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Descubriendo mi yo Femenino (Parte V)

Les dejo la parte IV por si no la leyeron.http://www.poringa.net/posts/trans/6021955/Descubriendo-mi-yo-Femenino-Parte-IV.html


Capítulo 14: Cuando dejé de ser solo mamá… y volví a ser toda mujer



Después de que Sofi llegó, mi vida cambió. Lo sabíamos, lo esperábamos, pero nada me preparó para lo que sentí. Ese amor brutal, absorbente, que te consume el tiempo, el cuerpo y hasta la cabeza. Cada llanto, cada pañal, cada comida, cada noche sin dormir. Y yo… feliz. Exhausta, pero feliz.
O eso decía.

Pero la verdad es que había algo dentro mío que empezaba a marchitarse. Algo que tenía hambre, que pedía ser tocado, besado, cogido con fuerza.
Y no pasaba. No podía.
Cada vez que Mario me acariciaba la espalda o me susurraba que estaba hermosa, yo me ponía tensa. Me sentía sucia, fuera de lugar. ¿Cómo podía pensar en sexo cuando Sofi estaba ahí, durmiendo al lado?
¿Cómo podía entregarme si me sentía culpable hasta por desearlo?

Al principio él lo entendió. Pero después empezaron los choques. Las miradas frías. Las frases cortadas. Las noches de espalda con espalda.
Hasta que un día, después de una discusión tonta, me largué a llorar como una nena. Me senté en la cocina, con las manos temblando, y le dije lo que nunca me había animado:
—No sé cómo ser todo. Ser mamá, ser tuya, ser yo. Me siento culpable hasta cuando me mojo por vos.
Mario se agachó frente a mí, me sostuvo la cara y me miró a los ojos.
—Vos podés ser todo. Porque sos todo. Pero no estás sola.
Me acarició la mejilla y dijo:
—Ya está, amor. Mañana contratamos una niñera. Aunque sea una tarde por semana. Te necesito. Como mujer. Como mía. Y vos también te necesitás.

Yo asentí. Con miedo. Pero también con ganas. Con una urgencia que ya no podía seguir negando.


La tarde siguiente fue el día acordado. Fue raro y tremendamente dificil, irme dejando a Sofi con la niñera en casa, mientras yo me subia con Mario al auto, en silencio. Sofi me miraba con carita confundida, y una vez mas los pensamientos de mierda me invadieron.
—¿Estará pensando que la abandono? No puedo amor—
El me abrazó y me dijo:
—Mirá, te está saludando—
Al voltear vi a Sofi con una sonrisa saludandome con su manito. Y decidí jugarmela. Todo el viaje iba pensativa, con culpa. 
Él no me dijo a dónde íbamos. Solo me había pedido que me pusiera ese vestido rojo entallado que me marcaba el culo como a él le gustaba, y que no me pusiera bombacha.
Obedecí. Con la respiración cortada. Temblando. Mojada.

Subimos al auto. Las calles pasaban borrosas. Hasta que llegamos a un telo.
Se me apretó el pecho. Pero no dije nada. Me miró de reojo, y sonrió.
Entramos a una habitación enorme, con luces tenues, un espejo gigante frente a la cama, y una ducha con vapor esperándonos.
Ni bien cerró la puerta… se transformó.
—Vení para acá —me dijo con voz grave, ordenándome.
Yo di un paso. Él me agarró de golpe, me empujó contra la pared y me subió el vestido. Me pasó la palma de la mano por la entrepierna y gruñó:
—Estás muy caliente. ¿Cuánto hace que estás así?
—Mucho —susurré, ahogada.
—Entonces te lo voy a sacar TODO de adentro.
Me levantó de las caderas, me tiró en la cama y me abrió de piernas. Sin piedad. Como si me fuera a partir.
Empezó a lamerme desde atrás, con la lengua firme y rápida, mientras me sujetaba de la cintura. Yo gritaba en el colchón, con las manos apretando las sábanas, sin poder creer que eso me estuviera pasando. Después de tanto tiempo. Le clavaba las uñas sin piedad, a tal punto que lo deje todo arañado.
Él no paraba. Me hacía acabar y me seguía lamiendo. Me mordía. Me escupía. Me metía los dedos con fuerza, hasta que me arqueaba entera.

Me alzó las piernas hasta sus hombros y me la metió de una. DURA. PROFUNDA. Sin ternura.
Yo grité. Me retorcí. Sentí cómo me abría en dos y me empalaba contra la cama. Sus manos me sujetaban  de los tobillos en el aire. Su cuerpo chocaba contra el mío sin freno.

—¿Eso querías? ¿Que te rompa toda?
—¡Sí! —le grité, entre llantos y placer—. ¡Cogeme como quieras, pero no me dejes más así!

Me puso de rodillas en el borde de la cama, y me empezó a romper la cola muy salvajemente, mirando cómo entraba y salía mientras me pegaba en el culo y me tiraba del pelo.
El espejo mostraba todo. Mi cara roja, mis tetas rebotando, sus músculos tensos, la fuerza con la que me tomaba.
Acabé otra vez. Y otra. Sentí que me vaciaba por dentro. Que me hacía suya de nuevo.

Cuando el acabó por completo, jadeando, con los dientes apretados, nos dejamos caer juntos. Fundidos. Sudados. En silencio.
Después de bañarnos juntos, me quedé en la ducha, apoyada contra su pecho, llorando bajito. No de culpa.
De alivio. De haber vuelto a encontrarme. De haber sido, por fin, otra vez su mujer… además de mamá.

—¿Estás bien? —me preguntó acariciándome el pelo.
—Ahora sí —le respondí, con una sonrisa torcida—. Pero la semana que viene... la niñera vuelve. Y vos me cogés en el espejo. Parada. Y me acabás en la boca.
Él sonrió. Me mordió la oreja.
—Hecho.

Pasamos la semana, entre trabajo, cosas de la casa, ser padres. Y el me provocaba cada vez que podía. Me susurraba al pasar:
—Faltan 3 días y te vas a arrepentir de haberme provocado asi, preparate.—
Y yo me ponía en un estado que me costaba mantener la compostura delante de Sofi. 
Por fin llego el dia, por capricho y por juego, decidí llegar yo primera al telo para esperarlo y provocarlo mas. Siempre que lo provocaba o lo desafiaba el se ponia tremendamente dominante y a mi me encantaba.

 Sofi se quedó con la niñera, agarre mi bolso y me fui al telo. Mientras me vestía frente al espejo del baño, le mandé un mensaje:


"Estoy parada, Frente al espejo. Sin Bombacha. Vení ya a terminar lo que empezaste, si te animás"

A ese mensaje le adjunte una foto que me tome frente al espejo. Nunca respondió el mensaje. Pero si me clavó el visto. 

Tardó menos de diez minutos. Entró al cuarto con la mirada cargada. Cerró la puerta.

Yo ya estaba ahí. Esperándolo. Con una blusa blanca abierta hasta el ombligo, el corpiño a medio abrochar, y el culito apenas cubierto con una falda corta. Mis tetas rebotaban con cada respiración. Mis pezones duros. La cara lista para suplicar o para morder.


—¿Así que pensás que no me animo? Vení para acá pendeja maleducada, yo te voy a enseñar a vos quien manda acá—

Me tomo del brazo con fuerza y me empezo a nalguear muy fuerte, como castigandome por mi atrevimiento. Me agarro fuerte la cara y me dijo:

—Dijiste que me la ibas a chupar —me recordó, con la voz gruesa, mientras me daba una bofetada suave.
—Y vos dijiste que me ibas a coger parada, mirándome al espejo —le contesté, sin temblar, desafiandolo.
Se me vino encima sin darme tiempo. Me dio vuelta, me empujó contra el espejo. Mi frente chocó suave contra el vidrio.
Me subió la falda, me abrió las piernas con la rodilla. Y ahí, sin piedad, me escupió entre los glúteos. Su saliva corrió despacio por mi piel. Me estremecí.

—Estás chorreando —dijo mientras me metía dos dedos de una, profundos—. ¿Cuánto te tocaste pensando en esto?
—Todos los días desde la ultima vez.—le confesé, jadeando.
Me tiró del pelo hacia atrás, haciéndome mirarlo en el reflejo. Yo con la boca entreabierta, los ojos vidriosos, y él detrás mío, ya con la verga afuera.
Me la metió de una, con un golpe seco. La sentí entera, como un castigo, como un premio, como una venganza.
Grité. Él me tapó la boca con una mano y me empezó a bombear con furia. Me cogía como si me estuviera castigando, y yo por dentro pensaba, "quiero mas castigo". 

—¡Miráte! —me dijo entre dientes, mientras me cogía sin parar—. ¡Mirá cómo te cojo! ¡Mirá esa cara de puta feliz!
Yo lloraba. De placer. De calentura. De entrega total.
Mi piel golpeando contra el vidrio. Mis gemidos tapados. Sus huevos chocando contra mi cola.

—¡Más! —le pedí, con la voz rota—. ¡Cogeme más, más fuerte!
Me agarró de la cintura, me levantó un poco, y me embistió con tanta fuerza que pensé que me iba a quebrar. El espejo estaba lleno de vaho, de sudor, de marcas de mis manos.
Acabé, temblando, con un orgasmo tan fuerte que me flaquearon las piernas. Pero él no paró.
Me giró. Me empujó hacia abajo. Me arrodillé sin que me lo pidiera. Le abrí la boca como una perra en celo.

—Dame todo. —le rogué—. Me dijiste que me ibas a acabar en la boca.
Él me sujetó de la cabeza. Me la metió hasta la garganta. Me hizo tragarla. Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no me detuve. La lamí, la saboreé, la adoré.
Y cuando me acabó, caliente, espeso, profundo… no dejé caer ni una gota. Me tragué todo mirándolo a los ojos.

Nos quedamos ahí. Yo de rodillas. Él con el pecho agitado.
Y en el reflejo… estábamos completos.
Yo, la mamá que volvió a ser mujer.
Él, el macho que nunca me dejó de desear.
Los dos… tan nuestros como siempre.
Y Sofi… segura, feliz, cuidada.


Porque sí, se puede ser madre y seguir siendo una perra ardiente.


Capítulo 15: Con el cuerpo usado… y el corazón lleno


Volver del telo esa segunda vez fue distinto.
La primera vez volví quebrada, vencida, llorando del alma porque recuperé una parte de mí que creía perdida.
Pero esta vez… volví entera.
Despeinada, con la boca hinchada, el culo marcado por sus manos, el sabor de su semen en mi garganta… pero entera.

En el auto íbamos en silencio, como si no hiciera falta decir nada.
Yo me tocaba el labio inferior, todavía ardiendo.
Mario tenía una mano apoyada en mi muslo, moviéndola apenas con el pulgar, sabiendo que me hacía latir de nuevo.

Me acomodé la ropa como pude antes de bajar. Me até el pelo para camuflar la despeinada. Las piernas me temblaban un poco, pero disimulé.
Él me guiñó un ojo antes de tocar el timbre.
Y cuando la niñera abrió la puerta, sentí ese cosquilleo nervioso. Como si volviera a casa después de una travesura prohibida.

—Hola —dije con voz suave, casi avergonzada.
Pero del fondo, ya venía corriendo ella.

—¡¡¡MAMÁÁÁ!!! —gritó Sofi, con las manitos extendidas y el osito apretado contra el pecho.
Se me lanzó encima. Y ahí, todo lo que había pasado en ese telo —el espejo empañado, mi cara de perra arrodillada, su verga llenándome la boca— se desvaneció por un momento.
O mejor dicho… se integró.

Porque esa mujer que acababa de tragarse a su marido como una reina, también era la mamá que se agachaba con las piernas flojas y el alma blanda para recibir a su hija.
—Te extrañé, chiquita —le dije mientras la alzaba con dificultad.
—¿Fueron al parque?— Preguntó la niñera siendo inocente, o siendo complice, intentando disimular frente a una nena que ya tenia casi 2 años.
—Más o menos —dijo Mario, y yo le pegué una mirada asesina por lo bajo.
La niñera se despidió con una sonrisa que me dio pudor. ¿Nos había adivinado? ¿O era solo mi culpa mezclándose con la calentura que todavía no se me pasaba?
Cenamos los tres juntos.
Sofi trataba de contarnos en sus poquitas palabras que sabía lo que había hecho con la niñera, mientras yo me cruzaba las piernas fuerte bajo la mesa. Sentía el cosquilleo entre ellas, como si todavía estuviera goteando.
Mario me miraba con esa media sonrisa de macho satisfecho.
Yo le tiraba miradas como diciendo “no empieces de nuevo… porque me muero”.

Después la bañamos juntos, y al meterla en la cuna, se durmió. 
Me quedé embobada mirandola.
Y en ese momento… me di cuenta de algo hermoso:
No tenía que separar a la perra de la madre.
Eran la misma.
Porque lo que me hacía tan salvaje con él… era el mismo fuego que me hacía tan tierna con ella.
El amor.

Cuando se quedó dormida, me di vuelta para ir a la cama.
Mario estaba acostado, sin remera.
Me acosté a su lado, despacito.
Me acurruqué contra su pecho.
Y por primera vez, en mucho tiempo, dormimos abrazados, sin sexo, sin urgencia.
Solo así:
Él, yo… y la certeza de que lo estamos haciendo bien.



Capítulo 16: Un día de verano, secretos en el parque y una noche de amor silencioso


El sol de verano caía cálido y brillante sobre el parque, llenando el aire de aromas a césped fresco y flores silvestres. Sofi corría feliz, con sus pelitos al viento, su risa cristalina bailando entre los árboles. Yo la miraba desde la banca, con Mario a mi lado, ambos disfrutando ese instante perfecto.
Pero no pude evitar que mi mirada se cruzara con la suya, y en ese instante, sin que nadie más lo notara, me susurró al oído con esa voz grave que tanto me enciende:
—Esta noche te la voy a hacer tragar entera.—
Mi corazón se aceleró. Sentí cómo un calor intenso me invadía, un fuego que se escondía entre la piel y las ganas contenidas. Sofi estaba ahí, feliz, inocente, mientras nosotros compartíamos esa promesa silenciosa.
El día transcurrió entre juegos, helados, y miradas cómplices que ninguno de los dos podía ocultar. Sofi se cansó rápido y cuando llegó la hora de volver a casa, despues de cenar, se quedó dormida en su cuna, con su respiración suave y pausada llenando la habitación.
Esa noche, Mario y yo nos miramos con una complicidad nueva, diferente. Ya no éramos solo los amantes voraces y fogosos de antes; éramos dos cuerpos que aprendían a amarse despacio, con cuidado, con la delicadeza que se reserva para lo más sagrado.
Nos desnudamos sin prisa, nos abrazamos largo tiempo, sintiendo cada latido del otro, cada suspiro, cada estremecimiento. Nos exploramos con las manos, con los labios, con la lengua, descubriendo nuevas sensaciones, nuevos rincones del deseo.
Mario me besó el cuello, la clavícula, bajando lento, muy lento, hasta que me tomó en sus brazos y me llevó a la cama. Allí, frente a la ventana, la luz de la luna dibujaba sombras suaves sobre nuestra piel.
Me cogió despacito, con ternura, sin ruido, sin apuro. Cada movimiento era una caricia, un susurro, una promesa. Mis gemidos eran bajos, apenas un murmullo, porque no queríamos despertar a Sofi, pero el placer era inmenso, profundo, como nunca antes.
Nos miramos a los ojos mientras él me hacía el amor, y sentí que ese silencio, esa calma, era más fuerte que cualquier grito. Era amor, era entrega, era la mezcla perfecta entre ser madre y ser su mujer.
Cuando por fin acabamos juntos, nos quedamos abrazados, temblando, fundidos en esa quietud que solo el verdadero amor conoce.

Y en la cuna, Sofi dormía, segura y feliz, mientras nosotros aprendíamos a amar de nuevo.


Capítulo final: Siete años después — amor, fuego y nuevos sueños


Han pasado nueve años desde que Sofi llegó a nuestras vidas. Nueve años de risas, de tardes en el parque, de cuentos para dormir y mañanas apuradas antes del colegio. Sofi ya es una niña grande, curiosa, inteligente, llena de vida y con esa chispa que la caracteriza.
Nosotros, Mario y yo, seguimos siendo esa pareja fogosa que nunca dejó que la rutina ni la paternidad apagara la llama. Sí, ser padres cambió muchas cosas, pero también nos enseñó a ser mejores amantes, a aprovechar cada instante robado, cada noche sin dormir, cada momento a escondidas.
Seguimos combinando esos dos mundos: el de la ternura de mamá y papá y el de la pasión ardiente que nos consume cada vez que quedamos solos. Sofi sabe que somos un equipo, que el amor que tenemos entre nosotros también la protege y la sostiene.
Cada vez que podemos, nos escapamos, nos buscamos, nos hacemos el amor con la urgencia y la intensidad de siempre. Porque sabemos que ese fuego es parte de lo que nos mantiene vivos, unidos, completos.
Y aunque la casa se llena de risas infantiles, juguetes desparramados y las tareas del colegio, en el fondo de nuestro corazón hay un deseo latente, una ilusión compartida: la posibilidad de abrir nuestro amor y nuestro hogar a otro niño, a otra niña que necesite de nosotros.
La idea de una segunda adopción ronda nuestras conversaciones, en susurros cómplices y miradas cargadas de sueños. Porque sabemos que nuestra familia puede crecer, y que nuestro amor es lo suficientemente grande para abrazar a otro ser.
Así, cerramos este capítulo, sabiendo que el amor que construimos es fuerte, real y eterno. Que somos madres, padres, amantes y cómplices. Que hemos aprendido a vivir y amar sin miedo, sin condiciones, con la pasión de quienes se saben bendecidos.

Y que, quizás, la historia solo acaba de empezar.

Nuestra historia continua, pero cada vez que pienso en aquella noche en que conocí a Mario en su moto, miro todo el camino recorrido y repito con fuerza.

NADA VOLVERÁ A SER IGUAL. 





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