Los viernes, Néstor solía quedarse hasta tarde en la oficina. A veces porque había trabajo, otras porque prefería evitar el silencio de la casa vacía. Pero ese día, algo lo hizo volver antes. Quizás fue el calor espeso de febrero, o el cansancio de tantos años llevando el mismo traje.
Eran cerca de las siete de la tarde cuando metió la llave en la cerradura. Apenas cruzó la puerta, notó algo extraño: la música fuerte que venía del fondo, la risa aguda de una mujer, y enseguida, el golpe seco de una cama contra la pared.
Se quedó quieto. Su cuerpo reaccionó antes que su mente. Sabía quién era. Sabía que su hijo estaba ahí, con ella.
Noelia.
La ex. La nuera que alguna vez fue parte de su mesa, de su familia. La misma que venía en calzas deportivas, suelta de cuerpo, saludando con un beso en la mejilla mientras él fingía mirar a otro lado. La que lo tenía loco desde hacía años, pero por respeto nunca había dejado que el pensamiento pasara de ahí.
Hasta ahora.
Se quedó parado en el pasillo, sin moverse. El cuarto de Alejo estaba al fondo. Y aunque la puerta estaba cerrada, los sonidos traspasaban como cuchillos calientes.
Los gemidos eran de ella. Dulces, pero salvajes. Desesperados. No eran de alguien actuando. No. Eran reales. Carnales. Crudos.
—¡Sí, Ale! ¡Así, por favor! ¡Dame más! ¡Dame pija! —gritó Noelia, con una voz que no le había escuchado nunca. Ni siquiera en sus peores fantasías.
Néstor sintió una descarga eléctrica bajarle por la espalda. Le temblaron las manos. Se apoyó contra la pared. Le costaba respirar. La mezcla era brutal: orgullo, celos, calentura, algo oscuro que no quería nombrar.
—¡Rompeme! ¡Dame toda la leche! ¡Quiero acabar con la boca llena, amor!
Eso fue demasiado.
Se agarró el pantalón, temblando. No podía creer lo que estaba haciendo. Ni lo que estaba escuchando. Su mano se movía sin pensar, como si no fuera suya. Como si el deseo hubiera tomado el control. Noelia, tan fresca, tan jovial, tan impensada… estaba ahí, entregada, vulgar, divina. Y él la imaginaba. No sabía en qué pose estaban, pero la veía toda. El culo duro, redondo, rebotando. La boca abierta. Las piernas marcadas por años de hockey. Y esa voz… esa voz de mujer en llamas que lo estaba consumiendo sin saberlo.
Cuando escuchó:
—¡Llename la boca de leche, dale! ¡Quiero tragar todo!
Néstor acabó. Sin aviso. Sin poder aguantar un segundo más. Un orgasmo brutal, seco, furioso. Como si tuviera veinte. Como si todo lo que había contenido durante años hubiera explotado ahí, contra la pared del pasillo.
Y en ese momento lo supo.
Ya no iba a poder mirarla igual.
Ya no iba a poder olvidarla.
Desde ese día, Noelia se convirtió en su obsesión. En la mujer que no podía tener, pero que ya habitaba cada rincón de su deseo. No importaba si seguía con Alejo o no. Ya era suya… aunque solo en su mente.
Eran cerca de las siete de la tarde cuando metió la llave en la cerradura. Apenas cruzó la puerta, notó algo extraño: la música fuerte que venía del fondo, la risa aguda de una mujer, y enseguida, el golpe seco de una cama contra la pared.
Se quedó quieto. Su cuerpo reaccionó antes que su mente. Sabía quién era. Sabía que su hijo estaba ahí, con ella.
Noelia.
La ex. La nuera que alguna vez fue parte de su mesa, de su familia. La misma que venía en calzas deportivas, suelta de cuerpo, saludando con un beso en la mejilla mientras él fingía mirar a otro lado. La que lo tenía loco desde hacía años, pero por respeto nunca había dejado que el pensamiento pasara de ahí.
Hasta ahora.
Se quedó parado en el pasillo, sin moverse. El cuarto de Alejo estaba al fondo. Y aunque la puerta estaba cerrada, los sonidos traspasaban como cuchillos calientes.
Los gemidos eran de ella. Dulces, pero salvajes. Desesperados. No eran de alguien actuando. No. Eran reales. Carnales. Crudos.
—¡Sí, Ale! ¡Así, por favor! ¡Dame más! ¡Dame pija! —gritó Noelia, con una voz que no le había escuchado nunca. Ni siquiera en sus peores fantasías.
Néstor sintió una descarga eléctrica bajarle por la espalda. Le temblaron las manos. Se apoyó contra la pared. Le costaba respirar. La mezcla era brutal: orgullo, celos, calentura, algo oscuro que no quería nombrar.
—¡Rompeme! ¡Dame toda la leche! ¡Quiero acabar con la boca llena, amor!
Eso fue demasiado.
Se agarró el pantalón, temblando. No podía creer lo que estaba haciendo. Ni lo que estaba escuchando. Su mano se movía sin pensar, como si no fuera suya. Como si el deseo hubiera tomado el control. Noelia, tan fresca, tan jovial, tan impensada… estaba ahí, entregada, vulgar, divina. Y él la imaginaba. No sabía en qué pose estaban, pero la veía toda. El culo duro, redondo, rebotando. La boca abierta. Las piernas marcadas por años de hockey. Y esa voz… esa voz de mujer en llamas que lo estaba consumiendo sin saberlo.
Cuando escuchó:
—¡Llename la boca de leche, dale! ¡Quiero tragar todo!
Néstor acabó. Sin aviso. Sin poder aguantar un segundo más. Un orgasmo brutal, seco, furioso. Como si tuviera veinte. Como si todo lo que había contenido durante años hubiera explotado ahí, contra la pared del pasillo.
Y en ese momento lo supo.
Ya no iba a poder mirarla igual.
Ya no iba a poder olvidarla.
Desde ese día, Noelia se convirtió en su obsesión. En la mujer que no podía tener, pero que ya habitaba cada rincón de su deseo. No importaba si seguía con Alejo o no. Ya era suya… aunque solo en su mente.
2 comentarios - El castigo divino de nestor: Su nuera