había salido de fiesta. Volví empapada y algo borracha. Álex estaba en el sofá viendo una película.
- "Joder, estás hecha un cuadro", se rió al verme entrar.
Me quité la chaqueta mojada, dejando a la vista mi top ajustado. Noté cómo sus ojos bajaron hasta mis pechos. El alcohol me dio el valor que necesitaba.
- "¿Me ayudas a secarme?", le dije en tono provocador.
El primer contacto
Álex se levantó lentamente. Cuando sus manos tomaron la toalla para secarme el pelo, nuestro contacto se hizo más íntimo. De repente, me giré y le besé. Al principio dudó, pero pronto su lengua se encontró con la mía.
- "No deberíamos...", murmuró entre besos.
- "Cállate y fóllame", le respondí, desabrochando su pantalón.
La primera vez
Nos caímos sobre el sofá. Su boca descendió por mi cuello mientras yo le acariciaba la dura erección a través de su ropa interior. Cuando por fin la liberé, no pude evitar sorprenderme por su tamaño - fácilmente 18 cm gruesos y palpitantes.
- "¿Te gusta?", preguntó orgulloso mientras me la restregaba por los labios.
- "Vamos a comprobarlo", gemí, guiándosela dentro de mí.
El primer empujón fue celestial. Me llenó completamente, empezando un ritmo lento que pronto se volvió frenético. Sus manos agarraban mis caderas con fuerza, clavándome contra él con cada embestida.
Posiciones y sensaciones
Nos movimos al suelo. De rodillas, con él detrás, pude sentir cada centímetro profundizando en mí. Sus dedos encontraron mi clítoris, haciéndome gemir como nunca.
- "Así... ahí mismo... no pares", jadeaba, sintiendo el orgasmo acercarse.
Cuando me dio la vuelta para ponerme encima, pude ver su expresión de placer absoluto. Cabalgarlo fue electrizante, sintiendo cómo me llenaba con cada movimiento.
El clímax
- "Voy a...", comenzó a decir, pero yo ya estaba llegando también.
- "Dentro", le ordené, y con un gruñido final, sentí su calor llenándome mientras yo me estremecía de placer.
Final: La complicidad secreta
Después de aquella noche, todo cambió. Nos convertimos en amantes furtivos. Cuando Marta venía, yo fingía indiferencia, aunque a veces intercambiábamos miradas cargadas mientras ella no miraba.
Las noches que ella no estaba, nuestro apartamento se llenaba de gemidos ahogados. A veces en la ducha, otras veces en mi cama, y una vez memorable en el balcón, arriesgándonos a que nos vieran.
Sabía que estaba mal. Que tarde o temprano alguien saldría herido. Pero en esos momentos, con sus manos recorriendo mi cuerpo y su polla dura dentro de mí, nada más importaba.
Y así comenzó nuestro juego peligroso, donde cada mirada, cada roce casual, era una promesa de lo que vendría cuando cerráramos la puerta.
Está fue una de las 1ras que hice, espero les guste.
El primer día en la residencia universitaria de Madrid estaba nerviosa. Con 19 años recién cumplidos, era mi primera vez viviendo fuera de casa. Cuando abrí la puerta del apartamento que compartiría, allí estaba él: Álex, 21 años, estudiante de Derecho con unos ojos verdes que parecían sacados de una novela romántica.
- "Hola, soy tu compañero de piso", dijo con una sonrisa que hizo que se me acelerara el corazón.
Lo peor fue cuando me enteré que tenía novia. Marta, una rubia de Económicas que venía a visitarle cada fin de semana. Pero entre las miradas furtivas y los "accidentales" roces en la cocina, algo empezó a cocinarse entre nosotros.
Desarrollo: La tensión sexual
Todo estalló una noche de lluvia, tres meses después. Marta estaba en su pueblo por un funeral familiar y yo había salido de fiesta. Volví empapada y algo borracha. Álex estaba en el sofá viendo una película.
- "Joder, estás hecha un cuadro", se rió al verme entrar.
Me quité la chaqueta mojada, dejando a la vista mi top ajustado. Noté cómo sus ojos bajaron hasta mis pechos. El alcohol me dio el valor que necesitaba.
- "¿Me ayudas a secarme?", le dije en tono provocador.
El primer contacto
Álex se levantó lentamente. Cuando sus manos tomaron la toalla para secarme el pelo, nuestro contacto se hizo más íntimo. De repente, me giré y le besé. Al principio dudó, pero pronto su lengua se encontró con la mía.
- "No deberíamos...", murmuró entre besos.
- "Cállate y fóllame", le respondí, desabrochando su pantalón.
La primera vez
Nos caímos sobre el sofá. Su boca descendió por mi cuello mientras yo le acariciaba la dura erección a través de su ropa interior. Cuando por fin la liberé, no pude evitar sorprenderme por su tamaño - fácilmente 18 cm gruesos y palpitantes.
- "¿Te gusta?", preguntó orgulloso mientras me la restregaba por los labios.
- "Vamos a comprobarlo", gemí, guiándosela dentro de mí.
El primer empujón fue celestial. Me llenó completamente, empezando un ritmo lento que pronto se volvió frenético. Sus manos agarraban mis caderas con fuerza, clavándome contra él con cada embestida.
Posiciones y sensaciones
Nos movimos al suelo. De rodillas, con él detrás, pude sentir cada centímetro profundizando en mí. Sus dedos encontraron mi clítoris, haciéndome gemir como nunca.
- "Así... ahí mismo... no pares", jadeaba, sintiendo el orgasmo acercarse.
Cuando me dio la vuelta para ponerme encima, pude ver su expresión de placer absoluto. Cabalgarlo fue electrizante, sintiendo cómo me llenaba con cada movimiento.
El clímax
- "Voy a...", comenzó a decir, pero yo ya estaba llegando también.
- "Dentro", le ordené, y con un gruñido final, sentí su calor llenándome mientras yo me estremecía de placer.
Final: La complicidad secreta
Después de aquella noche, todo cambió. Nos convertimos en amantes furtivos. Cuando Marta venía, yo fingía indiferencia, aunque a veces intercambiábamos miradas cargadas mientras ella no miraba.
Las noches que ella no estaba, nuestro apartamento se llenaba de gemidos ahogados. A veces en la ducha, otras veces en mi cama, y una vez memorable en el balcón, arriesgándonos a que nos vieran.
Sabía que estaba mal. Que tarde o temprano alguien saldría herido. Pero en esos momentos, con sus manos recorriendo mi cuerpo y su polla dura dentro de mí, nada más importaba.
Y así comenzó nuestro juego peligroso, donde cada mirada, cada roce casual, era una promesa de lo que vendría cuando cerráramos la puerta.
Está fue una de las 1ras que hice, espero les guste.
0 comentarios - Mi querido compañero de cuarto