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nuevamte trio con el amigo d emi pareja

El sábado había llegado al fin, pero en lugar de invitarlo a nuestro departamento, fuimos nosotros quienes asistimos al suyo: un edificio de cinco pisos cerca de la Avenida 9 de julio, tan bonito como el nuestro. Iván bajó a recibirnos en musculosa blanca y pantalones cortos (empezaba a sospechar que no tenía otra variedad de ropa en su ropero), exhibiendo sus músculos tonificados, y con una sonrisa de oreja a oreja. Saludó a su amigo y, en cuanto se detuvo a verme, sonrió con picardía. Fui con un vestido negro y corto, ajustado y con un escote en V cruzado, muy sexy para la ocasión gracias a su capacidad para hacer resaltar tanto mis curvas como mis atributos.
Recuerdo que, después de saludarme con un beso intencionadamente en la comisura de mis labios, suspiró y me dijo:
-Es lo que amo de la primavera y el verano: la poca ropa que pueden usar las mujeres y lo fácil que es para nosotros sacársela.
Abrí grande la boca y, entre risas, Lucas y yo nos miramos.
-Un atrevido tu amigo -le dije.
-Y puede ser peor este hijo de su madre -respondió con una carcajada.
Entramos y subimos por el ascensor. Iván vivía en el piso más alto, por lo que aprovechamos la brevedad del trayecto para ir calentando motores ahí mismo, besándonos con gran fogosidad, tocarnos los cuerpos, tantear nuestras partes. Me tocaba los pechos y me agarraba con firmeza las nalgas por encima del vestido. Era una tela tan fina que podía sentir el calor de sus manos atravesándola. Yo le tocaba los hombros firmes, los brazos abultados, el pecho reforzado, los abdominales por debajo de la musculosa. Una armadura natural.
Todo esto a ojos impasibles de mi novio, que en su silencio yo sabía que ya estaba gozando.
-Esta cola me vuelve loco -me decía Iván.
-Es tuya hoy -le respondí al oído.
Y justo cuando estaba empezando a manosear el endurecido bulto de su pantalón, el ascensor frenó en seco, señal de que habíamos alcanzado el quinto piso. Nos desprendimos, nos sacudimos las prendas acaloradas y salimos los tres al pasillo.
Entramos al departamento y no pude evitar reparar en que era bastante amplio: se accedía por un pasillo angosto que conectaba con la cocina a la izquierda y derecho al living-comedor. Había una mesa rectangular en el centro, seguramente para visitas, un sofá color beige y, detrás, los ventanales que separaban el interior del amplio balcón con vista al resto de la manzana (un sitio ideal para coger de noche). La televisión yacía sobre un mueble y debajo de una escalera de madera que conducía a su habitación, el baño y, según dijo, un cuarto que servía de gimnasio personal así como también de oficina para su trabajo. Lo primero que pensé fue en que me gustaría algún día que Lucas y yo podamos tener un espacio así. Sería ideal para cuando pudiéramos darnos el gusto de pensar en tener un bebé. O dos.
Iván se había ido a la cocina, abrió la heladera y nos preguntó:
-¿Quieren tomar algo antes? Tengo una gaseosa y un par de birras, pero más que nada agua.
Lucas se dio vuelta casi al instante.
-Traé para acá esas birras, amigo. Bien fresca para disfrutar el momento.
-Dale. ¿Y vos, Vicky?
-¿Hace falta que te diga lo que quiero en este momento?
Lucas me miró y esbozó una sonrisa socarrona.
-Tranquila, amor. Todo a su tiempo.
Iván salió de la cocina y vino al living con las dos cervezas en mano. Venía sonriendo el desgraciado.
-No, obvio que no hace falta, belleza. Y tranquila, que tenemos toda la tarde para sacarnos las ganas.
Le dio la bebida a mi novio y ambos al mismo tiempo abrieron las latas. Hicieron un brindis dándose aires de “socios” y bebieron.
-¿No era que te cuidabas y tomabas solo agua? -le cuestioné.
Luego de tragar un sorbo, me miró y me respondió:
-No es necesario tampoco dejar de hacer lo que a uno le gusta por mantener el cuerpo saludable. Te podés dar un gustito de vez en cuando, un sábado por ejemplo. Una fresca, pizza.
-O la novia de un amigo -añadió Lucas.
Los dos se rieron ruidosamente. Ni siquiera yo me esperaba ese remate. Si no me había hecho gracia no fue porque lo haya encontrado ofensivo o de mal gusto. Fue porque estaba impaciente, porque la calentura del ascensor no se me había ido y seguía envuelta en brasas. No quería otra cosa en ese momento más que abalanzarme hacia su short, bajárselo y hacer lo que más me gusta.
Me di la vuelta y me fui a sentar en el sofá.
Saqué mi teléfono de la cartera y busqué, entre los chats del WhatsApp, el de mi amiga Yamila.
“Amiga, estoy en casa del flaco este con Lucas.”
Unos momentos después, me contestó:
“Bien ahí. ¿Te fuiste hot para la ocasión?”
“Obvio. Empezamos apretando en el ascensor pero ahora se pusieron a chupar.”
“Jajaja hombres. Tranqui, ni bien terminen te va a atender a vos.”
“Sí ya sé, pero estoy que no doy más.”
“Tranqui, tranqui, pillina. Después me contás todo con lujo de detalles. Y, si es tan así de potente como vos decís, un día me lo podrías prestar un ratito no? Jajaja”
“Jajajaja te va a hacer ver las estrellas. Te va a dejar re loca.”
“Me imagino. Con todo lo que me contaste que te hizo.”
“Mal. Bueno te dejo. A ver si los puedo ir apurando.”
Guardé el teléfono de nuevo y me incliné hacia adelante con intención de levantarme.
-¿Vamos subiendo? -les dije, con un tono un poco irritado.
Iván le dio un último sorbo a la lata y la dejó sobre la mesa.
-O lo podemos hacer ahí mismo, donde estás vos.
Sonreí picaronamente.
-También podríamos.
Lucas bebió su cerveza, se sentó en una de las sillas arrimadas a la mesa, y le dijo a él:
-Ve por ella, tigre.
Iván se quitó la musculosa y la revoleó hacia el respaldo de otra silla, quedándose en cuero, trabando los brazos y el torso para que se le marcaran aún más los músculos.
-¿Quérés que te la ponga ahí?
Asentí con la cabeza.
-Ajam.
Avanzó y se dejó caer sobre mí. Acercó su entrepierna a centímetros de mi cara y meneó la pelvis, provocándome.
-Toda tuya.
Me mordí el labio inferior, lo miré de arriba abajo y le bajé el short. Acaricié y apreté el bulto que se formaba en su bóxer azul. Un bulto prominente y…
-Se puso re duro. Parece una piedra.
Iván asintió con la mirada. Me acarició una mejilla e introdujo su pulgar en mi boca. Se lo chupé como si se tratara de su miembro.
-Qué mujer tan atrevida sos.
-Los hombres bien machos me ponen así.
Le bajé el bóxer y saqué su verga. Sospecho que tendrá unas medidas de veinte centímetros o un poco más. En cuanto a su circunferencia… Mmm, creo que unos quince centímetros (midiendo a ojo); a duras penas alcanzo a juntar el pulgar con el resto de los dedos cuando lo tengo agarrado.
Lo masturbé un poco y le sorbí el tronco de arriba abajo.
-Cómo me gusta que hagas eso -dijo él en un tono gustoso.
-No puedo evitarlo -respondí.
-¿Te la vas a volver a tomar toda hoy?
Respondí que sí con un movimiento de la cabeza. Pero iba a ser diferente esta vez.
-Primero bajate y metémela.
Iván hizo caso, me tomó de los cantos y me llevó hacia su pelvis. Giró sobre sí mismo conmigo en sus brazos y se sentó en el sofá. Manoseó mis muslos y mi cintura por debajo del vestido, luego me agarró del ángulo del escote y me acercó a su cara para besar y sorber entre mis pechos. Con el otro brazo me rodeó la cintura y se puso a morder suavemente mis senos. Le pedí que me fuera desvistiendo, y entonces me bajó el vestido desde mis hombros, desnudando mi torso. Chupó mis tetas, mis pezones, mientras yo me aferraba a su cabello.
Empecé a gemir con un tono agudo y a mover frenéticamente la cintura sobre su entrepierna.
-Metémela, dale. No doy más.
Me incliné un poco hacia delante, permitiendo que él tomara su pene erecto y lo hiciera. Hizo a un lado mi tanga y lo fue introduciendo de a poco, describiendo un círculo en la vulva con el glande, intercambiando sus fluidos con los míos. Mi vagina empezó a palpitar y a humedecerse. Entre jadeos y respiración agitada, me acerqué a su oído y le susurré “vos sí que sabés”.
Me tomó del mentón y me comió la boca. Me agarró de la cintura y la llevó hacia abajo, hasta que sentí que me rellenaba con su grueso pedazo de carne.
Me erguí y suspiré profundo. Me eché el cabello hacia atrás, empecé a montarlo como a un caballo y, mientras hacía esto, le tomé la mano y le volví a chupar el pulgar.
-Toda una perrita sos.
-Tú perrita soy -le contesté, con el dedo en la boca.
Luego giré la cabeza y miré a mi novio. Casi que me olvidaba de que él también estaba ahí con nosotros, jalándose el miembro.
-¿No te querés sumar vos también, amor? -le pregunté, con voz sensual-. Vení, te la chupo.
-No, bebé. Es un momento para ustedes. Disfrútenlo.
-Bueno.
Volví la atención a mi amante permitido, me incliné hacia delante y comencé a mover las caderas arriba y abajo a más velocidad, gimiéndole más agudo en el oído.
-¡Cómo me pone tu pija! Me pone re loca.
Me nalgueó un par de veces y gimoteé de placer. Eso hacía que me moviera más y más rápido, como si estuviera arreando una yegua enardecida. Me rodeó fuerte la cintura y me apretó contra él, haciendo que su pene entrara hasta el fondo de mi sexo, desapareciendo de la vista. Eché la cabeza hacia atrás y ahogué un grito, solo pudiendo liberar un gemido débil y entrecortado.
-¡Ay, así! ¡Más adentro!
Iván apretó más a la vez que inclinaba la pelvis hacia arriba, ayudándose con las piernas. Sentí que se me cortaba el aire tanto para respirar como para emitir cualquier sonido, asfixiándome con mi propia excitación.
-Ponela en cuatro y hacela mierda -ordenó Lucas detrás de mí.
Iván y yo no pudimos evitar reírnos, lo que interrumpió de momento el éxtasis en ambos. Volvió a levantarse conmigo a cuestas, giró y me dejó caer sobre el sofá. Los cojines estaban calientes y humedecidos por el sudor de mi amante.
Se bajó los pantalones y los hizo a un lado con el pie. Me agarró el vestido y me lo quitó bruscamente deslizándolo por mis piernas. Hizo lo mismo con mi tanga. Me tomó de los muslos y me dio vuelta, posicionándome de rodillas en el sofá. Arqueé la cintura y le ofrecí mi vagina con movimientos provocadores de mis nalgas. Lo miré por encima de mi hombro y vi que se la estaba jalando para prepararla nuevamente. La lubricó con su saliva y luego se me echó encima, enterrándome la verga, clavándome hasta el fondo.
Prorrumpí un alarido tanto de dolor como de placer. Empezó a cogerme duro, me agarró de los pelos con una mano, echándome la cabeza hacia atrás, y me propinó fuertes nalgadas con la otra. El ardor en la piel empezó a sentirse, pero lo gozaba.
Quería decirle más cosas para estimularlo, pero no podía dejar de gritar. Quería suplicarle que no se detuviera nunca, nunca. Que me cogiera tan fuerte que no tuviera después energías para ponerme en pie. Deseaba con todo mi ser que esto no terminara jamás.
Ni siquiera me detuve a imaginar lo que fueran a pensar o decir los vecinos. Pero en ese momento, hubiera deseado que tanto ellos como el resto del vecindario fueran la audiencia de esta locura sexual que se estaba desatando.
En cuanto se calmó y bajó la velocidad para darse un falso descanso, le pedí que me cambiara de posición. Se recostó en el sofá, boca arriba. Me subí para cabalgarlo un rato, apoyando mis manos sobre su pecho fornido.
-No podés estar tan bueno.
En ese momento, Lucas agarró las servilletas de papel que ya se había preparado y cubrió con ellas su pene, emitiendo un siseo. Se levantó de la silla y subió por las escaleras rumbo al baño, con el miembro en la mano y amortiguando el escape de su semen con las servilletas.
Quise reírme de la situación pero estaba inmersa en mi propio éxtasis. Los sentones que le propinaba a Iván eran de muerte.
De repente, me pidió que me levantara rápido, que ya estaba por acabar. Lo hice y le agarré la pija, recostándola sobre su abdomen. El semen, una vez más, salió en mucha cantidad, derramándose sobre él. Iván me miró con el ceño fruncido.
Sonreí y le dije:
-Mirá lo que hago.
Me acerqué a su vientre y sorbí todo su espeso líquido embadurnado sobre su piel. Lamí limpiando su abdomen, todo esto mirándolo directo a los ojos.
Sonrió y me dijo:
-Cada vez me sorprendés más, hermosa
Me relamí los labios como una gatita y le respondí:
-Me hubiera encantado hacerte más cositas. Tengo más chanchadas para satisfacerte.
-¿Ah, sí?
-Ajam. Si volvemos a hacerlo, quiero que sea en tu cama, en la cocina o sobre la mesa. O en el balcón, para que todo el mundo nos vea y escuche.
-Te calienta que te miren ¿no?
-No lo sabía hasta que empezamos con esto. Saber que mi novio, tú amigo, estaba presente, mirándonos, me calentaba todavía más.
-Ahí está el morbo, entonces.
-Obvio. Y esto no termina acá para mí.
Iván frunció el ceño.
-¿Cómo?
Me acerqué a su cara y le dije:
-Yo llego a casa con tu amigo y nos ponemos a coger con más ganas que de costumbre. Esto nos sirve también para mantener viva la llama.
-Ah, entiendo. ¿Y lo hacen mejor?
-Mucho mejor. Me agarra y me revolea por toda la cama. Me usa para descargarse hasta que terminamos exhaustos tratando de recobrar el aliento.
Después de unos momentos, bajó Lucas, totalmente relajado. Iván y yo fuimos a asearnos. Me permitió usar la ducha y me di un baño relajante. Cuando bajé, ya vestida, los amigos se encontraban mirando la tele y charlando de fútbol, como si nada hubiera pasado.
Nos quedamos a cenar, pidieron unas pizzas y, mientras ellos seguían inmersos en su conversación, yo me aparté al balcón a tomar un poco de fresco. Llamé a mi amiga por teléfono y le conté todo lo que habíamos hecho. Me felicitó y me reiteró la petición de “prestarle” al amigo de mi novio para que ella también lo pudiera probar.
Y así sucedió una semana después. Su veredicto fue que era un animal en la cama. Dicho sea de paso, Yamila es, de por sí, más calentona que yo y, aunque ha tenido un par de novios, sus mejores encuentros sexuales los había experimentado de forma casual, sea con amigos, conocidos o chicos a quienes conocía en boliches. Yo también pasé por esa etapa antes de conocer a Lucas. Pero eso será material para otra historia.
Y tal como le había dicho a Iván, esa noche tras volver ya cenados de su departamento, me acosté con mi novio en nuestro nicho y tuvimos sexo feroz. Las diferencias corporales o las maneras distintas que tenían ambos para satisfacerme fue siempre un asunto sin relevancia para mí. Yo siempre supe y siempre sabré qué lugar le corresponde a cada uno en mi vida. Sea mejor uno u otro, no cambiaría jamás las cosas. Mi novio es y seguirá siendo mi única opción de pareja, incambiable e inmejorable tanto en lo sexual como en lo sentimental. El amor que me regala es invaluable.
Aunque cada cierto tiempo sigamos repitiendo estos encuentros, estas fantasías. Son episodios que se disfrutan y se seguirán disfrutando en el momento. Y el día en que mi novio o yo decidamos que ya fue suficiente, allí culminarán. Lo hemos hablado con Iván y lo entendió perfectamente.
No puedo dar fe de que Lucas o Iván no hayan contado nada a otras personas porque no lo sé, ni les pregunté jamás. Pero de mi parte, esto solo lo sabemos nosotros, mi amiga Yamila y, por supuesto, ustedes. Dudo que en el próximo relato integre otro episodio con Iván, ya que con estos dos me parece que es suficiente y sería relatarles más de lo mismo. Tal vez en el tercero me remonte a mi adolescencia, contándoles mis experiencias anteriores a conocerlo a Lucas.

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