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Las Gemelas Ardientes - Parte 2

Parte 1:
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Capítulo 7 – El Despertar de Helena

Helena seguía de rodillas en la esquina de la cama, completamente desnuda, su respiración entrecortada, el rostro encendido y húmedo de sudor. Sus ojos estaban fijos en Valentina, quien yacía aún jadeando, las piernas abiertas, con rastros de semen y jugos escurriéndole lentamente por los muslos.

Caleb se giró hacia Helena, con su pene todavía firme, cubierto de los fluidos calientes de Valentina. La miró con esa sonrisa oscura, dominante.

—Ahora te toca a ti, preciosa…

Helena tragó saliva. Su pecho subía y bajaba con rapidez.

—Ay… no sé si… si pueda… me da miedo… ¡es demasiado grande!

Caleb se acercó lentamente y la sujetó del mentón. La obligó a mirarlo a los ojos.

—Vas a poder… y vas a amarlo.

Helena miró a Valentina, casi pidiendo ayuda. Su hermana sonrió débilmente, todavía temblorosa.

—Es… es increíble, Helena… duele un poquito al principio… pero después… es lo mejor que te puede pasar…

Caleb hizo que Helena se tumbara boca arriba en la cama. Se colocó entre sus piernas, separándolas con firmeza. Helena sollozó suave, tapándose la cara con las manos.

—No… no me mires… —susurró.

—Te voy a mirar toda… —respondió Caleb, con voz ronca.

Se inclinó y comenzó a darle lamidas lentas en su sexo, abriéndole suavemente los pliegues. Helena gritó, sus caderas sacudiéndose. Valentina se acercó gateando y le acarició el cabello.

—Tranquila, hermanita… dejate llevar…

Caleb le dio una última lamida, se levantó y se posicionó, sujetándose el pene. La rozó lentamente sobre la entrada de Helena. Ella chilló bajito.

—Ay… no… no… ¡Es muy grande…!

Caleb empezó a empujar. Apenas el glande entró, Helena pegó un grito agudo. Sus uñas se clavaron en las sábanas, los ojos apretados, las lágrimas cayendo.

—¡Ay… ay… no… me duele…!

Caleb avanzó un poco más, y Helena sollozó más fuerte.

—¡No… Caleb… por favor… no puedo…!

Caleb se detuvo. Respiraba agitado, las venas de su cuello marcadas. La miró, y por primera vez, el deseo dejó paso a la preocupación.

—¿Quieres parar…? —preguntó él, con voz tensa.

Helena asintió rápidamente, sollozando.

—¡Sí… sí… me duele mucho… no puedo…!

Valentina la abrazó, besándole las lágrimas.

—Tranquila, mi amor… no pasa nada… —susurró ella.

Caleb salió despacio, aunque su pene palpitaba violentamente. Valentina miró a Caleb, con una chispa decidida en sus ojos.

—Dejame ayudarte… —dijo.

Se arrodilló frente a Caleb, agarró su pene con las dos manos y lo llevó directo a su boca. Helena observaba con los ojos enormes, sin poder dejar de mirar cómo su hermana empezaba a chupar el pene de Caleb, lento, profundo. Valentina envolvía su glande con la lengua, lo giraba, lo chupaba hasta la garganta, sacando hilos de saliva.

—Mmmm… —gemía Valentina, mirándolo desde abajo.

Caleb soltó un gruñido profundo. Su pene estaba cubierto de saliva, brillante, completamente mojado. Valentina se apartó, con un hilo de saliva cayéndole por la barbilla.

—Ahora sí… —susurró ella.

Caleb volvió a posicionarse entre las piernas de Helena. Valentina se tumbó a su lado, acariciándole la cara.

—Te prometo… va a ser rico… —le dijo.

Caleb empujó otra vez. Esta vez, la pene se deslizó más fácil, aunque Helena gimió fuerte, sus ojos llenos de lágrimas.

—¡Ay… me parte…!

Valentina comenzó a besarla, lamiéndole los labios, mientras con la mano le acariciaba un pecho, girándole suavemente el pezón. Helena empezó a sollozar, pero no se apartó. Caleb avanzó otro centímetro.

—¡Ay… ay… no…!

Valentina bajó la mano y empezó a frotarle el clítoris a su hermana, lento, suave.

—Respira… relajate… —le susurró.

Caleb la penetró más. Helena gritó, pero sus caderas comenzaron a moverse apenas hacia adelante, buscando más.

—¡Ay… ay… está… está entrando…!

Valentina le atrapó un pezón con la boca, chupándolo con suavidad. Helena soltó un grito diferente, cargado de placer. Sus lágrimas seguían corriendo, pero ahora gemía entre sollozos.

—¡Ay… sí… sí…!

Caleb empezó a moverse lento, con la mitad de su pene dentro. Helena gimió cada vez más fuerte, mientras Valentina seguía jugando con sus pechos.

—¡Ay… me estoy… me estoy corriendo…! —gritó Helena, sorprendida.

—Llega para mi… —gruñó Caleb.

Helena soltó un gemido agudo. Su cuerpo entero se sacudió y sintió una explosión ardiente en el vientre. Sus jugos brotaron violentamente, empapando el pene de Caleb, las sábanas y hasta salpicando el vientre de Valentina.

—¡AYYYYY…! —gritó, completamente roja.

Valentina se apartó apenas, sorprendida.

—¡Ay… Helena… qué acabás de hacer …?

—Se llama squirt —dijo Caleb.

Helena apenas podía responder. Jadeaba, con los ojos nublados de placer. Caleb empezó a embestirla más profundo, ahora completamente dentro, sintiendo cómo sus paredes lo estrujaban como un puño húmedo.

—¡Foooook… estás más apretada que tu hermana…! —gruñó Caleb.

Helena gritaba con cada estocada. Su vientre temblaba. Valentina le seguía chupando los pezones, alternando mordidas suaves.

—¡Ay… ay… me vengo otra vez…! —chilló Helena.

Caleb la embistió sin piedad. Cada vez que entraba, sentía su verga apretada y succionada como si las paredes vaginales de Helena tuvieran vida propia.

Helena gritó y soltó otro squirt, aún más intenso, mojándolo absolutamente todo. Caleb gimió, con los músculos tensos, al borde del límite.

—¡No pares… no pares…! —gritó Helena, completamente fuera de sí.

—¡Oooooohhh siii… me voy… me voy a venir…! —gruñó Caleb.

Valentina, con los dedos llenos de jugos, empezó a acariciar las bolas de Caleb mientras él se la metía brutalmente a Helena. Eso lo terminó de volver loco.

Con un rugido profundo, Caleb se hundió hasta el fondo y empezó a venirse, descargando chorros calientes dentro de Helena. Su semen llenó cada rincón de su sexo estrechísimo, mientras ella gritaba su tercer orgasmo, su cuerpo convulsionando alrededor de él.

—¡AAAAHH…!

Helena se quedó temblando, los ojos cerrados, con lágrimas y saliva corriéndole por el rostro, mientras Caleb se mantenía dentro, sintiendo cómo su pene aún era ordeñada por sus paredes internas.

Valentina se tumbó a su lado, besándole la cara y acariciándole el pelo.

—Viste… te lo dije… es lo mejor… —susurró, sonriendo.

Helena apenas pudo asentir, con una sonrisa delirante.

—Ay… ay… no sabía que se sentía… tan… increíble…

Caleb, aún jadeando, se apartó despacio, su pene brillando cubierto de jugos y semen. Se dejó caer de espaldas sobre la cama, exhausto, mientras las dos gemelas se acurrucaban a cada lado, temblando, con sonrisas de purísima satisfacción.

Y mientras el eco de sus gemidos moría en las paredes espejadas, supieron que esa noche… jamás iba a olvidarse.






Capítulo 8 – Entre Agua y Pecado

El aire en la habitación estaba caliente, cargado del aroma intenso de sudor, sexo y piel. Caleb yacía sobre la cama, todavía jadeante, su pecho subiendo y bajando lentamente. A cada lado, Valentina y Helena, desnudas, temblorosas, con rastros de lágrimas y semen brillando en sus muslos.

Durante varios minutos, reinó un silencio pesado, roto apenas por respiraciones entrecortadas y pequeños suspiros. Valentina tenía la cabeza apoyada sobre el hombro de Caleb, mientras Helena le acariciaba el abdomen firme, dibujando círculos suaves con las yemas de los dedos.

Caleb las miró, con una sonrisa maliciosa.

—¿Están bien… mis princesas?

Valentina sonrió, aunque todavía le costaba hablar.

—Ay… sí… aunque siento… que no me puedo mover…

Helena asintió, su voz ronca.

—Ni yo… me tiemblan las piernas…

Caleb se giró hacia Helena y le atrapó un pezón entre los dedos, girándolo con suavidad. Helena soltó un gemido ahogado. Al mismo tiempo, su otra mano bajó hasta la entrepierna de Valentina, deslizándose sobre la piel húmeda, rozándole el clítoris apenas. Valentina se retorció contra las sábanas, con un gritito.

—¡Ay… Caleb…!

—¿Descansando? —preguntó Caleb, con una ceja arqueada—. No hemos terminado…

Helena se rió bajito, con un escalofrío.

—¡Ay… eres insaciable…!

Caleb se incorporó, sus músculos tensos marcándose en cada movimiento.

—Vengan… vamos a bañarnos. Quiero verlas juntas… bajo el agua…

Valentina y Helena se miraron, algo avergonzadas, aunque con sonrisas cargadas de deseo.

Caleb las ayudó a levantarse. Las llevó de la mano hasta la ducha amplia del baño, donde el vapor ya se elevaba en pequeñas nubes. Apenas entraron, Caleb cerró la puerta de cristal tras ellos.

El agua caliente empezó a caer en cascada sobre sus cuerpos. Valentina soltó un suspiro largo, dejando que el chorro le golpeara los pechos, sus pezones endureciéndose de inmediato. Helena pegó la espalda contra la pared, temblando, mientras el agua resbalaba sobre su vientre y se escurría entre sus muslos.

Caleb se colocó detrás de Valentina, pegando su cuerpo mojado al de ella. Sus manos empezaron a recorrerle los costados, subiendo hasta sus pechos. Los amasó con firmeza, girando los pezones entre sus dedos. Valentina soltó un gemido suave, dejando caer la cabeza sobre su hombro.

Helena, mientras tanto, observaba, mordiéndose el labio inferior, su mano bajando entre sus propias piernas.

—Ay… no puedo dejar de mirarlos… —susurró Helena.

Caleb extendió una mano hacia ella.

—Ven para acá… —ordenó.

Helena se acercó despacio. Caleb la tomó de la nuca y la atrajo para un beso profundo. Sus lenguas se encontraron con urgencia, mezclándose con el agua que resbalaba entre sus labios. Mientras tanto, su otra mano siguió jugando con el clítoris de Valentina, arrancándole pequeños chillidos.

—¡Ay… Caleb… me voy a correr…!

—Todavía no… —le susurró él.

Caleb apartó a Valentina apenas y la giró hacia Helena.

—Quiero que se besen. Quiero verlas juntas…

Valentina y Helena se quedaron quietas, temblando. Luego, casi al mismo tiempo, sus rostros se acercaron. Sus labios se rozaron apenas, en un beso tímido, suave. Un gemido ahogado escapó de ambas. El agua caía sobre sus cabellos, empapándolas, mientras sus labios se abrían un poco más.

—Mmm… hermanita… —murmuró Helena, rozando su lengua contra la de Valentina.

Valentina soltó un gemido tembloroso.

—Ay… es raro… pero me gusta…

Poco a poco, el beso se hizo más profundo. Sus lenguas se enredaron, tímidas al principio, luego más atrevidas. Caleb observaba fascinado mientras las dos hermanas se acariciaban los costados, sus pechos pegándose y deslizándose uno contra el otro.

Helena bajó las manos hasta los pechos de Valentina, apretándolos suavemente. Valentina soltó un gemido, mordiéndole el labio inferior.

—Ay… Helena… me estás excitando mucho…

Caleb soltó una carcajada ronca.

—Vamos al jacuzzi… quiero seguir viéndolas…

Las condujo hasta el jacuzzi grande en una esquina de la habitación. Encendió los chorros de agua caliente. El sonido de burbujas llenó la habitación mientras las luces LED cambiaban de color.

Caleb se metió primero. Las gemelas lo siguieron, el agua cubriéndoles los muslos, luego la cintura. Se sentaron a cada lado de Caleb, aún con respiraciones agitadas.

Caleb deslizó sus manos bajo el agua. Una mano se hundió entre las piernas de Valentina. La otra buscó el sexo de Helena. Ambas soltaron un gemido fuerte.

—Ay… ay… ¡está muy caliente…! —gritó Valentina.

—Shhh… disfruta… —susurró Caleb.

Mientras el agua borboteaba, Caleb comenzó a mover los dedos dentro de ellas. Primero lento, explorando, curvándolos apenas. Las gemelas se inclinaron hacia adelante, pegándose entre sí, sus pechos rozándose. Helena empezó a besar a Valentina otra vez, mientras le acariciaba los pezones bajo el agua.

—Ay… hermanita… me estás volviendo loca… —susurró Valentina, con voz quebrada.

Caleb rió, metiendo un dedo más en cada una. Valentina empezó a retorcerse, mordiéndose el labio para no gritar. Helena, en cambio, soltó gemidos más y más altos, sacudiendo sus caderas bajo el agua.

—¡Ay… me voy… me voy a correr…! —gritó Helena.

Caleb le mordió suavemente la oreja.

—Llega… quiero ver cómo lo haces otra vez…

Helena soltó un chillido agudo. De pronto, un chorro caliente surgió de entre sus piernas bajo el agua, mezclándose con las burbujas. Valentina se apartó apenas, sorprendida.

—¡Ay… Helena… estás salpicado el agua…!

—¡Ay… no puedo… no puedo parar…! —sollozó Helena.

Caleb no detuvo sus dedos. Valentina también empezó a gritar, sus muslos temblando, hasta que ella misma convulsionó, lanzando pequeños espasmos mientras su rostro se torcía en un orgasmo devastador.

—¡Ay… Caleb… me vengo… me vengo…!

Las dos gemelas se quedaron pegadas, sus cuerpos temblando bajo el agua. Caleb se relamió, su pene endureciéndose otra vez. Las atrajo hacia sí, besándolas por turnos, mientras el agua seguía borboteando alrededor de ellos.

Helena, con la respiración entrecortada, miró a Valentina a los ojos.

—Ay… hermanita… quiero… quiero probarte más…

Valentina sonrió, aunque con las mejillas completamente rojas.

—Yo también…

Y mientras se besaban de nuevo, sus manos bajaban para explorar cada rincón prohibido que nunca antes habían compartido.

Caleb las observó, su pene palpitando bajo el agua, sabiendo que la noche… todavía prometía mucho más.







Capítulo 9 – La Lección del Placer Oral

Después de lo que pareció un instante en el jacuzzi, Caleb se puso de pie, el agua corriendo por su cuerpo atlético, destacando cada línea de sus músculos. Su pene estaba duro, erguido, grueso, brillante bajo la luz tenue, apenas saliendo del agua. Valentina y Helena lo miraban como hipnotizadas, con las pupilas dilatadas y los labios entreabiertos.

Caleb salió del jacuzzi y se sacudió el exceso de agua. Las gemelas lo siguieron, sus cuerpos desnudos y mojados, el agua escurriendo entre sus pechos, bajando en pequeños riachuelos sobre sus vientres. 

—Vengan… —ordenó Caleb, su voz grave, profunda.

Las llevó de la mano de regreso a la cama. Caleb se recostó en el centro, con las piernas abiertas, su pene apuntando firme hacia el techo, las venas marcadas, el glande enrojecido y húmedo. Las gemelas se quedaron de pie a los costados, mirándolo con una mezcla de fascinación y timidez.

—Ahora… quiero que aprendan algo nuevo. —dijo Caleb—. Quiero que aprendan a dar placer… y a volverse expertas.

Valentina tragó saliva, mirando el pene de Caleb, sus mejillas completamente rojas.

—Ay… Caleb… es que es… tan grande…

Helena, en cambio, sonrió con picardía.

—Quiero probarla toda…

Caleb asintió lentamente.

—Empiecen… despacio. Usen sus manos, sus bocas… besen, chupen… todo. Quiero ver qué tan buenas son para complacer a su hombre.

Las dos gemelas se arrodillaron a cada lado de Caleb. Primero, Valentina se inclinó y empezó a besar su abdomen, subiendo lentamente hasta su pecho. Caleb soltó un gemido bajo. Helena, por su parte, se dedicó a besarle la cara interna de los muslos, subiendo cada vez más cerca de la base de su pene.

—Mmm… así… —gruñó Caleb.

Valentina bajó lentamente y se detuvo frente al pene de Caleb, apenas rozándolo con sus labios. Lo miró, como si se sintiera intimidada por su tamaño.

—Ay… no sé si me va a entrar en la boca… —susurró.

—Prueba… —le dijo Caleb, firme.

Valentina sacó la lengua y lamió la punta, lentamente, recogiendo una gota de líquido transparente. Sus ojos se abrieron, sorprendida.

—Ay… sabe… salado… pero rico…

Helena, excitada por la reacción de su hermana, se inclinó del otro lado y también lamió el glande, sus lenguas rozándose sobre la punta. Caleb soltó un gruñido más profundo, su pene palpitando.

—¡Oh si… sigan así…!

Valentina se armó de valor y empezó a meter el glande en su boca. Sus labios se estiraron, tratando de acomodar el grosor, mientras Caleb le sostenía suavemente la cabeza.

—Eso es… metela más… —la animó.

Helena observó cómo su hermana empezaba a moverse arriba y abajo, succionando apenas. Helena no aguantó más y se fue directo a lamer la base del pene, subiendo lentamente mientras Valentina seguía chupando.

—¡Ay… Caleb…! —murmuró Helena—. Quiero más…

Helena empezó a chupar las bolas de Caleb, metiéndoselas en la boca una por una, jugando con la lengua. Caleb apretó los dientes, soltando un gruñido ronco.

—¡Fooook… eso está… increíble…!

Valentina sacó el pene de su boca, dejando un hilo de saliva colgando. Miró a su hermana.

—Quiero probar lo de abajo… —dijo, tímida, aunque con el deseo ardiéndole en los ojos.

Caleb abrió más las piernas, exponiendo su ano húmedo y perfectamente cuidado. Helena lo miró con fascinación.

—Ay… hermanita… vamos juntas…

Las dos bajaron al mismo tiempo. Primero, Helena empezó a lamer suavemente la zona entre las bolas y el ano, con lamidas suaves. Caleb lanzó un gemido ahogado. Valentina, más tímida, se animó y sacó la lengua, presionando suavemente sobre el anillo. Caleb pegó un brinco.

—¡Ay… fooook… sí… así…!

Helena lo notó, se unió y empezaron a turnarse, dándole lamidas húmedas, alternando círculos lentos y succiones suaves. Caleb estaba completamente tembloroso, con los dedos clavados en las sábanas.

—¡Fooooooooook… me van a hacer acabar…! —gruñó Caleb.

Mientras Helena se ocupaba de su ano, Valentina volvió a chuparle el pene, metiéndolo más hondo que antes. Sus labios se estiraron al máximo, sus mejillas hundiéndose mientras chupaba con fuerza. Helena, en un impulso, probó a meter la punta de un dedo, suavemente, dentro de Caleb. Él soltó un gemido ronco, su cuerpo entero estremeciéndose.

—¡Ay… Valentina… mira... métele el dedo más…! —dijo Helena, jadeante.

Valentina obedeció. Con la lengua aún sobre el glande, llevó sus dedos hacia el interior de Caleb, masajeando con suavidad.

Caleb arqueó la espalda, con la respiración completamente fuera de control.

—¡Fooooook… me estoy… me estoy viniendo…!

Las gemelas redoblaron esfuerzos. Helena chupaba las bolas con ansia, Valentina bombeaba su pene con la boca mientras sus dedos presionaban la próstata de Caleb en un punto perfecto. Caleb soltó un rugido ronco, un temblor recorriéndole la columna.

Y entonces sucedió. Un chorro potente de semen salió disparado de Caleb, llenando la boca de Valentina. Ella se apartó, sorprendida, mientras más chorros seguían saliendo. Helena se lanzó a atraparlos con la lengua, buscando el sabor salado y espeso.

Las dos empezaron a pelearse, literalmente, por cada gota. Valentina tragaba ruidosamente lo que quedaba en su lengua, mientras Helena lamía el abdomen de Caleb, buscando los hilos de semen que resbalaban. Se besaban entre ellas, intercambiando el semen en sus bocas, sus lenguas enredadas, sus ojos completamente idos de deseo.

—Ay… sabe… tan fuerte… pero tan rico… —jadeó Valentina.

—¡Quiero más… siempre…! —respondió Helena, lamiendo los labios de su hermana.

Caleb respiraba agitado, con el pecho brillando de sudor y semen. Sonrió, extenuado, mientras las miraba devorarse mutuamente.

—Mis preciosas putitas… —gruñó Caleb, con una chispa oscura en la mirada—. Están aprendiendo demasiado rápido…

Y mientras las gemelas seguían lamiéndose entre sí, tragando cada gota que encontraban, Caleb supo que ellas… ya eran completamente suyas.







Capítulo 10 – El Contrataque de las Gemelas

Caleb yacía tendido en la cama, completamente desnudo, el pecho subiendo y bajando con respiraciones largas y pesadas. Tenía los ojos medio cerrados, el rostro perlado de sudor y con hilos de saliva y semen todavía sobre su abdomen. Su pene estaba flácido, descansando húmedo y brillante sobre su vientre, después de la eyaculación más intensa que jamás había tenido.

Valentina y Helena estaban a cada lado, también desnudas, jadeantes, con sus cuerpos todavía resplandecientes de agua y deseo. Se miraron entre sí… y algo distinto cruzó sus ojos. Una chispa de malicia, de hambre, de curiosidad oscura.

Valentina se mordió el labio inferior, bajando la mirada hacia el pene de Caleb.

—Ay… hermanita… ¿creés que se puede poner duro otra vez…?

Helena soltó una risita ronca, casi cruel.

—Yo digo que sí… si lo provocamos bien…

Caleb abrió los ojos apenas. Murmuró algo ininteligible, demasiado exhausto para moverse.

—Chicas… esperen…

Pero las gemelas no pensaban esperar. Se inclinaron hacia él al mismo tiempo, sus pechos rozándole el pecho y el cuello. Sus pezones duros y húmedos lo marcaron con pequeñas líneas brillantes de humedad. Valentina empezó a frotar sus pechos contra la cara de Caleb, obligándolo a aspirar el olor cálido de su piel.

—Mmm… mira cómo está… tan rendido… —susurró Valentina, mientras sus pezones se deslizaban por los labios de Caleb.

Helena bajó, restregando sus pechos firmes sobre el abdomen de Caleb, dejando un rastro húmedo sobre sus músculos tensos. Sus caderas se movían lentamente, frotando su monte de Venus sobre el costado de Caleb, dejando pequeños gemidos roncos.

—Ay… Caleb… todavía te necesitamos… —murmuró Helena, mientras bajaba más, hasta dejar sus pechos pegados contra su pelvis.

Valentina se montó suavemente sobre el pecho de Caleb, separó sus piernas y empezó a frotar su sexo húmedo sobre su piel. Su clítoris rozaba la línea dura de sus pectorales, y cada roce le arrancaba un gemido.

—Ay… hermanita… esto me está calentando mucho…

Helena se inclinó y empezó a besar el pene flácido de Caleb, lamiendo suavemente la base. Valentina miró hacia abajo, con ojos encendidos, y bajó su cuerpo. Colocó sus muslos a cada lado de la cara de Caleb, dejándole la visión perfecta de su vagina húmeda, que goteaba aún de los juegos anteriores.

—Quiero que me mires mientras lo despertamos… —le ordenó Valentina.

Helena empezó a besarle las bolas a Caleb, su lengua caliente subiendo en pequeños círculos. Valentina, sin pensarlo, bajó la cabeza y comenzó a lamer más abajo, hasta que su lengua rozó el anillo apretado de su ano. Caleb pegó un salto suave, un gemido ronco escapándose de su garganta.

—¡Chicas… no… esperen…! —gruñó él, aunque no intentó apartarlas.

Valentina, intrigada por la reacción, presionó más fuerte con la punta de su lengua, masajeando alrededor del anillo. Sin querer, su lengua se hundió apenas, tocando con precisión ese punto interno que lo hizo estremecerse.

Caleb soltó un rugido. Su cuerpo entero se arqueó, y su pene empezó a endurecerse otra vez, inflándose, subiendo lentamente hasta quedar de nuevo erecto y palpitante.

—¡Ay… lo lograste…! —gritó Helena, fascinada, mientras rodeaba la polla de Caleb con sus manos.

—¡Fooook… no puedo… no puedo más…! —jadeó Caleb, sin fuerza para detenerlas.

Las gemelas se miraron, cómplices, y atacaron al mismo tiempo. Valentina envolvió el glande con su boca, chupando suave al principio, mientras Helena bajó a lamerle otra vez las bolas, metiéndoselas a la boca una a una.

Cada vez que Caleb intentaba incorporarse, Valentina lo empujaba hacia abajo con una mano firme en su pecho.

—Quedate quieto… —ordenó ella, con los labios todavía alrededor de su pene.

Caleb gemía más y más fuerte, su cuerpo estremeciéndose mientras las dos se turnaban para devorarlo. Helena subía y empezaba a chuparle el tronco mientras Valentina bajaba a lamerle el ano otra vez. Su lengua giraba en círculos suaves, mientras sus dedos presionaban alrededor, explorándolo lentamente.

—¡Aaaah… siiii…! —rugía Caleb, con la cabeza hacia atrás.

Valentina, excitada por sus gemidos, metió un dedos dentro de él, encontrando la próstata otra vez. Apenas la tocó, Caleb pegó un chillido ronco y su pene latió con violencia.

—¡Ay… Caleb… te encanta esto…! —gimió Valentina, con el dedo aún dentro.

Helena lamía el glande con movimientos circulares, deteniéndose cada tanto para darle pequeños mordisquitos suaves. Caleb gemía como si lo torturaran deliciosamente, sus músculos rígidos.

—¡Voy… voy a… me voy a venir…! —gruñó Caleb, casi llorando de placer.

—Dale… llega… ¡llénanos la boca! —le rogó Helena, chupándole la punta con desesperación.

Y entonces Caleb explotó. Su cuerpo entero se arqueó, los músculos tensos como cuerdas. Chorros calientes de semen salieron disparados, llenando la boca de Helena primero. Ella tragó tanto como pudo, pero aún así parte se desbordó por sus labios. Valentina no perdió tiempo y se lanzó a lamerle los hilos que resbalaban, compartiéndolos con su hermana en besos sucios y hambrientos.

—¡Mmm… sabe… tan fuerte…! —gimió Valentina.

—¡Dame más…! —susurró Helena, besándola, compartiendo el sabor salado.

Las gemelas lamieron cada gota, del abdomen, de sus muslos, de su propio rostro. Cada vez que encontraban un hilo blanco, se lo pasaban de boca en boca, sus lenguas girando, sus ojos nublados de deseo.

Caleb apenas podía respirar, su pecho subiendo y bajando como si hubiera corrido kilómetros. Murmuró, entre jadeos:

—Están… están… completamente… locas…

Valentina lo miró, con una sonrisa oscura.

—Y todo… gracias a ti …

Helena se rió, relamiéndose los labios.

—Nos hiciste adictas a tu sabor…

Y mientras Caleb quedaba tumbado, casi inconsciente de puro placer, las gemelas se abrazaron sobre él, besándose ardientemente… planeando en sus miradas lo que seguiría a continuación.







Capítulo 11 – El Juego se Invierte

Caleb yacía en la cama, jadeante, con el sudor perlándole el pecho, los músculos completamente rendidos. Su pene, aunque recién había descargado una eyaculación explosiva, yacía flácido sobre su vientre, brillante de saliva y semen. Creía que había terminado, que al fin podría descansar… pero estaba equivocado.

Las gemelas, desnudas, se abrazaban sobre él, sus cuerpos resplandecientes bajo la luz rojiza de la habitación. Helena y Valentina se miraron, compartiendo una sonrisa perversa. Había un brillo nuevo en sus ojos, una chispa de poder que Caleb no había visto antes.

Helena fue la primera en hablar, con voz sexy:

—¿Sabes qué, hermanita? Creo… que ya es hora de que sepa lo que es estar a nuestro servicio…

Valentina asintió, inclinándose sobre Caleb para lamerle suavemente un pezón.

—Ay… sí… es nuestro turno de jugar…

Caleb intentó protestar, débilmente:

—Chicas… esperen… no puedo más…

Pero las gemelas lo ignoraron completamente. Helena bajó directo entre sus piernas, separándole los muslos, mientras Valentina se acomodó sobre su pecho, sus pezones rozándole la cara.

—Shhh… tranquilo… —susurró Helena, con voz traviesa—. Sabemos exactamente cómo despertarte…

Y sin más, Helena se inclinó y empezó a lamer suavemente alrededor de su ano, en pequeños círculos húmedos. Caleb soltó un gruñido, sus músculos contrayéndose.

—¡Foook… no… no otra vez…!

Valentina bajó su cuerpo, frotando sus pechos firmes contra su rostro, obligándolo a sentir el roce de sus pezones endurecidos.

—Quedate quieto… —ordenó ella, sujetándole la cabeza con ambas manos—. Vas a hacernos felices… hasta que estemos completamente satisfechas.

Helena, mientras tanto, empezó a meter la punta de su lengua apenas dentro de Caleb, girándola suavemente. Valentina se movía sobre su cara, rozando su clítoris sobre su mentón. Caleb intentó apartarlas, pero no tenía fuerzas.

—¡Aaaah… no… no…! —gruñó Caleb, su respiración convirtiéndose en jadeos.

Pero era demasiado tarde. Su pene empezó a engrosarse lentamente, palpitando, subiendo de nuevo como un animal despertando. Las gemelas lo sintieron endurecerse contra sus cuerpos y soltaron risitas victoriosas.

—Ay… hermanita… está creciendo otra vez… —dijo Valentina, con voz ardiente.

Helena levantó la cabeza, con la boca brillante de saliva.

—Te dije… que nos pertenece…

Caleb, completamente a su merced, gimió mientras su pene se ponía duro y recto otra vez, apuntando firme hacia el techo.

—¡Fooook… no puedo… controlarme…!

Valentina se acomodó sobre sus caderas, sujetando su pene con una mano. Lo frotó lentamente sobre sus pliegues íntimos, ya completamente empapados. Helena, a un costado, lamía su cuello, mordiéndole suavemente la oreja.

—Ay… hermanita… dejame primero… —dijo Valentina, con voz suplicante.

—Bueno… pero no lo dejés acabar… todavía no… —advirtió Helena, con tono autoritario.

Valentina, temblando, se alzó sobre Caleb, y empezó a hundirse lentamente sobre su verga. Caleb soltó un rugido, sus manos intentando aferrarse a sus caderas, pero Valentina lo apartó.

—No… tu no puedes tocar… —ordenó ella.

—¡Ayyy… ay… está… tan profundo…! —gimió Valentina, mientras se lo metía hasta el fondo.

Caleb temblaba bajo ella, sintiendo cómo su vagina estrecha lo estrujaba con fuerza. Valentina comenzó a moverse lento, subiendo y bajando, dejando escapar gemidos cada vez más agudos.

—¡Ay… ay… me estoy… me estoy corriendo…!

Helena, mientras tanto, se dedicó a besar a Caleb, su lengua invadiéndole la boca. Luego se bajó para chuparle un pezón, mientras una de sus manos se metía entre Valentina y Caleb, frotándole el clítoris a su hermana.

Valentina chilló, sus paredes apretándose tanto alrededor de Caleb que este tuvo que morderse el labio para no correrse.

—¡No… no puedo… me voy… a venir…! —gimió Caleb.

Helena levantó la cabeza y le soltó un cachetada suave en la mejilla.

—¡No! No te vas a correr… hasta que nosotras queramos.

Valentina se apartó con dificultad, su cuerpo temblando. Caleb, respirando como un animal, quedó expuesto y duro. Helena se montó sobre él sin perder tiempo.

—Mi turno… —dijo, su voz sexy y oscura.

Se bajó lentamente sobre su pene, su entrada seguía tan ajustada que Caleb soltó un gemido ronco. Helena empezó a cabalgarlo de inmediato, más rápido y agresiva que Valentina. Sus pechos rebotaban violentamente, salpicando pequeñas gotas de sudor.

—¡Aaaaay… me voy… me voy…! —chilló Helena.

Valentina, aún temblorosa, se inclinó sobre su hermana y empezó a besarla mientras esta cabalgaba a Caleb. Sus lenguas se enredaban, húmedas y desesperadas.

—Ay… Helena… estás tan apretada… ¡me está volviendo loco…! —gruñó Caleb, con la voz rota.

—¡No! —gritó Helena, deteniéndose un segundo—. ¡Todavía no te vas a venir…!

Valentina, divertida, metió la mano entre el culo de Caleb y empezó a masajearle la próstata otra vez. Caleb lanzó un grito ahogado, su cuerpo arqueándose violentamente.

Helena volvió a cabalgarlo, ahora aún más rápido.

—¡Ay… ay… me estoy… corriendo… otra vez…!

Helena soltó un grito estridente. Un chorro caliente brotó de su interior, empapando la pelvis de Caleb y mojando a Valentina que estaba pegada a ella.

Valentina se apartó apenas para ver el espectáculo, sus ojos brillando de excitación.

—¡Ay… Helena… estás toda mojando… otra vez…!

Caleb, al borde del colapso, suplicó entre jadeos:

—¡Por favor… déjenme… llegar…!

Helena, todavía montada sobre él, le acarició la cara, sonriendo cruel.

—Ahora sí, esclavo…llega para nosotras!

Valentina siguió masajeándole la próstata mientras Helena lo cabalgaba sin piedad. Caleb soltó un grito desgarrado, y empezó a venirse en chorros potentes dentro de Helena. Sus caderas se sacudían incontrolablemente, mientras sus bolas se vaciaban, llenándola completamente.

Helena se desplomó sobre él, temblando. Valentina se acercó y empezó a lamer el semen que se escapaba entre los labios íntimos de su hermana, compartiéndolo con besos húmedos.

—Ay… hermanita… me encanta su sabor… —dijo Valentina, relamiéndose.

Helena, entre risas, respondió:

—Y me encanta cómo grita cuando lo dominamos…

Caleb se quedó tumbado, con los ojos entrecerrados, respirando con dificultad. Las gemelas se abrazaron sobre él, besándose profundamente, dueñas absolutas del hombre que había sido su maestro… y ahora era su esclavo sexual.

Y supieron que, desde esa noche, Caleb jamás volvería a tener el control.







Capítulo 12 – Entre Hermanas

Caleb yacía en la cama, completamente exhausto, el cuerpo cubierto de sudor y aún tembloroso de la última descarga brutal que las gemelas le habían sacado. Su pene descansaba flácido sobre su vientre, completamente rendido, incapaz de reaccionar aunque él respiraba todavía agitado.

Helena y Valentina lo miraron, mordiéndose los labios, con los cuerpos aún ardientes, los pezones firmes y los muslos húmedos de jugos mezclados. Se acercaron a él, pegando sus cuerpos desnudos a su costado, intentando besarlo, lamerlo, rozarse con él.

Helena empezó a deslizar la palma de su mano sobre el miembro de Caleb, masajeándolo suavemente, mientras Valentina se agachaba para darle pequeñas lamidas.

—Ay… hermanita… está blandito… —murmuró Valentina, con voz lastimera.

Helena lo sacudió un poco más rápido, con un poco de frustración.

—¡No quiere…!

Caleb gruñó apenas, sin abrir los ojos.

—Chicas… por favor… denme un minuto… —murmuró, completamente rendido.

Las gemelas se miraron, sus cuerpos brillando de sudor y deseo. Valentina se mordió el labio, bajando la mirada hacia el sexo húmedo de su hermana.

—Ay… Helena… ¿y si… jugamos… entre nosotras…?

Helena se quedó quieta, los ojos enormes, mientras su respiración se aceleraba.

—¿En serio… quieres…?

Valentina asintió, con una sonrisa tímida y maliciosa al mismo tiempo.

—Siento que… necesito… más… y… quiero probarte.

Helena dejó escapar una risita nerviosa.

—Ay… Valen… yo también… quiero sentirte…

Caleb abrió los ojos apenas, mirándolas. Su voz salió ronca:

—Háganlo… quiero verlas…

Las gemelas se quedaron en silencio un segundo… y luego, casi al mismo tiempo, se lanzaron la una sobre la otra. Se abrazaron, sus pechos chocando, los pezones endurecidos rozándose, provocando gemidos ahogados.

—Ay… hermanita… tu piel está… tan caliente… —gimió Valentina.

Helena la besó, primero suave, luego profundo, sus lenguas enredándose con torpeza al principio, luego con una urgencia creciente. Las manos de Valentina empezaron a recorrer la espalda de su hermana, bajando hasta sus caderas, apretándola contra sí.

Helena soltó un gemido más ronco. Sus caderas empezaron a moverse, frotándose contra el vientre de Valentina. Caleb las miraba con los ojos vidriosos, fascinado, su respiración aumentando aunque su pene no respondía todavía.

—¡Ay… Valen… me estás mojando toda…!

Valentina bajó los labios hasta los pechos de Helena, atrapándole un pezón entre los labios, chupándolo con fuerza. Helena arqueó la espalda, empujando sus pechos hacia su boca.

—¡Ayyy… hermanita… más… chupame más…!

Valentina alternaba entre succionar y morder suavemente los pezones, mientras su mano bajaba entre las piernas de Helena. Apenas sus dedos rozaron su clítoris, Helena soltó un chillido agudo, su cuerpo sacudiéndose.

—¡Ay… ay… Valen… me estoy… viniendo…!

—Todavía no… —susurró Valentina, con voz temblorosa.

Helena, enloquecida, bajó de pronto hasta el sexo de su hermana, abriéndole suavemente los labios húmedos con sus dedos. Su lengua salió y empezó a lamerla, primero lento, apenas rozando. Valentina se agarró de las sábanas, soltando un gemido casi animal.

—¡Ay… Helena… me voy a… me voy a correr…!

Helena se hundió más, su lengua entrando y saliendo, jugando con el clítoris, succionándolo suavemente. Valentina gritó, temblando violentamente, su vientre contrayéndose.

—¡Ayyy… me vengo… me vengo…!

Un chorro caliente brotó de entre sus piernas, empapando la cara de Helena, que se apartó apenas para sonreír, con los labios brillantes de jugos.

—¡Ay… hermanita… me mojaste toda…!

Valentina se desplomó sobre la cama, temblando, los ojos entrecerrados. Helena se incorporó, respirando agitada, y se inclinó sobre ella, besándole el cuello.

—Ahora… es tu turno… —dijo Valentina, aún jadeante.

Valentina se acomodó entre las piernas de Helena. Sin perder tiempo, comenzó a lamerla con avidez. Helena gritó, echando la cabeza hacia atrás, sus manos enredadas en el cabello de su hermana.

—¡Ay… ay… Valen… no pares…!

Caleb, a un costado, apenas podía moverse. Solo podía mirar, los ojos clavados en las dos bellezas que se devoraban entre ellas. Su pene dio un pequeño espasmo, aunque no lograba endurecerse del todo.

Valentina metió dos dedos en Helena mientras seguía lamiendo. Helena comenzó a temblar violentamente, sus pechos rebotando con cada espasmo.

—¡Ayyy… me corro… me corro…!

Un segundo squirt salió disparado, empapando la cama y las piernas de Valentina. Las dos gemelas se quedaron jadeando, abrazadas, con sus cuerpos brillantes, temblando aún por los espasmos del placer.

Helena la besó, con lágrimas en los ojos.

—Ay… hermanita… nunca… nunca había sentido… algo así…

Valentina, sonriendo, le pasó la lengua por los labios, probando su propio sabor mezclado con el de su hermana.

—Ay… Helena… quiero seguir toda la noche…

Caleb, completamente rendido, apenas logró murmurar:

—Wow chicas… son… lo más hermoso… y peligroso… que he visto…

Las gemelas lo miraron, sus rostros encendidos, y se abrazaron sobre él, besándose sin parar, sabiendo que, aunque Caleb estuviera temporalmente fuera de combate… su noche apenas había empezado.


Parte 3 y final:
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