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Corazón de Oro - Parte 1

Durante los últimos dos años cambió todo en mi vida. En mi vida, en mi matrimonio y en el proyecto a futuro que yo pensaba que iba a llevar. No voy a decir que se convirtió todo en un infierno porque no es así. En realidad, alternaba de infierno a paraíso. No sé que es peor.

Yo soy Nicolás. Cuando ésto empezó a ocurrir, a progresar tan lentamente, yo ya llevaba un par de años casado con mi mujer, Betina. Nos habíamos casado de muy jóvenes. No se si ese fue un error, no me gusta pensar en mi matrimonio como “un error” porque nunca lo fué, pero si a veces pienso que hubiese estado mejor si esperabamos un poco mas para casarnos. Cuando nos pronunciaron marido y mujer, yo estaba a unos días de cumplir mis 28 años y Betina nada mas tenía 23.

Betina es Paraguaya. Una flaca linda. Tiene pelo castaño, lacio y largo. Es apenas petisa, pero tiene esa altura que le sienta bien como mujer. Desde que la conocí me gustó. Se vino a vivir a Argentina cuando su familia se mudó acá. Ella tenía 8 años, por lo que le quedó una linda mezcla de acentos y términos que a veces me hacía cagar de la risa. Ella siempre fue muy religiosa, gracias a los padres. Mis suegros cuando se mudaron a Argentina abrieron una iglesia chiquita por Bella Vista. Yo nunca lo conocí, pero mi suegro me dijo que al principio de todo no había sido nada más que un garaje que compraron con su esposa, lo acondicionaron y empezaron a juntarse a tener reuniones y misas ahí. Les fue bastante bien con los años. Abandonaron ese primer lugar cuando les quedó chico y ahora tienen un templo por la misma zona. Era un cine antiguo que lo remodelaron y lo dejaron lindo como templo.

Yo no soy religioso, lo cual siempre fue un pequeño punto de fricción con ellos, pese a la buena relación que siempre tuvimos. Lo único que puedo decir de esa iglesia que, con esfuerzo, mis suegros sacaron adelante es que es de esas evangelistas. Las que te llenan el espíritu al mismo tiempo que te vacían el bolsillo. No voy a decir nada más. No es que se hicieron billonarios con la iglesia, pero si les generó bastante plata.

Betina creció en ese ambiente y ese entorno. Tiene dos hermanos un poco más grandes, ella fue la última que mis suegros tuvieron. Quizás para mucha gente ella no era muy atractiva de cara, pero a mi me gustó de entrada. Sobre todo cuando sonreía. Tiene esas sonrisas amplias y brillantes que te iluminan la vida. Es delgadita, como dije, y más baja que yo. No tiene grandes senos, pero a mi me gustan. Sentirlos en mis manos siempre es un placer. Lo que sí tiene son lindas curvas en el cuerpo y una cola realmente preciosa. Es su mejor virtud física, sin duda. Si a todo ese paquete le sumo esa piel te con leche, suave y sedosa que tiene, casi sin ninguna marca, queda un bombonazo de joven mujer. Quizás no llama la atención de entrada, pero en cuanto te la quedás mirando te das cuenta de todos los detalles hermosos que tiene. Podría volver loco a cualquier hombre mi paraguayita.


Corazón de Oro - Parte 1


Lo que sí tiene Betina, que se le nota enseguida con tan sólo pasarse una hora charlando con ella, es que tiene… llamémoslos “baches” en su educación y formación. Con ésto no quiero decir que sea una boluda, porque no lo es. Ni tampoco que no sepa hablar ni escribir, nada que ver. No a ese nivel. Pero se le nota que no fue una chica muy instruida. Mis suegros decidieron tenerla en su casa, educándola ahí, y vaya uno a saber las cosas, o mejor dicho la falta de cosas, con las que se educó. No es difícil adivinarlas un poco. Pese a que Betina realmente no es de esas religiosas insoportables que te machacan con la Biblia todo el tiempo, para nada, es capaz de citarte el capítulo y verso del libro que se te ocurra de la Biblia… y al mismo tiempo, si le preguntás, no saber quién fue Napoleón Bonaparte. Te preguntaría si no fue un boxeador de la época de esos en blanco y negro.

Creo que fue por esa falta de instrucción en general que Betina creció muy inocente en algunas cosas. Tiene un corazón de oro. Es buena hasta la médula. Generosa y siempre dispuesta a ayudar. Pero eso la hace confiar sin dudar en la gente que le cae bien y creo que fué por ese lado, por la punta de ese ovillo, que comenzó a complicarse todo.

Cuando nos casamos, con un poco de ayuda de mis suegros nos compramos una casita. Chica, pero linda. No voy a decir exactamente dónde porque todavía vivimos ahí. Conurbano, zona oeste. No era una zona muy linda, tampoco una villa. Era un barrio de gente trabajadora, como lo íbamos a ser nosotros. Pese a la mejor posición que tenían mis suegros, Betina les aceptó la ayuda para la casa pero nada más. Lo que tuviéramos de ahí en adelante quería ganárselo conmigo, honestamente. A nuestra casita había que hacerle algunos arreglos. Nada estructural, ponerla linda solamente, pero lo íbamos a ir haciendo con tiempo y ganas. Nos mudamos los dos ahí muy felices.

Con el sexo, eso sí fue un tema. No se puede ser más clásico que ésto, pero la verdad es que Betina fue virgen hasta nuestra noche de bodas. En serio. Aún hoy en día, que ese tipo de cosas ya no son comunes, con ella fué así. Por suerte descubrir ese mundo que hasta ese entonces no había experimentado le cayó muy bien. Le gustó mucho y pronto Betina junto conmigo recuperó bastante de esos años perdidos, quizás, en materia sexual. Se abrió mucho mas a lo que es el sexo con una pareja y a las cosas que una esposa hace con su marido.

Mi idea era salir a trabajar yo y que Betina se quedara en la casa. Eso era también de alguna manera lo que esperaban mis suegros. Tuve tres trabajos en esos primeros dos años, aunque no al mismo tiempo. Trabajé en un supermercado grande, una cadena. Luego en un super chino y finalmente en un negocio de repuestos para autos, pese a que nada de eso era lo mío. Algo tenía que hacer y todo ayudaba. Betina cocina muy bien. Pero en serio, muy bien. Cualquier cosa le sale riquísima. Perfectamente podría haber sido chef. Ella se reía cuando yo se lo decía, halagada, y lo desestimaba, pero para mi era verdad. Para ayudar también con nuestros gastos, tuvimos la idea que ella cocinara en casa. Cosas simples. Tartas, empanadas, sandwiches, esas cosas, para venderle a vecinos o a los empleados de un par de fábricas que había cerca. Eso también nos ayudó mucho. Ella se pasaba mucho tiempo cocinando en casa y estaba encantada. No sólo cocina de maravillas, también es de esas personas que aman hacerlo.

Con nuestros vecinos de cuadra nos llevábamos muy bien también, ya que Betina se la pasaba cocinando para alguno cuando le pedía. Principalmente a las dos viejitas que teníamos pegadas en la casa de al lado. Eran hermanas, vivían solas y, pobrecitas, debían tener 160 años entre las dos. Siempre encantadas de las comidas que Betina les hacía. A veces ni les cobraba, de lo buena que es.

Las únicas malas experiencias que tuvimos en esos dos años de vivir ahí fue que una vez la quisieron asaltar a Betina, en la puerta de nuestra casa. Dos pibitos en moto se la tiraron encima y le quisieron robar el celular y la bolsa con las compras, pero por suerte un par de vecinos lo vieron y enseguida la fueron a ayudar, espantando a los pendejos. Más allá del susto, no le pasó nada. La otra mala experiencia que ya era casi permanente era la de la casa que teníamos al lado. Era un terreno un poco más grande que el nuestro que tenía una casa en estado de abandono, en ruinas. La gente decía que hacía décadas que estaba así. Una casa vieja de mitad del siglo pasado o más, ya toda sobrepasada de ramas, pasto alto, ventanas tapiadas y casi que parecía derrumbarse en cualquier momento. El tema era que siempre se metían vagos y linyeras a querer dormir ahí y siempre se desataba algún quilombo con algún vecino o alguna pelea entre ellos que tenía que venir la policía a sacarlos, a cualquier hora. Teníamos una semana o diez días de paz y enseguida caían de nuevo a la casa, los mismos u otros.

Hasta que un día un vecino me comentó que alguien había comprado el terreno junto con la casa. Al poco tiempo vi a un tipo parar con su auto, fijarle con unos alambres un cartel de “Vendida” a la reja e irse. En algún momento iba a tener nuevos vecinos, pero yo ni me quería imaginar la cantidad de trabajo que les iba a llevar el poner esa casa en condiciones para vivir. No se si no era más eficiente y barato tirarla abajo y empezar de cero.

A las dos semanas fueron unos tipos a limpiar y desmalezar el terreno, habrán estado tres tardes haciéndolo. Y luego, dos semanas después de eso, conocí a nuestros nuevos vecinos un sábado que yo estaba en casa, viéndolos parar con dos camionetas llenas de cosas. Pronto las empezaron a bajar y a meter en la casa. El volquete que usaron los que habían limpiado todo todavía seguía ahí en la vereda, lleno de escombros y ramas. Me parecía que se habían apurado a querer mudarse ahí, pero por ahí tenían la necesidad de hacerlo. Esa casa de ninguna manera estaba en condiciones de ser habitada en ese momento.

Mi vecino resultó ser un tipo ya un poco mayor que yo, como de cuarenta años largos, con dos pibes que parecían ser sus hijos. Adolescentes los dos. No quería joderlos mucho durante la mudanza, así que esperé un rato hasta que un par de horas después de llegar y acarrear cosas los vi tomándose un descanso en la vereda, compartiendo una botella de gaseosa. Salí y fuí a presentarme y a conocerlos.

El tipo era un grandote, pelado pero con barba. Bastante ancho y corpulento. Me cayó bien enseguida cuando nos dimos la mano y nos saludamos. Se llamaba Mario y me presentó a sus dos pibes, quienes bien educados me dieron la mano también. Ellos eran Mateo y Diego. Tenían 17 y 15 pero la verdad los dos parecían de la edad del mayor. Casi la misma estatura entre ellos. Nada me llamó la atención mucho de los chicos. Eran adolescentes como otros tantos miles, vestidos así, peinados así. Todo normal. Mario se veía contento de conocer a su primer nuevo vecino y nos quedamos charlando ahí.

Yo cometí un error muy feo, por querer hacerme el simpático de entrada, preguntándole como chiste si la había dejado a la mujer para que llevara los muebles pesados, ya que no la había visto. Ahí fue cuando Mario me dijo que no, que él era viudo. Me quise morir ahí mismo de dolor y vergüenza, pero Mario se dió cuenta enseguida y se sonrió, palmeándome el hombro. Me dijo que no me preocupara, que no estaba ofendido ni nada, yo tan sólo no sabía. Que estaba todo bien. Me dijo que la mujer había fallecido hacía cinco años ya. Que una noche ella salió, se la llevó puesta un conductor borracho y nunca más volvió. Que así era la vida a veces, me dijo. Ya lo había aceptado hacía mucho, me dijo. Que fue todo una pena, que él la quiso mucho, y que fue muy triste que los chicos se quedaran sin la mamá de tan jóvenes, pero bueno. No había nada que hacer más que rehacer la vida de nuevo.

Le pedí mil disculpas de nuevo, pero se sonrió y me dijo que no me preocupara en serio. Los pibes estaban bastante ansiosos de terminar de descargar las cosas, así que Mario les dijo que ellos siguieran y nos quedamos charlando un rato más ahí. De la casa y de todas las cosas que le tenían que hacer. Era una lista impresionante de refacciones y arreglos.

Ahí fue cuando salió Betina de casa y se vino a presentar también. Saludándose con Mario y con sus hijos mientras los pibes iban y venían descargando cosas. Mario la saludó lo más bien, muy amablemente y los chicos hicieron lo mismo. Nos quedamos charlando ahí hasta que unos minutos después Betina les preguntó a los chicos si tenían hambre. El más chico le dijo que sí, pero Mario medio que lo retó, diciéndole que no sea confianzudo. Betina nada más se rió, dijo que la esperaran un ratito y salió de nuevo de casa con unas empanadas y tartitas de jamón y queso, recién hechas, ofreciéndoles a todos con una dulce sonrisa.

Mi nuevo vecino y los hijos se lo agradecieron muchísimo, deshaciéndose en elogios de lo ricas que estaban, lo que siempre complacía a Betina.

Así comenzó todo éste asunto y yo no lo veía. No lo podía ver, todavía. Estaba todo debajo de la superficie. De esa superficie de apariencias que teníamos todos, incluyéndome a mí también. Si alguien hubiese podido ver como una foto de todos nosotros ahí, charlando en la calle y comiendo empanadas ese primer día, creo que nadie ni en sus vuelos más imaginarios y delirantes hubiesen podido anticipar o predecir cómo se iba a desarrollar todo.

El vuelco que iba a dar nuestras vidas todavía estaba en el futuro.

2 comentarios - Corazón de Oro - Parte 1

Xxjjesusxx
Bien detallado, a ver cómo sigue todo esto con Betina +10