Mi hermano entro al baño sin permiso
Estaba en el baño, disfrutando de un buen rato bajo el agua caliente, cuando de repente la puerta se abrió de golpe. ¡Era mi hermano pequeño! El muy cabrón se quedó ahí parado, mirándome como si nunca hubiera visto un par de tetas en su vida.
—¡Joder, Pedro! ¿No ves que estoy en la ducha? —le grité, tapándome medio dramáticamente, aunque la verdad es que no me dio tanto corte.
El muy cerdo no se movió. En vez de disculparse, se me quedó mirando con esos ojos de cachorro caliente. Y ahí fue cuando lo noté... el bulto en su pantalón.
—¿En serio, pervertido? ¿Te pones así por tu hermana? —le dije, pero en lugar de echarlo, sentí un calentón de esos que nublan la razón.
Así que, sin pensarlo dos veces, le agarré de la camiseta y lo empujé contra la pared.
—Si tanto te gusta mirar, pendejo, ahora vas a hacer más que eso.
No hizo falta decir más. El muy zorro se lanzó como animal, manosearme las tetas y meterme la lengua hasta el fondo. Yo no me quedé atrás: le bajé el pantalón y lo agarré por la polla, que ya estaba dura como una roca.
—¿Tanto me deseabas, hermanito? —le susurré al oído antes de arrodillarme y metérsela entera en la boca.
Pedro gemía como un maldito, y cuando ya no aguantó más, me levantó y me puso contra el lavabo. Sin avisar, me la metió por detrás, dándome tan fuerte que casi rompe el espejo del golpe.
—¡Te gusta follar a tu hermana, eh, cabrón? —gemí mientras él me llenaba entera.
Al final, acabamos los dos tirados en el suelo, jadeando. Y lo peor es que desde ese día, el muy guarro ya no llama antes de entrar... pero yo tampoco me quejo.
Estaba en el baño, disfrutando de un buen rato bajo el agua caliente, cuando de repente la puerta se abrió de golpe. ¡Era mi hermano pequeño! El muy cabrón se quedó ahí parado, mirándome como si nunca hubiera visto un par de tetas en su vida.
—¡Joder, Pedro! ¿No ves que estoy en la ducha? —le grité, tapándome medio dramáticamente, aunque la verdad es que no me dio tanto corte.
El muy cerdo no se movió. En vez de disculparse, se me quedó mirando con esos ojos de cachorro caliente. Y ahí fue cuando lo noté... el bulto en su pantalón.
—¿En serio, pervertido? ¿Te pones así por tu hermana? —le dije, pero en lugar de echarlo, sentí un calentón de esos que nublan la razón.
Así que, sin pensarlo dos veces, le agarré de la camiseta y lo empujé contra la pared.
—Si tanto te gusta mirar, pendejo, ahora vas a hacer más que eso.
No hizo falta decir más. El muy zorro se lanzó como animal, manosearme las tetas y meterme la lengua hasta el fondo. Yo no me quedé atrás: le bajé el pantalón y lo agarré por la polla, que ya estaba dura como una roca.
—¿Tanto me deseabas, hermanito? —le susurré al oído antes de arrodillarme y metérsela entera en la boca.
Pedro gemía como un maldito, y cuando ya no aguantó más, me levantó y me puso contra el lavabo. Sin avisar, me la metió por detrás, dándome tan fuerte que casi rompe el espejo del golpe.
—¡Te gusta follar a tu hermana, eh, cabrón? —gemí mientras él me llenaba entera.
Al final, acabamos los dos tirados en el suelo, jadeando. Y lo peor es que desde ese día, el muy guarro ya no llama antes de entrar... pero yo tampoco me quejo.
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