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me calente con los masajes de mi padre

Me vio semi desnuda, sentada al borde de la cama, luchando torpemente con la pistola de masajes sobre mi espalda. La prenda deportiva que me cubría apenas sostenía algo, pero el esfuerzo por alcanzar los puntos de tensión dejaba al descubierto más piel de la que él debía ver un Padre.
«Necesitas ayuda?», me preguntó, asentí con timidez.
Me quité el brasier con un movimiento descuidado, llevé mi antebrazo hacia mis pechos para cubrir mis pezones, era inútil, se me escapaba uno de igual forma. Él miró. Claro que miró. Y yo dejé que el escote de mi postura revelara más de lo necesario antes de acomodarme boca abajo.
Sus manos no temblaron al tomar la pistola, pero su respiración se hizo más lenta, más controlada, como si calculara cada movimiento. La vibración recorrió mi espalda, pero su atención estaba en otra parte: en la curva donde terminaba mi columna y comenzaba lo que no debía tocar.
«Las piernas también me duelen» le dije, y él no preguntó.
Se apresuró a agarrar la cintura de mis pantalones, tirando con una urgencia que delataba su excitación. El pijama resbaló, llevándose consigo uno de mis calcetines en el apuro. No lo mencioné. No quería romper el juego.
Sus dedos se cerraron en mis muslos mientras la pistola subía y bajaba, deteniéndose demasiado cerca de donde el calor empezaba a acumularse.
«Los glúteos también, por abajo», murmuré, y esta vez fui yo quien guió sus intenciones.
Tomé la cintura de mis panties y las tiré hacia arriba, ajustándolas con malicia, sabiendo que el tejido se encajaría, que él vería más de lo que debía. Él no se hizo el tonto. Con un dedo, apartó la tela a un lado, como si fuera parte del masaje, como si fuera lo normal.
El masajeador vibró contra mi piel, cada pasada más baja, más lenta, más profunda. Hasta que un movimiento, calculado o no, la llevó peligrosamente cerca de ese lugar que ya latía con mi pulso.
Contuve la respiración, susurré un gemido y se me arqueó la espalda, excitación y sorpresa.
Él presionó. No fue un accidente.
La vibración se coló entre mis piernas, y aunque el contacto era indirecto, sentí un cosquilleo eléctrico que se convertía en presión, en necesidad. Me mordí el labio para no gemir, fingí incomodidad, pero arqueándome levemente hacia atrás.
Él lo notó. Y continuó haciéndome sentir un zumbido que resonaba en lugares que no debía, oculté que cada movimiento suyo me llevaba más cerca del borde.
Me costaba contener los gemidos, mis movimientos eran cada vez más notorios. Me arquee por ultima vez, llevé mi cadera hacia atrás y el se arrimo. Fueron dos segundos, donde accidentalmente confirmé su deseo, uno muy firme.
Se detuvo y alejó, rompió el silencio.
«Fernanda», mi nombre en su boca sonó a advertencia y a súplica a la vez.
Pero no pasó nada más.
Se levantó bruscamente, dejando la pistola de masajes sobre la cama.
«Descansa», murmuró, y salió del cuarto demasiado rápido.
El silencio que dejó atrás era denso, cargado. Me quedé temblando, con las piernas aún abiertas, sintiendo el roce del encaje húmedo contra mis muslos.
Fui al baño minutos después, todavía con la piel ardiente. Al bajarme la pantie, el brillo entre mis muslos y en la tela me delató. Me mojé más de lo que creí, mucho más.
Me senté en el borde del bidet, mirándome en el espejo mientras mis dedos recorrían lo que el masajeador había calentado. Saboreé mis propios jugos, espesos y dulces, lo hice una y otra vez mientras me masturbaba, de la forma más intensa que puedo recordar, pensando en su respiración acelerada, en sus manos que casi, casi…
Acabé, imaginando su voz diciéndome «Descansa.»

1 comentarios - me calente con los masajes de mi padre

mam1906
La próxima vez van a terminar cojiendo a mi me re calentaste excelente relato