Esa noche, para las dos de la mañana no me aguanté más. Sin despertar a Betina me fui al baño y me hice la paja que me estaba debiendo desde horas atrás. Pensando en lo que había visto, recordándolo una y otra vez. Imaginándome lo que debía haber sido el poder verlo con más luz, con mas detalle… mi hermosa Betina, mi bella mujer, chupándole la verga a otro a escondidas, mientras que el le disfrutaba esa cola divina con la mano, la conchita jugosa con sus dedos…

Luego de acabar y relajarme un poco, no sabía de dónde me venían éstos pensamientos. De dónde me salían, ya que yo nunca antes me había fantaseado con éste tipo de cosas de ser engañado o cornudo. Jamás. De hecho si me hubiesen sugerido pensarlo, me hubiese dado asco o bronca. No sé. Algo me hubiese dado, pero no ésto. No ésta calentura atroz que me tuve que aliviar. De dónde venía?
Era porque mi matrimonio con Betina estaba estancado? A mi no me parecía. Nos llevábamos muy bien, éramos un matrimonio joven que recién empezaba. No teníamos ni cerca el hastío o el acostumbramiento que parejas ya más longevas podrían tener. Y el sexo con el otro nos gustaba a los dos. Nos gustaba a los dos, de verdad? A mi sí, yo estaba más que seguro. Y a ella? Yo sabía que sí, o sólo lo creía?
O era porque de pronto había irrumpido en nuestras vidas otro tipo, con quien entramos en confianza rápido? No sólo eso, un tipo decididamente más masculino que yo. Más alto, más fuerte, más macho. Betina lo habría notado también? Estaba seguro de que sí. Si lo noté yo que soy hombre, ella seguro que lo notó semanas antes que yo. Quizás hasta la primera vez que lo vió, quién sabe? Por eso se habría mandado a hacer lo que hizo en la camioneta, pensé?
Me volví a acostar al lado de mi mujer, que dormía plácidamente, ajena a todo ésto en mi cabeza. Yo sabía que había pasado en la camioneta. Lo sabía bien. Tan seguro estaba que era como una película que yo estaba viendo en mi cabeza. Se habrán pasado esas horas ahí en la feria, charlando, pasándola bien. Betina feliz que Mario había ido a ayudarla en lugar del marido. El marido estaba bien, pero éste era un hombre nuevo, que le causaba sensaciones nuevas que quizás no sabía manejar.
Y el guacho de Mario seguro habrá visto la oportunidad también. Algo habrá notado o sentido, por ahí vio que Betina le daba una apertura y se mandó. Estaba seguro cómo pasó todo. Habría estacionado la camioneta al llegar, se quedaron charlando despidiéndose, Betina le habrá agradecido y éste turro le debe haber empezado a llorar, figurativamente. De lo bien que se había sentido compartiendo unas horas con una mujer. Que no lo hacía desde que su esposa estaba. De lo mucho que la extrañaría, sentirse estar a solas con una mujer hermosa.. Quizás hasta de lo mucho que Betina le hacía acordar a ella. Todo eso.
Y la boluda de mi mujer entró como un caballo, porque no hay cuento triste de alguien que no la haga entrar. Sólo hay que llorarle un poco y ella lo da todo. El resto era historia y sombras vagas, vistas desde una ventana durante un corte de luz. Mis ojos podrían no haberlo visto todo bien, pero mi pija sabía bien lo que los ojos estaban viendo.
No sé cómo me pude dormir.
Al otro día, gracias a Dios, no tenía a ninguno de los Tonelli en casa, como solían hacer. Alguno desayunando, viniendo a buscar algo o lo que fuere. Éramos Betina y yo, como fuímos hasta hacía no mucho, al menos por el momento. Ella por supuesto no dijo nada de lo sucedido. Nada más me contó lo bien que le fue en la feria, lo mucho que vendió y lo mucho que Mario la ayudó.
Yo me sonreí y la felicité, sobre todo por lo último, pero eso sólo lo pensé. Mi mujer estaba normal, como siempre, como todos los días. Le había mamado la verga a otro tipo hacía unas horas nada más, a escondidas, y ni rastro tenía. Nada distinto se le veía. Ni nervios, ni vergüenza, ni reticencia a hablar algo. Nada. Tanto había cambiado la chica religiosa con la que me casé? Tanto tiempo había pasado y tanto se había acostumbrado a las cosas del mundo?
Decidí observarla con cuidado durante el día. A ver que hacía. Pero fue un día normal. Aburrido, de tan normal que era. Me dijo a la tarde de salir a dar una vuelta, darnos el gustito de irnos a tomar un helado con algo de la plata que había sacado en la feria. Le sonreí y fuimos gustosos, de la mano, como noviecitos. La pasamos bien.
Pero al día siguiente si la noté un poco… distinta. No rara, no. Seguía siendo la Betina de siempre, pero un poco distinta. Estaba muy pendiente del celular. La veía tipeando y tipeando más de lo normal. Le dije en un momento que cómo le estaba dando al celu… nada más se rió y me dijo que le estaban haciendo muchos pedidos de comida para el otro día. Que estaba bueno eso y a los clientes los tenía que atender.
Si, tenía razón. Haciéndome bien el boludo, un par de veces le pasé discretamente por atrás mientras tipeaba, enfocada en su tarea, y no me había mentido. Vi un par de nombres de vecinos y gente del barrio que le habían hecho un par de pedidos. Al menos cuando pasaba yo y espiaba rápido. Pero igual, la sentía rara. Como pegada al teléfono. De hecho a la tarde se llevó el celular al baño y estuvo un lindo rato ahí. No mucho, pero lo suficiente para que yo me diera cuenta de su ausencia. Cuando salió no le dije nada. Salió normal, siguiendo con sus cosas del día.
También me resultaba un poco extraña la ausencia de alguno de los Tonelli. O de todos. Ni aparecieron por casa como solían hacer, y creo que no los ví en la suya las veces que miré. Habrían salido a hacer alguna cosa todos, me imaginé.
Pero ya había aprendido la lección aquella noche del corte de luz. Una cosa es imaginarse cosas, otra muy distinta es saberlas. Tenía que pensar alguna forma de poder indagar qué estaba pasando, aunque sea para satisfacer la necesidad más básica de saber si de hecho estaba pasando algo.
Durante el día lo fui madurando. Quizás, pensé, tenía que dejarme de joder. Si, fué chocante lo de aquella noche. Si, fue inesperado verlo pasar. Todo bien. Pero tampoco sé si valía la pena ahogarse en ese vaso de agua. Porque quizás eso era todo lo que era, un vaso de agua, no el tsunami de drama que algunos maridos podrían llegar a sentir. Si Betina esa noche venía caliente, y el otro también estaba caliente, pegaron un poquito de onda, mi mujer se chupó una pija, se sacaron las ganas y punto. Ahí quedó todo. Tampoco era algo tan grave como para arrancar una inquisición. Era inesperado? Si. Jamás pensé que Betina pudiera hacer algo así? Nunca. Pero realmente una tirada de goma era algo TAN grave? La verdad era que no lo sabía. Para algunos podría ser, para otros no. Yo nada mas no lo sabía. Tenía sentimientos encontrados.
Ahora, si detrás de esa mamada de esa noche había algo más, eso sí lo tenía que saber. Porque si la cosa seguía escalando y se seguía dando, algo yo iba a tener que hacer para pararlo. O al menos, eso era lo que se esperaba de mí.
Y cómo iba a hacer para saberlo? Tenía que esperar a agarrarlos en otra? Tenía que prestarle más atención a lo que hacía y decía Betina? Y Mario? Tenía que ponerme en vigilante de todo el mundo y de todas las cosas. Sólo la idea me parecía extenuante. Algo que no quería hacer. Para colmo, dentro de poco iba a empezar a manejar ese taxi durante el día. Me vino genial por el tema de la plata, era un trabajo. Y también me vino en el peor momento, ya que no iba a estar tanto en casa.
No quería perseguirme, pero cuanto más me quería forzar a no perseguirme, más necesitaba saber si estaba pasando algo a mis espaldas. Tenía que pensar en algo. Alguna solución. Finalmente la encontré. Por ahí no era la ideal, estaba seguro que no lo era, pero algo era algo. Por empezar, lo más inmediato era averiguar por qué mierda Betina estuvo tan colgada con el celular todo el día. Arranquemos por ahí.
Estuve media hora pensando hasta que di con una solución. Betina estaba en la cocina, como siempre haciendo algo. De verdad le habían caído tantos pedidos que estaba bastante a full con las cosas. Era el momento apropiado.
Desde el living, sin que ella me viera pero asegurándome que escuchara, me llevé mi celular a la oreja y fingí como que recibía un llamado.
“Hola?... Hola, sí María, como le va… sí, dígame… eh… no espere que ya le paso con ella… qué? Ah. Ah.. okey. Okey, bueno ya le digo entonces… si, ya le digo. Gracias. No, gracias a usted, María… nos vemos.”
Me fuí hasta la cocina. Betina estaba dada vuelta, vigilando unas cosas que había puesto en el horno. Vi que ella había dejado su celular en la mesada y, haciéndome bien el boludo, le puse un repasador encima para taparlo bien.
“Amor, me llamó María de la esquina recién…”
“Qué María? Cuál?”
“La rubia, la señora más grande, no la otra la morocha. Dice si podés ir un toque a la casa que tiene unas peras para darte.”
“La desmemoriada esa? Peras tiene? Que bueno…”
“Si, eso dijo”
“Linda tarta hacemos con peritas…”, se sonrió mientras miraba sus cosas.
“Si, pero dice que vayas ahora que se tiene que ir. Que vayas ya.”
“Ay… Diosssss…”, se quejó, “Bueno… me mirás los pastelitos, porfa? Que no se quemen. Sacalos cualquier cosa”
“Ok, dale metele…”
“Si, si, voy….”, me dijo y se fue apurando el paso. Dejándose su teléfono olvidado.
Cuando escuché la puerta cerrarse, me abalancé sobre el celular de Betina. No tenía mucho tiempo. Yo le calculé cinco minutos, seguramente menos. El tiempo que le llevaba caminar hasta la otra esquina, tocar el timbre, darse cuenta que nadie tenía ninguna puta pera para ella y volver, confundida. Le abrí rápidamente su whatsapp y entre todos los mensajes de todos los vecinos, encontré el contacto de Mario.
Si, se habían escrito recientemente. Estaba bastante arriba en los contactos. Habría sido durante el día? O cuando se había ido al baño ese rato? Después lo pensaría, me dije, pero al abrir ese chat realmente no tuve necesidad de pensar nada.





Hasta ahí pude llegar. Le estaba sacando fotos al chat con mi celular para guardarme, cuando llegué a ese punto y escuché la llave de la puerta. Apagué todo a los apurones y dejé el celular de Betina abajo del repasador, sentándome en la mesa de la cocina. Con la cabeza dándome vueltas.
“Ay por Dios ésta mujer… está cada vez peor!”, Betina entró a la cocina quejándose, yendo a ver los pastelitos en el horno.
“Qué te dijo?”
“Nada me dijo, amor. Le toqué el timbre como cinco veces víteh y no me abrió la puerta, a vos te parece? Cada vez más loca y más ida, pobre señora…”, me dijo.
“Uh.. no me jodas.”
“Terrible.”
“Bueh, después voy y le toco yo, no te preocupes… estaría en el baño justo?”, le pregunté.
“Que se yo… si se va a ir al baño pa’ que me llama?”, se preguntó y siguió preparando sus platos.
“Bueh, después voy, no te preocupes.”
Para aparentar, al rato salí, fuí a la verdulería de la otra cuadra y me compré unas peras, dejándoselas a Betina ahí en la mesada, con un besito de atrás en la mejilla mientras cocinaba. Le dije que la señora, si, se tuvo que ir al baño justo.
Me fui yo también a hacer mis cosas, pero también a pensar. A pensar largo y tendido.
Era más que obvio que a Betina la recontra excitaba el sentirse buscada sexualmente por otro tipo. Ya le conocía bien el tono que parecía destilarse de las cosas que decía en el chat. Hasta me parecía escucharlo en su vocecita, en mi cabeza. Y Mario naturalmente aprovechaba. Más allá de que se estaba metiendo con la mujer de otro, salvo por eso nada más, no podía culparlo como hombre. Si vos pedís y te dan, vas a seguir pidiendo a ver que más te dan. Y si encima era una mina como Betina, peor todavía. Era lógico y natural. La que tendría que haberlo parado todo de verdad era ella y no lo hizo. No solamente no lo hizo, sino que le dió más a Mario de lo que él seguramente esperaba recibir.
Por lo menos me quedé algo tranquilo de que sexo, al menos hasta el momento, no habían tenido. Pero también sabía que si la cosa seguía escalando así era cuestión de tiempo. Si yo no intervenía de alguna manera, era inevitable. Entre éstos chats que me robé y el chiste de la camioneta la otra noche, entre éstos dos ya había mucha tensión sexual. Me extrañaba de Betina que se hubiese mandado tan fácil a engañar al marido así, pero de Mario no. Un tipo así cuando ve una rendija, entra. Lo podía culpar muy poco, poniéndome en su lugar y teniendo acceso a una mujer… bah, una nena en comparación a su edad, como Betina. Que le daba lugar y le decía aparentemente que sí a todo.
Cómo iba a solucionar todo ésto… eso ya era mucho más complicado.
Una opción era directamente sentarla a Betina y decirle. Que ví lo que había pasado en la camioneta. Por ahí no blanquear que le había espiado el celular, eso no, pero lo de la camioneta si. Decirle que yo estaba muy triste por lo que la vi hacer (mentira), que estaba muy apenado y que si ella quería seguir adelante conmigo, que la cortara. Que no siguiera adelante con nada. Que ésto, tristemente, se lo podía perdonar, pero si hacía alguna otra cosa no.
Lo iba a entender, seguro. Yo no era de usar su religión y lo naif que podía ser Betina con algunas cosas para sacar ventaja de algo. Nunca lo hice, siempre me pareció un poco bajo. Pero sabía que si yo sugería algo por ese lado, insinuando que ella no se había comportado como una esposa fiel como marcan las escrituras y todo eso, le iba a calar profundo y pronto iba a cambiar el comportamiento. Lo que no sabía era cómo iba a quedar nuestra relación después de eso. Quizás ésto desembocaba en nuestra primera gran pelea, nuestra primera gran discusión de casados y si eso tenía que ocurrir, bueno, que ocurriera. Pero prefería evitarlo.
Ni en pedo, pero ni en pedo, pensaba decirle ni insinuarle lo mucho que me había calentado a mí verla haciendo lo que hizo. Eso era para mi sólo y ni siquiera lo podía entender yo. Eran sensaciones de calentura sexual muy, muy fuertes, que casi no podía controlar. Menos que menos entender.
La otra opción, claro, era el diablito sentado en mi hombro izquierdo. No hacer nada. Dejar que si Betina quería escalar la situación con mi vecino, que lo hiciera. Alimentar aún más mi calentura y mi morbo de esa manera. Con algo tan fuerte. Y que pasara lo que tuviera que pasar. Sea lo que fuere, aunque sea sexualmente, lo iba a disfrutar.
Me sentía como el adicto que, con la jeringa en su mano temblorosa, debatía una y otra vez si picarse y mandarse la dosis enorme que sabía que lo iba a hacer mierda. Realmente no sabía qué hacer. Para colmo en un par de días yo ya iba a arrancar a trabajar el taxi. Por suerte iba a ser de día. No iba a estar girando por ahí a la noche, con lo peligroso que podía ser. Pero eso significaba que no iba a estar presente. Y eso ya me estaba matando por dentro.
Cuando arranqué con el taxi decidí enfocarme en eso. En el trabajo, prestando atención a eso y no a lo que podría o no podría estar pasando en casa. Mientras llevaba a algún pasajero era fácil. Empezabamos a charlar y la mente la tenía puesta ahí. Pero cuando no llevaba a nadie, cuando giraba buscando a alguno, la mente inevitablemente se me relajaba e indefectiblemente volaba hasta casa. Pensando que estaría pasando. Que se estarían diciendo, ya. O que se estarían haciendo, directamente.
Para calmarme un poco, todas las horas le mandaba un mensajito a Betina. Para decirle por dónde andaba, preguntarle que hacía, todo eso. Y siempre me los contestaba bien, a tiempo, nunca tardaba. Me la imaginaba en casa, descansando un poco en el living o preparando las comidas en la cocina. Me calmaba. También para hacerme el boludo le mandaba, pero mucho menos seguido, algún mensaje a Mario. Preguntando cualquier cosa. Él también me los contestaba bastante rápido.
Parecía que no pasaba nada. Nada que pudiera ver o notar, al menos. Y cuando yo volvía a casa a eso de las cinco de la tarde, estaba todo normal. Nunca agarré a nadie haciendo nada comprometedor. Inclusive un par de días me los encontré a los chicos de Mario en casa, tomándose unos cafés con leche con medialunas que Betina tan amorosamente les daba. Y después de eso, ya a la noche, mi relación con Betina era normal. Tan normal como siempre. Si Mario le había dicho algo, o si habrían hecho algo ya, no se le notaba para nada.
Quizás eran todas ideas mías. De mis inseguridades, de mi persecución. Quizás todo había quedado en esa mamada en la camioneta esa noche, en esas fotos que le había mandado a Mario. Quizás hasta ella sola se dió cuenta y puso el freno ella. Volviendo las cosas a la normalidad de motu propio. Yo lo dudaba, pero todo era posible. De cualquier manera, tenía que estar seguro. El teléfono ya no se lo podía revisar. Bah, poder podía. De haber querido, alguna manera se me hubiese ocurrido, pero no quería. No me quería guiar por lo que vería o leería en un chat de celular. Si había algo, lo tenía que ver con mis propios ojos, como aquella noche que se había cortado la luz.
Por suerte, o por desgracia, tan solo unos pocos días después lo logré. Y lo logré de una forma tan burda, tan de sopapo en la cara, que se me despejaron absolutamente todas las dudas de lo que realmente estaba pasando.
Ese día se dió, de casualidad, que llevé a un pasajero a un destino que quedaba algo cerca de casa. Como a treinta cuadras, más o menos. Eran las tres de la tarde nada más. Cuando lo dejé al tipo y vi donde estaba se me prendió la lamparita. Podía tomarme un rato, ir para casa a esa hora más temprana y ver si estaba pasando algo. Si no pasaba nada, seguía viaje hasta terminar mi horario. Y si estaba ocurriendo algo… bueno, ya vería que hacer según lo que me encontrara.
Estacioné el taxi a la vuelta de casa para que no se viera y, caminando atento, me fui rumbo a mi casa. Al llegar vi que no había nadie dando vueltas. Los chicos Tonelli no se donde estarían, seguramente metidos en su casa. En lugar de entrar a casa lo que hice fue mandarme, sigilosamente y con mucho cuidado, por el pastito que la rodeaba. Pispeando discretamente por cada una de mis ventanas que iba pasando, a ver que podía ver de afuera. Los pasillos y el living estaban vacíos. El cuartito que teníamos extra, también. Ya casi llegando al pequeño jardincito que teníamos en el fondo, me llegó a la nariz el rico aroma que siempre salía de nuestra cocina. Betina estaría cocinando algún pedido rico. Me imaginé que ella estaría en la cocina, por lo que con extremo cuidado asomé la cabeza por fuera de la ventana para verla. No quería que justo me viera.
Lo que me encontré en la cocina me dejó helado. No sólo helado, sencillamente imposibilitado de no mirar.
Lo vi todo de costado a través de la ventana, tan solo a unos pocos metros. Betina estaba aferrada con las dos manos al borde de la mesada de la cocina. Tenía la espalda inclinada y doblada, sacando bien ese culo hermoso. La calza ajustada que se lo marcaba tan bien, la llevaba baja, estirada por sus tobillos. Arriba todavía tenía puesto su vestidito.
Detrás de ella estaba Mario, también con la remera puesta, pero con sus pantalones bajos. Se la estaba cogiendo desde atrás pero de una forma tan bella, tan hermosa. La cara de éxtasis de Betina era increíble. Su boca abierta, jadeando y buscando aire entre su placer. Tenía su pelo largo en parte cayéndole por la espalda, otra parte cubriéndole un poco la cara. Mario la tenía bien aferrada con sus brazos gruesos. Le había puesto un brazo alrededor del abdomen de mi mujer, mientras que con el otro le había rodeado el cuello y los hombros, atenazándola ahí también. Las caderas de los dos se mecían así. No veía que le estuviera dando largos y fuertes empellones, no. Parecía que estaba ya todo metido en mi esposa, nada más dándole empujoncitos suaves bien profundos, haciendo que el culo divino de Betina se le aplastara tan hermosamente sobre su cuerpo de hombre.
Que hermoso, que divino que se estaban cogiendo el uno al otro. La pija me dió un tirón doloroso, me la tuve que sacar al aire para empezar a aliviarme con la mano mientras los miraba, azorado por lo que veía.
Yo no los escuchaba, por supuesto, del otro lado del vidrio. Pero no me parecía que se estuvieran hablando. Mario tenía la cara al lado de la de mi esposa, descansando su mentòn en el hombro de ella, sus labios cerca de su oído, pero no veía a ninguno hablar o decirse cosas. Nada mas se cogían, fuerte y hermoso, jadeándose su placer el uno al otro. Por suerte no me veían, de lo ensimismados que parecían estar, quería quedarme toda la vida a ver eso.
Después de unos momentos asì, luego que Mario le seguía dando duro a las caderas de mi esposa desde atrás, ahí si la escuché. Bajito, el sonido apagado por el vidrio que teníamos entre nosotros, pero escuché hermoso el dulce sonido que hacía Betina al alcanzar su orgasmo, que yo tan bien conocía y ahora se lo estaba dando otro hombre. Pero no parecía pararle, detenerse. Acababa y acababa sublime, hermoso. Vi que le empezó a temblar uno de sus muslos bellos y casi al mismo tiempo como que se le vencieron las rodillas, se le doblaron de tan dulce extenuación.
Pero Mario la sujetó de inmediato y fácil en sus brazos fuertes. El cuerpito delgado de Betina no le iba a resultar ningún problema. Vi que sus labios le dijeron algo al oído a ella mientras la seguía penetrando a su ritmo. Betina giró la cara lo más que pudo para enfrentarlo e intentaron besarse. Como no llegaban, los dos deslizaron sus lenguas afuera de sus bocas y se dieron así, como dos animalitos, sus lenguas lamiendo y relamiéndose una a otra en el aire de entre sus bocas.
Unos momentos después lo escuché a él, también apagado y suavizado gracias al vidrio, echando la cabeza para atrás y cerrando sus ojos. Dejó salir un largo y tembloroso bramido de su placer. Sin soltar a Betina, aferrándola siempre, protestó su orgasmo largo y sus caderas le daban empujoncitos cortos, breves y profundos. Betina dejó caer su cabeza un poco, el pelo largo ocultàndole el rostro, mientras recibía todo lo que ese macho le daba. La espalda suave y curvada de mi esposa, sosteniendo al cuerpo más macizo de Mario que la aferraba como una garrapata mientras sus caderas le querían penetrar el cuerpo con cada empujoncito.
Quedaron ahí, así, algunos segundos mientras se recuperaban. No los vi, mucho menos oí, decirse nada. Fue cuando Mario se despegó un poco, saliéndose lentamente de Betina que me impresionó el verdadero pijón que el tipo llevaba. Era recta, dura, gruesa y venosa. Inclusive en ese momento, después de haberse vaciado en mi esposa, todavía parecía tenerla bastante dura y su cabeza púrpura e hinchada tenía un hilito de semen fino colgándole. Si le había metido todo eso a Betina, si ese pedazo de chota le había entrado (y todo lo que ví indicaba que sí se lo había dado, y lindo), eso explicaba el terrible orgasmo que tuvo mi esposa. Se debe haber sentido penetrada tan duro y tan profundo. Cada pijazo le debìó haber sacado el aire a su cuerpito delgado.
Se me fueron los ojos a Betina, que seguía inclinada con el culo hacia afuera, sosteniéndose aferrada a la mesada de la cocina. La vi arquear la cintura un poco más, apenas, tan solo apenas doblando sus rodillas. De los labios húmedos y separados de su concha tan ricamente usada vi que le salió un borbotón del semen de Mario. Blanco, espeso y brillante. Le salieron dos escupidas de semen de su interior, cayendo suave al piso y haciendo un charquito entre sus piernas. Y aún parecía gotear un poco más. Cuánto le acabó ese hombre?
Vi que Betina quiso estirarse para agarrar una toalla de papel para limpiarse, sin atreverse a mover las caderas. Mario se las alcanzó, gentil, y ella se llevó varias entre sus piernas, limpiándose y secándose así. Y de esa manera, como quien no quería la cosa, como si eso no hubiese acabado de ocurrir, Mario se subió los pantalones. Betina hizo lo mismo con su bombacha y sus calzas ajustadas, volviendo a subirlas y a dejarle el culo bien marcado al taparlas. Mario se sentó a la mesa y lo vi echar la cabeza un poco hacia atrás, tomando aire y suspirando satisfecho. Algo se dijeron que no escuché, los dos se miraron y se rieron desde donde estaban.
Betina nada más se lavó las manos y pareció seguir cocinando, mientras Mario se sirvió una taza de café ahì sentado a la mesa.
Ahí decidí irme. Lentamente retroceder, aunque sea un poco, y limpiarme mi propio enchastre de semen que tenía en mi mano. Mi pija estaba todavía afuera, ya blanda, y mi mano enchastrada con mi propia leche. Me había masturbado con todo lo que había visto casi automáticamente, sin darme cuenta. Me limpié como pude y lentamente volví caminando al taxi.
Me quedé sentado ahí en el taxi. Puse la radio no sé para qué. Apenas la escuchaba. Apenas oía o entendía lo que decía el locutor. Tenía la cabeza puesta, como en un bucle, una y otra vez reviviendo como Mario se cogió a mi mujer, ahì a tres metros de mí, y la cantidad de su leche que le había dejado en su interior a mi dulce esposa.
No podía quitarme de la mente esas dos imágenes. La conchita hermosa de Betina, repleta y escupiendo la leche de otro hombre, junto con la cara de éxtasis maravilloso que le vi al sentirse tan llena de otro macho.

Luego de acabar y relajarme un poco, no sabía de dónde me venían éstos pensamientos. De dónde me salían, ya que yo nunca antes me había fantaseado con éste tipo de cosas de ser engañado o cornudo. Jamás. De hecho si me hubiesen sugerido pensarlo, me hubiese dado asco o bronca. No sé. Algo me hubiese dado, pero no ésto. No ésta calentura atroz que me tuve que aliviar. De dónde venía?
Era porque mi matrimonio con Betina estaba estancado? A mi no me parecía. Nos llevábamos muy bien, éramos un matrimonio joven que recién empezaba. No teníamos ni cerca el hastío o el acostumbramiento que parejas ya más longevas podrían tener. Y el sexo con el otro nos gustaba a los dos. Nos gustaba a los dos, de verdad? A mi sí, yo estaba más que seguro. Y a ella? Yo sabía que sí, o sólo lo creía?
O era porque de pronto había irrumpido en nuestras vidas otro tipo, con quien entramos en confianza rápido? No sólo eso, un tipo decididamente más masculino que yo. Más alto, más fuerte, más macho. Betina lo habría notado también? Estaba seguro de que sí. Si lo noté yo que soy hombre, ella seguro que lo notó semanas antes que yo. Quizás hasta la primera vez que lo vió, quién sabe? Por eso se habría mandado a hacer lo que hizo en la camioneta, pensé?
Me volví a acostar al lado de mi mujer, que dormía plácidamente, ajena a todo ésto en mi cabeza. Yo sabía que había pasado en la camioneta. Lo sabía bien. Tan seguro estaba que era como una película que yo estaba viendo en mi cabeza. Se habrán pasado esas horas ahí en la feria, charlando, pasándola bien. Betina feliz que Mario había ido a ayudarla en lugar del marido. El marido estaba bien, pero éste era un hombre nuevo, que le causaba sensaciones nuevas que quizás no sabía manejar.
Y el guacho de Mario seguro habrá visto la oportunidad también. Algo habrá notado o sentido, por ahí vio que Betina le daba una apertura y se mandó. Estaba seguro cómo pasó todo. Habría estacionado la camioneta al llegar, se quedaron charlando despidiéndose, Betina le habrá agradecido y éste turro le debe haber empezado a llorar, figurativamente. De lo bien que se había sentido compartiendo unas horas con una mujer. Que no lo hacía desde que su esposa estaba. De lo mucho que la extrañaría, sentirse estar a solas con una mujer hermosa.. Quizás hasta de lo mucho que Betina le hacía acordar a ella. Todo eso.
Y la boluda de mi mujer entró como un caballo, porque no hay cuento triste de alguien que no la haga entrar. Sólo hay que llorarle un poco y ella lo da todo. El resto era historia y sombras vagas, vistas desde una ventana durante un corte de luz. Mis ojos podrían no haberlo visto todo bien, pero mi pija sabía bien lo que los ojos estaban viendo.
No sé cómo me pude dormir.
Al otro día, gracias a Dios, no tenía a ninguno de los Tonelli en casa, como solían hacer. Alguno desayunando, viniendo a buscar algo o lo que fuere. Éramos Betina y yo, como fuímos hasta hacía no mucho, al menos por el momento. Ella por supuesto no dijo nada de lo sucedido. Nada más me contó lo bien que le fue en la feria, lo mucho que vendió y lo mucho que Mario la ayudó.
Yo me sonreí y la felicité, sobre todo por lo último, pero eso sólo lo pensé. Mi mujer estaba normal, como siempre, como todos los días. Le había mamado la verga a otro tipo hacía unas horas nada más, a escondidas, y ni rastro tenía. Nada distinto se le veía. Ni nervios, ni vergüenza, ni reticencia a hablar algo. Nada. Tanto había cambiado la chica religiosa con la que me casé? Tanto tiempo había pasado y tanto se había acostumbrado a las cosas del mundo?
Decidí observarla con cuidado durante el día. A ver que hacía. Pero fue un día normal. Aburrido, de tan normal que era. Me dijo a la tarde de salir a dar una vuelta, darnos el gustito de irnos a tomar un helado con algo de la plata que había sacado en la feria. Le sonreí y fuimos gustosos, de la mano, como noviecitos. La pasamos bien.
Pero al día siguiente si la noté un poco… distinta. No rara, no. Seguía siendo la Betina de siempre, pero un poco distinta. Estaba muy pendiente del celular. La veía tipeando y tipeando más de lo normal. Le dije en un momento que cómo le estaba dando al celu… nada más se rió y me dijo que le estaban haciendo muchos pedidos de comida para el otro día. Que estaba bueno eso y a los clientes los tenía que atender.
Si, tenía razón. Haciéndome bien el boludo, un par de veces le pasé discretamente por atrás mientras tipeaba, enfocada en su tarea, y no me había mentido. Vi un par de nombres de vecinos y gente del barrio que le habían hecho un par de pedidos. Al menos cuando pasaba yo y espiaba rápido. Pero igual, la sentía rara. Como pegada al teléfono. De hecho a la tarde se llevó el celular al baño y estuvo un lindo rato ahí. No mucho, pero lo suficiente para que yo me diera cuenta de su ausencia. Cuando salió no le dije nada. Salió normal, siguiendo con sus cosas del día.
También me resultaba un poco extraña la ausencia de alguno de los Tonelli. O de todos. Ni aparecieron por casa como solían hacer, y creo que no los ví en la suya las veces que miré. Habrían salido a hacer alguna cosa todos, me imaginé.
Pero ya había aprendido la lección aquella noche del corte de luz. Una cosa es imaginarse cosas, otra muy distinta es saberlas. Tenía que pensar alguna forma de poder indagar qué estaba pasando, aunque sea para satisfacer la necesidad más básica de saber si de hecho estaba pasando algo.
Durante el día lo fui madurando. Quizás, pensé, tenía que dejarme de joder. Si, fué chocante lo de aquella noche. Si, fue inesperado verlo pasar. Todo bien. Pero tampoco sé si valía la pena ahogarse en ese vaso de agua. Porque quizás eso era todo lo que era, un vaso de agua, no el tsunami de drama que algunos maridos podrían llegar a sentir. Si Betina esa noche venía caliente, y el otro también estaba caliente, pegaron un poquito de onda, mi mujer se chupó una pija, se sacaron las ganas y punto. Ahí quedó todo. Tampoco era algo tan grave como para arrancar una inquisición. Era inesperado? Si. Jamás pensé que Betina pudiera hacer algo así? Nunca. Pero realmente una tirada de goma era algo TAN grave? La verdad era que no lo sabía. Para algunos podría ser, para otros no. Yo nada mas no lo sabía. Tenía sentimientos encontrados.
Ahora, si detrás de esa mamada de esa noche había algo más, eso sí lo tenía que saber. Porque si la cosa seguía escalando y se seguía dando, algo yo iba a tener que hacer para pararlo. O al menos, eso era lo que se esperaba de mí.
Y cómo iba a hacer para saberlo? Tenía que esperar a agarrarlos en otra? Tenía que prestarle más atención a lo que hacía y decía Betina? Y Mario? Tenía que ponerme en vigilante de todo el mundo y de todas las cosas. Sólo la idea me parecía extenuante. Algo que no quería hacer. Para colmo, dentro de poco iba a empezar a manejar ese taxi durante el día. Me vino genial por el tema de la plata, era un trabajo. Y también me vino en el peor momento, ya que no iba a estar tanto en casa.
No quería perseguirme, pero cuanto más me quería forzar a no perseguirme, más necesitaba saber si estaba pasando algo a mis espaldas. Tenía que pensar en algo. Alguna solución. Finalmente la encontré. Por ahí no era la ideal, estaba seguro que no lo era, pero algo era algo. Por empezar, lo más inmediato era averiguar por qué mierda Betina estuvo tan colgada con el celular todo el día. Arranquemos por ahí.
Estuve media hora pensando hasta que di con una solución. Betina estaba en la cocina, como siempre haciendo algo. De verdad le habían caído tantos pedidos que estaba bastante a full con las cosas. Era el momento apropiado.
Desde el living, sin que ella me viera pero asegurándome que escuchara, me llevé mi celular a la oreja y fingí como que recibía un llamado.
“Hola?... Hola, sí María, como le va… sí, dígame… eh… no espere que ya le paso con ella… qué? Ah. Ah.. okey. Okey, bueno ya le digo entonces… si, ya le digo. Gracias. No, gracias a usted, María… nos vemos.”
Me fuí hasta la cocina. Betina estaba dada vuelta, vigilando unas cosas que había puesto en el horno. Vi que ella había dejado su celular en la mesada y, haciéndome bien el boludo, le puse un repasador encima para taparlo bien.
“Amor, me llamó María de la esquina recién…”
“Qué María? Cuál?”
“La rubia, la señora más grande, no la otra la morocha. Dice si podés ir un toque a la casa que tiene unas peras para darte.”
“La desmemoriada esa? Peras tiene? Que bueno…”
“Si, eso dijo”
“Linda tarta hacemos con peritas…”, se sonrió mientras miraba sus cosas.
“Si, pero dice que vayas ahora que se tiene que ir. Que vayas ya.”
“Ay… Diosssss…”, se quejó, “Bueno… me mirás los pastelitos, porfa? Que no se quemen. Sacalos cualquier cosa”
“Ok, dale metele…”
“Si, si, voy….”, me dijo y se fue apurando el paso. Dejándose su teléfono olvidado.
Cuando escuché la puerta cerrarse, me abalancé sobre el celular de Betina. No tenía mucho tiempo. Yo le calculé cinco minutos, seguramente menos. El tiempo que le llevaba caminar hasta la otra esquina, tocar el timbre, darse cuenta que nadie tenía ninguna puta pera para ella y volver, confundida. Le abrí rápidamente su whatsapp y entre todos los mensajes de todos los vecinos, encontré el contacto de Mario.
Si, se habían escrito recientemente. Estaba bastante arriba en los contactos. Habría sido durante el día? O cuando se había ido al baño ese rato? Después lo pensaría, me dije, pero al abrir ese chat realmente no tuve necesidad de pensar nada.





Hasta ahí pude llegar. Le estaba sacando fotos al chat con mi celular para guardarme, cuando llegué a ese punto y escuché la llave de la puerta. Apagué todo a los apurones y dejé el celular de Betina abajo del repasador, sentándome en la mesa de la cocina. Con la cabeza dándome vueltas.
“Ay por Dios ésta mujer… está cada vez peor!”, Betina entró a la cocina quejándose, yendo a ver los pastelitos en el horno.
“Qué te dijo?”
“Nada me dijo, amor. Le toqué el timbre como cinco veces víteh y no me abrió la puerta, a vos te parece? Cada vez más loca y más ida, pobre señora…”, me dijo.
“Uh.. no me jodas.”
“Terrible.”
“Bueh, después voy y le toco yo, no te preocupes… estaría en el baño justo?”, le pregunté.
“Que se yo… si se va a ir al baño pa’ que me llama?”, se preguntó y siguió preparando sus platos.
“Bueh, después voy, no te preocupes.”
Para aparentar, al rato salí, fuí a la verdulería de la otra cuadra y me compré unas peras, dejándoselas a Betina ahí en la mesada, con un besito de atrás en la mejilla mientras cocinaba. Le dije que la señora, si, se tuvo que ir al baño justo.
Me fui yo también a hacer mis cosas, pero también a pensar. A pensar largo y tendido.
Era más que obvio que a Betina la recontra excitaba el sentirse buscada sexualmente por otro tipo. Ya le conocía bien el tono que parecía destilarse de las cosas que decía en el chat. Hasta me parecía escucharlo en su vocecita, en mi cabeza. Y Mario naturalmente aprovechaba. Más allá de que se estaba metiendo con la mujer de otro, salvo por eso nada más, no podía culparlo como hombre. Si vos pedís y te dan, vas a seguir pidiendo a ver que más te dan. Y si encima era una mina como Betina, peor todavía. Era lógico y natural. La que tendría que haberlo parado todo de verdad era ella y no lo hizo. No solamente no lo hizo, sino que le dió más a Mario de lo que él seguramente esperaba recibir.
Por lo menos me quedé algo tranquilo de que sexo, al menos hasta el momento, no habían tenido. Pero también sabía que si la cosa seguía escalando así era cuestión de tiempo. Si yo no intervenía de alguna manera, era inevitable. Entre éstos chats que me robé y el chiste de la camioneta la otra noche, entre éstos dos ya había mucha tensión sexual. Me extrañaba de Betina que se hubiese mandado tan fácil a engañar al marido así, pero de Mario no. Un tipo así cuando ve una rendija, entra. Lo podía culpar muy poco, poniéndome en su lugar y teniendo acceso a una mujer… bah, una nena en comparación a su edad, como Betina. Que le daba lugar y le decía aparentemente que sí a todo.
Cómo iba a solucionar todo ésto… eso ya era mucho más complicado.
Una opción era directamente sentarla a Betina y decirle. Que ví lo que había pasado en la camioneta. Por ahí no blanquear que le había espiado el celular, eso no, pero lo de la camioneta si. Decirle que yo estaba muy triste por lo que la vi hacer (mentira), que estaba muy apenado y que si ella quería seguir adelante conmigo, que la cortara. Que no siguiera adelante con nada. Que ésto, tristemente, se lo podía perdonar, pero si hacía alguna otra cosa no.
Lo iba a entender, seguro. Yo no era de usar su religión y lo naif que podía ser Betina con algunas cosas para sacar ventaja de algo. Nunca lo hice, siempre me pareció un poco bajo. Pero sabía que si yo sugería algo por ese lado, insinuando que ella no se había comportado como una esposa fiel como marcan las escrituras y todo eso, le iba a calar profundo y pronto iba a cambiar el comportamiento. Lo que no sabía era cómo iba a quedar nuestra relación después de eso. Quizás ésto desembocaba en nuestra primera gran pelea, nuestra primera gran discusión de casados y si eso tenía que ocurrir, bueno, que ocurriera. Pero prefería evitarlo.
Ni en pedo, pero ni en pedo, pensaba decirle ni insinuarle lo mucho que me había calentado a mí verla haciendo lo que hizo. Eso era para mi sólo y ni siquiera lo podía entender yo. Eran sensaciones de calentura sexual muy, muy fuertes, que casi no podía controlar. Menos que menos entender.
La otra opción, claro, era el diablito sentado en mi hombro izquierdo. No hacer nada. Dejar que si Betina quería escalar la situación con mi vecino, que lo hiciera. Alimentar aún más mi calentura y mi morbo de esa manera. Con algo tan fuerte. Y que pasara lo que tuviera que pasar. Sea lo que fuere, aunque sea sexualmente, lo iba a disfrutar.
Me sentía como el adicto que, con la jeringa en su mano temblorosa, debatía una y otra vez si picarse y mandarse la dosis enorme que sabía que lo iba a hacer mierda. Realmente no sabía qué hacer. Para colmo en un par de días yo ya iba a arrancar a trabajar el taxi. Por suerte iba a ser de día. No iba a estar girando por ahí a la noche, con lo peligroso que podía ser. Pero eso significaba que no iba a estar presente. Y eso ya me estaba matando por dentro.
Cuando arranqué con el taxi decidí enfocarme en eso. En el trabajo, prestando atención a eso y no a lo que podría o no podría estar pasando en casa. Mientras llevaba a algún pasajero era fácil. Empezabamos a charlar y la mente la tenía puesta ahí. Pero cuando no llevaba a nadie, cuando giraba buscando a alguno, la mente inevitablemente se me relajaba e indefectiblemente volaba hasta casa. Pensando que estaría pasando. Que se estarían diciendo, ya. O que se estarían haciendo, directamente.
Para calmarme un poco, todas las horas le mandaba un mensajito a Betina. Para decirle por dónde andaba, preguntarle que hacía, todo eso. Y siempre me los contestaba bien, a tiempo, nunca tardaba. Me la imaginaba en casa, descansando un poco en el living o preparando las comidas en la cocina. Me calmaba. También para hacerme el boludo le mandaba, pero mucho menos seguido, algún mensaje a Mario. Preguntando cualquier cosa. Él también me los contestaba bastante rápido.
Parecía que no pasaba nada. Nada que pudiera ver o notar, al menos. Y cuando yo volvía a casa a eso de las cinco de la tarde, estaba todo normal. Nunca agarré a nadie haciendo nada comprometedor. Inclusive un par de días me los encontré a los chicos de Mario en casa, tomándose unos cafés con leche con medialunas que Betina tan amorosamente les daba. Y después de eso, ya a la noche, mi relación con Betina era normal. Tan normal como siempre. Si Mario le había dicho algo, o si habrían hecho algo ya, no se le notaba para nada.
Quizás eran todas ideas mías. De mis inseguridades, de mi persecución. Quizás todo había quedado en esa mamada en la camioneta esa noche, en esas fotos que le había mandado a Mario. Quizás hasta ella sola se dió cuenta y puso el freno ella. Volviendo las cosas a la normalidad de motu propio. Yo lo dudaba, pero todo era posible. De cualquier manera, tenía que estar seguro. El teléfono ya no se lo podía revisar. Bah, poder podía. De haber querido, alguna manera se me hubiese ocurrido, pero no quería. No me quería guiar por lo que vería o leería en un chat de celular. Si había algo, lo tenía que ver con mis propios ojos, como aquella noche que se había cortado la luz.
Por suerte, o por desgracia, tan solo unos pocos días después lo logré. Y lo logré de una forma tan burda, tan de sopapo en la cara, que se me despejaron absolutamente todas las dudas de lo que realmente estaba pasando.
Ese día se dió, de casualidad, que llevé a un pasajero a un destino que quedaba algo cerca de casa. Como a treinta cuadras, más o menos. Eran las tres de la tarde nada más. Cuando lo dejé al tipo y vi donde estaba se me prendió la lamparita. Podía tomarme un rato, ir para casa a esa hora más temprana y ver si estaba pasando algo. Si no pasaba nada, seguía viaje hasta terminar mi horario. Y si estaba ocurriendo algo… bueno, ya vería que hacer según lo que me encontrara.
Estacioné el taxi a la vuelta de casa para que no se viera y, caminando atento, me fui rumbo a mi casa. Al llegar vi que no había nadie dando vueltas. Los chicos Tonelli no se donde estarían, seguramente metidos en su casa. En lugar de entrar a casa lo que hice fue mandarme, sigilosamente y con mucho cuidado, por el pastito que la rodeaba. Pispeando discretamente por cada una de mis ventanas que iba pasando, a ver que podía ver de afuera. Los pasillos y el living estaban vacíos. El cuartito que teníamos extra, también. Ya casi llegando al pequeño jardincito que teníamos en el fondo, me llegó a la nariz el rico aroma que siempre salía de nuestra cocina. Betina estaría cocinando algún pedido rico. Me imaginé que ella estaría en la cocina, por lo que con extremo cuidado asomé la cabeza por fuera de la ventana para verla. No quería que justo me viera.
Lo que me encontré en la cocina me dejó helado. No sólo helado, sencillamente imposibilitado de no mirar.
Lo vi todo de costado a través de la ventana, tan solo a unos pocos metros. Betina estaba aferrada con las dos manos al borde de la mesada de la cocina. Tenía la espalda inclinada y doblada, sacando bien ese culo hermoso. La calza ajustada que se lo marcaba tan bien, la llevaba baja, estirada por sus tobillos. Arriba todavía tenía puesto su vestidito.
Detrás de ella estaba Mario, también con la remera puesta, pero con sus pantalones bajos. Se la estaba cogiendo desde atrás pero de una forma tan bella, tan hermosa. La cara de éxtasis de Betina era increíble. Su boca abierta, jadeando y buscando aire entre su placer. Tenía su pelo largo en parte cayéndole por la espalda, otra parte cubriéndole un poco la cara. Mario la tenía bien aferrada con sus brazos gruesos. Le había puesto un brazo alrededor del abdomen de mi mujer, mientras que con el otro le había rodeado el cuello y los hombros, atenazándola ahí también. Las caderas de los dos se mecían así. No veía que le estuviera dando largos y fuertes empellones, no. Parecía que estaba ya todo metido en mi esposa, nada más dándole empujoncitos suaves bien profundos, haciendo que el culo divino de Betina se le aplastara tan hermosamente sobre su cuerpo de hombre.
Que hermoso, que divino que se estaban cogiendo el uno al otro. La pija me dió un tirón doloroso, me la tuve que sacar al aire para empezar a aliviarme con la mano mientras los miraba, azorado por lo que veía.
Yo no los escuchaba, por supuesto, del otro lado del vidrio. Pero no me parecía que se estuvieran hablando. Mario tenía la cara al lado de la de mi esposa, descansando su mentòn en el hombro de ella, sus labios cerca de su oído, pero no veía a ninguno hablar o decirse cosas. Nada mas se cogían, fuerte y hermoso, jadeándose su placer el uno al otro. Por suerte no me veían, de lo ensimismados que parecían estar, quería quedarme toda la vida a ver eso.
Después de unos momentos asì, luego que Mario le seguía dando duro a las caderas de mi esposa desde atrás, ahí si la escuché. Bajito, el sonido apagado por el vidrio que teníamos entre nosotros, pero escuché hermoso el dulce sonido que hacía Betina al alcanzar su orgasmo, que yo tan bien conocía y ahora se lo estaba dando otro hombre. Pero no parecía pararle, detenerse. Acababa y acababa sublime, hermoso. Vi que le empezó a temblar uno de sus muslos bellos y casi al mismo tiempo como que se le vencieron las rodillas, se le doblaron de tan dulce extenuación.
Pero Mario la sujetó de inmediato y fácil en sus brazos fuertes. El cuerpito delgado de Betina no le iba a resultar ningún problema. Vi que sus labios le dijeron algo al oído a ella mientras la seguía penetrando a su ritmo. Betina giró la cara lo más que pudo para enfrentarlo e intentaron besarse. Como no llegaban, los dos deslizaron sus lenguas afuera de sus bocas y se dieron así, como dos animalitos, sus lenguas lamiendo y relamiéndose una a otra en el aire de entre sus bocas.
Unos momentos después lo escuché a él, también apagado y suavizado gracias al vidrio, echando la cabeza para atrás y cerrando sus ojos. Dejó salir un largo y tembloroso bramido de su placer. Sin soltar a Betina, aferrándola siempre, protestó su orgasmo largo y sus caderas le daban empujoncitos cortos, breves y profundos. Betina dejó caer su cabeza un poco, el pelo largo ocultàndole el rostro, mientras recibía todo lo que ese macho le daba. La espalda suave y curvada de mi esposa, sosteniendo al cuerpo más macizo de Mario que la aferraba como una garrapata mientras sus caderas le querían penetrar el cuerpo con cada empujoncito.
Quedaron ahí, así, algunos segundos mientras se recuperaban. No los vi, mucho menos oí, decirse nada. Fue cuando Mario se despegó un poco, saliéndose lentamente de Betina que me impresionó el verdadero pijón que el tipo llevaba. Era recta, dura, gruesa y venosa. Inclusive en ese momento, después de haberse vaciado en mi esposa, todavía parecía tenerla bastante dura y su cabeza púrpura e hinchada tenía un hilito de semen fino colgándole. Si le había metido todo eso a Betina, si ese pedazo de chota le había entrado (y todo lo que ví indicaba que sí se lo había dado, y lindo), eso explicaba el terrible orgasmo que tuvo mi esposa. Se debe haber sentido penetrada tan duro y tan profundo. Cada pijazo le debìó haber sacado el aire a su cuerpito delgado.
Se me fueron los ojos a Betina, que seguía inclinada con el culo hacia afuera, sosteniéndose aferrada a la mesada de la cocina. La vi arquear la cintura un poco más, apenas, tan solo apenas doblando sus rodillas. De los labios húmedos y separados de su concha tan ricamente usada vi que le salió un borbotón del semen de Mario. Blanco, espeso y brillante. Le salieron dos escupidas de semen de su interior, cayendo suave al piso y haciendo un charquito entre sus piernas. Y aún parecía gotear un poco más. Cuánto le acabó ese hombre?
Vi que Betina quiso estirarse para agarrar una toalla de papel para limpiarse, sin atreverse a mover las caderas. Mario se las alcanzó, gentil, y ella se llevó varias entre sus piernas, limpiándose y secándose así. Y de esa manera, como quien no quería la cosa, como si eso no hubiese acabado de ocurrir, Mario se subió los pantalones. Betina hizo lo mismo con su bombacha y sus calzas ajustadas, volviendo a subirlas y a dejarle el culo bien marcado al taparlas. Mario se sentó a la mesa y lo vi echar la cabeza un poco hacia atrás, tomando aire y suspirando satisfecho. Algo se dijeron que no escuché, los dos se miraron y se rieron desde donde estaban.
Betina nada más se lavó las manos y pareció seguir cocinando, mientras Mario se sirvió una taza de café ahì sentado a la mesa.
Ahí decidí irme. Lentamente retroceder, aunque sea un poco, y limpiarme mi propio enchastre de semen que tenía en mi mano. Mi pija estaba todavía afuera, ya blanda, y mi mano enchastrada con mi propia leche. Me había masturbado con todo lo que había visto casi automáticamente, sin darme cuenta. Me limpié como pude y lentamente volví caminando al taxi.
Me quedé sentado ahí en el taxi. Puse la radio no sé para qué. Apenas la escuchaba. Apenas oía o entendía lo que decía el locutor. Tenía la cabeza puesta, como en un bucle, una y otra vez reviviendo como Mario se cogió a mi mujer, ahì a tres metros de mí, y la cantidad de su leche que le había dejado en su interior a mi dulce esposa.
No podía quitarme de la mente esas dos imágenes. La conchita hermosa de Betina, repleta y escupiendo la leche de otro hombre, junto con la cara de éxtasis maravilloso que le vi al sentirse tan llena de otro macho.
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