
—¿Estás cómodo ahí, esposo? —dijo Claudia mirándome, ya con las piernas abiertas sobre la cama, recostada boca abajo, las nalgas al aire, brillantes de aceite y excitación.
Yo estaba en la silla, temblando. Con la verga dura, atrapada en el pantalón.
—Porque quiero que no te pierdas nada —agregó ella—. Vas a ver cómo me lo cojo como tu buena Hotwife.
El macho la agarró de las caderas y se la metió de un empujón.
Claudia gimió fuerte, como si la hubieran abierto en dos.
—¡Ahhh! Sí… ¡sí! ¡Entrame todo! —gritó, alzando la cola—. ¡Dame esa pija rica!
Yo miraba.
Y él me miraba a mí mientras le metía toda la verga.
—¿Así te gusta verla, cornudo? —me dijo con una sonrisa torcida—. Tu mujercita… recibiéndola entera, sin piedad.
Claudia soltó una risa jadeante, sucia, deliciosa.
—Le encanta… —dijo ella—. Mirame, amor… ¡mirá cómo me abre este macho!
Cada embestida la hacía temblar entera.
Sus nalgas rebotaban con violencia.
Le daban nalgadas entre las estocadas.
La piel se le ponía roja, marcada, vibrante.
—¿Escuchás cómo choco contra su culo, esposo? —dijo el macho—. Está tan mojada que suena como si me rogara más.
Claudia lo alentaba:
—¡Sí, así! ¡Dale! ¡Pegame fuerte! ¡Ese culo es tuyo ahora!
Se la cogía a cuatro, con fuerza. Le abría las nalgas, le escupía la raya, se la enterraba hasta el fondo.
Ella se arqueaba, lo pedía, lo devoraba con el cuerpo.
—¿Sabés qué me calienta más? —jadeó Claudia mirándome de costado—. Que vos estás ahí… viendo cómo me rompen el culo… y no hacés nada. Nada. Solo mirás.
—¿Te sentís chiquito, esposo? —provocó él, dándole otra nalgada sonora—.
—Porque ella se está portando como una verdadera puta caliente… y vos solo tragás saliva.
Claudia se subió encima de él, cabalgándolo con una sonrisa salvaje.
Su culo saltaba con cada movimiento.
Se lo metía toda. Le frotaba los pechos en el pecho.
Tenía el pelo pegado, el sudor bajándole por la espalda.
—¿Así me querías ver? —dijo, entre gemidos—. ¿Montada como una perra delante de tu cara?
Yo asentí. La voz ya no me salía.
—Soy tu esposa… pero también soy una Hotwife.
Y hoy… soy la puta de este macho.
Él la alzó, la puso contra la pared, le abrió las piernas de nuevo y la cogió parado, con las manos apretándole el culo tan fuerte que le quedaron marcas.
Claudia gritaba. Gritaba como una mujer que ya no tenía vergüenza.
Como una esposa que había cruzado el límite… y no quería volver.
—¡Me estoy viniendo! —gritó ella—. ¡Dios… sí…!
Él aceleró. La empujó contra la pared. Le mordió el cuello.
—¡Sí, putita! Venite como la Hotwife que sos.
Claudia se vino gritando. Temblando. Goteando.
Y él acabó sobre su culo.
La marcó. La bañó.
Le dejó la espalda baja llena de semen caliente.
Ella se dejó caer en la cama, jadeando.
Las nalgas empapadas.
Las piernas temblorosas.
—Mirá cómo me dejó —me dijo, con voz ronca, sucia, triunfante—.
Y no sabés lo rico que fue
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