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Las Gemelas Ardientes - Parte 3 y final

Parte 2:

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Capítulo 13 – El Umbral Prohibido

El cuarto estaba en penumbra, iluminado apenas por la luz rojiza que se filtraba desde el cabezal de la cama. Caleb yacía semi-recostado sobre las almohadas, respirando más tranquilo, su cuerpo brillando de sudor y deseo contenido. Su pene, descansando sobre su vientre, empezaba a endurecerse otra vez gracias a las caricias suaves de las gemelas, que no parecían dispuestas a dejarlo descansar.

Valentina, con el rostro todavía enrojecido y el cabello revuelto, se inclinó entre sus piernas y comenzó a lamerle la base del pene. Helena estaba a su lado, mirándola con fascinación mientras jugaba con los pechos de su hermana, amasándolos y pellizcando suavemente sus pezones.

Valentina tomó el glande de Caleb entre los labios, succionando con movimientos lentos. Caleb soltó un gruñido profundo, hundiendo los dedos en el cabello de ella.

—Aaayy si… Valentina… qué bien lo haces…

Helena sonrió, relamiéndose.

—Ay… hermanita… te ves tan rica así…

Mientras Valentina lamía y chupaba, sus ojos se abrieron de pronto, como si una idea peligrosa le cruzara la mente. Soltó el pene de Caleb apenas para preguntar, con voz temblorosa:

—Esteee… Caleb… ¿cómo… se sentirá… tenerte… por atrás…?

Caleb abrió los ojos, sorprendido y al mismo tiempo encendido por su atrevimiento.

—¿Quieres probarlo, preciosa?

Valentina bajó la mirada, mordiéndose el labio.

—Sí… me da miedo… pero… me da mucha curiosidad…

Helena, completamente excitada, soltó una risita ronca.

—Ay… Caleb… ¡tenemos que hacerlo! Pero… quiero ser yo quien la prepare…

Caleb asintió, con el pene endureciéndose aún más bajo la lengua tibia de Valentina.

—Está bien… vamos a tomarnos el tiempo que necesitemos…

Valentina se tumbó boca abajo levantando las nalgas, casi de perrito, temblorosa, mientras Helena se colocaba detrás de ella, separándole las piernas con suavidad. Helena la miró con un brillo oscuro en los ojos.

—Ay… hermanita… ¡vas a amar esto…!

Primero, Helena se inclinó y comenzó a besar suavemente las nalgas de Valentina. Su lengua dejó pequeños caminos húmedos sobre la piel, mientras sus manos abrían las suaves mejillas. Valentina se retorció, soltando pequeños gemidos.

—Ay… Helena… qué vergüenza…

—Shhh… —murmuró Helena, antes de pasar la lengua directamente sobre el pequeño anillo apretado de Valentina.

Valentina chilló, tapándose la cara con ambas manos.

—¡Ay… ay… qué me estás… haciendo…!

Helena no contestó. Su lengua giraba en pequeños círculos sobre el orificio, escupiendo de vez en cuando para mantenerlo bien húmedo. Caleb, mientras tanto, miraba fascinado, acariciando lentamente su pene cada vez más rígido.

—Oooh si… Helena… estás… haciéndolo…increíble…

Helena apartó apenas la cara, con su lengua brillando de saliva.

—Ay… está tan cerradita… ¡necesitamos abrirla bien!

Se inclinó de nuevo y empezó a meter la punta de su lengua apenas dentro, entrando y saliendo lentamente. Valentina gemía más y más fuerte, su cuerpo encogido, aunque ya no intentaba escapar.

—¡Ay… Helena… se siente… tan raro… y tan… rico…!

Caleb se acercó y se colocó detrás. Helena, sin apartarse, lo miró con una chispa cómplice.

—Caleb… métele el primer dedo…

Caleb humedeció los dedos en la boca de Helena y presionó suavemente contra el ano de Valentina. La lengua y el trabajo de Helena habían aflojado un poco el músculo, así que el primer dedo entró con relativa facilidad.

Valentina gimió agudo.

—¡Ay… ay… Caleb… siento… siento todo…!

Helena le dio un suave beso en la espalda baja.

—Tranquila, mi amor… va a ser delicioso…

Caleb empezó a bombear el dedo muy despacio, girándolo dentro de ella mientras Helena volvía a pasar la lengua por los pliegues alrededor, manteniéndolo húmedo.

—¡Ay… Helena… me estás volviendo loca…!

Caleb agregó un segundo dedo. Valentina lanzó un grito estrangulado, sus caderas temblando. Helena aprovechó para pegar su boca al clítoris de Valentina, succionándolo en pequeños tirones.

—¡Ayyy… Helena… me voy… me voy a correr…!

Un chorro repentino brotó de Valentina, mojando el rostro de Helena. Esta se apartó apenas, riéndose y lamiéndose.

—¡Ay… hermanita… qué rico sabes…!

—Shhh… todavía falta… —gruñó Caleb, antes de meter un tercer dedo.

Valentina empezó a sollozar, su cuerpo temblando violentamente.

—¡Ay… Caleb… es tan grande… no sé si puedo…!

Helena se inclinó, lamiéndole de nuevo el ano mientras Caleb bombeaba lentamente los tres dedos. Su lengua giraba alrededor de los dedos, añadiendo más saliva y estimulándola en cada rincón.

—Ay… está tan apretadita… ¡me encanta! —gimió Helena.

Caleb miró a Helena, con fuego en los ojos.

—Vamos por el cuarto…

Valentina gritó cuando Caleb empezó a meter el cuarto dedo. Helena no dejó de lamerle en ningún momento, escupiendo más saliva cada vez que sentía que la piel estaba demasiado tensa. Valentina gemía, llorando de puro placer.

—¡Ay… ay… no… no puedo…!

Helena le sujetó la cara, besándola profundamente mientras Caleb seguía trabajando sus cuatro dedos dentro del pequeño ano de Valentina.

—Ssshhh… aguantá… Es lo que querías.. ¡te va a encantar…!

Finalmente, Caleb consiguió tener cuatro dedos dentro de ella, abriéndola lentamente. El anillo estaba completamente dilatado, húmedo y brillante de saliva. Valentina estaba empapada, sus muslos sacudidos por espasmos involuntarios.

—Ay… Caleb… ¡quiero sentirte… ya…!

Helena apartó sus labios del ano de Valentina y se volvió a Caleb, su boca brillante de saliva.

—Lubricámela toda… —ordenó Caleb.

Helena sonrió y escupió generosamente sobre el glande de Caleb. Luego empezó a lamerlo, llevándose la saliva hacia toda la extensión del tronco, dejándolo completamente empapado.

—Mmm… está listo para entrar… —murmuró Helena.

Caleb se colocó detrás de Valentina, sosteniendo su pene rígido y grueso. Apuntó hacia el ano dilatado, empujando apenas la punta. Valentina gritó, su cuerpo tensándose.

—¡Ay… ay… Caleb…!

Valentina chillaba, aunque su tono estaba cargado de puro placer.

—¡Ay… me siento… tan… llena…!

Caleb empezó a moverse lento, bombeando con fuerza progresiva. Helena se mantuvo agachada, chupando el clítoris y lamiendo donde Caleb entraba y salía, su lengua rozando el tronco cada vez.

—¡Ay… ay… Helena… Caleb… me vengo… otra vez…!

Un chorro caliente salió disparado de Valentina mientras Caleb la seguía penetrando por detrás. Helena apenas se apartó, atrapando los jugos de su hermana con la lengua.

Caleb, completamente al borde, gimió:

—¡No… no puedo… me estoy… viniendo…!

Helena clavó su lengua en el ano de Caleb mientras presionaba su próstata. Caleb rugió, descargando chorros potentes de semen dentro del culo de Valentina, llenándola completamente.

Valentina cayó desplomada sobre las sábanas, temblando y jadeando.

—Ay… Caleb… ¡quiero siempre… esto…!

Helena se tumbó a su lado, besándola con dulzura.

—Ay… hermanita… ahora sí… somos completamente unas putita expertas… ¡y me encanta…!

Caleb se dejó caer a un costado, completamente rendido, mientras las gemelas se abrazaban, riendo y besándose, bañadas en sudor y jugos, sabiendo que ya nada en sus vidas volvería a ser igual.






Capítulo 14 – Entre Miedo y Tentación

La habitación estaba impregnada de un aroma espeso, mezcla de sudor, sexo y perfumes dulces. Las sábanas estaban arrugadas y húmedas en varias zonas, testigo mudo de la intensidad de la noche que parecía no tener fin.

Helena estaba tumbada sobre el pecho de Caleb, con su cabello revuelto pegado a las mejillas por el sudor. Su respiración aún era temblorosa, aunque sus ojos miraban hacia el techo, pensativa. Valentina estaba a un costado, abrazada a Helena, besándole suavemente el hombro.

—Ay… hermanita… —susurró Valentina, con una sonrisita cómplice—. Quiero que pruebes lo mismo que yo…

Helena frunció el ceño.

—¿Por atrás…? ¡Ay, no! —dijo, de inmediato, cubriéndose la cara—. ¡Está loco el que inventó eso! ¡Si apenas pude con la penetracion vaginal… por atrás me va a partir!

Caleb rió, acariciándole suavemente la espalda.

—Nadie va a partirte, preciosa… Vamos a hacerlo despacio como con Valentina… vas a amar la sensación…

Helena negó con la cabeza, todavía con las mejillas rojas.

—¡No… no… me da demasiado miedo! ¡Debe doler muchísimo!

Valentina se incorporó, sentándose sobre las rodillas. Su voz bajó a un tono suave, casi persuasivo.

—Ay… Helena… es raro al principio… pero después… te llenás tan rico… Es como… como si explotaras por dentro…

Helena se mordió el labio inferior, visiblemente nerviosa.

—Pero… ¡yo soy más apretada! Me va a doler más…

Caleb se inclinó hacia ella, besándole la mejilla.

—Contigo vamos con más cuidado todavía. No hay prisa…

Valentina, con los ojos brillando, bajó una mano y empezó a acariciar suavemente el trasero de su hermana.

—Ay… Helena… ¡aunque sea dejá que te lo preparemos! Caleb es tan paciente… y yo puedo ayudarte… con mi lengua…

Helena tragó saliva, su respiración acelerándose.

—Ay… no sé…

Caleb le habló al oído, su voz grave, profunda.

—Dame una oportunidad… aunque sea para probar… Te prometo que si duele, paramos.

Helena cerró los ojos, el pecho subiendo y bajando rápidamente. Finalmente asintió, aunque con un gesto de pánico en la cara.

—Bueno… pero… si me duele… ¡paramos de inmediato!

—Obvio, mi amor… —dijo Caleb, dándole un beso suave en la frente.

Valentina bajó hasta quedar detrás de Helena. Con movimientos lentos, comenzó a besarle las nalgas, primero sobre la piel, dejando pequeños besos húmedos.

—Ay… hermanita… me encanta tu culito… está tan paradito… —susurró Valentina, relamiéndose.

Helena se cubría la cara, completamente roja.

—¡Ay… qué vergüenza…! Pero... ¡Es igual al tuyo! 

Caleb se acercó y sujetó suavemente una de sus manos.

—Respirá hondo, preciosa…

Valentina escupió sobre el ano de Helena, y comenzó a lamerlo muy lentamente, su lengua haciendo círculos suaves sobre el anillo apretado. Helena soltó un chillido suave, su cuerpo temblando.

—¡Ay… Valentina… qué haces…! Se siente bien... 

—Shhh… tranquila… te lo voy a dejar bien mojadito… —respondió Valentina, antes de volver a hundir la lengua, entrando apenas un poquito.

Caleb miraba fascinado, su pene empezando a endurecerse de nuevo.

—Es que... Wow..… se ve tan delicioso…

Helena gemía bajito, aunque sus manos seguían tensas sobre la sábana. Valentina no dejaba de lamerla, escupiendo varias veces para mantenerla bien lubricada.

—Ay… hermanita… estás tan cerradita… —dijo Valentina, sin dejar de mover la lengua.

Caleb se acercó y se colocó detrás de Helena. Mojó sus dedos en la boca de Valentina y empezó a presionar suavemente contra el ano de Helena. Ella se tensó de inmediato.

—¡Ay… ay… no… no sé…!

—Shhh… déjame entrar… —susurró Caleb.

Con suavidad, metió el primer dedo. Helena gritó, aunque no con dolor intenso aún, sino más de sorpresa.

—¡Ay… siento todo…!

Valentina, para distraerla, bajó y empezó a succionarle el clítoris con fuerza. Helena se retorció, su respiración volviéndose jadeante.

—¡Ay… Valen… ay… no sé si… puedo…!

Caleb bombeó el dedo lentamente, y luego escupió de nuevo para lubricar mejor antes de meter el segundo. Helena soltó un grito agudo, su cuerpo arqueándose.

—¡Ay… ay… es muy grande…!

Valentina no dejaba de lamerla, moviendo la lengua con precisión sobre el clítoris.

—Ssshh… hermanita… aguanta un poquito más…

Caleb metió el segundo dedo por completo. Helena empezó a sollozar, lágrimas formándose en sus ojos.

—¡Ay… no… duele… me quema…!

—No, no… respira… —dijo Caleb, aunque su voz tenía un tono preocupado.

Aun así, intentó meter el tercer dedo. Apenas lo introdujo un par de centímetros, Helena gritó y se apartó violentamente.

—¡NO… NO… BASTA…! —chilló, tratando de apartarse.

Caleb se detuvo enseguida, sacando los dedos despacio. Helena cayó sobre las sábanas, respirando agitadamente, con lágrimas cayendo por su rostro.

—¡Ay… no… no puedo… me duele demasiado…!

Valentina se acostó a su lado, besándole las lágrimas.

—Ay… hermanita… tranquila… no tenemos que hacerlo si no quieres…

Helena sollozaba bajito, aunque ya se calmaba.

—Ay… me siento mal… ¡si quiero probar… pero no puedo…!

Caleb le acarició la espalda con ternura.

—No pasa nada, preciosa… no tenemos que hacerlo hoy. Ni mañana. Solo cuando tu quieras.

Helena se tapó el rostro, lloraba avergonzada.

—Pero… ¡yo también quiero sentir lo que sintió Valen…!

Valentina sonrió suavemente.

—Ay… hermanita… lo vas a sentir… solo que cuando estés lista…

Helena asintió débilmente, aunque sus ojos seguían llenos de frustración y deseo mezclados.

Mientras ella se acomodaba entre las sábanas, Caleb y Valentina se miraron por encima de su cabeza, intercambiando una mirada cómplice. Caleb bajó la voz, hablándole solo a Valentina.

—Vamos a encontrar la manera… de que tu hermana… también lo disfrute…

Valentina asintió, con una chispa maliciosa en sus ojos.

—Ay… Caleb… se va a volver tan adicta… como yo…

Helena, sin saberlo, acababa de convertirse en el nuevo proyecto sexual de la pareja. Y aunque le temía al dolor… en su mirada aún brillaba la curiosidad de una llama que sería imposible apagar.






Capítulo 15 – Entre Valor y Límite

La habitación estaba sumida en una penumbra sensual. Caleb estaba recostado en la cama, aún desnudo, su pene apenas flácido tras tantas rondas de placer. Valentina se acurrucaba contra su costado, mientras Helena permanecía en la orilla de la cama, tapada con una sábana, mirando hacia el suelo.

Helena seguía llorando frustrada, mordiéndose el labio inferior. Valentina le acariciaba suavemente la espalda.

—Ay… hermanita… no te sintás mal… no tienes que hacerlo si no quieres…

Helena soltó un suspiro tembloroso.

—Ay… ¡pero si quiero! Solo que… no puedo… ¡duele demasiado!

Caleb se inclinó hacia la mesita de noche, agarró el teléfono y marcó recepción.

—Buenas noches… ¿podrían mandarme un shot de Jägermeister, bien frío?

La recepcionista soltó una risita cómplice al otro lado de la línea.

—Por supuesto, señor… en cinco minutos lo tiene ahí.

Helena lo miró, confundida.

—¿Qué vas a hacer…?

Caleb le acarició la mejilla, sonriendo.

—Ayudarte a soltar un poquito la cabeza… sólo te voy a dar un poquito, nada más…

Helena se quedó callada, con una mezcla de susto y curiosidad brillando en sus ojos.

Cinco minutos después, golpearon la cajita de la habitación. Caleb recibió el shot helado, con gotas de condensación corriendo por el vaso. Se lo tendió a Helena.

—Dale… solo un traguito…

Helena lo miró, dudando. Valentina se inclinó hacia ella y le susurró:

—Ay… tómatelo… te va a hacer sentir más valiente…

Helena finalmente lo bebió de un solo trago, frunciendo la cara.

—¡Ay… qué feo sabe…!

Caleb rió suave.

—Eso es… ahora ven…

Valentina la ayudó a tumbarse boca abajo en la cama. Caleb se colocó detrás, mientras Valentina se acomodaba entre sus piernas, su rostro ya encendido de deseo.

—Ay… Helena… esta vez… no vas a poder resistirte… —murmuró Valentina, su voz ronca.

Caleb pidió a Valentina que escupiera sobre sus dedos y empezó a presionar suavemente contra el ano de Helena. Ella soltó un chillido, aunque esta vez no apartó las caderas.

—¡Ay… ay… está frío…!

Valentina bajó la cabeza y empezó a besarle las nalgas, luego a lamerle con pequeños círculos alrededor del ano. Helena gimió, sus caderas temblando.

—Ay… ay… Valen… se siente… tan raro…

—Shhh… relájate… —dijo Valentina, antes de escupir suavemente y hundir la lengua un poco más.

Helena empezó a jadear, su rostro escondido entre las sábanas.

—Ay… ay… ¡me estoy mojando…!

Caleb metió el primer dedo, lentamente, bombeando muy despacio mientras Valentina seguía lamiendo alrededor. Helena soltó un gemido agudo, pero esta vez no fue solo de dolor.

—¡Ay… queee… Caleb… siento todo…!

Valentina bajó a lamerle el clítoris, succionándolo suavemente mientras Caleb metía el segundo dedo. Helena empezó a retorcerse, su cuerpo sacudido por pequeños espasmos.

—¡Ay… ay… me vengo… me vengo…!

Un pequeño chorrito caliente brotó de entre sus piernas, mojando la boca de Valentina, que se apartó apenas para lamerse.

—¡Ay… hermanita… sabés tan rico…!

Helena, aunque temblaba, se quedó quieta cuando Caleb metió el tercer dedo. Gritó, con lágrimas brotándole de los ojos, pero su cadera se empujaba involuntariamente hacia atrás.

—¡Ay… ay… me duele… pero… me gusta…!

Caleb bombeaba con cuidado, sintiendo como el ano de Helena empezaba a aflojarse alrededor de sus dedos.

—Mira lo bien que te está yendo… —susurró Caleb.

Helena jadeaba, sus piernas temblando.

—¡Ay… ay… siento… que me quemo…!

Valentina no dejaba de lamerle el clítoris, y cada vez que lo succionaba, Helena lanzaba un grito nuevo. Caleb metió el cuarto dedo apenas un centímetro… y Helena gritó tan fuerte que Valentina se detuvo de inmediato.

—¡No… no… no puedo…!

Caleb retrocedió un poco, pero su pene estaba completamente rígido, palpitante. Helena respiraba con dificultad, lágrimas cayéndole por las mejillas.

—Ay… me duele… me parte… ¡no puedo…!

Caleb la sujetó de las caderas. Su respiración estaba completamente fuera de control.

—Solo un poco más, preciosa… te prometo que vas a amar la sensación…

Valentina lo miró con ojos asustados.

—Caleb… no sigás…

Pero Caleb, cegado por la lujuria, presionó la punta de su pene contra el ano de Helena, empujando apenas la cabeza. Helena chilló, sacudiéndose.

—¡No… no… Caleb… por favor… me estás partiendo…!

Valentina le agarró el brazo, casi desesperada.

—¡Caleb, detente! ¡La estás lastimando!

Pero Caleb empujó un poco más, hasta meter la mitad de su pene. Helena soltó un grito desgarrador, su cuerpo entero tensándose como una cuerda.

—¡AAAAH… NO… NO… VALENTINA… AYÚDAME…!

Valentina empujó a Caleb con todas sus fuerzas.

—¡BASTA, CALEB! ¡PARA AHORA MISMO!

Caleb, respirando agitadamente, se retiró lentamente, su pene brillante y cubierto de saliva y un poco de sangre. Helena se desplomó boca abajo, llorando, temblando de la cabeza a los pies.

Valentina se tumbó a su lado, besándole la cara, con lágrimas también en los ojos.

—Ay… hermanita… lo siento… lo siento tanto…

Caleb se quedó quieto, con la cabeza agachada, respirando con dificultad.

—Ay fooook… me dejé llevar…

Helena lloraba desconsolada, sin poder parar.

—Ay… me duele… me duele mucho…

Valentina la abrazó, acariciándole el cabello.

—Shhh… tranquila… no vamos a volver a intentarlo hasta que así lo quieras y estés segura…

Helena apenas logró murmurar.

—Ay… quiero poder… pero… me duele demasiado…

Caleb y Valentina se miraron por encima de ella, con una mezcla de culpa y deseo ardiendo aún en sus ojos. Caleb le tomó la mano a Valentina, hablando en voz baja.

—Tenemos que encontrar la manera… de que ella pueda disfrutarlo… sin dolor…

Valentina asintió, aunque su voz estaba rota.

—Ay… Caleb… la vamos a hacer amar esto… algún día…

Y mientras Helena lloraba con su cara hundida en las almohadas, entre sollozos y respiraciones entrecortadas, Caleb y Valentina se quedaron junto a ella… ya maquinando la próxima etapa para convertir el miedo… en el mayor de los placeres.







Capítulo 16 – El Secreto del Placer

La habitación estaba silenciosa, un poco lúgubre, excepto por el sonido suave del aire acondicionado. Helena permanecía sentada sobre la cama, envuelta en una sábana, con los ojos bajos y el rostro todavía enrojecido por las lágrimas de antes. Valentina estaba a su lado, acariciándole la espalda, dándole pequeños besos en el hombro.

—Ay… hermanita… dejá de llorar… —susurró Valentina—. No tenés nada de qué sentirte mal…

Helena se pasó una mano por los ojos, ya rojos. 

—Ay… es que… ¡me siento tan inútil! Yo… ¡quiero poder hacerlo como tu… pero me duele demasiado…!

Valentina le tomó el rostro, obligándola a mirarla a los ojos.

—Ay… Helena… ¡así es tu cuerpo! ¡Tienes que amarte como eres! ¡Eres más estrechita, y eso no está mal!

Helena bajó la mirada, mordiéndose el labio.

—Pero… yo también quiero sentirlo… ¡quiero saber lo que se siente tenerlo por atrás y disfrutar como lo haces…!

Valentina suspiró, con ternura.

—Ay… hermanita… la saliva no es suficiente… ¡no basta para abrirte bien!

Caleb, que los miraba desde el otro lado de la cama, se levantó de pronto, como si le hubiera caído un rayo de inspiración. Sus ojos se iluminaron y, dando un pequeño brinco, exclamó:

—¡La saliva no es suficiente…! ¡Esa es la clave!

Valentina y Helena lo miraron, desconcertadas. Caleb se giró hacia el teléfono y marcó recepción.

—¡Hola! Sí, de la habitación G5… ¿tienen lubricante anal de buena calidad?… Sí… el más resbaloso que tengan… ¡tráigame dos tubos, por favor!

Helena abrió los ojos como platos.

—¿Lubricante… anal…?

Valentina se echó a reír, abrazando a su hermana.

—¡Ay, hermanita! ¡Suena como que todo cambia con esto! 

Pocos minutos después, Caleb recibió dos tubos plateados, leyó rápido la etiqueta y asintió satisfecho.

—Perfecto… ¡esto es lo que necesitábamos…!

Helena estaba roja como un tomate.

—Ay… ¡esto me da tanta vergüenza…!

Caleb sonrió, besándole la frente.

—No te preocupés… vamos muy despacio… Quiero que me digás si algo duele, ¿está bien?

Helena asintió, aunque su respiración ya estaba acelerada.

Valentina le besó suavemente la oreja.

—Ay… hermanita… quiero verte disfrutarlo…

Caleb colocó a Helena de rodillas sobre la cama, con el trasero elevado. Helena se tapó la cara con las manos, muerta de vergüenza, pensando que volvería a dolerle. 

—¡Ay… no me miren…!

Valentina se rió, bajando hasta quedar detrás de ella.

—Ay… hermanita… ¡si estás hermosa así…!

Caleb abrió el tubo y vertió una generosa cantidad del lubricante sobre sus dedos. Luego, con la voz suave, dijo:

—Voy a empezar… dime si duele, ¿sí?

Helena acepto, temblorosa, dudando mucho. Valentina, mientras tanto, comenzó a besarle las nalgas, dejando pequeños besos en su piel.

Caleb presionó suavemente con el primer dedo. El lubricante hizo maravillas: el dedo se deslizó con sorprendente facilidad. Helena soltó un gemido bajo, sus caderas moviéndose apenas.

—¡Ay… ay… se siente… diferente…!

Valentina bajó aún más y empezó a lamerle el clítoris en suaves círculos. Helena soltó un gemido más alto, su cuerpo relajándose.

Caleb introdujo el segundo dedo, bombeándolo despacio. Helena soltó un gritito, aunque ya no estaba llorando.

—¡Ay… ay… se siente… lleno…!

Valentina no dejó de chuparle el clítoris, aumentando la presión. Caleb metió el tercer dedo, y Helena gritó… pero esta vez, entre lágrimas, estaba sonriendo.

—¡Ay… me duele… pero… es tan rico, sigue por favor…!

Caleb bombeaba sus dedos, girándolos, abriendo cada vez más el pequeño anillo. Valentina succionaba con ansia, haciendo sonidos húmedos y obscenos.

—¡Ay… Caleb… me voy… me voy…!

Un chorro caliente brotó de Helena, empapando la lengua de Valentina, que se lo disfrutó.

—¡Ay… hermanita… estás tan rica…!

—¡Creo que… estás lista para el cuarto…! —gruñó Caleb.

Helena jadeaba, entre lágrimas y placer.

—¡Metémelo… meteme todos…!

Caleb metió el cuarto dedo. Helena gritó, sacudiéndose, mientras Valentina la sujetaba para que no huyera. Cada bombeo le arrancaba un orgasmo nuevo, su cuerpo colapsando una y otra vez.

—¡Ay… me vengo… me vengo otra vez…!

Valentina, jadeante, levantó la cabeza.

—¡Ay… Caleb… metésela ya…!

Helena, entre gemidos y respiraciones cortas, gritó:

—¡Sí… Caleb… metémela por atrás… quiero sentirla toda…!

Caleb agarró el tubo y untó su pene entero con el lubricante, hasta dejarlo completamente resbaloso y brillante. Se posicionó detrás de Helena, sujetándola con fuerza.

—¿Estás segura… preciosa?

Helena, con lágrimas corriendo por su rostro, aceptó.

—¡Sí… métemela toda…!

Caleb presionó la punta contra su ano. Esta vez, el lubricante hizo su magia: el glande entró casi sin resistencia. Helena gritó, aunque el dolor estaba mezclado con un placer intenso.

—¡Ay… ay… está tan grande…!

Caleb avanzó más, lento pero implacable. Helena temblaba violentamente.

—¡Ay… me parte… pero me encanta…!

Valentina estaba a su lado viendo solamente, empezó a masturbándose furiosamente, sus dedos entrando y saliendo de su vagina.

—¡Ay… hermanita… te ves tan hermosa…!

Caleb empezó a bombearla. Helena gritó, cada embestida la hacía estremecerse.

—¡Ay… ay… Caleb… me corro… me corro otra vez…!

Helena llegó de nuevo, soltando un chillido desgarrado. Caleb no paraba, su pene entrando y saliendo, cada vez más rápido.

—¡OH fooook… estás tan apretada…! —gruñó Caleb.

Helena gritaba cada vez más fuerte, sus piernas sacudiéndose.

—¡Ay… me corro… otra vez… no puedo parar…!

Valentina se metió dos dedos mientras miraba a su hermana perderse en el placer.

—¡Ay… Caleb… hazlo fuerte… hazla disfrutar…!

Caleb soltó un rugido profundo y empezó a venirse, descargando chorros calientes dentro del culito de Helena, llenándola completamente. Helena se vino al mismo tiempo, su cuerpo convulsionando violentamente, su ano apretándole la verga como un puño húmedo.

—¡AAAAH… ME VENGO… ME VENGO…!

Caleb siguió bombeándola mientras vaciaba cada gota. Finalmente, se dejó caer sobre ella, exhausto. Helena colapsó sobre la cama, completamente rendida, con lágrimas de puro placer.

Valentina, temblando, se tumbó a su lado, besándole la cara.

—Ay… hermanita… ¡lo lograste…!

Helena apenas podía hablar, con una sonrisa delirante.

—Ay… es… lo mejor… que he sentido… en mi vida…

Caleb se tumbó a su otro costado, pasándoles un brazo por encima a ambas.

—Chicas… las dos… son… perfectas…

Y entre risas suaves, sudor y cuerpos aún temblorosos, supieron que esa noche, Helena finalmente… había cruzado el umbral que tanto temía. Y jamás volvería a ser la misma.








Capítulo 17 – Amanecer de Lujuria

La luz del amanecer empezaba a filtrarse por las rendijas de las cortinas, tiñendo la habitación de un tenue tono dorado. Las sábanas estaban completamente arrugadas y empapadas en varios lugares, impregnadas del olor espeso del sexo que había llenado cada segundo de la noche.

Caleb estaba tumbado en medio de la cama, jadeante, su cuerpo perlado de sudor, con la respiración entrecortada. Entre sus piernas, su pene semi-erecto reposaba apenas, exhausto pero todavía vivo, temblando con pequeños espasmos involuntarios.

Helena y Valentina, acurrucadas a cada lado suyo, intercambiaban miradas cargadas de pura lujuria. Sus cuerpos, todavía desnudos y brillantes de lubricante y jugos, se frotaban contra la piel de Caleb, sus pezones duros rozándole los costados.

Fue Valentina quien rompió el silencio, con voz sexy:

—Ay… hermanita… ¿sabes qué me pasa…?

Helena la miró, lamiéndose los labios.

—Ay… yo también… ¡quiero más!

Valentina se inclinó hacia Caleb, con una sonrisa oscura.

—Ay… Caleb… ¡todavía no hemos terminado contigo…!

Helena soltó una risita grave, casi peligrosa.

—Esta vez… eres tu quien no va a poder más… y nosotras… no vamos a dejarte acabar… hasta que estemos completamente satisfechas.

Caleb abrió los ojos, exhausto, intentando hablar.

—Chicas… no puedo… estoy muerto…

Valentina colocó un dedo sobre sus labios.

—Shhh… eres nuestro juguete… y vamos a exprimirte hasta la última gota…

Helena bajó la cabeza, comenzó a besarle el abdomen, dejando pequeños besos húmedos. Valentina se posicionó sobre el pecho de Caleb, rozándole los pezones por la cara, mientras le susurraba:

—Hoy… queremos todo… y cuando digo todo… es todo…

Helena empezó a lamer el pene de Caleb suavemente, rodeándolo con la lengua, mientras Valentina se inclinó para besarlo también, en un beso doble con su pene atrapado en el medio. Sus lenguas se rozaban, compartiendo el sabor salado de Caleb.

—Mmm… ay… hermanita… ¡me encanta besarte mientras saboreo su pene…!

Caleb empezó a gemir, su pene endureciéndose otra vez entre sus bocas.

—¡Ay foook… no… no voy a poder…!

Helena levantó la cabeza, su boca brillando de saliva.

—Ay… hermanita… quiero… ¡anal otra vez!

Valentina la miró con fuego en los ojos.

—¡Yo también!

Caleb tragó saliva.

—¿Otra vez… las dos…?

Valentina se inclinó sobre él, sujetándolo del mentón.

—Sí… las dos… por delante… y por detrás… mientras tu no te puedes venir.

Helena montó su rostro, sentándose sobre su boca mientras Valentina bajó para frotar su vagina sobre la base de su pene. Caleb empezó a lamer a Helena con desesperación.

—¡Ay… ay… Caleb… chúpame… más…!

Valentina se giró de espaldas sobre Caleb, bajando lentamente sobre su pene, metiéndoselo vaginalmente mientras su trasero quedaba perfectamente expuesto. Helena, sin soltar su lugar sobre su cara, se inclinó y empezó a chupar el ano de su hermana.

—¡Ay… ay… Helena… me hacés explotar…!

Caleb intentó agarrar las caderas de Valentina para embestirla, pero Helena le sujetó las muñecas, clavándole las uñas.

—No… ¡no te muevas…!

Valentina empezó a cabalgarlo, cada bajada provocando gemidos ahogados. Helena, desde arriba, miraba a Caleb con una sonrisa cruel.

—Ay… Caleb… todavía falta… queremos que nos hagás sexo oral… ¡a las dos… al mismo tiempo!

Valentina se apartó, dejando su vagina chorreando sobre su vientre. Las dos gemelas se acomodaron de rodillas sobre el pecho de Caleb, enfrentadas, abriéndose de piernas, sus clítoris casi rozándose.

—¡Chúpanos, Caleb…! —ordenó Helena.

Caleb se inclinó hacia adelante, lamiendo primero a Valentina, luego a Helena, mientras ellas se besaban encima de él. Sus jugos se mezclaban en su lengua, chorreándole por la barbilla.

—¡Ay… hermanita… quiero que me metás la lengua en el culo…! —gritó Valentina.

Helena bajó y empezó a lamerle el ano a su hermana mientras Caleb seguía lamiéndole el clítoris. Valentina gritó, sus piernas sacudiéndose.

—¡Ayyyy… me vengo… me vengo…!

Un chorro caliente mojó el pecho de Caleb. Helena subió, riéndose, lamiendo los restos del squirt de Valentina de su piel.

—Ay… Caleb… ¡ahora me toca a mí!

Se giró, ofreciéndole el culo. Caleb, temblando, lo lamió con desesperación, mientras Valentina metía un dedo en su ano, presionándole la próstata.

—¡Oh no… no puedo más…! —gimió Caleb.

Helena se vino sobre su lengua, chillando. Caleb intentó apartarse, pero Valentina lo sostuvo firme.

—¡No! ¡Todavía no te vas a venir…!

Las gemelas se turnaron, montándolo, obteniendo penetracion anal y vaginal, cambiando posiciones una y otra vez. Lo cabalgaban, lo lamían, lo ahorcaban suave, se besaban entre ellas. Caleb empezó a llorar de placer.

—¡Por favor… déjenme acabar…!

—¡No…! —gritó Valentina, su voz completamente dominante.

Helena empezó a contar los orgasmos en voz alta, cada uno sacudiendo su cuerpo.

—¡Uno… dos… tres… cuatro… cinco… seis…!

Valentina reía, mientras se masturbaba con furia, gimiendo.

—¡Veinte… veintiuno…! —gritó Helena, con lágrimas de placer.

Caleb, ya casi inconsciente, suplicó.

—¡Por favor… ya… necesito… acabar…!

Valentina le agarró la cara, mirándolo con una mezcla de ternura y crueldad.

—Ay… mi amor… todavía no… ¡ahora somos tus dueñas…!

Y mientras el sol se elevaba sobre el horizonte, las gemelas seguían cabalgándolo, besándose entre ellas, acariciándose y gozando sin parar. Caleb, convertido en su juguete, supo que jamás volvería a ser el hombre dominante que había entrado con ellas en aquella habitación.

Ese amanecer, entendió que las gemelas… se habían convertido en sus diosas.

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