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Corazón de Oro - Parte 2

Creo que todo comenzó a desmadrarse puntualmente una noche, como a la semana de conocer a nuestros nuevos vecinos. Todo ese tiempo los veíamos, todos los días, trayendo en varios viajes varias más de sus cosas. También habían empezado a ir un par de albañiles para ayudar a Mario con las refacciones. Él me había dicho que lo más importante era tapar goteras, pero que hasta que no lloviera en serio él no iba a saber si las habían cubierto todas. Seguramente no. Pero era prueba y error a partir de ese momento.

Ese sábado Betina se fue hasta la casa a tocarles el timbre. Se le ocurrió invitarlos a cenar a casa, oficialmente, porque pensaba que por ahí mucho para cocinar todavía no tenían en la casa y le daba mucha pena. Yo le dije que sí, que por supuesto. A ella le encantaba ayudar a la gente, la hacía feliz. Y si ella estaba feliz, yo estaba feliz.

Yo los vi desde mi ventana, mientras me tomaba un mate. Betina les tocó el timbre, salió a atender Mario y los veía charlando. Sin escuchar nada. Pero la vi a Betina hablar, a Mario sonreír y enseguida hacer gestos como disculpándose. Me imaginé que le estaría diciendo que gracias, pero que sería una molestia, etcétera. Pero yo ya conocía esa mirada de mi Betina, no iba a aceptar un no como respuesta. Se quedó ahí insistiendo y rompiéndole las bolas hasta que al final Mario le dijo seguramente que sí y se despidieron.

A la noche los recibimos y la verdad que la pasamos bien. Betina se había puesto a cocinar desde la tardecita, haciéndonos unas tartas de jamón, queso y tomate para todos que la verdad le quedaban para chuparse los dedos. También hizo una sopita de hongos riquísima para acompañar, con pancitos caseros que amasó ella también. Un verdadero amor. Ella estaba encantada de recibir visitas en casa, ya que nunca realmente lo hacíamos. Comimos todos de maravillas hasta quedar llenos, inclusive el grandote de Mario dijo sonriente que ya no podía más. Que pocas veces había comido una cena tan rica y hecha con tanto cariño. Que se notaba el amor y las ganas que Betina le puso a todo. Betina sonreía feliz y contenta. Los chicos de Mario también le halagaron la cena.

Mateo y Diego, adolescentes como eran, ya se querían volver a la casa ni bien terminaron, pero Mario les dijo que se comportaran y que agradecieran la invitación, quedándose hasta que él se fuera. Se querían ir a jugar a su playstation o algo así, pero Mario los retuvo. Los tenía bien educados o por lo menos bien cuidados, evidentemente. Durante toda la charla y la cena… yo ya lo sabía de antes por las veces que habíamos hablado, pero Mario me terminó de confirmar que no era mal tipo ni mal padre. Llevaba a los hijos lo mejor que podía en la ausencia de la madre.

Charlando un poquito con unos cafés, nos contó un poco de su historia. Que había estado en la Armada de joven, de mecánico en una corbeta, varios años. Iba a hacer carrera ahí en la Marina, pero al final se cansó, se desilusionó un poco y se volvió a su pueblo natal en la Provincia de Buenos Aires. Ahí se reencontró con la que luego se convirtió su esposa, se casaron y tuvieron a Mateo y Diego. Él se había abierto un taller mecánico de autos y motos. Nos dijo que no era su especialidad, él era más de motores y generadores grandes, pero la mecánica hasta cierto punto es mecánica y él se daba maña. Mientras le hacía trabajos a la gente del pueblo se fue instruyendo en mecánica para vehículos y terminó aprendiendo bastante.

Mucho tiempo después ocurrió la desgracia que me había comentado. Yo ya le había dicho a Betina, para que no metiera la pata como había hecho yo, así que ya lo sabía. Pero al escuchar a Mario contarlo, sin que él entrara en los detalles trágicos de esa noche y el después, muy por arriba, ví que Betina se sintió muy dolida y entristecida de verdad. No era un acting para quedar bien, ella era así con todo el mundo. Mario, al contrario, no estaba triste al contarlo. Con una suave sonrisa nos dijo que él siempre prefirió recordar todos los buenos momentos en lugar de enfocarse en la pérdida. Y que le estaba agradecido a su difunta esposa por haberle dado a los dos atorrantes que tenía al lado, terminó con una mueca.

Con el tiempo, luego de lo que ocurrió, decidió mudarse para acá para el conurbano. Para cambiar un poco de aire y ver si le iba mejor. No cerró el taller, lo dejó a cargo de otro mecánico que conocía de su pueblo, amigo de él, y se vino para acá. Su proyecto, nos dijo, era terminar de refaccionar la casa que compró al lado nuestro, sí, pero con vistas de que él y los chicos vivieran en el fondo o en el piso de arriba y abajo abrirse otro taller mecánico.

Betina les dijo que ni se le ocurriera, cuando ellos quisieran comer algo rico, de irse por ahí a comer afuera. Que lo único que tenían que hacer era avisar y ella les hacía algo rico y casero muy gustosa. Diego, el más chico, le dijo que si iba a ser así de rico como la cena que habíamos tenido, que le iba a decir todos los días.

Y todos nos reímos.

Al despedirnos amablemente para que ellos se volvieran a su, todavía prácticamente inhabitable, casa lindera, Mario de nuevo nos agradeció la invitación y se deshizo otra vez de elogios a la cocinera, dándole un caluroso abrazo, diciéndole a los chicos que también sean agradecidos. Una vez que se fueron nos quedamos limpiando y lavando con Betina en la cocina y me dijo lo contenta que estaban que los nuevos vecinos eran tan buena gente. Yo le sonreí, estaba totalmente de acuerdo.

Los Tonalli, así era su apellido, la verdad que tuvieron suerte con el clima. No llovió como por dos semanas, ni una gota, así que pudieron impermeabilizar bastante el techo y las paredes. Pero pronto se les vino la prueba de fuego. Y que prueba tuvieron que pasar. Ese día arrancó nublado todo el día. Y pesado, muy pesado. Se sentía, era notable, que el cielo se estaba a punto de abrir en cualquier momento. Pero no ocurría. Lentamente a lo largo del día se iban juntando más y más nubes. Hasta que a eso de las siete de la tarde por fin se largó. Y se largó bien en serio. Verdaderas cortinas de agua caían y no paraban. Nosotros estábamos perfecto en casa, pero se me ocurrió mirar por la ventana a la casa de al lado y ahí los ví a los tres, corriendo de acá para allá con cosas, baldes, cubrecamas… se ve que les estaba entrando agua por todos lados. Lugares que, en efecto, se iban a descubrir sólo cuando lloviera. Me dió mucha pena y bronca verlos así. Abrí la ventana y les empecé a gritar, a hacerles señas. El que me vió fue Diego, le grité que se vinieran para nuestra casa. Que agarraran lo que pudieran y se vinieran.

Pronto los tenía a los tres Tonalli entrando a las corridas por la puerta de casa, bajo la lluvia, acarreando algo de ropa y cosas en bolsas de basura para evitar que se mojaran. Los tres estaban totalmente empapados y lo peor era que estaba seguro que ya se habían empapado en su casa, no al correr los pocos metros hasta la nuestra. Ya habían salido de su casa mojados, pobre gente.

Ahí nomás antes de entrar a nuestro living, en el pasillito de entrada le alcancé un toallón grande a Mario para que se secara. Betina vino corriendo un momento después, tratando de ponerle literalmente al mal tiempo buena cara, y con dos toallones estaba colaborando y ayudando a los chicos a secarse. Mario me agradeció y le pregunté si no quería ir a buscar más cosas. Me dijo que no, que se la habían pasado toda la tarde cubriendo y sellando los muebles con plástico grueso y cinta, metiendo cosas electrónicas en valijas y envolviéndolas en plástico, todo eso, ya previendo el temporal que se les venía. Me agradeció, pero igual me dijo que en cuanto parara un poco de llover se iba a volver a la casa.

Betina no quería saber nada de eso. De ninguna manera, le dijo. Quién sabía cuánto iba a durar la tormenta? Por ahí tenían para rato. O quizás toda la noche. De ninguna manera, señor. Se iban a quedar ahí en nuestra casa, nos iba a hacer una rica cena caliente e iban a dormir en casa, secos y bien. Mario ya la estaba conociendo a Betina cuando se ponía así. Nada más sonrió, esa era una batalla que no iba a ganar, así que disculpándose y agradeciéndole, aceptó.

Por el lugar no había problema. Teníamos un cuartito de más que lo usábamos para guardar unas pocas cosas. Mientras Betina se llevó a los chicos al baño para que se siguieran secando y ella les preparaba la ducha caliente y un cambio de ropa, con Mario sacamos uno de los colchones de nuestra cama, ya que nosotros usábamos dos, lo llevamos al cuartito y haciendo algo de lugar lo instalamos ahí en el piso. No era cinco estrellas, pero junto con unas sabanas y frazadas de más que teníamos, iba a servir.

Los chicos se ducharon y Betina les dió una muda de ropa de las mías, que les entraba bien. El problema era Mario. Nada de lo mío le iba a entrar. Después que se duchó él también le dí un pantalón de jogging mío que era lo que más o menos le entraba, pero se tuvo que quedar en cuero de la cintura para arriba. No había otra. Pero todos nos reímos. Betina hasta lo midió con un centímetro para ver si había algo que podría usar para tener puesto, pero la verdad no hacía falta. A ojo nomás se veía lo corpulento que era Mario.

Cenamos de nuevo juntos, mientras el cielo se caía a pedazos afuera, pero juntos en el calor de nuestro hogar. Y Betina se desvivía por atender a nuestros huéspedes de emergencia, al punto que yo ya veía que a Mario le daba algo de vergüenza ser tan bien atendido.

Con tanto ajetreo, la hora se pasó volando y terminamos de cenar bastante tarde. Mientras Betina lavaba los platos, Mario llevó a los chicos a acostarse al cuartito. Un momento después volvió, diciéndome entre risas que en ese colchón, lamentablemente, los tres no iban a entrar ni en pedo. Me pidió si podía dormir él en nuestro sillón del living, así los chicos por lo menos estaban cómodos y dormían bien. Por supuesto que le dije que sí, dándole una sábana y una frazada de más para improvisarle un lugar en el sillón de nuestro living para dormir.

Así finalmente nos fuimos todos a descansar, arrullados por la tormenta que seguía afuera. Había aflojado la intensidad un poco, pero todavía llovía de lo lindo. Abrazado con Betina en nuestra cama, me dió un beso enorme y me felicitó por haberles dicho que vinieran. Le dije que obvio, que cómo iba a dejar a nuestros vecinos ahí en esa casa, con esa tormenta. Nos sonreímos en la casi oscuridad de nuestra habitación, nos dimos unos cuantos besos amorosos y así nos dormimos.

No sé por qué me desperté a eso de las tres de la mañana. Miré el reloj y era esa hora. Betina no estaba en mi cama, pero ví que estaba prendida la luz de nuestro baño, esparciéndose suavemente en el piso pasando por debajo de la puerta. Ví que la luz se apagó y cerré los ojos, esperando que Betina volviera en un momento. Pero me extraño que no sucedió. Betina tardaba en venir. De pronto vi el reflejo de una luz que venía del living. Ya la conocía, era la suave luz de una de nuestras lámparas. Me extrañó, pero me quedé ahí en la cama, mirando, esperando ver a Betina aparecer en algún momento pronto. Habría ido a la cocina, o Mario se habría despertado y le habría dicho algo.

A los pocos minutos la luz se apagó nuevamente, quedando todo a oscuras, y pronto sí sentí a Betina volver a nuestra habitación y deslizarse en silencio en nuestra cama otra vez. La abracé desde atrás y le pregunté si pasó algo

“No, nada. Fui a ver si estaban todos bien”, me dijo en un susurro para no levantar la voz, y se acurrucó con su espalda contra mi.
“Y, están?”
“Si, tontín.. Están. Donde se van a ir?”, se rió bajito.

Sin pensar más en nada de eso, me volví a dormir. Al otro día cuando me levanté, yo era el último. Todos se habían despertado antes que yo y estaban desayunando en la cocina. Un rico desayuno de café con leche humeante, tostadas con mermelada y pastelitos que Betina les había hecho. Afuera ya no llovía, el hermoso aroma de pasto mojado entraba fuerte por las ventanas abiertas. Algo de sol había. Mario nos agradeció profundamente el gesto que tuvimos, los chicos también, abrazándonos a mi y a Betina, que no paraba de sonreír, feliz de poder haber ayudado.

Y a partir de ahí, de esa mañana que los Tonelli se volvieron a su casa, a ver el desastre que les debió haber quedado, fue cuando las cosas me empezaron a hacer un poco de ruido. Cada vez más. Hasta que me di cuenta, con cierta bronca, que tenía mucho ruido en la cabeza de pronto.

Eran nada más detalles al principio. Tonterías. Pequeñeces que veía. Cambios de trato, de Betina para con los Tonelli, y de ellos para con ella, que en ese momento se los atribuí nada más a que todos ya estábamos bastante en confianza. Pero igual, una disonancia me dieron. Miradas. Gestos. Ciertos comentarios, que yo o bien escuchaba en persona o se los escuchaba decirme a Betina, Mario o alguno de los chicos a veces. No podría especificar qué o cuales. Eran nada más cosas que me hacían ruido. Que no me caían del todo bien.

Como por ejemplo, que desde aquella noche de la tormenta, Betina se pasaba bastante tiempo en la casa de ellos, al principio ayudándolos a secar todo, arreglar cosas, asistirlos a poner ese desastre de casa que todavía tenían, un poco en orden. Hasta fui yo también una vez, no me molestó hacerlo, al contrario. Pero lo cierto es que durante varios días seguidos Betina se pasó bastante tiempo ahí.

Yo no sospechaba nada. Al contrario, varias veces por día cuando yo estaba en casa miraba así distraídamente a la otra casa y los veía pasar de acá para allá con cosas. O limpiando. O arreglando algo. Ahí no estaba pasando absolutamente nada raro, pero yo no podía escuchar lo que decían cuando de pronto los veía parar para descansar, tomarse un café o un mate y verla a Betina charlando con Mario o con alguno de los chicos. Ahí, visualmente al menos, no había nada raro.

Y tampoco había nada raro cuando alguno de los chicos venía a casa. A veces hasta Mario también. A veces nada más de visita, otras veces a buscar alguna comida que Betina les había hecho o lo que fuere. Se pasaban todos algo de tiempo en casa también, y ahí tampoco yo veía nada raro, al menos las veces que yo estaba. Mario seguía igual de amable, Betina seguía igual de atenta y servicial y los chicos… seguían siendo dos adolescentes bastante inescrutables, pero buenos pibes.

Sin embargo yo seguía viendo cosas. Detallitos. Una familiaridad ya entre Betina y ellos que yo sencillamente no la tenía. Ella era mucho más abierta con la gente y yo tanto no. Por ahí era eso. Seguramente era eso. Ya se había hecho amiga de los vecinos, ellos de ella, y era eso lo que yo estaba viendo. Pero algo me seguía jodiendo. Me seguía molestando, atrás en la cabeza. En la nuca. Un vago sentimiento incómodo. Difuso, nebuloso, en cuanto le quería prestar atención para examinarlo, se escapaba en diez direcciones distintas en mi cabeza, diez respuestas perfectamente válidas para explicarlo. Pero ninguna me satisfacía realmente.

Si, lo podría explicar perfectamente como que yo estaba celoso de Mario, de alguna manera. O me sentía desplazado, o hasta intimidado por la figura del tipo, que era decididamente más corpulento, más seguro y, aceptémoslo también, visiblemente más macho que yo. Okey, supongamos que ese era el problema. Pero… lo sentía con los chicos también? Desplazado por ellos también? Las cositas raras que veía y sentía, también los incluían a ellos, no solamente a Mario. Qué estaba pasando, en realidad? Me dije a mi mismo que si ésta sensación seguía y no se me iba, y para colmo si se me ponía peor, por ahí no estaba tan mal considerar ver a un psicólogo o algo así. Aunque sea para ver nada más que me decía. Pero las consultas seguro iban a estar tan caras…

Estuve más de un mes así, con esa sensación. Y no se me iba. Se me ponía peor a veces. Cuando los veía hablar. Mirarse, inocentemente, ninguna mirada larga o rara, pero mirándose al fin. Cuando la veía a Betina irse a la casa de al lado y quedarse un rato ahí. Y de pronto no la veía pasar por enfrente de alguna ventana, por algunos minutos, y mi mente conjuraba imágenes de lo que podría estar haciendo fuera de mi vista. Imágenes que no vienen al caso describir ahora, pero que salen de un lugar bien profundo y escondido. A los pocos minutos la veía pasar por la ventana, bien, normal, y me decía a mi mismo que era un perseguido, que me imaginaba cosas absolutamente al pedo.

Mas de un mes estuve así, como dije, hasta que una noche me di cuenta, en vivo y en directo, que nada de ésto era solamente producto de mi imaginación.

Fue un sábado, me acuerdo. Betina estaba muy excitada y había cocinado un montón, pero una gran cantidad de sus deliciosas tartitas de jamón y queso, junto con varias tandas de empanadas caseras de varios gustos. El municipio había organizado una feria en una plaza cercana y ella había conseguido un lugarcito, para llevar sus comidas y venderlas ahí. Estaba tan contenta con hacerlo. Yo la iba a acompañar hasta que unas horas antes de salir recibí un llamado de un tipo a quien yo había contactado por un trabajo. Era un dueño de taxis, conocido de un conocido, con quien me contacté para ver si había lugar para que yo le trabajara uno de los vehículos. Y justo me llamó en ese momento para que fuera a verlo y charlar. No me quedó otra que decirle a Betina que no la iba a poder acompañar, ni ayudar con la cantidad de comida que tenía que llevar. La vi decepcionada, pero entendió que era por algo laboral.

Pensando como iba a hacer, me dijo que le iba a preguntar a Mario si no la podía acompañar en mi lugar. Mientras yo me preparaba para salir a ver a éste tipo, la vi por la ventana que fué a tocarle el timbre. Los vi hablar ahí en la puerta. La vi que sonrió y se dieron un abrazo. Mario seguro había aceptado. Cuando ella volvió a casa me dijo que sí, que Mario no sólo la acompañaba sino que podían llevar todo en su camioneta si quería. Les iba a hacer todo más fácil. Yo le sonreí, nos despedimos y me fuí a ver a éste tipo de los taxis. Antes de irme la vi que ya se estaba preparando, mientras la comida se seguía haciendo. Se estaba vistiendo y arreglando, pero demasiado. Demasiado arreglo, me pareció, para una feria de barrio. Por otra parte, a veces a ella le gustaba arreglarse y ponerse más linda para salir a cualquier lado. Así que en ese momento mucho no lo pensé.



Corazón de Oro - Parte 2


El tipo de los taxis vivía bastante lejos, por lo que tardé bastante en llegar. También tardé bastante con él, nos quedamos charlando más de una hora, casi dos. Se lo vió conforme conmigo. Me puso contento cuando me dijo que me iba a avisar en uno o dos días, que tenía que arreglar algo con otro de sus empleados, pero que seguro me llamaba para arrancar. El viaje de vuelta fue largo de nuevo y para cuando llegué a casa ya era bastante tarde. Eran como las once de la noche y, para colmo, al ir caminando las pocas cuadras de donde me había dejado el colectivo, rumbo a casa, vi que todas las casas estaban a oscuras, sin luz. Habían quedado algunos faroles de la calle prendidos, pero la mayoría de las casas no. Pasaba bastante seguido en el barrio eso. Saltaba una fase, o se salía de línea un transformador, las excusas de la empresa eran creativas y variadas. Cuando llegué a casa estaba a oscuras, claro. Y no había nadie. Betina no había vuelto. Me agarré algo para comer de la heladera aprovechando que algo de frío adentro le quedaba y me senté en un silloncito que tenía cerca de una ventana, aunque sea para agarrar algo de luz de la calle. Me quedé ahí comiendo a oscuras, tomando gaseosa, entreteniéndome con lo que podía ver desde la ventana, que no era mucho. Algún auto pasar de vez en cuando. Nadie a pie. Por nuestro barrio, a esa hora y con corte de luz, no, nadie a pie. No quería usar el celular porque no tenía como cargarlo a la noche, no sabía cuánto iba a durar el corte.

Como a los diez minutos los vi venir. La camioneta de Mario dobló la esquina y despacito se subió a la vereda. Lo vi a Mario bajarse y abrir la reja, subirse de nuevo a la camioneta y meterla en el espacio que se había armado frente a su casa para dejarla debajo de un techito. Betina estaba en el asiento del acompañante y me imaginé que pronto caerían los dos en casa. Se habrían llevado varias bandejas de comida y Mario la ayudaría a traerlas de vuelta, con lo que hubiese sobrado de comida.

Pero no.

Se quedaron los dos dentro de la camioneta. Charlando. Yo la verdad no veía mucho. La luz del farol de la calle alumbraba, pero hasta ahí nomás. No pegaba directo, ni cerca, de la camioneta. Solo iluminaba de reflejo, de ambiente. Debajo del techito y, peor, dentro de la camioneta no había mucha luz que digamos. Podía verlos a los dos, si, pero sin mucho detalle. La forma corpulenta de Mario y la más delgada y chiquita de Betina, junto con su pelo largo, era inconfundible, pero estamos hablando de sombras más claras sobre sombras más oscuras, frente a una pared iluminada de fondo por un farol de calle, visto a través de las dos ventanas de la camioneta.. Ese tipo de vista. Parecían sombras chinescas.

Me llamó la atención que se quedaron ahí charlando. Con el motor ya apagado. Si se estaban despidiendo, la despedida ya había expirado hacía mucho tiempo. Estaban hablando de algo. Y hablaron. Y hablaron. Y hablaron más. Hasta que casi me atraganto con la gaseosa que estaba tomando cuando vi a la sombra de la cabeza de Betina acercarse a la de Mario, inclinándose, como si una persona le estuviese diciendo un secreto a la otra. Pero era un secreto largo, aparentemente. Muy largo. Las cabezas sombreadas se separaron un poco, pero enseguida se volvieron a acercar. Otro secreto, igual de largo. Muy largo. Vi un par de brazos moverse, movimientos que no pude distinguir, pero seguían cerca. Y se movían distinto ahora.

Yo me quedé duro cuando lo ví. En un momento se separaron, un poco volviendo a sus posiciones originales, cuando vi las manos de Betina como arreglándose el pelo largo un poco, echándolo detrás de sus hombros. Al mismo tiempo, el cuerpo sombreado de Mario como que se arqueó hacia arriba, como si sus caderas se hubieran levantado del asiento por un momento breve, y sus manos tocaban algo ahí. Lo primero que se me vino a la cabeza, como imagen visual, era la de un tipo aflojándose o bajándose un poco los pantalones, tratando de hacerlo mientras estaba sentado.

No podía ser, pensaba yo atónito, mirando. Hasta que lo ví, y si pudo ser.

La cabeza inclinada de Betina y su largo pelo se inclinó y desapareció por debajo del borde de la ventana de la camioneta. No quedó nada que pudiera ver de ella. Solo la figura corpulenta de Mario, sentado. Pero pronto lo vi poner una mano donde la cabeza de Betina estaría, y su mano se movía suave, imperceptiblemente, de arriba a abajo. Despacito. Lindo.

Betina le estaba chupando la pija. La imagen, por más sombreada y poco clara que fuera, era inconfundible. No había otra interpretación posible. Yo no salía de mi asombro al verlo. Y si me faltaba más confirmación, luego de estar un momento así, vi que Betina se debe haber puesto de rodillas propiamente dicho sobre el asiento de la camioneta, seguramente para darse mejor acceso. Vi la sombra de sus caderas curvas y ampulosas elevarse por sobre el borde de la ventanilla y enseguida la otra mano de Mario yendose ahí, sobre la sombra del culo de mi mujer en el aire. Vi como esa mano le acariciaba ese culo hermoso, se movía suavemente sobre él, paraba para estrujarlo… También ví como pareció levantarle un poco la tela de su pollera, hacer un par de movimientos que no pude discernir y volver a colocarse ahí, pero con movimientos distintos, más rítmicos y delicados, dando toda la impresión que le había metido un dedo en algún lugar, para darle placer a ella ahí también.

Habrán estado unos buenos cinco minutitos así, los dos disfrutándose a su manera, cuando vi que la mano que Mario tenía en el culo (u otro lado) de Betina se movió hacia donde estaba la otra, poniendo las dos donde estaría la cabeza de mi esposa. Enseguida vi la cabeza de Mario echarse suavemente hacia atrás y, con sus manos reteniéndole la cabeza a Betina, vi al cuerpo de mi vecino tensarse dulcemente y darle empujoncitos hacia arriba con sus caderas. Betina nunca movió la cabeza, retenida como estaba, y Mario le debió haber llenado la boca con su semen. Era más que obvio.

Luego de esa acabada, que me pareció un poco larga a decir verdad, vi que Betina se incorporó de nuevo en el asiento. Vi la sombra de sus curvas contra el fondo de la pared. Parecía arreglarse un poco la ropa y luego el pelo, mientras que Mario parecía levantar sus caderas de nuevo y volver a calzarse lo poco que se había bajado los pantalones. Los vi como si estuvieran hablando unos momentos más, las dos sombras se acercaron un par de veces, quizás como para besarse, hasta que Mario finalmente abrió la puerta de la camioneta, con Betina haciendo lo mismo de su lado.

Y ahí fue cuando volví un poco en mi y enseguida me di cuenta, para mi confusión, que tenía mi propia pija hecha una roca, doblada y estrujándose sola fuerte contra la tela de mi jean. Salí como disparado para nuestro cuarto en la oscuridad, me desvestí rápido y me metí en la cama. Si Betina venía con Mario a casa, porque seguro él la iba a ayudar con las bandejas, no quería que me encontrara despierto. No pregunten por qué, fue lo que me salió hacer.

Al ratito sentí la puerta abrirse y cerrarse, pero por lo que pude escuchar solo había entrado mi mujer. No sentía voces, ni un susurro. La escuché a Betina tratar de dejar las bandejas en la oscuridad en la cocina, haciendo algo de ruido inevitablemente. Luego la oí ir al baño a oscuras, lavarse los dientes, hacer pis y al ratito ya la tenía en su ropa interior, deslizándose en mi cama.

No intentó despertarme y no sé si lo pensaba hacer. Tan solo se acostó en su lado de la cama, de espaldas a mí, y ahí se quedó hasta que se durmió. Yo la miraba desde mi lugar, repitiendo toda la escena que había visto en mi cabeza una y otra vez, con mi verga hecha un cohete de dura. Fue bueno que Betina no me haya querido despertar y hablarme. No se que le habría podido llegar a decir.

Quizás lo mejor era esperar al otro día.

3 comentarios - Corazón de Oro - Parte 2

cornu99
que hermosos cuernos ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡lastima que no le dio un besito con gusto a pija