Capítulo 1 – La Fiesta de Jorge
Caleb estaba parado frente al espejo de su cuarto, en calzoncillos, revisándose de arriba abajo. Tenía 24 años, 1,83 de altura, hombros anchos y abdomen firme marcado en líneas definidas. Su piel era ligeramente bronceada, con apenas vello en el pecho, y unos ojos verdes penetrantes, profundos y chispeantes. Su sonrisa, blanca y perfecta, era magnética.
Tenía el pene semi-duro, algo que le pasaba seguido cuando pensaba en la posibilidad de que alguna chica nueva apareciera en la fiesta. La acomodó con la palma de la mano antes de vestirse. Eligió unos jeans oscuros, una camisa negra ajustada que marcaba sus pectorales y bíceps, y se roció un poco de perfume caro sobre el cuello y las muñecas.
—Esta noche… algo bueno tiene que pasar… —se dijo, sonriendo frente al espejo.
Jorge, su mejor amigo, cumplía años y había organizado una fiesta grande en su casa, con amigos, música, luces de colores y bastantes botellas. Caleb estaba seguro de que habría chicas nuevas, y su pulso latía más rápido solo de pensarlo.
Cuando llegó a la casa, la fiesta ya entraba en calor. La música electrónica vibraba en las paredes, y un grupo de chicas bailaba cerca de la piscina, bajo luces moradas y azules. El olor a licor y perfume llenaba el aire.
—¡Caleb, bro! —gritó Jorge, acercándose y dándole un fuerte abrazo.
—¡Feliz cumple, perro! —contestó Caleb, chocando los vasos.
Jorge le dio una palmada en la espalda y se inclinó para hablarle al oído.
—Bro… hay dos gemelas que no conoces. Están buenísimas… ¡y son nuevas en el grupo!
—¿Gemelas? —preguntó Caleb, arqueando una ceja con picardía.
Jorge asintió, con una sonrisa traviesa.
—Las dos están solteras, y creo que no han tenido mucha “experiencia”, si me entiendes. Una se llama Valentina… la otra Helena.
Caleb sintió una descarga eléctrica recorrerle la espalda. Se giró y entonces la vio.
Entre la multitud, bailando con timidez, estaba Valentina. Era absolutamente hermosa. Una diosa de apenas 18 años. Tenía el cabello rubio, largo, lacio, que caía en cascada sobre su espalda. Su rostro era delicado, con labios gruesos y naturales, ligeramente rosados. Sus ojos eran grandes, de un marrón profundo, llenos de luz y cierta inocencia mezclada con algo de curiosidad intensa.
Valentina llevaba un vestidito blanco, corto, de tirantes finos. Cada vez que se movía, el vestido subía apenas, revelando muslos firmes y suaves. Sus pechos eran medianos pero perfectos, bien redondeados, marcando levemente el contorno de sus pezones bajo la tela fina. Parecía un ángel… pero sus ojos brillaban con una chispa oculta.
Caleb no podía apartar la vista. Su pene se endureció en un segundo dentro de sus jeans. Jorge lo notó y soltó una carcajada.
—Te dije… ¿o no? ¡Son fuego!
Mientras Caleb la observaba, Valentina giró, atrapando su mirada. Bajó los ojos, sonrojada, pero se quedó mirando, mordiéndose el labio inferior.
Caleb se acercó lentamente, deslizándose entre la gente hasta quedar a menos de un metro. Valentina lo miró con los ojos muy abiertos, tragando saliva.
—Hola… —dijo Caleb, con su voz grave y segura.
—H-hola… —respondió ella, con voz temblorosa.
Estaba tan nerviosa que jugaba con el borde de su vestido, bajándolo para taparse los muslos, aunque luego volvía a subirlo sin darse cuenta. Caleb le sonrió, inclinándose apenas hacia ella, lo suficiente para que sintiera su perfume masculino.
—¿Valentina, verdad?
—Sí… —dijo, bajando la mirada.
Caleb la tomó suavemente de la barbilla y le levantó el rostro.
—Eres preciosa. Nunca te había visto por acá.
Valentina soltó un suspiro tembloroso. Sus pezones se marcaron un poco más bajo el vestido. Caleb lo notó, y sintió un latido violento en su entrepierna.
—Es que… no suelo salir mucho… —dijo ella, bajando otra vez los ojos— Nunca… nunca he estado con un chico…
Caleb arqueó una ceja.
—¿Nunca… nunca?
Valentina negó con la cabeza, sus mejillas rojas.
—Ni siquiera he… besado a nadie…
Caleb sonrió con malicia.
—Eso hay que arreglarlo.
Ella abrió mucho los ojos, sus labios entreabiertos, como si quisiera decir algo, pero no se atreviera. Caleb le rozó apenas la cintura con la punta de sus dedos. Ella soltó un pequeño gemido ahogado, apenas audible, mientras se estremecía.
—Ay… no me toques así… —susurró, aunque no se apartó.
—¿Por qué? —preguntó Caleb, con tono seductor—. ¿Te gusta… o te asusta?
Valentina tragó saliva, sus pezones completamente duros marcándose contra la tela.
—Las dos cosas… —admitió.
Caleb bajó la mirada hacia sus pechos, sin ningún pudor. Luego la volvió a mirar directo a los ojos.
—Quiero que vengas conmigo esta noche, Valentina. Quiero enseñarte muchas cosas… cosas que vas a adorar.
Valentina soltó un jadeo leve. Su respiración era rápida.
—¿A dónde…?
—A un lugar donde podamos estar solos… y donde nadie nos interrumpa.
Valentina se retorció un poco, apretando sus muslos juntos. Iba a responder, cuando, de pronto, otra voz idéntica a la suya, que había estado escuchando, dijo:
—¿Y yo… puedo ir también?
Caleb giró y vio a Helena. Era el mismo rostro perfecto, el mismo cuerpo, pero con una diferencia crucial: Helena llevaba un vestido negro aún más corto, ajustado, dejando al descubierto más escote. Sus ojos tenían un brillo descarado, y su sonrisa era más traviesa.
—¿Helena…? —preguntó Caleb.
—Sí… —respondió ella, inclinándose para hablarle al oído—. Yo tampoco he probado a ningún chico… y me muero de ganas.
Caleb sintió como si una bomba de deseo explotara en su pecho. Sus pantalones parecían a punto de reventar. Miró a las dos gemelas, de pie frente a él, idénticas, preciosas, inocentes… y completamente curiosas y excitadas.
—Bueno… —dijo Caleb, con una sonrisa pícara—. Quizá esta noche… aprendan juntas.
Las dos chicas se miraron entre sí, y sus mejillas se encendieron al mismo tiempo. Valentina se mordió el labio, mientras Helena le tomaba la mano con una risita.
Y en ese momento, Caleb supo que la noche iba a ser… legendaria.
Capítulo 2 – El Arte del Primer Beso
La música seguía vibrando dentro de la casa de Jorge, pero para Caleb y las gemelas, el mundo entero parecía haberse reducido solo a ellos tres.
Caleb se inclinó entre Valentina y Helena, hablándoles muy bajo para que nadie más los escuchara.
—Vamos a irnos despacito, ¿sí? Sin que nadie note nada…
Valentina se estremeció. Miró a Helena, y ambas asintieron. Sus manos se entrelazaron instintivamente, como buscando apoyo mutuo. Caleb les sonrió, y comenzó a guiarlas entre la multitud, rozando suavemente la espalda baja de Valentina con su mano. Helena le imitó y se pegó aún más a su brazo.
Salieron al jardín, y el aire nocturno estaba fresco, impregnado del aroma a césped mojado y perfume caro. Caminaron hasta llegar al portón lateral, y lo cruzaron a la calle casi en silencio. Caleb las llevó directo hacia su auto negro mate, un auto elegante que parecía rugir solo con encenderlo.
Valentina iba con la respiración entrecortada, sus mejillas completamente rojas. Helena, en cambio, sonreía, aunque su mirada delataba un nerviosismo profundo.
Caleb las detuvo frente al carro, bajo la luz amarillenta de un mercurio de la calle. Las miró a las dos, su sonrisa oscura, magnética.
—Quiero algo antes de que subamos… —dijo, con la voz grave.
—¿Qué cosa…? —preguntó Valentina, con un leve temblor en la voz.
Caleb se acercó a Valentina primero, tan cerca que sus labios quedaron a milímetros. Ella tragó saliva, sus pechos subiendo y bajando rápidamente bajo el vestidito blanco.
—Tu primer beso… —susurró él.
Valentina abrió mucho los ojos, y luego se rindió, cerrándolos con suavidad. Caleb le tomó el rostro entre sus manos, inclinándolo hacia él. Rozó sus labios apenas, con un toque suave, como si probara su sabor. Valentina soltó un pequeño gemido, apenas audible, y sus labios se entreabrieron instintivamente.
Entonces Caleb se lo dio. La besó con suavidad al principio, luego con más presión, sus labios atrapando los de ella, moviéndose lento pero firme. Deslizó la punta de su lengua contra el borde de sus labios, y Valentina se estremeció como si le pasara electricidad por el cuerpo.
—Mmm… —gimió ella, sin darse cuenta.
Caleb aprovechó para profundizar el beso. Su lengua entró en la boca de Valentina, explorándola, enseñándole el ritmo. Ella respondió con torpeza al principio, pero pronto empezó a seguirlo, intentando imitar sus movimientos, mientras se apoyaba con ambas manos en su pecho, como para no desmayarse.
Cuando Caleb se apartó, Valentina quedó con los labios hinchados y húmedos, respirando entrecortado. Sus pupilas estaban dilatadas, y un leve temblor sacudía sus muslos.
—Ay… me… me siento rara… —susurró, llevando una mano a su pecho.
—¿Te gustó? —preguntó Caleb, con media sonrisa.
Valentina asintió, mordiéndose el labio inferior.
—Sí… muchísimo…
Caleb se giró hacia Helena. Ella lo miraba expectante, conteniendo la respiración. Sus pezones se marcaban descaradamente bajo el vestido negro.
—¿Y vos, Helena… querés el tuyo? —preguntó Caleb.
Helena no dudó. Se lanzó hacia él, tomándolo del cuello y presionando sus labios contra los suyos. Caleb sonrió contra su boca antes de besarla, profundo y posesivo. Helena respondió enseguida, abriendo la boca para dejarlo entrar. Su lengua se encontró con la de Caleb, y él empezó a jugar con ella, lamiéndola, empujándola, enseñándole cómo moverse.
Helena gimió fuerte, su cuerpo pegándose más al de Caleb. Pasó sus manos por su pecho, bajando lentamente hasta su abdomen firme. Caleb la agarró de la cintura y la apretó más contra él, dejando que sintiera su erección dura rozándole el vientre.
Cuando se separaron, Helena estaba jadeando.
—¡Wow…! —dijo, con voz ronca—. No sabía que besar se sentía así…
Valentina los miraba, completamente hipnotizada, respirando con dificultad.
—Quiero… quiero probar eso también… —dijo Valentina, su voz temblorosa.
Caleb las miró a ambas, su mirada oscura y ardiente.
—Vengan las dos… —les ordenó.
Tomó a Valentina de un lado y a Helena del otro. Las atrajo hacia él, sus rostros apenas separados. Las miró alternadamente, con deseo ardiente.
—Quiero que prueben cómo se siente un beso… entre los tres.
Las dos asintieron, casi sin aire, completamente enloquecidas por la curiosidad y el deseo. Caleb se inclinó y primero besó a Valentina, breve y húmedo. Luego se giró y besó a Helena. Ambas lo miraron con los ojos brillantes, respirando agitadas.
—Ahora… besémonos los tres… —dijo Caleb.
Se inclinó al centro y atrapó los labios de Valentina, mientras Helena se acercó y empezó a besar a Caleb del otro lado. Pronto, las tres lenguas se encontraron en un juego húmedo y electrizante. Era torpe, desordenado, pero puro fuego. Las gemelas se rozaban las bocas, tímidas al principio, hasta que Helena se atrevió a lamer el labio inferior de Valentina. Esta soltó un jadeo agudo, temblando toda.
—¡Ay… Helena…! —murmuró Valentina, con la voz rota.
Caleb las sujetó más fuerte, sintiendo los cuerpos suaves de ambas apretándose contra él. Sus lenguas se alternaban entre Valentina y Helena, mientras ellas se rozaban los labios tímidamente, lamiéndose apenas. El beso triple se volvió un torbellino de saliva, calor y pequeños gemidos.
—¡Mmm…! —gimió Helena, frotándose contra el costado de Caleb.
Valentina empezó a respirar más rápido, y sin darse cuenta, llevó una mano entre sus propias piernas, frotándose sobre la tela húmeda de sus bragas bajo el vestido blanco.
—Ay… ay… me siento… ¡mojada…! —susurró, completamente roja.
Helena abrió los ojos, sorprendida, pero no apartó la boca de la de Caleb.
—Yo también… —admitió, con voz temblorosa.
Caleb se apartó apenas, relamiéndose los labios, mirándolas a las dos con deseo salvaje.
—Suban al carro… vamos a Flamingo. Esta noche… van a saber lo que es el verdadero placer.
Las dos lo miraron con una mezcla de pánico y deseo, sus pechos subiendo y bajando rápidamente. Sin decir una palabra, obedecieron, subiéndose al carro, mientras Caleb cerraba la puerta tras ellas, con el pene palpitando dentro de sus jeans.
Y mientras arrancaba el motor, supo que el beso triple… apenas había sido el principio.
Capítulo 3 – El Viaje al Paraíso
Caleb encendió el motor. El rugido grave del carro retumbó en la madrugada, haciendo vibrar hasta el asiento. Las luces del tablero iluminaban sus rasgos masculinos, el perfil fuerte de su mandíbula, y la leve sonrisa peligrosa que curvaba sus labios.
Valentina estaba en el asiento del copiloto, con el vestidito blanco subido apenas sobre sus muslos, respirando rápido, mordiéndose el labio inferior. Helena iba atrás, inclinada hacia adelante, su vestido negro marcándole las curvas mientras apoyaba los codos sobre el respaldo de Valentina.
La noche se deslizaba a su alrededor mientras el carro tomaba velocidad, alejándose de la casa de Jorge. Adentro, el aire estaba cargado de perfume femenino, sudor y algo más eléctrico que hacía que el ambiente se sintiera sofocante.
—Ay… Valen… —murmuró Helena, bajito—. ¿Y si duele…?
Valentina tragó saliva. Sus muslos brillaban a la luz intermitente del alumbrado público.
—No sé… yo… tengo miedo… —admitió—. Nunca… nunca nadie me ha tocado ahí… ni me he metido nada…
Helena bajó la voz, aunque sus mejillas estaban encendidas.
—Yo tampoco… solo me toco a veces… pero nada más… ¡Y ni siquiera sé cómo se siente un orgasmo de verdad…!
Valentina giró la cabeza hacia Caleb, con los ojos grandes, suplicantes.
—Caleb… ¿nos va a doler mucho…?
Caleb soltó una risa baja, profunda. Les echó una mirada rápida mientras mantenía la vista en la carretera.
—No, preciosas… No tiene por qué doler. Y si doliera, sería solo un poquito… pero después… —hizo una pausa, bajando la voz hasta convertirla en un ronroneo sensual— después va a ser tan rico que no van a querer parar.
Las dos chicas se quedaron calladas, tragando saliva.
—¿Y… qué se siente? —preguntó Helena, con la voz temblorosa.
Caleb giró lentamente la mano que estaba sobre la palanca de cambios y la posó sobre la rodilla desnuda de Valentina. Ella soltó un suspiro agudo, encogiéndose apenas.
—Se siente… como si tu cuerpo ardiera por dentro. Como si algo explotara desde tu vientre… y te recorriera toda. Como si cada centímetro de tu piel necesitara que la toquen. Como si te fueras a morir… pero en el mejor sentido.
Valentina cerró los ojos, apretando las piernas, mientras Helena soltaba un leve gemido.
—Ay… yo, yo quiero… —murmuró Valentina.
Caleb empezó a deslizar sus dedos por el muslo de Valentina, lento, subiendo apenas un centímetro más con cada caricia. Su piel estaba caliente, erizada. Ella respiraba rápido, intentando mantener las piernas cerradas, pero no podía. Cada roce la hacía temblar.
—Te lo prometo, Valentina… vas a querer sentirlo… una y otra vez.
En el siguiente semáforo rojo, Caleb pisó el freno suavemente. El carro se detuvo, vibrando bajo el ronroneo del motor. Giró el torso hacia atrás, clavando la mirada en Helena.
—Vení para acá, Helena… —ordenó, con la voz grave.
Helena se inclinó sobre el asiento delantero, dejando que su vestido negro se subiera aún más sobre sus muslos. Caleb le tomó el rostro con firmeza y le plantó un beso profundo, húmedo. Helena soltó un gemido y se le aferró a la camisa, mientras su lengua se entrelazaba con la de Caleb.
Mientras la besaba, su otra mano siguió subiendo por el muslo de Valentina, hasta llegar al borde de su calzón. Valentina soltó un gritito ahogado.
—¡Ay… Caleb…!
Caleb rompió el beso con Helena, dejando un hilo de saliva entre sus bocas, y giró la cabeza hacia Valentina.
—¿Quieres que pare, Valentina?
Ella se quedó muda, las mejillas encendidas. Negó con la cabeza, aunque su cuerpo temblaba.
—No… no pares…
Caleb sonrió. Empujó suavemente la tela húmeda de su calzón hacia un lado, apenas rozando la piel suave de sus labios íntimos. Valentina se encogió toda, sus muslos temblando.
—Ay… Foook… —susurró ella, con los ojos cerrados.
Helena observaba desde atrás, su respiración agitada. Se llevó la mano al pecho, frotándose suavemente sobre el vestido, sus pezones duros marcándose bajo la tela.
Cuando la luz del semáforo cambió a verde, Caleb dejó de tocar a Valentina… por ahora. Avanzó con el carro, y Helena soltó un quejido suave.
—Quiero… quiero que me beses otra vez… —le rogó ella.
En el siguiente semáforo rojo, Caleb frenó de nuevo. Giró otra vez hacia Helena, y esta vez la besó aún más salvaje. Sus lenguas chocaban en un ritmo desordenado, húmedo, mientras Caleb le subía el vestido, metiendo su mano por la parte interna del muslo. Helena gimió tan fuerte que Valentina se tapó la boca, excitada y nerviosa al mismo tiempo.
—Ay… Caleb… ¡me estoy mojando toda…! —confesó Helena, apartándose apenas para hablar, con los labios rojos y brillantes de saliva.
Caleb soltó una risita oscura.
—Eso está perfecto… quiero que llegués a Flamingo ya mojada.
Mientras tanto, Valentina no podía apartar la mirada. Su respiración era un jadeo constante. Caleb le sostuvo la mirada, y con la mano libre volvió a buscar su entrepierna. Esta vez, deslizó un dedo apenas entre sus pliegues, encontrándola completamente empapada.
—¡Ay… ay… Caleb…! —gritó ella bajito, cubriéndose el rostro con las manos.
—Shhh… tranquila… así es como se empieza a sentir… —dijo él, con tono grave.
Arrancó de nuevo el carro mientras las luces de neón de la autopista iluminaban sus rostros. Helena le besaba el cuello desde atrás, mientras Valentina tenía las piernas completamente abiertas, respirando como si hubiera corrido una maratón.
Caleb sonrió, sintiendo cómo su erección palpitaba dolorosamente contra la cremallera de sus jeans.
—Esta noche… van a conocer el placer verdadero. Y apenas estamos comenzando…
Y mientras las luces rojas y amarillas pasaban veloces por las ventanillas, las gemelas entendieron que Flamingo iba a ser mucho más que solo un motel… iba a ser su despertar absoluto.
Capítulo 4 – Desnudezas y Revelaciones
Caleb frenó el carro en la entrada de Flamingo. La luz rosada del enorme rótulo iluminaba los rostros sonrojados de Valentina y Helena, quienes seguían respirando agitadas. Valentina tenía el vestido arrugado, la tela húmeda pegada a su entrepierna, y sus muslos relucían de puro deseo. Helena, desde el asiento trasero, estaba inclinada hacia adelante, el escote bajísimo mostrando el temblor de sus pechos.
Caleb bajó la ventana del auto y pidió una habitación por el intercomunicador, la voz todavía ronca de tanto deseo.
—Habitación con espejos, jacuzzi y sillón… —ordenó, sin siquiera preguntarles si estaban de acuerdo.
La recepcionista, con voz divertida, replicó:
—Disfruten… se nota que la noche va a estar caliente.
Caleb subió la ventana, entraron a la cochera de la habitación y miró a las gemelas.
—Bajen… —dijo, con un tono grave, dominante.
Valentina tragó saliva. Sus piernas parecían de gelatina mientras salía del carro, con el vestido subido peligrosamente sobre los muslos. Helena salió detrás, casi tropezando, sus tacones resonando en el piso de concreto.
Apenas estuvieron de pie, Caleb las tomó de las cinturas y las atrajo a él. Les plantó un beso a cada una, húmedo, lento. Valentina soltó un gemido agudo mientras Caleb le mordía el labio inferior. Helena le respondió besándolo más agresivamente, empujando su lengua dentro de su boca, con pequeños gruñidos roncos.
—Ay… ¡no podemos esperar…! —gimió Helena, con la voz completamente rota.
—Nos van a ver… —susurró Valentina, aunque sus caderas se movían instintivamente hacia adelante.
—Que nos vean… —dijo Caleb, mientras les daba un beso triple, las tres lenguas chocando y girando, dejando hilos de saliva entre sus labios.
Caleb deslizó las manos sobre sus caderas, subiendo lentamente hasta sus pechos. Las agarró a las dos, amasando sus senos por encima de los vestidos. Valentina se estremeció entera, soltando un grito ahogado. Helena arqueó la espalda, hundiendo su pecho en sus manos.
—¡Ay… ay… Caleb…! —gimió Valentina.
Caleb empezó a caminar, llevándolas hacia la puerta de la habitación mientras el portón se cerraba. Mientras caminaban, seguía besándolas, primero a una, luego a la otra. Sus manos bajaban, subían, las manoseaba sin pudor. Valentina casi no podía caminar, sus piernas se abrían con cada paso. Helena se reía con una risita nerviosa, aunque gemía cada vez que Caleb le apretaba el culo.
—Ay… ¡nos estamos chorreando…! —confesó Helena, con los ojos brillantes.
—Perfecto… así las quiero… —gruñó Caleb.
Llegaron a la puerta. Caleb abrió y empujó la puerta. El aire acondicionado los envolvió al instante, frío y delicioso sobre sus pieles ardientes. Las luces bajas iluminaban el cuarto: espejos en paredes y techo, un jacuzzi burbujeando, una cama enorme cubierta de sábanas rojas, y un sillon de cuero negro al fondo.
Valentina se quedó sin aliento, con los ojos enormes.
—Ay… wow… —susurró.
Caleb las giró y las apoyó contra la pared apenas cerró la puerta. Comenzó a besarlas de nuevo, con hambre. Sus manos bajaron hasta sus muslos, y empezó a subir lentamente los vestidos, revelando más y más piel.
Primero a Valentina. Caleb tomó el ruedo del vestido blanco y lo levantó despacio, rozando apenas su piel con los nudillos. Valentina temblaba toda, sosteniéndose de sus hombros. El vestido pasó por sus muslos, revelando una ropa interior blanca empapada, marcada con una mancha oscura justo en el centro.
—Ay… ¡estoy toda mojada…! —susurró ella, completamente avergonzada.
—Y eso me encanta… —le susurró Caleb, inclinándose para darle una lamida lenta sobre la tela mojada, haciendo que Valentina chillara y casi se desplomara.
Helena observaba, mordiéndose los labios, jadeando.
—¡Quiero… quiero que me lo chupés a mí también…! —pidió ella, casi llorando de deseo.
Caleb sonrió oscuro. Se giró hacia Helena y comenzó a subirle el vestido negro, despacio, apenas rozándole las caderas. Helena gemía con cada centímetro que subía, hasta quedar expuesta en unas diminutas tangas negras, tan húmedas que brillaban bajo la luz tenue.
Caleb pasó la lengua sobre la tela, saboreando sus jugos, mientras Helena soltaba un grito ronco.
—¡Ay… me corro… me corro…! —gritó, aunque se obligó a aguantar.
Caleb se apartó y les habló con voz firme.
—Quiero verlas completamente desnudas. Y lo voy a hacer yo mismo.
Valentina estaba temblando de pies a cabeza. Helena asintió, con una sonrisa mezcla de miedo y deseo.
Caleb primero se giró hacia Valentina. Llevó las manos a los tirantes de su vestido blanco y los bajó lentamente por sus hombros. Cada centímetro de tela revelaba más piel: su clavícula, el inicio de sus pechos, hasta que finalmente dejó caer la tela y liberó sus senos firmes, de pezones rosados, duros como piedras. Valentina se cubrió apenas con los brazos, roja como un tomate.
—No te tapes… —ordenó Caleb. Le apartó las manos y bajó lentamente hasta quitarle el calzón. Cuando quedaron en el suelo, Valentina quedó completamente desnuda. Su sexo estaba completamente rasurado, húmedo, los pliegues rosados y temblorosos, un pequeño hilo de líquido transparente corriendo por su muslo.
Helena miraba con ojos enormes, tragando saliva.
—¡Ay… estás tan linda…! —susurró.
—Te toca a ti… —dijo Caleb.
Helena casi se le lanzó encima. Levantó los brazos para que Caleb le bajara el vestido negro. Él lo hizo lento, deslizando las yemas de los dedos sobre su piel, dejando un camino de escalofríos. Sus pechos quedaron expuestos, ligeramente más grandes que los de Valentina, de pezones más oscuros. Caleb los atrapó con ambas manos, amasándolos, girando suavemente los pezones entre sus dedos.
Helena arqueó tanto la espalda que sus pechos parecieron saltar hacia él.
—¡Ay… Caleb…!
Bajó su tanga negra, dejandola completamente desnuda. Su sexo estaba también completamente depilado, mojado y brillando, los labios abiertos apenas, mostrando lo húmeda que estaba.
Valentina se quedó mirando a su hermana, completamente fascinada.
Caleb se apartó un paso, con una sonrisa arrogante. Se llevó las manos al cinturón de sus jeans. Lo desabrochó lentamente, sabiendo perfectamente el efecto que iba a tener sobre ellas. Bajó la cremallera, dejando asomar el bulto enorme, tensando la tela de sus bóxers.
—Ahora… quiero que vean algo… que no van a olvidar nunca.
Se bajó los jeans y luego los bóxers. Su pene saltó libre, largo, grueso, venoso, completamente erecto, apuntando hacia ellas. El glande estaba enrojecido, húmedo, palpitante.
Valentina se llevó ambas manos a la boca, sus ojos enormes.
—¡Ay… wooow… es… es… tan grande…!
Helena tragó saliva, sin apartar la vista. Su mano bajó instintivamente hacia su propio sexo.
—¡Fooooooook… quiero sentirlo dentro…!
Caleb se relamió los labios, sosteniendo su pene con la mano, acariciándolo lentamente mientras las miraba a las dos, completamente desnudas, temblando, con sus jugos corriendo por sus muslos.
—Tranquilas… vamos a tomarnos nuestro tiempo. Quiero que me lo prueben primero…
Las gemelas lo miraban hipnotizadas, el deseo brillando en sus ojos, completamente entregadas.
Y en ese momento, supieron que nada volvería a ser igual.
Capítulo 5 – El Bautismo del Placer
Caleb se quedó un momento quieto, completamente desnudo, con su pene firme apuntando hacia las gemelas. Sus ojos brillaban mientras recorría sus cuerpos desnudos. Valentina y Helena estaban frente a él, con los pechos subiendo y bajando rápidamente, sus sexos brillantes de humedad, las piernas temblorosas.
Caleb dio un paso hacia ellas. Les habló con la voz profunda, cargada de autoridad.
—Esta noche… quiero que descubran lo que nunca han sentido. Voy a darles algo que nadie más les ha dado jamás.
Valentina lo miraba casi asustada, aunque sus pezones estaban tan duros que parecía que dolía. Helena, en cambio, estaba pegada a su costado, con las pupilas dilatadas, lamiéndose los labios con ansiedad.
Caleb puso una mano sobre la mejilla de Valentina y otra sobre la de Helena. Las acercó para un beso triple, sus lenguas enredándose en un remolino caliente, húmedo, que arrancó gemidos bajos a las dos. Cuando se apartó, Valentina tenía los labios rojos y húmedos, con un hilito de saliva uniendo todavía su boca con la de Caleb.
Caleb la miró directo a los ojos.
—Valentina… te toca a vos primero.
Valentina lo miró casi temblando.
—Ay… tengo miedo…
Caleb le sonrió suave.
—No tengas miedo, preciosa. Vas a amarlo. Helena… ayúdame..
Helena parpadeó, sorprendida.
—¿Ayudarte… cómo?
Caleb tomó la mano de Helena y la llevó entre las piernas de Valentina. Los dedos de Helena rozaron suavemente los pliegues húmedos de su hermana. Valentina soltó un grito suave, sus muslos temblando tanto que tuvo que sujetarse de Caleb.
—¡Ay… no… no…!
—Sí… —dijo Caleb, firme—. Quiero que la toques suave. Así. —Y guió los dedos de Helena para que empezara a acariciar el clítoris de Valentina, lento, en círculos.
Valentina dejó caer la cabeza hacia atrás, los labios entreabiertos.
—Ay… ay… no sabía que se sentía… así…
Caleb se arrodilló ante Valentina, sujetando sus caderas. Miró hacia arriba, su mirada oscura y ardiente.
—Quiero que me mires mientras te hago sentir viva…
Y sin más, Caleb se inclinó y hundió la lengua en el sexo de Valentina. Dio una lamida lenta, profunda, que hizo que Valentina soltara un chillido estrangulado. Sus caderas se sacudieron, intentando alejarse, pero Caleb la sostuvo con fuerza.
—¡Ay… ay… no… me muero…! —gimió ella, la voz quebrada.
Helena la sujetaba con una mano, mientras con la otra seguía frotándole el clítoris, cada vez más rápido. Caleb la devoraba con la lengua, empapándose la cara con sus jugos. Lamió arriba y abajo, se concentró en el clítoris, succionándolo suave y luego más fuerte.
Valentina empezó a llorar de puro placer, los ojos llenos de lágrimas.
—¡Ay… Caleb… no… me voy… me voy a venir…!
Caleb se apartó apenas.
—Mírame, Valentina. Llega para mí.
Valentina abrió los ojos, mirándolo desesperada. Y en el momento en que Caleb volvió a succionarle el clítoris, explotó.
—¡AAAAAYYYY…!
Su cuerpo entero se arqueó, un temblor violento la sacudió. Sus jugos brotaron en oleadas, empapando la boca y el mentón de Caleb. Helena se quedó mirándola, completamente impactada, mientras Valentina se desplomaba sobre la cama, jadeando, el pecho subiendo y bajando como si hubiera corrido un maratón.
Caleb se levantó, limpiándose la boca con el dorso de la mano. Valentina estaba semiconsciente, con los ojos entrecerrados, murmurando:
—Ay… no… no puedo más…
Caleb sonrió oscuro.
—Ahora te toca a ti, Helena…
Helena tragó saliva, entre excitada y aterrada.
—Ay… no sé si pueda aguantar…
Caleb la tomó de la cintura y la giró. La empujó suavemente sobre la cama, dejando a Valentina tumbada al costado, aún temblando. Helena quedó de rodillas sobre el colchón, con el culo bien levantado. Caleb se colocó detrás de ella, acariciándole las caderas.
—Pon tus manos sobre la cabeza, preciosa. Quiero ver todo…
Helena obedeció. Su espalda se arqueó, empujando sus nalgas hacia Caleb. Su sexo estaba completamente expuesto, húmedo, palpitante. Caleb bajó el rostro y le dio un lamida larga, de abajo hacia arriba, deteniéndose en su clítoris. Helena gritó tan fuerte que Valentina abrió los ojos, asustada.
—¡Ay… foooook… Caleb…!
Caleb empezó a alternar entre lamidas rápidas y profundas, hundiendo la lengua dentro de ella, mientras una mano se deslizaba hacia adelante para acariciar sus pechos. Sus dedos atraparon los pezones de Helena, retorciéndolos con firmeza.
—¡Ah… ah… no… me vengo… me vengo…! —gritó Helena, temblando violentamente.
—No todavía… —gruñó Caleb, sacando la lengua apenas para hablar—. Quiero verte explotar de verdad.
Metió dos dedos en Helena, bombeando rápido mientras seguía chupándole el clítoris. Helena empezó a sacudirse, sus muslos se abrían más y más, y el sonido húmedo de sus jugos llenaba la habitación.
Valentina miraba desde un costado, aún jadeando. Sus ojos se llenaron de lágrimas al ver a su hermana perder el control.
—Ay… Helena… ¡te estás corriendo…!
Caleb empezó a bombear más rápido, su lengua presionando con fuerza el clítoris de Helena. Ella gritó:
—¡Foooooook… me voy… me voy… me vooooooy…!
Y entonces sucedió. Un chorro intenso salió disparado de Helena, empapando la cara de Caleb, las sábanas y hasta salpicando las piernas de Valentina. El squirt siguió en oleadas, mientras Helena gritaba y sollozaba, su cuerpo convulsionando de puro placer.
Caleb no paró hasta que Helena quedó desplomada, con lágrimas corriéndole por el rostro, completamente derrumbada.
Valentina miraba a su hermana, completamente atónita, con una mezcla de susto y fascinación.
—Ay… Helena… ¡estás… estás mojando todo…!
Helena apenas pudo reír entre gemidos, murmurando:
—No… sabía… que se sentía… así…
Caleb se limpió el rostro, sus ojos brillando de deseo mientras miraba a las dos gemelas, una medio inconsciente y la otra mirando hipnotizada.
—Y esto… —dijo Caleb, con la voz grave—. Esto es solo el comienzo…
Capítulo 6 – El Primer Vuelo de Valentina
Valentina yacía sobre la cama, el pecho subiendo y bajando rápido, los pezones duros, todavía recuperándose de su primer orgasmo oral. Su piel estaba perlada de sudor, las piernas entreabiertas, el sexo húmedo y palpitante, completamente expuesto bajo las luces rojizas del cuarto.
Helena estaba en la esquina de la cama, de rodillas, completamente desnuda, sus pechos temblando mientras se acariciaba el clítoris, mirándolo todo con los ojos enormes y brillantes.
Caleb se inclinó sobre Valentina, su cuerpo atlético proyectando sombras sobre ella. Le apartó un mechón de cabello pegado a su mejilla y la besó, profundo, lento. Valentina gimió contra su boca, sus piernas intentando cerrarse por pudor, pero Caleb las sostuvo abiertas con firmeza.
—Ahora sí, mi amor… es tu momento… —susurró él, su voz ronca, grave.
Valentina lo miró, aterrada y excitada a la vez.
—Ay… Caleb… tengo miedo… ¡Es muy grande…!
Caleb le sonrió, oscuro, y se inclinó hasta su oído.
—Va a entrar… todo. Vas a sentirme llenar cada rincón de tu cuerpito. Y vas a amarlo…
Valentina soltó un gemido entrecortado, mientras Caleb deslizaba la punta de su pene sobre su sexo, apenas rozándola. Ella pegó un pequeño brinco, sus caderas moviéndose hacia adelante de manera involuntaria.
—¡Ay… ay… no…!
—Shhh… tranquila… —susurró Caleb, bajando su mano para frotarle suavemente el clítoris.
Valentina dejó caer la cabeza sobre la almohada, sus labios entreabiertos, jadeando. Caleb empezó a empujar su pene lentamente, el glande abriéndose paso entre sus labios íntimos. Valentina gritó bajito, tensando todo el cuerpo.
—¡Ay… es… muy… grande…!
Caleb la besó para ahogar sus gemidos. Empujó otro poco, avanzando un centímetro más. Valentina soltó un gritito sofocado, sus uñas clavándose en los hombros de Caleb.
—Oh si… estás tan apretada… —gruñó Caleb, con el rostro contra su cuello.
—¡Ay… ay… no…!
Caleb se detuvo. La miró, sus ojos ardientes.
—¿Quieres que pare?
Valentina lo miró con lágrimas en los ojos, el pecho vibrándole. Negó lentamente.
—No… no pares… ¡quiero… quiero sentirte… todo…!
Caleb sonrió, oscuro, y comenzó a empujar más profundo. Sentía cómo su virginidad cedía, un anillo apretadísimo dándole paso. Valentina lanzó un gemido desgarrador cuando él rompió finalmente su barrera.
—¡AYYY… Caleb…!
Helena, desde la esquina, soltó un grito suave, llevándose la mano a la boca, mientras se frotaba cada vez más rápido.
—Ay… Valen… ¡estás… estás perdiendo tu virginidad…!
Valentina gimoteaba, con las lágrimas corriéndole por las sienes, pero sus caderas no dejaban de moverse contra Caleb. Su cuerpo entero temblaba. Caleb le acarició el rostro con ternura mientras la penetraba lento, dándole tiempo a adaptarse.
—Relájate, preciosa… Eres perfecta… y estás tan, tan rica…
Valentina dejó escapar un sollozo de puro placer cuando Caleb comenzó a bombearla, suave, largo, su pene entrando y saliendo lentamente, mojado de sus jugos. Cada embestida hacía que Valentina soltara un gritito suave, sus caderas empezaron a moverse solas.
—¡Ay… ay… Caleb… me siento… tan… llena…!
Caleb bajó su rostro y atrapó uno de sus pezones con la boca, chupándolo con fuerza. Valentina gritó más alto, arqueando la espalda.
—¡Ay… Dios… me… me voy… a correr…!
Caleb se detuvo en seco, con el pene enterrado hasta el fondo. Valentina se retorció, desesperada.
—¡No… no… no pares…!
—Todavía no. Quiero que sostengas ese orgasmo. Quiero que te explotes solo cuando yo diga.
—¡No… Caleb… no puedo…!
Caleb empezó a embestirla otra vez, lento, profundo, rozándole cada punto sensible. Valentina lloraba y reía al mismo tiempo, completamente fuera de sí.
—¡Ay… ay… me estoy… me estoy volviendo loca…!
Desde la esquina, Helena se acariciaba furiosa, con el rostro rojo, los pechos brincando mientras se frotaba.
—¡Ay… Valen… está tan rico… Caleb, quiero… quiero que me lo hagas así…!
Caleb sonrió. Aumentó el ritmo, embistiéndola más rápido, el sonido húmedo llenando la habitación. Cada golpe hacía rebotar los pechos de Valentina, mientras sus gemidos se hacían más agudos.
—¡Ay… ay… Caleb… por favor… déjame… déjame correrme…!
—No todavía… —gruñó Caleb—. Quiero que me ruegues…
Valentina chilló, temblando, su clítoris pulsando violentamente.
—¡Por favor… me voy… me voy… déjame… déjame correrme…!
Caleb bajó una mano y empezó a frotarle el clítoris en círculos rápidos mientras seguía cogiendola. Valentina gritó, arqueando todo el cuerpo, mientras un chorro caliente salió disparado de ella, empapando el vientre de Caleb, las sábanas, incluso salpicando las piernas de Helena que estaba demasiado cerca.
—¡AAAAAHHH…!
Valentina convulsionó, sus paredes estrujando la verga de Caleb con una fuerza casi dolorosa. Su squirt no paraba, saliendo en oleadas, mientras ella chillaba como si se deshiciera por dentro.
—¡Fooooook… Valentina…! —gruñó Caleb, sintiendo cómo su propio orgasmo se acercaba.
Caleb bombeó más rápido, cada embestida mojándolo más. Valentina gritaba sin parar, sus muslos temblando. Finalmente, Caleb se hundió hasta el fondo y se vino con un rugido profundo, descargando chorros calientes dentro de Valentina, llenándola por completo.
—¡Oooooooooo fooook… me estoy viniendo…! —gimió Caleb, mientras sus caderas temblaban.
Valentina apenas podía moverse. Sus piernas se quedaron rígidas, los músculos tensos, su rostro enterrado en el cuello de Caleb, llorando de puro éxtasis.
—¡Ay… Caleb… me llenaste… toda…!
Helena se había detenido a mirar, completamente hipnotizada, con lágrimas en los ojos, mientras su mano seguía frotándola entre las piernas.
—¡Quiero… quiero que me hagas eso a mí…! —gimió, con la voz temblorosa.
Caleb salió lentamente de Valentina, su pene todavía duro, brillante de sus jugos mezclados. Miró a Helena con una sonrisa peligrosa.
—Eres la próxima, preciosa…
Valentina se quedó tumbada, jadeando, los ojos entrecerrados, mientras su sexo seguía temblando, los fluidos escurriendo entre sus muslos.
Y en la penumbra cálida del cuarto, se supo que aquella noche… estaba lejos de terminar.
Parte 2:
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Caleb estaba parado frente al espejo de su cuarto, en calzoncillos, revisándose de arriba abajo. Tenía 24 años, 1,83 de altura, hombros anchos y abdomen firme marcado en líneas definidas. Su piel era ligeramente bronceada, con apenas vello en el pecho, y unos ojos verdes penetrantes, profundos y chispeantes. Su sonrisa, blanca y perfecta, era magnética.
Tenía el pene semi-duro, algo que le pasaba seguido cuando pensaba en la posibilidad de que alguna chica nueva apareciera en la fiesta. La acomodó con la palma de la mano antes de vestirse. Eligió unos jeans oscuros, una camisa negra ajustada que marcaba sus pectorales y bíceps, y se roció un poco de perfume caro sobre el cuello y las muñecas.
—Esta noche… algo bueno tiene que pasar… —se dijo, sonriendo frente al espejo.
Jorge, su mejor amigo, cumplía años y había organizado una fiesta grande en su casa, con amigos, música, luces de colores y bastantes botellas. Caleb estaba seguro de que habría chicas nuevas, y su pulso latía más rápido solo de pensarlo.
Cuando llegó a la casa, la fiesta ya entraba en calor. La música electrónica vibraba en las paredes, y un grupo de chicas bailaba cerca de la piscina, bajo luces moradas y azules. El olor a licor y perfume llenaba el aire.
—¡Caleb, bro! —gritó Jorge, acercándose y dándole un fuerte abrazo.
—¡Feliz cumple, perro! —contestó Caleb, chocando los vasos.
Jorge le dio una palmada en la espalda y se inclinó para hablarle al oído.
—Bro… hay dos gemelas que no conoces. Están buenísimas… ¡y son nuevas en el grupo!
—¿Gemelas? —preguntó Caleb, arqueando una ceja con picardía.
Jorge asintió, con una sonrisa traviesa.
—Las dos están solteras, y creo que no han tenido mucha “experiencia”, si me entiendes. Una se llama Valentina… la otra Helena.
Caleb sintió una descarga eléctrica recorrerle la espalda. Se giró y entonces la vio.
Entre la multitud, bailando con timidez, estaba Valentina. Era absolutamente hermosa. Una diosa de apenas 18 años. Tenía el cabello rubio, largo, lacio, que caía en cascada sobre su espalda. Su rostro era delicado, con labios gruesos y naturales, ligeramente rosados. Sus ojos eran grandes, de un marrón profundo, llenos de luz y cierta inocencia mezclada con algo de curiosidad intensa.
Valentina llevaba un vestidito blanco, corto, de tirantes finos. Cada vez que se movía, el vestido subía apenas, revelando muslos firmes y suaves. Sus pechos eran medianos pero perfectos, bien redondeados, marcando levemente el contorno de sus pezones bajo la tela fina. Parecía un ángel… pero sus ojos brillaban con una chispa oculta.
Caleb no podía apartar la vista. Su pene se endureció en un segundo dentro de sus jeans. Jorge lo notó y soltó una carcajada.
—Te dije… ¿o no? ¡Son fuego!
Mientras Caleb la observaba, Valentina giró, atrapando su mirada. Bajó los ojos, sonrojada, pero se quedó mirando, mordiéndose el labio inferior.
Caleb se acercó lentamente, deslizándose entre la gente hasta quedar a menos de un metro. Valentina lo miró con los ojos muy abiertos, tragando saliva.
—Hola… —dijo Caleb, con su voz grave y segura.
—H-hola… —respondió ella, con voz temblorosa.
Estaba tan nerviosa que jugaba con el borde de su vestido, bajándolo para taparse los muslos, aunque luego volvía a subirlo sin darse cuenta. Caleb le sonrió, inclinándose apenas hacia ella, lo suficiente para que sintiera su perfume masculino.
—¿Valentina, verdad?
—Sí… —dijo, bajando la mirada.
Caleb la tomó suavemente de la barbilla y le levantó el rostro.
—Eres preciosa. Nunca te había visto por acá.
Valentina soltó un suspiro tembloroso. Sus pezones se marcaron un poco más bajo el vestido. Caleb lo notó, y sintió un latido violento en su entrepierna.
—Es que… no suelo salir mucho… —dijo ella, bajando otra vez los ojos— Nunca… nunca he estado con un chico…
Caleb arqueó una ceja.
—¿Nunca… nunca?
Valentina negó con la cabeza, sus mejillas rojas.
—Ni siquiera he… besado a nadie…
Caleb sonrió con malicia.
—Eso hay que arreglarlo.
Ella abrió mucho los ojos, sus labios entreabiertos, como si quisiera decir algo, pero no se atreviera. Caleb le rozó apenas la cintura con la punta de sus dedos. Ella soltó un pequeño gemido ahogado, apenas audible, mientras se estremecía.
—Ay… no me toques así… —susurró, aunque no se apartó.
—¿Por qué? —preguntó Caleb, con tono seductor—. ¿Te gusta… o te asusta?
Valentina tragó saliva, sus pezones completamente duros marcándose contra la tela.
—Las dos cosas… —admitió.
Caleb bajó la mirada hacia sus pechos, sin ningún pudor. Luego la volvió a mirar directo a los ojos.
—Quiero que vengas conmigo esta noche, Valentina. Quiero enseñarte muchas cosas… cosas que vas a adorar.
Valentina soltó un jadeo leve. Su respiración era rápida.
—¿A dónde…?
—A un lugar donde podamos estar solos… y donde nadie nos interrumpa.
Valentina se retorció un poco, apretando sus muslos juntos. Iba a responder, cuando, de pronto, otra voz idéntica a la suya, que había estado escuchando, dijo:
—¿Y yo… puedo ir también?
Caleb giró y vio a Helena. Era el mismo rostro perfecto, el mismo cuerpo, pero con una diferencia crucial: Helena llevaba un vestido negro aún más corto, ajustado, dejando al descubierto más escote. Sus ojos tenían un brillo descarado, y su sonrisa era más traviesa.
—¿Helena…? —preguntó Caleb.
—Sí… —respondió ella, inclinándose para hablarle al oído—. Yo tampoco he probado a ningún chico… y me muero de ganas.
Caleb sintió como si una bomba de deseo explotara en su pecho. Sus pantalones parecían a punto de reventar. Miró a las dos gemelas, de pie frente a él, idénticas, preciosas, inocentes… y completamente curiosas y excitadas.
—Bueno… —dijo Caleb, con una sonrisa pícara—. Quizá esta noche… aprendan juntas.
Las dos chicas se miraron entre sí, y sus mejillas se encendieron al mismo tiempo. Valentina se mordió el labio, mientras Helena le tomaba la mano con una risita.
Y en ese momento, Caleb supo que la noche iba a ser… legendaria.
Capítulo 2 – El Arte del Primer Beso
La música seguía vibrando dentro de la casa de Jorge, pero para Caleb y las gemelas, el mundo entero parecía haberse reducido solo a ellos tres.
Caleb se inclinó entre Valentina y Helena, hablándoles muy bajo para que nadie más los escuchara.
—Vamos a irnos despacito, ¿sí? Sin que nadie note nada…
Valentina se estremeció. Miró a Helena, y ambas asintieron. Sus manos se entrelazaron instintivamente, como buscando apoyo mutuo. Caleb les sonrió, y comenzó a guiarlas entre la multitud, rozando suavemente la espalda baja de Valentina con su mano. Helena le imitó y se pegó aún más a su brazo.
Salieron al jardín, y el aire nocturno estaba fresco, impregnado del aroma a césped mojado y perfume caro. Caminaron hasta llegar al portón lateral, y lo cruzaron a la calle casi en silencio. Caleb las llevó directo hacia su auto negro mate, un auto elegante que parecía rugir solo con encenderlo.
Valentina iba con la respiración entrecortada, sus mejillas completamente rojas. Helena, en cambio, sonreía, aunque su mirada delataba un nerviosismo profundo.
Caleb las detuvo frente al carro, bajo la luz amarillenta de un mercurio de la calle. Las miró a las dos, su sonrisa oscura, magnética.
—Quiero algo antes de que subamos… —dijo, con la voz grave.
—¿Qué cosa…? —preguntó Valentina, con un leve temblor en la voz.
Caleb se acercó a Valentina primero, tan cerca que sus labios quedaron a milímetros. Ella tragó saliva, sus pechos subiendo y bajando rápidamente bajo el vestidito blanco.
—Tu primer beso… —susurró él.
Valentina abrió mucho los ojos, y luego se rindió, cerrándolos con suavidad. Caleb le tomó el rostro entre sus manos, inclinándolo hacia él. Rozó sus labios apenas, con un toque suave, como si probara su sabor. Valentina soltó un pequeño gemido, apenas audible, y sus labios se entreabrieron instintivamente.
Entonces Caleb se lo dio. La besó con suavidad al principio, luego con más presión, sus labios atrapando los de ella, moviéndose lento pero firme. Deslizó la punta de su lengua contra el borde de sus labios, y Valentina se estremeció como si le pasara electricidad por el cuerpo.
—Mmm… —gimió ella, sin darse cuenta.
Caleb aprovechó para profundizar el beso. Su lengua entró en la boca de Valentina, explorándola, enseñándole el ritmo. Ella respondió con torpeza al principio, pero pronto empezó a seguirlo, intentando imitar sus movimientos, mientras se apoyaba con ambas manos en su pecho, como para no desmayarse.
Cuando Caleb se apartó, Valentina quedó con los labios hinchados y húmedos, respirando entrecortado. Sus pupilas estaban dilatadas, y un leve temblor sacudía sus muslos.
—Ay… me… me siento rara… —susurró, llevando una mano a su pecho.
—¿Te gustó? —preguntó Caleb, con media sonrisa.
Valentina asintió, mordiéndose el labio inferior.
—Sí… muchísimo…
Caleb se giró hacia Helena. Ella lo miraba expectante, conteniendo la respiración. Sus pezones se marcaban descaradamente bajo el vestido negro.
—¿Y vos, Helena… querés el tuyo? —preguntó Caleb.
Helena no dudó. Se lanzó hacia él, tomándolo del cuello y presionando sus labios contra los suyos. Caleb sonrió contra su boca antes de besarla, profundo y posesivo. Helena respondió enseguida, abriendo la boca para dejarlo entrar. Su lengua se encontró con la de Caleb, y él empezó a jugar con ella, lamiéndola, empujándola, enseñándole cómo moverse.
Helena gimió fuerte, su cuerpo pegándose más al de Caleb. Pasó sus manos por su pecho, bajando lentamente hasta su abdomen firme. Caleb la agarró de la cintura y la apretó más contra él, dejando que sintiera su erección dura rozándole el vientre.
Cuando se separaron, Helena estaba jadeando.
—¡Wow…! —dijo, con voz ronca—. No sabía que besar se sentía así…
Valentina los miraba, completamente hipnotizada, respirando con dificultad.
—Quiero… quiero probar eso también… —dijo Valentina, su voz temblorosa.
Caleb las miró a ambas, su mirada oscura y ardiente.
—Vengan las dos… —les ordenó.
Tomó a Valentina de un lado y a Helena del otro. Las atrajo hacia él, sus rostros apenas separados. Las miró alternadamente, con deseo ardiente.
—Quiero que prueben cómo se siente un beso… entre los tres.
Las dos asintieron, casi sin aire, completamente enloquecidas por la curiosidad y el deseo. Caleb se inclinó y primero besó a Valentina, breve y húmedo. Luego se giró y besó a Helena. Ambas lo miraron con los ojos brillantes, respirando agitadas.
—Ahora… besémonos los tres… —dijo Caleb.
Se inclinó al centro y atrapó los labios de Valentina, mientras Helena se acercó y empezó a besar a Caleb del otro lado. Pronto, las tres lenguas se encontraron en un juego húmedo y electrizante. Era torpe, desordenado, pero puro fuego. Las gemelas se rozaban las bocas, tímidas al principio, hasta que Helena se atrevió a lamer el labio inferior de Valentina. Esta soltó un jadeo agudo, temblando toda.
—¡Ay… Helena…! —murmuró Valentina, con la voz rota.
Caleb las sujetó más fuerte, sintiendo los cuerpos suaves de ambas apretándose contra él. Sus lenguas se alternaban entre Valentina y Helena, mientras ellas se rozaban los labios tímidamente, lamiéndose apenas. El beso triple se volvió un torbellino de saliva, calor y pequeños gemidos.
—¡Mmm…! —gimió Helena, frotándose contra el costado de Caleb.
Valentina empezó a respirar más rápido, y sin darse cuenta, llevó una mano entre sus propias piernas, frotándose sobre la tela húmeda de sus bragas bajo el vestido blanco.
—Ay… ay… me siento… ¡mojada…! —susurró, completamente roja.
Helena abrió los ojos, sorprendida, pero no apartó la boca de la de Caleb.
—Yo también… —admitió, con voz temblorosa.
Caleb se apartó apenas, relamiéndose los labios, mirándolas a las dos con deseo salvaje.
—Suban al carro… vamos a Flamingo. Esta noche… van a saber lo que es el verdadero placer.
Las dos lo miraron con una mezcla de pánico y deseo, sus pechos subiendo y bajando rápidamente. Sin decir una palabra, obedecieron, subiéndose al carro, mientras Caleb cerraba la puerta tras ellas, con el pene palpitando dentro de sus jeans.
Y mientras arrancaba el motor, supo que el beso triple… apenas había sido el principio.
Capítulo 3 – El Viaje al Paraíso
Caleb encendió el motor. El rugido grave del carro retumbó en la madrugada, haciendo vibrar hasta el asiento. Las luces del tablero iluminaban sus rasgos masculinos, el perfil fuerte de su mandíbula, y la leve sonrisa peligrosa que curvaba sus labios.
Valentina estaba en el asiento del copiloto, con el vestidito blanco subido apenas sobre sus muslos, respirando rápido, mordiéndose el labio inferior. Helena iba atrás, inclinada hacia adelante, su vestido negro marcándole las curvas mientras apoyaba los codos sobre el respaldo de Valentina.
La noche se deslizaba a su alrededor mientras el carro tomaba velocidad, alejándose de la casa de Jorge. Adentro, el aire estaba cargado de perfume femenino, sudor y algo más eléctrico que hacía que el ambiente se sintiera sofocante.
—Ay… Valen… —murmuró Helena, bajito—. ¿Y si duele…?
Valentina tragó saliva. Sus muslos brillaban a la luz intermitente del alumbrado público.
—No sé… yo… tengo miedo… —admitió—. Nunca… nunca nadie me ha tocado ahí… ni me he metido nada…
Helena bajó la voz, aunque sus mejillas estaban encendidas.
—Yo tampoco… solo me toco a veces… pero nada más… ¡Y ni siquiera sé cómo se siente un orgasmo de verdad…!
Valentina giró la cabeza hacia Caleb, con los ojos grandes, suplicantes.
—Caleb… ¿nos va a doler mucho…?
Caleb soltó una risa baja, profunda. Les echó una mirada rápida mientras mantenía la vista en la carretera.
—No, preciosas… No tiene por qué doler. Y si doliera, sería solo un poquito… pero después… —hizo una pausa, bajando la voz hasta convertirla en un ronroneo sensual— después va a ser tan rico que no van a querer parar.
Las dos chicas se quedaron calladas, tragando saliva.
—¿Y… qué se siente? —preguntó Helena, con la voz temblorosa.
Caleb giró lentamente la mano que estaba sobre la palanca de cambios y la posó sobre la rodilla desnuda de Valentina. Ella soltó un suspiro agudo, encogiéndose apenas.
—Se siente… como si tu cuerpo ardiera por dentro. Como si algo explotara desde tu vientre… y te recorriera toda. Como si cada centímetro de tu piel necesitara que la toquen. Como si te fueras a morir… pero en el mejor sentido.
Valentina cerró los ojos, apretando las piernas, mientras Helena soltaba un leve gemido.
—Ay… yo, yo quiero… —murmuró Valentina.
Caleb empezó a deslizar sus dedos por el muslo de Valentina, lento, subiendo apenas un centímetro más con cada caricia. Su piel estaba caliente, erizada. Ella respiraba rápido, intentando mantener las piernas cerradas, pero no podía. Cada roce la hacía temblar.
—Te lo prometo, Valentina… vas a querer sentirlo… una y otra vez.
En el siguiente semáforo rojo, Caleb pisó el freno suavemente. El carro se detuvo, vibrando bajo el ronroneo del motor. Giró el torso hacia atrás, clavando la mirada en Helena.
—Vení para acá, Helena… —ordenó, con la voz grave.
Helena se inclinó sobre el asiento delantero, dejando que su vestido negro se subiera aún más sobre sus muslos. Caleb le tomó el rostro con firmeza y le plantó un beso profundo, húmedo. Helena soltó un gemido y se le aferró a la camisa, mientras su lengua se entrelazaba con la de Caleb.
Mientras la besaba, su otra mano siguió subiendo por el muslo de Valentina, hasta llegar al borde de su calzón. Valentina soltó un gritito ahogado.
—¡Ay… Caleb…!
Caleb rompió el beso con Helena, dejando un hilo de saliva entre sus bocas, y giró la cabeza hacia Valentina.
—¿Quieres que pare, Valentina?
Ella se quedó muda, las mejillas encendidas. Negó con la cabeza, aunque su cuerpo temblaba.
—No… no pares…
Caleb sonrió. Empujó suavemente la tela húmeda de su calzón hacia un lado, apenas rozando la piel suave de sus labios íntimos. Valentina se encogió toda, sus muslos temblando.
—Ay… Foook… —susurró ella, con los ojos cerrados.
Helena observaba desde atrás, su respiración agitada. Se llevó la mano al pecho, frotándose suavemente sobre el vestido, sus pezones duros marcándose bajo la tela.
Cuando la luz del semáforo cambió a verde, Caleb dejó de tocar a Valentina… por ahora. Avanzó con el carro, y Helena soltó un quejido suave.
—Quiero… quiero que me beses otra vez… —le rogó ella.
En el siguiente semáforo rojo, Caleb frenó de nuevo. Giró otra vez hacia Helena, y esta vez la besó aún más salvaje. Sus lenguas chocaban en un ritmo desordenado, húmedo, mientras Caleb le subía el vestido, metiendo su mano por la parte interna del muslo. Helena gimió tan fuerte que Valentina se tapó la boca, excitada y nerviosa al mismo tiempo.
—Ay… Caleb… ¡me estoy mojando toda…! —confesó Helena, apartándose apenas para hablar, con los labios rojos y brillantes de saliva.
Caleb soltó una risita oscura.
—Eso está perfecto… quiero que llegués a Flamingo ya mojada.
Mientras tanto, Valentina no podía apartar la mirada. Su respiración era un jadeo constante. Caleb le sostuvo la mirada, y con la mano libre volvió a buscar su entrepierna. Esta vez, deslizó un dedo apenas entre sus pliegues, encontrándola completamente empapada.
—¡Ay… ay… Caleb…! —gritó ella bajito, cubriéndose el rostro con las manos.
—Shhh… tranquila… así es como se empieza a sentir… —dijo él, con tono grave.
Arrancó de nuevo el carro mientras las luces de neón de la autopista iluminaban sus rostros. Helena le besaba el cuello desde atrás, mientras Valentina tenía las piernas completamente abiertas, respirando como si hubiera corrido una maratón.
Caleb sonrió, sintiendo cómo su erección palpitaba dolorosamente contra la cremallera de sus jeans.
—Esta noche… van a conocer el placer verdadero. Y apenas estamos comenzando…
Y mientras las luces rojas y amarillas pasaban veloces por las ventanillas, las gemelas entendieron que Flamingo iba a ser mucho más que solo un motel… iba a ser su despertar absoluto.
Capítulo 4 – Desnudezas y Revelaciones
Caleb frenó el carro en la entrada de Flamingo. La luz rosada del enorme rótulo iluminaba los rostros sonrojados de Valentina y Helena, quienes seguían respirando agitadas. Valentina tenía el vestido arrugado, la tela húmeda pegada a su entrepierna, y sus muslos relucían de puro deseo. Helena, desde el asiento trasero, estaba inclinada hacia adelante, el escote bajísimo mostrando el temblor de sus pechos.
Caleb bajó la ventana del auto y pidió una habitación por el intercomunicador, la voz todavía ronca de tanto deseo.
—Habitación con espejos, jacuzzi y sillón… —ordenó, sin siquiera preguntarles si estaban de acuerdo.
La recepcionista, con voz divertida, replicó:
—Disfruten… se nota que la noche va a estar caliente.
Caleb subió la ventana, entraron a la cochera de la habitación y miró a las gemelas.
—Bajen… —dijo, con un tono grave, dominante.
Valentina tragó saliva. Sus piernas parecían de gelatina mientras salía del carro, con el vestido subido peligrosamente sobre los muslos. Helena salió detrás, casi tropezando, sus tacones resonando en el piso de concreto.
Apenas estuvieron de pie, Caleb las tomó de las cinturas y las atrajo a él. Les plantó un beso a cada una, húmedo, lento. Valentina soltó un gemido agudo mientras Caleb le mordía el labio inferior. Helena le respondió besándolo más agresivamente, empujando su lengua dentro de su boca, con pequeños gruñidos roncos.
—Ay… ¡no podemos esperar…! —gimió Helena, con la voz completamente rota.
—Nos van a ver… —susurró Valentina, aunque sus caderas se movían instintivamente hacia adelante.
—Que nos vean… —dijo Caleb, mientras les daba un beso triple, las tres lenguas chocando y girando, dejando hilos de saliva entre sus labios.
Caleb deslizó las manos sobre sus caderas, subiendo lentamente hasta sus pechos. Las agarró a las dos, amasando sus senos por encima de los vestidos. Valentina se estremeció entera, soltando un grito ahogado. Helena arqueó la espalda, hundiendo su pecho en sus manos.
—¡Ay… ay… Caleb…! —gimió Valentina.
Caleb empezó a caminar, llevándolas hacia la puerta de la habitación mientras el portón se cerraba. Mientras caminaban, seguía besándolas, primero a una, luego a la otra. Sus manos bajaban, subían, las manoseaba sin pudor. Valentina casi no podía caminar, sus piernas se abrían con cada paso. Helena se reía con una risita nerviosa, aunque gemía cada vez que Caleb le apretaba el culo.
—Ay… ¡nos estamos chorreando…! —confesó Helena, con los ojos brillantes.
—Perfecto… así las quiero… —gruñó Caleb.
Llegaron a la puerta. Caleb abrió y empujó la puerta. El aire acondicionado los envolvió al instante, frío y delicioso sobre sus pieles ardientes. Las luces bajas iluminaban el cuarto: espejos en paredes y techo, un jacuzzi burbujeando, una cama enorme cubierta de sábanas rojas, y un sillon de cuero negro al fondo.
Valentina se quedó sin aliento, con los ojos enormes.
—Ay… wow… —susurró.
Caleb las giró y las apoyó contra la pared apenas cerró la puerta. Comenzó a besarlas de nuevo, con hambre. Sus manos bajaron hasta sus muslos, y empezó a subir lentamente los vestidos, revelando más y más piel.
Primero a Valentina. Caleb tomó el ruedo del vestido blanco y lo levantó despacio, rozando apenas su piel con los nudillos. Valentina temblaba toda, sosteniéndose de sus hombros. El vestido pasó por sus muslos, revelando una ropa interior blanca empapada, marcada con una mancha oscura justo en el centro.
—Ay… ¡estoy toda mojada…! —susurró ella, completamente avergonzada.
—Y eso me encanta… —le susurró Caleb, inclinándose para darle una lamida lenta sobre la tela mojada, haciendo que Valentina chillara y casi se desplomara.
Helena observaba, mordiéndose los labios, jadeando.
—¡Quiero… quiero que me lo chupés a mí también…! —pidió ella, casi llorando de deseo.
Caleb sonrió oscuro. Se giró hacia Helena y comenzó a subirle el vestido negro, despacio, apenas rozándole las caderas. Helena gemía con cada centímetro que subía, hasta quedar expuesta en unas diminutas tangas negras, tan húmedas que brillaban bajo la luz tenue.
Caleb pasó la lengua sobre la tela, saboreando sus jugos, mientras Helena soltaba un grito ronco.
—¡Ay… me corro… me corro…! —gritó, aunque se obligó a aguantar.
Caleb se apartó y les habló con voz firme.
—Quiero verlas completamente desnudas. Y lo voy a hacer yo mismo.
Valentina estaba temblando de pies a cabeza. Helena asintió, con una sonrisa mezcla de miedo y deseo.
Caleb primero se giró hacia Valentina. Llevó las manos a los tirantes de su vestido blanco y los bajó lentamente por sus hombros. Cada centímetro de tela revelaba más piel: su clavícula, el inicio de sus pechos, hasta que finalmente dejó caer la tela y liberó sus senos firmes, de pezones rosados, duros como piedras. Valentina se cubrió apenas con los brazos, roja como un tomate.
—No te tapes… —ordenó Caleb. Le apartó las manos y bajó lentamente hasta quitarle el calzón. Cuando quedaron en el suelo, Valentina quedó completamente desnuda. Su sexo estaba completamente rasurado, húmedo, los pliegues rosados y temblorosos, un pequeño hilo de líquido transparente corriendo por su muslo.
Helena miraba con ojos enormes, tragando saliva.
—¡Ay… estás tan linda…! —susurró.
—Te toca a ti… —dijo Caleb.
Helena casi se le lanzó encima. Levantó los brazos para que Caleb le bajara el vestido negro. Él lo hizo lento, deslizando las yemas de los dedos sobre su piel, dejando un camino de escalofríos. Sus pechos quedaron expuestos, ligeramente más grandes que los de Valentina, de pezones más oscuros. Caleb los atrapó con ambas manos, amasándolos, girando suavemente los pezones entre sus dedos.
Helena arqueó tanto la espalda que sus pechos parecieron saltar hacia él.
—¡Ay… Caleb…!
Bajó su tanga negra, dejandola completamente desnuda. Su sexo estaba también completamente depilado, mojado y brillando, los labios abiertos apenas, mostrando lo húmeda que estaba.
Valentina se quedó mirando a su hermana, completamente fascinada.
Caleb se apartó un paso, con una sonrisa arrogante. Se llevó las manos al cinturón de sus jeans. Lo desabrochó lentamente, sabiendo perfectamente el efecto que iba a tener sobre ellas. Bajó la cremallera, dejando asomar el bulto enorme, tensando la tela de sus bóxers.
—Ahora… quiero que vean algo… que no van a olvidar nunca.
Se bajó los jeans y luego los bóxers. Su pene saltó libre, largo, grueso, venoso, completamente erecto, apuntando hacia ellas. El glande estaba enrojecido, húmedo, palpitante.
Valentina se llevó ambas manos a la boca, sus ojos enormes.
—¡Ay… wooow… es… es… tan grande…!
Helena tragó saliva, sin apartar la vista. Su mano bajó instintivamente hacia su propio sexo.
—¡Fooooooook… quiero sentirlo dentro…!
Caleb se relamió los labios, sosteniendo su pene con la mano, acariciándolo lentamente mientras las miraba a las dos, completamente desnudas, temblando, con sus jugos corriendo por sus muslos.
—Tranquilas… vamos a tomarnos nuestro tiempo. Quiero que me lo prueben primero…
Las gemelas lo miraban hipnotizadas, el deseo brillando en sus ojos, completamente entregadas.
Y en ese momento, supieron que nada volvería a ser igual.
Capítulo 5 – El Bautismo del Placer
Caleb se quedó un momento quieto, completamente desnudo, con su pene firme apuntando hacia las gemelas. Sus ojos brillaban mientras recorría sus cuerpos desnudos. Valentina y Helena estaban frente a él, con los pechos subiendo y bajando rápidamente, sus sexos brillantes de humedad, las piernas temblorosas.
Caleb dio un paso hacia ellas. Les habló con la voz profunda, cargada de autoridad.
—Esta noche… quiero que descubran lo que nunca han sentido. Voy a darles algo que nadie más les ha dado jamás.
Valentina lo miraba casi asustada, aunque sus pezones estaban tan duros que parecía que dolía. Helena, en cambio, estaba pegada a su costado, con las pupilas dilatadas, lamiéndose los labios con ansiedad.
Caleb puso una mano sobre la mejilla de Valentina y otra sobre la de Helena. Las acercó para un beso triple, sus lenguas enredándose en un remolino caliente, húmedo, que arrancó gemidos bajos a las dos. Cuando se apartó, Valentina tenía los labios rojos y húmedos, con un hilito de saliva uniendo todavía su boca con la de Caleb.
Caleb la miró directo a los ojos.
—Valentina… te toca a vos primero.
Valentina lo miró casi temblando.
—Ay… tengo miedo…
Caleb le sonrió suave.
—No tengas miedo, preciosa. Vas a amarlo. Helena… ayúdame..
Helena parpadeó, sorprendida.
—¿Ayudarte… cómo?
Caleb tomó la mano de Helena y la llevó entre las piernas de Valentina. Los dedos de Helena rozaron suavemente los pliegues húmedos de su hermana. Valentina soltó un grito suave, sus muslos temblando tanto que tuvo que sujetarse de Caleb.
—¡Ay… no… no…!
—Sí… —dijo Caleb, firme—. Quiero que la toques suave. Así. —Y guió los dedos de Helena para que empezara a acariciar el clítoris de Valentina, lento, en círculos.
Valentina dejó caer la cabeza hacia atrás, los labios entreabiertos.
—Ay… ay… no sabía que se sentía… así…
Caleb se arrodilló ante Valentina, sujetando sus caderas. Miró hacia arriba, su mirada oscura y ardiente.
—Quiero que me mires mientras te hago sentir viva…
Y sin más, Caleb se inclinó y hundió la lengua en el sexo de Valentina. Dio una lamida lenta, profunda, que hizo que Valentina soltara un chillido estrangulado. Sus caderas se sacudieron, intentando alejarse, pero Caleb la sostuvo con fuerza.
—¡Ay… ay… no… me muero…! —gimió ella, la voz quebrada.
Helena la sujetaba con una mano, mientras con la otra seguía frotándole el clítoris, cada vez más rápido. Caleb la devoraba con la lengua, empapándose la cara con sus jugos. Lamió arriba y abajo, se concentró en el clítoris, succionándolo suave y luego más fuerte.
Valentina empezó a llorar de puro placer, los ojos llenos de lágrimas.
—¡Ay… Caleb… no… me voy… me voy a venir…!
Caleb se apartó apenas.
—Mírame, Valentina. Llega para mí.
Valentina abrió los ojos, mirándolo desesperada. Y en el momento en que Caleb volvió a succionarle el clítoris, explotó.
—¡AAAAAYYYY…!
Su cuerpo entero se arqueó, un temblor violento la sacudió. Sus jugos brotaron en oleadas, empapando la boca y el mentón de Caleb. Helena se quedó mirándola, completamente impactada, mientras Valentina se desplomaba sobre la cama, jadeando, el pecho subiendo y bajando como si hubiera corrido un maratón.
Caleb se levantó, limpiándose la boca con el dorso de la mano. Valentina estaba semiconsciente, con los ojos entrecerrados, murmurando:
—Ay… no… no puedo más…
Caleb sonrió oscuro.
—Ahora te toca a ti, Helena…
Helena tragó saliva, entre excitada y aterrada.
—Ay… no sé si pueda aguantar…
Caleb la tomó de la cintura y la giró. La empujó suavemente sobre la cama, dejando a Valentina tumbada al costado, aún temblando. Helena quedó de rodillas sobre el colchón, con el culo bien levantado. Caleb se colocó detrás de ella, acariciándole las caderas.
—Pon tus manos sobre la cabeza, preciosa. Quiero ver todo…
Helena obedeció. Su espalda se arqueó, empujando sus nalgas hacia Caleb. Su sexo estaba completamente expuesto, húmedo, palpitante. Caleb bajó el rostro y le dio un lamida larga, de abajo hacia arriba, deteniéndose en su clítoris. Helena gritó tan fuerte que Valentina abrió los ojos, asustada.
—¡Ay… foooook… Caleb…!
Caleb empezó a alternar entre lamidas rápidas y profundas, hundiendo la lengua dentro de ella, mientras una mano se deslizaba hacia adelante para acariciar sus pechos. Sus dedos atraparon los pezones de Helena, retorciéndolos con firmeza.
—¡Ah… ah… no… me vengo… me vengo…! —gritó Helena, temblando violentamente.
—No todavía… —gruñó Caleb, sacando la lengua apenas para hablar—. Quiero verte explotar de verdad.
Metió dos dedos en Helena, bombeando rápido mientras seguía chupándole el clítoris. Helena empezó a sacudirse, sus muslos se abrían más y más, y el sonido húmedo de sus jugos llenaba la habitación.
Valentina miraba desde un costado, aún jadeando. Sus ojos se llenaron de lágrimas al ver a su hermana perder el control.
—Ay… Helena… ¡te estás corriendo…!
Caleb empezó a bombear más rápido, su lengua presionando con fuerza el clítoris de Helena. Ella gritó:
—¡Foooooook… me voy… me voy… me vooooooy…!
Y entonces sucedió. Un chorro intenso salió disparado de Helena, empapando la cara de Caleb, las sábanas y hasta salpicando las piernas de Valentina. El squirt siguió en oleadas, mientras Helena gritaba y sollozaba, su cuerpo convulsionando de puro placer.
Caleb no paró hasta que Helena quedó desplomada, con lágrimas corriéndole por el rostro, completamente derrumbada.
Valentina miraba a su hermana, completamente atónita, con una mezcla de susto y fascinación.
—Ay… Helena… ¡estás… estás mojando todo…!
Helena apenas pudo reír entre gemidos, murmurando:
—No… sabía… que se sentía… así…
Caleb se limpió el rostro, sus ojos brillando de deseo mientras miraba a las dos gemelas, una medio inconsciente y la otra mirando hipnotizada.
—Y esto… —dijo Caleb, con la voz grave—. Esto es solo el comienzo…
Capítulo 6 – El Primer Vuelo de Valentina
Valentina yacía sobre la cama, el pecho subiendo y bajando rápido, los pezones duros, todavía recuperándose de su primer orgasmo oral. Su piel estaba perlada de sudor, las piernas entreabiertas, el sexo húmedo y palpitante, completamente expuesto bajo las luces rojizas del cuarto.
Helena estaba en la esquina de la cama, de rodillas, completamente desnuda, sus pechos temblando mientras se acariciaba el clítoris, mirándolo todo con los ojos enormes y brillantes.
Caleb se inclinó sobre Valentina, su cuerpo atlético proyectando sombras sobre ella. Le apartó un mechón de cabello pegado a su mejilla y la besó, profundo, lento. Valentina gimió contra su boca, sus piernas intentando cerrarse por pudor, pero Caleb las sostuvo abiertas con firmeza.
—Ahora sí, mi amor… es tu momento… —susurró él, su voz ronca, grave.
Valentina lo miró, aterrada y excitada a la vez.
—Ay… Caleb… tengo miedo… ¡Es muy grande…!
Caleb le sonrió, oscuro, y se inclinó hasta su oído.
—Va a entrar… todo. Vas a sentirme llenar cada rincón de tu cuerpito. Y vas a amarlo…
Valentina soltó un gemido entrecortado, mientras Caleb deslizaba la punta de su pene sobre su sexo, apenas rozándola. Ella pegó un pequeño brinco, sus caderas moviéndose hacia adelante de manera involuntaria.
—¡Ay… ay… no…!
—Shhh… tranquila… —susurró Caleb, bajando su mano para frotarle suavemente el clítoris.
Valentina dejó caer la cabeza sobre la almohada, sus labios entreabiertos, jadeando. Caleb empezó a empujar su pene lentamente, el glande abriéndose paso entre sus labios íntimos. Valentina gritó bajito, tensando todo el cuerpo.
—¡Ay… es… muy… grande…!
Caleb la besó para ahogar sus gemidos. Empujó otro poco, avanzando un centímetro más. Valentina soltó un gritito sofocado, sus uñas clavándose en los hombros de Caleb.
—Oh si… estás tan apretada… —gruñó Caleb, con el rostro contra su cuello.
—¡Ay… ay… no…!
Caleb se detuvo. La miró, sus ojos ardientes.
—¿Quieres que pare?
Valentina lo miró con lágrimas en los ojos, el pecho vibrándole. Negó lentamente.
—No… no pares… ¡quiero… quiero sentirte… todo…!
Caleb sonrió, oscuro, y comenzó a empujar más profundo. Sentía cómo su virginidad cedía, un anillo apretadísimo dándole paso. Valentina lanzó un gemido desgarrador cuando él rompió finalmente su barrera.
—¡AYYY… Caleb…!
Helena, desde la esquina, soltó un grito suave, llevándose la mano a la boca, mientras se frotaba cada vez más rápido.
—Ay… Valen… ¡estás… estás perdiendo tu virginidad…!
Valentina gimoteaba, con las lágrimas corriéndole por las sienes, pero sus caderas no dejaban de moverse contra Caleb. Su cuerpo entero temblaba. Caleb le acarició el rostro con ternura mientras la penetraba lento, dándole tiempo a adaptarse.
—Relájate, preciosa… Eres perfecta… y estás tan, tan rica…
Valentina dejó escapar un sollozo de puro placer cuando Caleb comenzó a bombearla, suave, largo, su pene entrando y saliendo lentamente, mojado de sus jugos. Cada embestida hacía que Valentina soltara un gritito suave, sus caderas empezaron a moverse solas.
—¡Ay… ay… Caleb… me siento… tan… llena…!
Caleb bajó su rostro y atrapó uno de sus pezones con la boca, chupándolo con fuerza. Valentina gritó más alto, arqueando la espalda.
—¡Ay… Dios… me… me voy… a correr…!
Caleb se detuvo en seco, con el pene enterrado hasta el fondo. Valentina se retorció, desesperada.
—¡No… no… no pares…!
—Todavía no. Quiero que sostengas ese orgasmo. Quiero que te explotes solo cuando yo diga.
—¡No… Caleb… no puedo…!
Caleb empezó a embestirla otra vez, lento, profundo, rozándole cada punto sensible. Valentina lloraba y reía al mismo tiempo, completamente fuera de sí.
—¡Ay… ay… me estoy… me estoy volviendo loca…!
Desde la esquina, Helena se acariciaba furiosa, con el rostro rojo, los pechos brincando mientras se frotaba.
—¡Ay… Valen… está tan rico… Caleb, quiero… quiero que me lo hagas así…!
Caleb sonrió. Aumentó el ritmo, embistiéndola más rápido, el sonido húmedo llenando la habitación. Cada golpe hacía rebotar los pechos de Valentina, mientras sus gemidos se hacían más agudos.
—¡Ay… ay… Caleb… por favor… déjame… déjame correrme…!
—No todavía… —gruñó Caleb—. Quiero que me ruegues…
Valentina chilló, temblando, su clítoris pulsando violentamente.
—¡Por favor… me voy… me voy… déjame… déjame correrme…!
Caleb bajó una mano y empezó a frotarle el clítoris en círculos rápidos mientras seguía cogiendola. Valentina gritó, arqueando todo el cuerpo, mientras un chorro caliente salió disparado de ella, empapando el vientre de Caleb, las sábanas, incluso salpicando las piernas de Helena que estaba demasiado cerca.
—¡AAAAAHHH…!
Valentina convulsionó, sus paredes estrujando la verga de Caleb con una fuerza casi dolorosa. Su squirt no paraba, saliendo en oleadas, mientras ella chillaba como si se deshiciera por dentro.
—¡Fooooook… Valentina…! —gruñó Caleb, sintiendo cómo su propio orgasmo se acercaba.
Caleb bombeó más rápido, cada embestida mojándolo más. Valentina gritaba sin parar, sus muslos temblando. Finalmente, Caleb se hundió hasta el fondo y se vino con un rugido profundo, descargando chorros calientes dentro de Valentina, llenándola por completo.
—¡Oooooooooo fooook… me estoy viniendo…! —gimió Caleb, mientras sus caderas temblaban.
Valentina apenas podía moverse. Sus piernas se quedaron rígidas, los músculos tensos, su rostro enterrado en el cuello de Caleb, llorando de puro éxtasis.
—¡Ay… Caleb… me llenaste… toda…!
Helena se había detenido a mirar, completamente hipnotizada, con lágrimas en los ojos, mientras su mano seguía frotándola entre las piernas.
—¡Quiero… quiero que me hagas eso a mí…! —gimió, con la voz temblorosa.
Caleb salió lentamente de Valentina, su pene todavía duro, brillante de sus jugos mezclados. Miró a Helena con una sonrisa peligrosa.
—Eres la próxima, preciosa…
Valentina se quedó tumbada, jadeando, los ojos entrecerrados, mientras su sexo seguía temblando, los fluidos escurriendo entre sus muslos.
Y en la penumbra cálida del cuarto, se supo que aquella noche… estaba lejos de terminar.
Parte 2:
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