Me tuve que mascar el resto de la hora que me quedaba de mi turno, sentado ahí en el taxi, dando vueltas por ahí sin levantar a ningún pasajero. Pensando. Hasta que se hizo la hora y fuí a entregar de vuelta el vehículo.
Cuando volví a casa estaba todo bien. Todo normal. Todo mágico. Betina me esperaba con una sonrisa y un besito. Me preguntaba como me fué con el taxi mientras me hacía un café. Y me miraba con esos ojos dulzones, me sonreía esa sonrisa hermosa y brillante. No sabía que decirle, realmente. En realidad sí sabía, lo que no sabía era el cómo se lo iba a decir. Decidí rápido que por el momento iba a hacer lo que mejor sabía hacer - hacerme el boludo. Le respondí todo sin responderle nada.
Cenamos. Miramos algo de tele en el living y nos fuimos a dormir. Como cualquier otro día. Pero yo sabía que no era como cualquier otro día y me quedé pensando despierto, en la oscuridad de mi habitación, sintiendo como el cuerpito de Betina roncaba suave, despacito, plácido en su sueño.
Habría quedado cansada, pobrecita.
Al otro día decidí que se lo tenía que decir. Ponerle los puntos, aclararle las cosas. No le iba a decir que me quería divorciar, que sentía que lo que hizo fue una traición. Para mucha gente puede serlo y lo entiendo. Para mí no. Fue más que nada una decepción verla así. Usada por otro. Gozando tanto con otro. Decepción y calentura, si, pero lo que ella tenía que saber era sólo de la decepción. Si me prometía que la iba a cortar con Mario, que no iba a pasar más de eso, estaba dispuesto a hacer borrón y cuenta nueva. No a olvidar… cómo me iba a olvidar lo que ví? Lo iba a llevar grabado en la cabeza hasta el último día. Pero sí a perdonar, si hacía falta.
Salí con el taxi como siempre, dí unas vueltas, laburé algo, pero a eso del mediodía le mandé un mensaje diciéndole que hoy iba a trabajar nada más medio turno, que en un rato iba a casa. Más que nada para evitar inconvenientes. Inconvenientes del tipo que Mario o alguno de los chicos estuviera ahí. Betina me contestó que “ok”.
Llegué a casa luego de dejar el taxi casi a las dos de la tarde. Betina me estaba esperando con una milanesa napolitana con puré que estaba terminando de hacer, con una sonrisa. Que dulce que era. Pero yo no tenía ganas de comer, la verdad. Tenía el estómago cerrado, anticipando la charla que íbamos a tener. Con cara de orto le dije que no, que viniera al living que teníamos que hablar.
Se puso seria. No se si se pensó que me habrían despedido, al verme ahí temprano y a tan pocos días de haber arrancado. O por ahí se la vió venir. No lo sé. Lo cierto es que se lo dije. Salvo el tema que le revisé el celular, se lo dije todo. Que los había visto en la camioneta aquella noche del corte de luz. También que había llegado temprano ayer y los había visto, cogiendo en la cocina. Que me había ido sin que me vieran.
Betina se quedó callada un momento, seria, sentada en el sillón al lado mío donde estaba. Bajó la cabeza y empezó a sollozar despacito. La dejé. Dejé que se descargara si tenía que llorar. Me pedía perdón por lo bajo mientras lloraba, pero yo estaba impasible. Cuando se calmó un poco le dije que estaba todo bien, que la perdonaba. Que yo no quería divorciarme ni nada de eso. Pareció no sé si alegrarse un poco, pero si calmarse. Por ahí ese era su miedo, el divorcio que sería tan mal visto por su familia. Ni hablar si salía a la luz la causa. Pero sí quería primero que me contara que la llevó a todo eso, si era algo que había hecho yo o qué. De verdad quería saber. Y después que me prometiera que hasta ahí había llegado todo.
Me prometió que no lo iba a hacer de nuevo. Me trató de tomar la mano para decírmelo pero yo se la saqué, lo que la puso triste y casi se larga a llorar de nuevo. Me prometió varias veces que sí, que ya estaba, que me quería y que no lo volvería a hacer. Ni con Mario ni con nadie. Que me quedara tranquilo. Le creí. Al menos en ese momento le creí. Las lágrimas que le veía arruinándole esa carita preciosa que tenía, las ví honestas.
El problema fue cuando le pregunté, de verdad, por qué lo había hecho. Si era una cosa nada más sexual, de sacarse las ganas, o había algo más. La verdad que yo no estaba muy preparado para la respuesta que me tiró.
Un poco avergonzada, me dijo que cuando conoció a Mario y empezó a entablar esa relación de amistad, lo empezó a ver de otra manera. Que le atrajo mucho lo fuerte que era, como hombre. Lo macho, lo seguro que se lo veía siempre. También que le había dado mucha pena lo de su mujer, que la enterneció y la hizo acercarse más a él. Se le fue gestando deseo y calentura de estar con un tipo así como Mario, para ver como era ya que ella nunca había estado. Y siempre llevaba en la cabeza lo que sus padres le habían dicho de mí. Que su padre siempre pensó que yo era un débil y quizás hasta maricón, por la forma de ser tranquila y suave que tenía yo. No importó cuánto Betina les decía que no era así a sus padres, siempre pensaron eso, pese a que nunca, por supuesto, me lo dijeron. Pero si se lo habían dicho a ella.
A Betina lo que le importaba era que yo era bueno y que la quería, en el resto ni se fijaba. Y quería estar conmigo. Se había puesto tan cabezadura con querer estar conmigo, que al final los padres se rindieron y le dieron el visto bueno, pero que nunca habían dejado de pensar eso de mí.
Yo me quedé un poco duro. Ni sabía todo eso. Tampoco sabía que diablos habría visto mi suegro en mí para directamente etiquetarme de casi marica. Si, yo era tranquilo, no levantaba la voz. Era dentro de todo callado, hablaba bien, no vociferaba… no sabía qué era lo que podrían haber visto.
Le pregunté a Betina directamente si ella pensaba eso también. Primero me dijo que no. Pero después, casi naturalmente, tuvo que calificar su respuesta con un “... pero igual no me importa lo que seas…”, que me descolocó. Me calenté un poco, la verdad. Mi mujer pensaba que yo era un maricón, un débil, pero no le importaba? Se lo dije y lo desestimó. Tratando de explicar que lo que había hecho con Mario venía por ahí, por las formas de ser tan distintas que tenía cada uno. Que se había tentado de hacer esas cosas con un tipo así, más fuerte y macho. Nada más, me dijo, para ver que se sentía.
Le pregunté directamente cómo se sentía hacerlo. Si le gustó. Me dijo que claro que sí. Era la verdad, yo la había visto cómo gozó con él, no me estaba mintiendo. Pero no era una respuesta que me gustara, por más verdadera que fuera. Yo me calenté un poco más, sin mostrárselo abiertamente. Le dije que bueno, que le creía que no iba a pasar mas nada y que ésto quedaba acá, pero que también lo quería escuchar de Mario. Que él tampoco iba a hacer nada.
Betina se alertó un poco. Me dijo que lo solucionaba ella, que tenía miedo que Mario se enojara conmigo, que nos peleemos o que, Dios quisiera que no, nos agarráramos a trompadas. Le insistí. Varias veces. Que lo llamara, que Mario viniera, que le quería dejar las cosas en claro a él también. Betina me pedía por favor que no, hasta que por cansancio le gané y aceptó. Tomó su celular y lo llamó. Se fué a hablar tranquila a la cocina, mientras yo me quedé sentado ahí en el living, mascando algo de bronca por todo lo que me había contado. Incluyendo las otras dos veces que habían tenido sexo, de las cuales yo no sabía, pero Betina me blanqueó, honesta. Una ahí en casa y otra en la casa de él, mientras los chicos no estaban. Todo mientras yo estaba laburando como un boludo con el taxi.
Después de un rato que me pareció bastante, bastante largo, Betina volvió al living. Ya había cortado. Me dijo que le había explicado lo que pasó a Mario, que yo lo quería ver y decirle a él también. Que le diéramos un rato y venía. El lenguaje corporal de mi mujer daba amplias muestras que ella no quería saber nada con ésta idea de que Mario viniera o que yo hablara con él. Pero era algo que tenía que hacer.
Mario vino a casa como a los veinte minutos, yo ya estaba impaciente. Betina le abrió y lo ví venir, caminando por el living. No lo vi nada avergonzado, ni temeroso, ni ansioso. Lo vi normal, como todo el tiempo. Nada más no sonreía. Se sentó en uno de los silloncitos individuales que teníamos, mientras que Betina se sentó a una distancia de mí en el mismo sillón más grande, sin estar pegados, entre medio de los dos. Seguramente para intentar separarnos si ésto pasaba a mayores. No dijo nada más que “hola”. Me miraba fijo a mí y a Betina, alternando. Finalmente luego de unos momentos de silencio, habló.
“Bueno, y?”, dijo en un tono calmo.
Yo lo miré serio, “Te dijo Betina por qué te llamé?”
Mario asintió, “Si, me dijo por teléfono recién.”
“Entonces?”
“Entonces, qué?”, me preguntó un poco extrañado. Betina lo miró.
“Entonces qué tenés para decir?”, le pregunté.
Mario se encogió un poco de hombros, “Me imagino que nada que no haya dicho ella ya, no?”, él la miró pero mi mujer guardaba un respetuoso y tenso silencio.
“Le dije a Betina que lo que pasó, pasó. Pero ésto se corta. Se corta acá y ahora.”, le dije a Mario.
Ahí pasó algo que me pareció extraño. No lo entendí hasta un tiempo después. Mario me miró fijo, sin decir nada. Después a Betina. Los tres nos miramos un poco en silencio, hasta que vi que Mario se sonrió y se pasó una mano por la pelada, “En serio? Me están jodiendo, no?”
“Cómo, perdón?”, le pregunté extrañado.
“Es una joda, no? Digo, todo ésto es una joda?”, se rió.
“A vos te parece que tengo cara que ésto es joda, Mario?”, le dije serio.
“Ay, Dio’... “, dijo en un suspiro alegre y se paró, “Dejame de hinchar las bolas, Nico.”
“Qué decís?”
Se cruzó de brazos ahí, parado frente a su silloncito y nos miraba a los dos con una sonrisa en la cara. Se le veía divertido. Nos examinó así un momento y dijo, “Sabés cómo se hace ésto? Me parece que no.”
“A ver…”, lo miré yo aún sentado.
Mario se inclinó un poco y la diversión medio que se le fué del rostro, me miró fijo y levantó un poco la voz, “Flaco, a ver… si alguno se coge a tu mujer, vas y lo cagás a trompadas. Punto. Así lo solucionan los hombres. Qué es ésta boludez de “charlemos”? Dejame de hinchar las pelotas…”, terminó y vi a Betina tragar saliva, mirándolo fijo a Mario.
“No te dije “charlemos”. No hay nada que charlar. Te dije que se corta y punto”, le respondí.
Mario se rió, “Ah, si? Se corta y punto?”
“Te lo estoy diciendo”, le respondí.
“Y qué pasa si no lo hago, eh?”, me miró con una muequita alegre en los labios, “Qué pasa si me cago en lo que decís? Vos qué hacés, a ver?”
Yo me quedé duro. No había calculado una respuesta así. Lo que menos quería era agarrarme a trompadas con éste tipo, me iba a llevar por demás la peor parte. Algo le tenía que responder. Sentía la mirada de Betina sobre mi ya.
“... si hacés eso te tengo que parar”, le dije.
Mario se rió de nuevo, “Andá a cagar, Nicolás. A mi me vas a parar?”
“Si lo tengo que hacer, si. Me gustaría que no llegara a eso…”, le dije mirándolo.
“Querés probar?”, me miró con una sonrisa.
“Probar que? No hay nad….”, dije pero me interrumpió.
“Probá, dale. Parame.”, se reía Mario, “Mirá…”
Dijo eso y se acercó a Betina. Le ofreció su mano y ella, dudando un poco sin saber que hacer, la tomó. Mario la levantó a mi mujer del sillón y con una mano en la cintura la giró, haciéndola caminar despacito para adentro de la casa, “Vení, linda, andá para la pieza… en un ratito voy…”, le dijo. Betina me miró por encima del hombro.
Yo no sabía qué hacer, estaba pasando todo tan rápido. Me puse de pie, “Mario, cortala. Te estoy diciendo que se cortó, dejate de joder.”
El me miró fijo, deteniendo a Betina con su mano en la cintura de mi mujer, “Parame, a ver. Dale. Qué vas a hacer, eh?”, me miró desafiante.
Nos quedamos los dos mirándonos fijo por un par de latidos de corazón, que me parecieron eternos. La mirada de Mario me entraba por los ojos y no me dejaba pensar.
“No ves que sos un puto”, me dijo serio, sin sacarme los ojos de encima. Se dió vuelta y siguió guiando a Betina para dentro de la casa, para nuestro dormitorio.
Mi mujer me seguía mirando por encima del hombro, dando pasitos lentos guiada por Mario. No sabía si me estaba mirando pidiéndome con los ojos que la rescatara… o si eran ojos de tristeza o de desprecio, “Nicolás…”, me dijo suavecito.
Los vi desaparecer a los dos, dando la vuelta por el pasillito, fuera de mi vista, y escuché el ruido suave de la puerta de mi dormitorio cerrarse. Me quedé ahí parado en el living, sentía que las piernas me temblaban. Las manos también. Tantas cosas me corrían por la cabeza, era un torbellino de sensaciones y emociones que ni entendía ni podía controlar. Una tras otra. Me quedé ahí como un boludo mientras un tipo se llevó a mi mujer a mi pieza.
Debo haber estado un par de minutos ahí, parado. Congelado. Fracasado. Así me sentía. Sin saber que hacer, sin saber siquiera que podía hacer. No escuchaba nada del dormitorio. Quise dar un paso para acercarme y, lo juro, sentí que tenía plomo en los pies. Como que me habían puesto los pies en cemento y estaban a punto de tirarme al río, como en las películas de la mafia. Como pude caminé, llegué a la puerta cerrada de mi dormitorio y la abrí suavemente.
Ya estaban los dos prácticamente desnudos. Mario estaba parado al borde de nuestra cama, con los pantalones arrollados a sus pies. Betina estaba de cuclillas frente a él, ya le había sacado la remera y el corpiño, dejándole solamente su pequeña bombachita puesta. Él le había aferrado el pelo, haciéndole un puño y le estaba metiendo la verga en la boca, empujando suavemente con sus caderas, haciendo que Betina se la tragara y lo complaciera. Betina estaba haciendo ruiditos feos, tosiendo bajito, como atragantándose con la pija que debía estar llenándole la garganta. Pero lo miraba fijo a Mario, extasiada, amorosa. Frente a mí, apuntándome, en esa posición yo veía su culo hermoso. Las nalgas amplias que al estar casi arrodillada se veían enormes, como queriendo explotar y romperle la bombachita.

Y la cabeza de Betina se movía y se movía. Lento, suave, pero también sin parar. Mario la sujetaba pero no la estaba forzando. Sólo la sujetaba así y la miraba, plácido, desde arriba. Sus ojos se encontraban como amándose en silencio. Cuando Mario notó que yo había abierto la puerta me miró, como estudiandome. Nos quedamos mirando así un momento eterno hasta que lo escuché hablar, al mismo tiempo que la cabeza de mi esposa no se detenía ni un momento.
“Te querés prender?”, me preguntó suave.
“N-no… no…”, me escuché responder. Parecía como si otro en mi piel hubiese respondido.
Mario me asintió y enseguida me hizo una seña con la cabeza y el mentón, “Entonces tomatelás. Dejame tranquilo.”
“... okey…”, le dije en un susurro.
“Andá a casa a cuidarme a los pibes un rato que quedaron solos. Dale. Después voy”, me dijo y lo ví que volvió su atención a la mamada que le seguía dando Betina.
Sin decir nada, tragué saliva y cerré la puerta, llevándome en mis ojos un último vistazo al culazo hermoso de Betina de rodillas, preso en sus pantalones, y en mis oídos una suave tosecita, seguida de un más suave gemido de placer de ella.
Me fuí como un zombie a la casa de al lado, a quedarme con los hijos de Mario. No me dieron mucha bola, ellos siguieron en lo suyo, colgados con la televisión y el celular. Me agarré un vaso de gaseosa y empecé a tomar, tenía la garganta tan seca. Los chicos de vez en cuando me preguntaban algo, yo respondía y a los dos segundos me tenían que preguntar de nuevo porque ni sabía que les había dicho.
Como a los veinte minutos volvió Mario. Sin decir nada. Al menos, sin decir nada delante de sus hijos. Saludó, me asintió con la cabeza y se puso a hacer sus cosas sin decir más. Yo lo interpreté como mi señal para volverme a casa. Al volver, Betina estaba en el baño y la casa en silencio. Se quedó un rato largo ahí. Fui a nuestra habitación y la cama estaba algo deshecha. Así la dejé, no la quería ni tocar.
Recién como a la media hora Betina salió del baño. Duchada y seria. Sin decir casi nada. Se fue a la cocina y se puso a preparar unos platos para el otro día que tenía que entregar. Yo nada mas fui a sentarme a la mesa, a tomarme un café y mirarla. No nos dijimos nada. Ni una palabra. Inclusive durante la cena, no nos dirigimos la palabra. No sabía si ella se sentía avergonzada de ella misma, o de mí. Ambas eran posibles. Y, lo peor, era que ambas eran posibles a la vez.
Solo cuando nos fuimos a dormir y se apagó la luz, después de un rato la sentí largar un pequeño sollozo en la oscuridad, que se atajó enseguida. Le froté la espalda para reconfortarla un poco. Se dió vuelta para mirarme y ahí nos quedamos, mirándonos casi en silencio, solo diciéndonos algunas cosas por lo bajo. Cosas que seguramente uno necesitaba decir y el otro necesitaba oír.
Nos dormimos muy tarde esa noche.
Cuando volví a casa estaba todo bien. Todo normal. Todo mágico. Betina me esperaba con una sonrisa y un besito. Me preguntaba como me fué con el taxi mientras me hacía un café. Y me miraba con esos ojos dulzones, me sonreía esa sonrisa hermosa y brillante. No sabía que decirle, realmente. En realidad sí sabía, lo que no sabía era el cómo se lo iba a decir. Decidí rápido que por el momento iba a hacer lo que mejor sabía hacer - hacerme el boludo. Le respondí todo sin responderle nada.
Cenamos. Miramos algo de tele en el living y nos fuimos a dormir. Como cualquier otro día. Pero yo sabía que no era como cualquier otro día y me quedé pensando despierto, en la oscuridad de mi habitación, sintiendo como el cuerpito de Betina roncaba suave, despacito, plácido en su sueño.
Habría quedado cansada, pobrecita.
Al otro día decidí que se lo tenía que decir. Ponerle los puntos, aclararle las cosas. No le iba a decir que me quería divorciar, que sentía que lo que hizo fue una traición. Para mucha gente puede serlo y lo entiendo. Para mí no. Fue más que nada una decepción verla así. Usada por otro. Gozando tanto con otro. Decepción y calentura, si, pero lo que ella tenía que saber era sólo de la decepción. Si me prometía que la iba a cortar con Mario, que no iba a pasar más de eso, estaba dispuesto a hacer borrón y cuenta nueva. No a olvidar… cómo me iba a olvidar lo que ví? Lo iba a llevar grabado en la cabeza hasta el último día. Pero sí a perdonar, si hacía falta.
Salí con el taxi como siempre, dí unas vueltas, laburé algo, pero a eso del mediodía le mandé un mensaje diciéndole que hoy iba a trabajar nada más medio turno, que en un rato iba a casa. Más que nada para evitar inconvenientes. Inconvenientes del tipo que Mario o alguno de los chicos estuviera ahí. Betina me contestó que “ok”.
Llegué a casa luego de dejar el taxi casi a las dos de la tarde. Betina me estaba esperando con una milanesa napolitana con puré que estaba terminando de hacer, con una sonrisa. Que dulce que era. Pero yo no tenía ganas de comer, la verdad. Tenía el estómago cerrado, anticipando la charla que íbamos a tener. Con cara de orto le dije que no, que viniera al living que teníamos que hablar.
Se puso seria. No se si se pensó que me habrían despedido, al verme ahí temprano y a tan pocos días de haber arrancado. O por ahí se la vió venir. No lo sé. Lo cierto es que se lo dije. Salvo el tema que le revisé el celular, se lo dije todo. Que los había visto en la camioneta aquella noche del corte de luz. También que había llegado temprano ayer y los había visto, cogiendo en la cocina. Que me había ido sin que me vieran.
Betina se quedó callada un momento, seria, sentada en el sillón al lado mío donde estaba. Bajó la cabeza y empezó a sollozar despacito. La dejé. Dejé que se descargara si tenía que llorar. Me pedía perdón por lo bajo mientras lloraba, pero yo estaba impasible. Cuando se calmó un poco le dije que estaba todo bien, que la perdonaba. Que yo no quería divorciarme ni nada de eso. Pareció no sé si alegrarse un poco, pero si calmarse. Por ahí ese era su miedo, el divorcio que sería tan mal visto por su familia. Ni hablar si salía a la luz la causa. Pero sí quería primero que me contara que la llevó a todo eso, si era algo que había hecho yo o qué. De verdad quería saber. Y después que me prometiera que hasta ahí había llegado todo.
Me prometió que no lo iba a hacer de nuevo. Me trató de tomar la mano para decírmelo pero yo se la saqué, lo que la puso triste y casi se larga a llorar de nuevo. Me prometió varias veces que sí, que ya estaba, que me quería y que no lo volvería a hacer. Ni con Mario ni con nadie. Que me quedara tranquilo. Le creí. Al menos en ese momento le creí. Las lágrimas que le veía arruinándole esa carita preciosa que tenía, las ví honestas.
El problema fue cuando le pregunté, de verdad, por qué lo había hecho. Si era una cosa nada más sexual, de sacarse las ganas, o había algo más. La verdad que yo no estaba muy preparado para la respuesta que me tiró.
Un poco avergonzada, me dijo que cuando conoció a Mario y empezó a entablar esa relación de amistad, lo empezó a ver de otra manera. Que le atrajo mucho lo fuerte que era, como hombre. Lo macho, lo seguro que se lo veía siempre. También que le había dado mucha pena lo de su mujer, que la enterneció y la hizo acercarse más a él. Se le fue gestando deseo y calentura de estar con un tipo así como Mario, para ver como era ya que ella nunca había estado. Y siempre llevaba en la cabeza lo que sus padres le habían dicho de mí. Que su padre siempre pensó que yo era un débil y quizás hasta maricón, por la forma de ser tranquila y suave que tenía yo. No importó cuánto Betina les decía que no era así a sus padres, siempre pensaron eso, pese a que nunca, por supuesto, me lo dijeron. Pero si se lo habían dicho a ella.
A Betina lo que le importaba era que yo era bueno y que la quería, en el resto ni se fijaba. Y quería estar conmigo. Se había puesto tan cabezadura con querer estar conmigo, que al final los padres se rindieron y le dieron el visto bueno, pero que nunca habían dejado de pensar eso de mí.
Yo me quedé un poco duro. Ni sabía todo eso. Tampoco sabía que diablos habría visto mi suegro en mí para directamente etiquetarme de casi marica. Si, yo era tranquilo, no levantaba la voz. Era dentro de todo callado, hablaba bien, no vociferaba… no sabía qué era lo que podrían haber visto.
Le pregunté a Betina directamente si ella pensaba eso también. Primero me dijo que no. Pero después, casi naturalmente, tuvo que calificar su respuesta con un “... pero igual no me importa lo que seas…”, que me descolocó. Me calenté un poco, la verdad. Mi mujer pensaba que yo era un maricón, un débil, pero no le importaba? Se lo dije y lo desestimó. Tratando de explicar que lo que había hecho con Mario venía por ahí, por las formas de ser tan distintas que tenía cada uno. Que se había tentado de hacer esas cosas con un tipo así, más fuerte y macho. Nada más, me dijo, para ver que se sentía.
Le pregunté directamente cómo se sentía hacerlo. Si le gustó. Me dijo que claro que sí. Era la verdad, yo la había visto cómo gozó con él, no me estaba mintiendo. Pero no era una respuesta que me gustara, por más verdadera que fuera. Yo me calenté un poco más, sin mostrárselo abiertamente. Le dije que bueno, que le creía que no iba a pasar mas nada y que ésto quedaba acá, pero que también lo quería escuchar de Mario. Que él tampoco iba a hacer nada.
Betina se alertó un poco. Me dijo que lo solucionaba ella, que tenía miedo que Mario se enojara conmigo, que nos peleemos o que, Dios quisiera que no, nos agarráramos a trompadas. Le insistí. Varias veces. Que lo llamara, que Mario viniera, que le quería dejar las cosas en claro a él también. Betina me pedía por favor que no, hasta que por cansancio le gané y aceptó. Tomó su celular y lo llamó. Se fué a hablar tranquila a la cocina, mientras yo me quedé sentado ahí en el living, mascando algo de bronca por todo lo que me había contado. Incluyendo las otras dos veces que habían tenido sexo, de las cuales yo no sabía, pero Betina me blanqueó, honesta. Una ahí en casa y otra en la casa de él, mientras los chicos no estaban. Todo mientras yo estaba laburando como un boludo con el taxi.
Después de un rato que me pareció bastante, bastante largo, Betina volvió al living. Ya había cortado. Me dijo que le había explicado lo que pasó a Mario, que yo lo quería ver y decirle a él también. Que le diéramos un rato y venía. El lenguaje corporal de mi mujer daba amplias muestras que ella no quería saber nada con ésta idea de que Mario viniera o que yo hablara con él. Pero era algo que tenía que hacer.
Mario vino a casa como a los veinte minutos, yo ya estaba impaciente. Betina le abrió y lo ví venir, caminando por el living. No lo vi nada avergonzado, ni temeroso, ni ansioso. Lo vi normal, como todo el tiempo. Nada más no sonreía. Se sentó en uno de los silloncitos individuales que teníamos, mientras que Betina se sentó a una distancia de mí en el mismo sillón más grande, sin estar pegados, entre medio de los dos. Seguramente para intentar separarnos si ésto pasaba a mayores. No dijo nada más que “hola”. Me miraba fijo a mí y a Betina, alternando. Finalmente luego de unos momentos de silencio, habló.
“Bueno, y?”, dijo en un tono calmo.
Yo lo miré serio, “Te dijo Betina por qué te llamé?”
Mario asintió, “Si, me dijo por teléfono recién.”
“Entonces?”
“Entonces, qué?”, me preguntó un poco extrañado. Betina lo miró.
“Entonces qué tenés para decir?”, le pregunté.
Mario se encogió un poco de hombros, “Me imagino que nada que no haya dicho ella ya, no?”, él la miró pero mi mujer guardaba un respetuoso y tenso silencio.
“Le dije a Betina que lo que pasó, pasó. Pero ésto se corta. Se corta acá y ahora.”, le dije a Mario.
Ahí pasó algo que me pareció extraño. No lo entendí hasta un tiempo después. Mario me miró fijo, sin decir nada. Después a Betina. Los tres nos miramos un poco en silencio, hasta que vi que Mario se sonrió y se pasó una mano por la pelada, “En serio? Me están jodiendo, no?”
“Cómo, perdón?”, le pregunté extrañado.
“Es una joda, no? Digo, todo ésto es una joda?”, se rió.
“A vos te parece que tengo cara que ésto es joda, Mario?”, le dije serio.
“Ay, Dio’... “, dijo en un suspiro alegre y se paró, “Dejame de hinchar las bolas, Nico.”
“Qué decís?”
Se cruzó de brazos ahí, parado frente a su silloncito y nos miraba a los dos con una sonrisa en la cara. Se le veía divertido. Nos examinó así un momento y dijo, “Sabés cómo se hace ésto? Me parece que no.”
“A ver…”, lo miré yo aún sentado.
Mario se inclinó un poco y la diversión medio que se le fué del rostro, me miró fijo y levantó un poco la voz, “Flaco, a ver… si alguno se coge a tu mujer, vas y lo cagás a trompadas. Punto. Así lo solucionan los hombres. Qué es ésta boludez de “charlemos”? Dejame de hinchar las pelotas…”, terminó y vi a Betina tragar saliva, mirándolo fijo a Mario.
“No te dije “charlemos”. No hay nada que charlar. Te dije que se corta y punto”, le respondí.
Mario se rió, “Ah, si? Se corta y punto?”
“Te lo estoy diciendo”, le respondí.
“Y qué pasa si no lo hago, eh?”, me miró con una muequita alegre en los labios, “Qué pasa si me cago en lo que decís? Vos qué hacés, a ver?”
Yo me quedé duro. No había calculado una respuesta así. Lo que menos quería era agarrarme a trompadas con éste tipo, me iba a llevar por demás la peor parte. Algo le tenía que responder. Sentía la mirada de Betina sobre mi ya.
“... si hacés eso te tengo que parar”, le dije.
Mario se rió de nuevo, “Andá a cagar, Nicolás. A mi me vas a parar?”
“Si lo tengo que hacer, si. Me gustaría que no llegara a eso…”, le dije mirándolo.
“Querés probar?”, me miró con una sonrisa.
“Probar que? No hay nad….”, dije pero me interrumpió.
“Probá, dale. Parame.”, se reía Mario, “Mirá…”
Dijo eso y se acercó a Betina. Le ofreció su mano y ella, dudando un poco sin saber que hacer, la tomó. Mario la levantó a mi mujer del sillón y con una mano en la cintura la giró, haciéndola caminar despacito para adentro de la casa, “Vení, linda, andá para la pieza… en un ratito voy…”, le dijo. Betina me miró por encima del hombro.
Yo no sabía qué hacer, estaba pasando todo tan rápido. Me puse de pie, “Mario, cortala. Te estoy diciendo que se cortó, dejate de joder.”
El me miró fijo, deteniendo a Betina con su mano en la cintura de mi mujer, “Parame, a ver. Dale. Qué vas a hacer, eh?”, me miró desafiante.
Nos quedamos los dos mirándonos fijo por un par de latidos de corazón, que me parecieron eternos. La mirada de Mario me entraba por los ojos y no me dejaba pensar.
“No ves que sos un puto”, me dijo serio, sin sacarme los ojos de encima. Se dió vuelta y siguió guiando a Betina para dentro de la casa, para nuestro dormitorio.
Mi mujer me seguía mirando por encima del hombro, dando pasitos lentos guiada por Mario. No sabía si me estaba mirando pidiéndome con los ojos que la rescatara… o si eran ojos de tristeza o de desprecio, “Nicolás…”, me dijo suavecito.
Los vi desaparecer a los dos, dando la vuelta por el pasillito, fuera de mi vista, y escuché el ruido suave de la puerta de mi dormitorio cerrarse. Me quedé ahí parado en el living, sentía que las piernas me temblaban. Las manos también. Tantas cosas me corrían por la cabeza, era un torbellino de sensaciones y emociones que ni entendía ni podía controlar. Una tras otra. Me quedé ahí como un boludo mientras un tipo se llevó a mi mujer a mi pieza.
Debo haber estado un par de minutos ahí, parado. Congelado. Fracasado. Así me sentía. Sin saber que hacer, sin saber siquiera que podía hacer. No escuchaba nada del dormitorio. Quise dar un paso para acercarme y, lo juro, sentí que tenía plomo en los pies. Como que me habían puesto los pies en cemento y estaban a punto de tirarme al río, como en las películas de la mafia. Como pude caminé, llegué a la puerta cerrada de mi dormitorio y la abrí suavemente.
Ya estaban los dos prácticamente desnudos. Mario estaba parado al borde de nuestra cama, con los pantalones arrollados a sus pies. Betina estaba de cuclillas frente a él, ya le había sacado la remera y el corpiño, dejándole solamente su pequeña bombachita puesta. Él le había aferrado el pelo, haciéndole un puño y le estaba metiendo la verga en la boca, empujando suavemente con sus caderas, haciendo que Betina se la tragara y lo complaciera. Betina estaba haciendo ruiditos feos, tosiendo bajito, como atragantándose con la pija que debía estar llenándole la garganta. Pero lo miraba fijo a Mario, extasiada, amorosa. Frente a mí, apuntándome, en esa posición yo veía su culo hermoso. Las nalgas amplias que al estar casi arrodillada se veían enormes, como queriendo explotar y romperle la bombachita.

Y la cabeza de Betina se movía y se movía. Lento, suave, pero también sin parar. Mario la sujetaba pero no la estaba forzando. Sólo la sujetaba así y la miraba, plácido, desde arriba. Sus ojos se encontraban como amándose en silencio. Cuando Mario notó que yo había abierto la puerta me miró, como estudiandome. Nos quedamos mirando así un momento eterno hasta que lo escuché hablar, al mismo tiempo que la cabeza de mi esposa no se detenía ni un momento.
“Te querés prender?”, me preguntó suave.
“N-no… no…”, me escuché responder. Parecía como si otro en mi piel hubiese respondido.
Mario me asintió y enseguida me hizo una seña con la cabeza y el mentón, “Entonces tomatelás. Dejame tranquilo.”
“... okey…”, le dije en un susurro.
“Andá a casa a cuidarme a los pibes un rato que quedaron solos. Dale. Después voy”, me dijo y lo ví que volvió su atención a la mamada que le seguía dando Betina.
Sin decir nada, tragué saliva y cerré la puerta, llevándome en mis ojos un último vistazo al culazo hermoso de Betina de rodillas, preso en sus pantalones, y en mis oídos una suave tosecita, seguida de un más suave gemido de placer de ella.
Me fuí como un zombie a la casa de al lado, a quedarme con los hijos de Mario. No me dieron mucha bola, ellos siguieron en lo suyo, colgados con la televisión y el celular. Me agarré un vaso de gaseosa y empecé a tomar, tenía la garganta tan seca. Los chicos de vez en cuando me preguntaban algo, yo respondía y a los dos segundos me tenían que preguntar de nuevo porque ni sabía que les había dicho.
Como a los veinte minutos volvió Mario. Sin decir nada. Al menos, sin decir nada delante de sus hijos. Saludó, me asintió con la cabeza y se puso a hacer sus cosas sin decir más. Yo lo interpreté como mi señal para volverme a casa. Al volver, Betina estaba en el baño y la casa en silencio. Se quedó un rato largo ahí. Fui a nuestra habitación y la cama estaba algo deshecha. Así la dejé, no la quería ni tocar.
Recién como a la media hora Betina salió del baño. Duchada y seria. Sin decir casi nada. Se fue a la cocina y se puso a preparar unos platos para el otro día que tenía que entregar. Yo nada mas fui a sentarme a la mesa, a tomarme un café y mirarla. No nos dijimos nada. Ni una palabra. Inclusive durante la cena, no nos dirigimos la palabra. No sabía si ella se sentía avergonzada de ella misma, o de mí. Ambas eran posibles. Y, lo peor, era que ambas eran posibles a la vez.
Solo cuando nos fuimos a dormir y se apagó la luz, después de un rato la sentí largar un pequeño sollozo en la oscuridad, que se atajó enseguida. Le froté la espalda para reconfortarla un poco. Se dió vuelta para mirarme y ahí nos quedamos, mirándonos casi en silencio, solo diciéndonos algunas cosas por lo bajo. Cosas que seguramente uno necesitaba decir y el otro necesitaba oír.
Nos dormimos muy tarde esa noche.
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