Flor se arrodilla frente a Guido cumpliéndome la fantasía. Sin dejar de mirarme, se acomoda entre sus piernas, saca el culo hacia atrás —ese culo entangado que brilla como una invitación a todo— y lo besa. Beso profundo, con lengua, hambre, pasión.
Sus manos le recorren el abdomen lentamente, como saboreando el terreno. Llega al bulto marcado bajo el boxer, lo agarra con ganas, se lo aprieta un poco. Guido no dice nada, pero su cuerpo lo dice todo.
Flor le baja el boxer de un tirón, como quien desenvuelve un regalo que ya se sabe de memoria. Ahí aparece la verga. Una pija grande, gruesa, venosa, apuntando directo a su cara. Yo la veo morderse el labio, relamiéndose, como si la estuviera esperando desde hacía siglos.
Me mira a mí. No hace falta que diga nada. Sabe que tiene luz verde para hacerme mierda la cabeza.
Saca la lengua y se da tres golpecitos suaves en la punta, como tocando la puerta. Después, lo besa. En la punta, en el tronco, en las bolas. Empieza a pajearlo suave, lenta, con una delicadeza que me dejaba sin aliento. La mano va y viene, con firmeza justa, haciendo esa paja que te sube por la columna como una descarga eléctrica.
Yo ya tengo la verga en la mano, completamente dura, mirando esa escena como si fuera la mejor película porno jamás filmada. Y lo era. Flor, mi puta, le estaba haciendo la paja a otro adelante mío. Y lo estaba disfrutando.
Ella baja con su boca, dándole besos lentos por el abdomen, acercándose a su verga. Le pasa la lengua por el tronco, despacio, de abajo hacia arriba, con una sonrisa dibujada, mirándolo a los ojos. Cuando llega a la cabeza, le da lengüetazos circulares, como si la cabeza fuera un helado y ella una nena malcriada. Le hace un remolino con la lengua, y después vuelve a bajar hasta las bolas, para subir otra vez. Cada tanto me lanza una mirada. Cómplice. Ardiente. Caliente. Me mira la pija y sonríe. Yo me la pajeo al mismo ritmo que ella lo chupa a él.
Lo escupe. Le hace la paja toda chorreada. Lo tiene empapado en saliva, lo está dejando brilloso, resbaloso, todo mojado como le gusta. Le chupa la cabeza, lo succiona, se la mete entera en la boca y se la saca lentamente. Guido la mira, la agarra de la colita del pelo y le empieza a coger la boca suave, profundo, sin apuro. Ella se deja. Se la traga, la acomoda con la garganta. Gime, como buena petera.
Yo los miro. Fascinado. Extasiado. Envidioso. Caliente. Celoso y orgulloso al mismo tiempo. Me estoy pajeando con la pija dura como un fierro, tratando de no acabar. Estoy viendo mi fantasía hecha realidad: Flor, de rodillas, comiéndose una pija grande como si fuera el desayuno.
Ella cambia de ritmo, se la saca, le escupe la cabeza y lo sigue pajeando rápido mientras respira agitada:
—Me encanta chuparte la pija —le dice a Guido, bien putona, mirándolo a los ojos.
Y después me mira a mí:
—¿Te gusta cómo le chupo la pija, amor?
Yo no puedo ni hablar. Solo asiento, respirando fuerte, la pija palpitando. Y ella se la vuelve a meter en la boca con todas las ganas. Se la traga con hambre, hasta el fondo, más profundo, casi hasta el borde de las arcadas. Le encanta eso. Lo hace feliz. Se nota. Está en su salsa. Flor está mostrando sus mejores habilidades. Su especialidad.
Empiezan a sonar los ruidos del pete: la succión, la saliva, el “cloc cloc” de una garganta que traga verga sin miedo. Guido la tiene bien agarrada del pelo y ahora le está cogiendo la boca sin parar, marcando el ritmo y la profundidad. Ella gime, lo deja hacer.
—Mirá cómo se traga la pija tu novia —me dice Guido, provocándome, mirándome a los ojos mientras le da a fondo.
Yo estoy destruido de placer. Lleno de morbo. Mezcla de emociones que no había sentido nunca. Es mi mujer… y está haciendo eso. Y yo no quiero que pare.
Flor, en un momento, se acomoda entre los dos. Se arrodilla, nos agarra una pija a cada uno. Una en cada mano. Nos pajea a los dos a la vez, mirándonos a la cara con esa expresión de puta feliz, con la respiración caliente:
—Me encanta hacer pajas —dice sonriendo, mientras me la empieza a chupar a mí.
Se la traga de una. Se mete la pija entera en la boca, hasta el fondo, caliente, mojada. Me mira mientras la tiene adentro. Sigue pajeando a Guido con la otra mano. Después cambia, me la pajea a mí y se la chupa a él. El jueguito me volvía loco. El contraste. El ir y venir.
Hasta que llega el momento que se concentra solo en él. Me deja a mí pajeándome, mientras a Guido se lo come con toda el alma. Se la traga como si fuera lo único importante del mundo. Ya no juega: ahora lo está devorando. No le da respiro. Se la traga toda. Le llena la verga de saliva. Se la mete entera, hasta el fondo, gemidos, mirada de placer.
Estoy viendo todo de frente. La boca de Flor llena de verga, chorrea salida. Guido bombeándola fuerte. Me estoy haciendo la paja más lenta de mi vida, para no acabar. Pero estoy al borde. Ella lo disfruta. Me encanta verla así. Mi petera. Mi putita traga pija, compartida.
Flor levanta la vista, lo mira a los ojos y le dice:
—Me quiero subir arriba de tu pija…
Y después, mirándome a mí:
—¿Me dejás cogérmelo, amor?
Sus manos le recorren el abdomen lentamente, como saboreando el terreno. Llega al bulto marcado bajo el boxer, lo agarra con ganas, se lo aprieta un poco. Guido no dice nada, pero su cuerpo lo dice todo.
Flor le baja el boxer de un tirón, como quien desenvuelve un regalo que ya se sabe de memoria. Ahí aparece la verga. Una pija grande, gruesa, venosa, apuntando directo a su cara. Yo la veo morderse el labio, relamiéndose, como si la estuviera esperando desde hacía siglos.
Me mira a mí. No hace falta que diga nada. Sabe que tiene luz verde para hacerme mierda la cabeza.
Saca la lengua y se da tres golpecitos suaves en la punta, como tocando la puerta. Después, lo besa. En la punta, en el tronco, en las bolas. Empieza a pajearlo suave, lenta, con una delicadeza que me dejaba sin aliento. La mano va y viene, con firmeza justa, haciendo esa paja que te sube por la columna como una descarga eléctrica.
Yo ya tengo la verga en la mano, completamente dura, mirando esa escena como si fuera la mejor película porno jamás filmada. Y lo era. Flor, mi puta, le estaba haciendo la paja a otro adelante mío. Y lo estaba disfrutando.
Ella baja con su boca, dándole besos lentos por el abdomen, acercándose a su verga. Le pasa la lengua por el tronco, despacio, de abajo hacia arriba, con una sonrisa dibujada, mirándolo a los ojos. Cuando llega a la cabeza, le da lengüetazos circulares, como si la cabeza fuera un helado y ella una nena malcriada. Le hace un remolino con la lengua, y después vuelve a bajar hasta las bolas, para subir otra vez. Cada tanto me lanza una mirada. Cómplice. Ardiente. Caliente. Me mira la pija y sonríe. Yo me la pajeo al mismo ritmo que ella lo chupa a él.
Lo escupe. Le hace la paja toda chorreada. Lo tiene empapado en saliva, lo está dejando brilloso, resbaloso, todo mojado como le gusta. Le chupa la cabeza, lo succiona, se la mete entera en la boca y se la saca lentamente. Guido la mira, la agarra de la colita del pelo y le empieza a coger la boca suave, profundo, sin apuro. Ella se deja. Se la traga, la acomoda con la garganta. Gime, como buena petera.
Yo los miro. Fascinado. Extasiado. Envidioso. Caliente. Celoso y orgulloso al mismo tiempo. Me estoy pajeando con la pija dura como un fierro, tratando de no acabar. Estoy viendo mi fantasía hecha realidad: Flor, de rodillas, comiéndose una pija grande como si fuera el desayuno.
Ella cambia de ritmo, se la saca, le escupe la cabeza y lo sigue pajeando rápido mientras respira agitada:
—Me encanta chuparte la pija —le dice a Guido, bien putona, mirándolo a los ojos.
Y después me mira a mí:
—¿Te gusta cómo le chupo la pija, amor?
Yo no puedo ni hablar. Solo asiento, respirando fuerte, la pija palpitando. Y ella se la vuelve a meter en la boca con todas las ganas. Se la traga con hambre, hasta el fondo, más profundo, casi hasta el borde de las arcadas. Le encanta eso. Lo hace feliz. Se nota. Está en su salsa. Flor está mostrando sus mejores habilidades. Su especialidad.
Empiezan a sonar los ruidos del pete: la succión, la saliva, el “cloc cloc” de una garganta que traga verga sin miedo. Guido la tiene bien agarrada del pelo y ahora le está cogiendo la boca sin parar, marcando el ritmo y la profundidad. Ella gime, lo deja hacer.
—Mirá cómo se traga la pija tu novia —me dice Guido, provocándome, mirándome a los ojos mientras le da a fondo.
Yo estoy destruido de placer. Lleno de morbo. Mezcla de emociones que no había sentido nunca. Es mi mujer… y está haciendo eso. Y yo no quiero que pare.
Flor, en un momento, se acomoda entre los dos. Se arrodilla, nos agarra una pija a cada uno. Una en cada mano. Nos pajea a los dos a la vez, mirándonos a la cara con esa expresión de puta feliz, con la respiración caliente:
—Me encanta hacer pajas —dice sonriendo, mientras me la empieza a chupar a mí.
Se la traga de una. Se mete la pija entera en la boca, hasta el fondo, caliente, mojada. Me mira mientras la tiene adentro. Sigue pajeando a Guido con la otra mano. Después cambia, me la pajea a mí y se la chupa a él. El jueguito me volvía loco. El contraste. El ir y venir.
Hasta que llega el momento que se concentra solo en él. Me deja a mí pajeándome, mientras a Guido se lo come con toda el alma. Se la traga como si fuera lo único importante del mundo. Ya no juega: ahora lo está devorando. No le da respiro. Se la traga toda. Le llena la verga de saliva. Se la mete entera, hasta el fondo, gemidos, mirada de placer.
Estoy viendo todo de frente. La boca de Flor llena de verga, chorrea salida. Guido bombeándola fuerte. Me estoy haciendo la paja más lenta de mi vida, para no acabar. Pero estoy al borde. Ella lo disfruta. Me encanta verla así. Mi petera. Mi putita traga pija, compartida.
Flor levanta la vista, lo mira a los ojos y le dice:
—Me quiero subir arriba de tu pija…
Y después, mirándome a mí:
—¿Me dejás cogérmelo, amor?
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