You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Sin Tocarme. Cap. 3 y 4

Después de un inicio marcado por el misterio y el control, ella empieza a entregarse sin siquiera haber sido tocada.
En estos capítulos, su deseo se vuelve más agudo, más profundo… más mental.
La voz de él comienza a habitarla, a dominarla desde la distancia, guiando cada gemido, cada vibración, cada fantasía.
Y lo que al principio parecía un juego, se transforma en una rendición inevitable.
💥 Si buscás erotismo psicológico, sensualidad detallada y un vínculo que se construye con palabras, sin necesidad de contacto físico…
te invito a seguir leyendo.
Sin Tocarme no es una historia de sexo.
Es una historia de poder, sumisión y deseo contenido.
Y apenas estamos comenzando.




Capítulo 3 – Pensarte fue rendirme
Desde esa noche, mi cuerpo parecía otro.
No era solo el recuerdo del orgasmo, ni la potencia del juguete. Era él.
Su imagen se metía en mis pensamientos sin pedir permiso. Antes, mi rutina era predecible: el café de las mañanas, el trabajo frente a la computadora, las duchas largas para intentar sacarme el cansancio. Todo era correcto, ordenado, casi automático. Ahora, cada una de esas acciones se teñía con su sombra. Bastaba pensar en su voz, en cómo pausaba las frases, en el espacio que dejaba para que yo completara con fantasía, para que mi pulso se acelerara. Ya no podía evitarlo: él había reconfigurado mis hábitos sin siquiera tocarme.
Mi piel lo extrañaba sin haberlo tenido nunca. Una contradicción que me hacía sonreír sola. No era amor. Era necesidad. Era una hambre distinta, que no se calmaba con palabras ni con caricias imaginadas. Era adicción a su control, a su ausencia calculada. A ese modo en que podía dominarme sin levantar la voz, solo con una orden escueta, con una frase medida en el momento exacto. Pensarlo era excitarme. Recordar sus silencios era volverme líquida. Su figura se deslizaba entre mis pensamientos con una facilidad que asustaba, y, sin embargo, me rendía feliz. Era suyo incluso antes de saberlo.
Los mensajes se volvieron rutina.
—Hoy pensé en vos —me escribió una tarde.
—¿En qué exactamente? —le seguí el juego.
—En cómo sonarías cuando perdieras el control.
La respiración se me cortó. Una descarga directa al vientre. Sentía el deseo apretando entre mis piernas, insistentemente. Como si con solo leerlo, él supiera exactamente qué tecla tocar.
Esa noche, no me resistí. No quería hacerlo. Me rendí con gusto.
Apagué la luz, me deslicé bajo las sábanas y me entregué a él en mi cabeza.
Imaginé sus ojos fijos, su pecho pegado a mi espalda, su aliento en la nuca.
“No te muevas...” susurró en mi mente. Esa frase me rompía por dentro. Me hacía sentir controlada, deseada, absolutamente expuesta.
Apenas pensar esas palabras y mi cuerpo ya se humedecía solo. Bajé la mano, rozando con la yema de los dedos la tela empapada de mi bombacha. La humedad era intensa, un reflejo innegable de cuánto lo deseaba. Dibujé círculos suaves, lentos, que apenas rozaban mi clítoris a través de la tela, prolongando el suspenso, el juego. Mi otra mano ascendió por mi abdomen hasta mis pechos, donde mis pezones ya estaban erectos, tensos, reclamando atención. Los tomé entre mis dedos, apretando suavemente primero, luego con más firmeza, provocando oleadas de placer que se mezclaban con el calor entre mis piernas. Me arqueé apenas, buscando más contacto, más fricción, sintiéndome completamente rendida al deseo que él encendía en mí incluso en la distancia.
En mi mente, sus manos reemplazaban las mías, firmes, guiándome. Su boca bajando lento por mi cuello, saboreando cada centímetro de piel. Mis piernas ya se abrían para él, aunque no estuviera allí.
Encendí el juguete. Lo apoyé justo donde el cuerpo lo pedía, con una ansiedad casi animal. El primer contacto fue inmediato, un estallido de electricidad que me recorrió desde la pelvis hasta la nuca. Como si un hilo invisible activara cada fibra de mi ser.
El material suave vibraba con una intensidad rítmica, y cada pulsación parecía conectar directamente con mi mente. Me estremecí. Era como si no solo tocara mi cuerpo, sino también los pensamientos más ocultos, más sucios, más míos. Cada nuevo pulso abría caminos internos que nunca antes había sentido. Me arqueé involuntariamente, el aire escapando de mis labios en un suspiro entrecortado. Era una bienvenida eléctrica, sí, pero también una declaración: "este cuerpo ya no te pertenece solo a vos."
Cerré los ojos. Subí la potencia.
El gemido salió solo. Mi espalda se arqueó mientras lo imaginaba ordenándome:
“Así... no pares...”
Cada vibración absorbía mi cordura, como si me arrancara capas enteras de sensatez. Me aguanté el orgasmo durante segundos largos, mordiéndome el labio, arqueando la espalda, apretando los muslos, jugando al filo con un vértigo delicioso. Era un nuevo mundo, uno en el que el placer no era tímido ni fugaz, sino profundo, innegable. Pensaba en cómo antes me tocaba por costumbre, con movimientos breves, apenas una descarga rápida. Ahora, cada segundo era una ceremonia. Provocarlo a él, aunque no me viera, me completaba. El deseo no era solo físico: era una entrega mental, visceral, que no conocía límites.
Hasta que exploté. El espasmo fue brutal. Las piernas temblaron. Mordí la almohada para no gritar su nombre. Aunque en mi cabeza, lo dije muchas veces.
Quedé quieta, respirando agitada, sintiendo los temblores todavía, como si cada vibración pasada siguiera reverberando en mis entrañas. El cuarto estaba en penumbras, con el leve perfume de las sábanas limpias mezclado con el calor de mi piel. Mi pecho subía y bajaba con fuerza, y aún podía percibir el cosquilleo en la punta de los dedos y en cada músculo que había respondido al placer. Me quedé así, sintiendo la humedad entre mis piernas, el suave zumbido del silencio interrumpido solo por mi respiración. Era como despertar de un trance, pero sin querer salir de él.
Y lo supe: no me había tocado. Aún.
Pero ya me tenía. Completa. Irremediablemente suya.





















Capítulo 4 — Voz
No lo vi en toda la semana.
Y, sin embargo, estuvo conmigo cada noche.
Todo empezó con un mensaje inesperado:
"Hoy no quiero que me contestes. Quiero que escuches."
Venía con un archivo de audio.
No era largo. Tres minutos, quizás un poco más. Pero bastaron cinco segundos para que mi cuerpo lo reconociera.
Su voz.
Grave, lenta, con esa cadencia casi hipnótica, como si cada palabra se apoyara en la siguiente con la precisión de quien no dice nada por decir.
No era lo que decía. Era cómo lo decía.
No hubo obscenidades. No hacían falta.
Solo ese tono, esa forma de dejar los silencios abiertos, como si me mirara mientras hablaba.
"Quiero que te recuestes. Ahora.
Que cierres los ojos y dejes las manos quietas por unos segundos.
Siento tu respiración.
Quiero que la sientas vos también.
Quiero que inhales profundo, una, dos veces… y que cada exhalación te lleve más cerca de mí.
No abras los ojos. No pienses. Solo seguí el ritmo.
Tu cuerpo sabe lo que viene, aunque vos todavía no lo digas en voz alta."
Mi pecho subía y bajaba con rapidez. Me sorprendí obedeciendo. Sin pensarlo.
Como si una parte mía hubiera estado esperando esas instrucciones desde siempre, agazapada, deseando que alguien, alguna vez, tomara el control con tanta precisión.
El aire parecía distinto, más denso, cargado de electricidad. Sentía la piel más sensible, como si cada poro se abriera para escuchar mejor. El roce de la ropa sobre mi cuerpo era una provocación en sí misma. Una corriente me recorría el vientre, bajando en espiral, apretando entre las piernas.
No era solo excitación. Era obediencia vestida de deseo.
Mi cuerpo, que hasta hace poco parecía dormido, ahora respondía con una precisión automática, casi devota.
No te toques todavía.
Quiero que pienses en lo que más te cuesta controlar…
Nombralo en tu mente. Esa imagen, ese recuerdo, esa escena que siempre vuelve cuando cerrás los ojos. La que te enciende incluso cuando no querés. Mantenela viva. No huyas. Sentí cómo crece dentro tuyo, y cómo tu cuerpo la sigue aunque no te muevas.
Tus manos quietas. Tu deseo despierto.
Sonreí. El juego estaba en marcha.
Y yo ya no ofrecía resistencia.
Esa misma noche, después del audio, llegó el segundo mensaje.
Un número desconocido tocó el portero.
Un pedido a mi nombre.
En la caja, otro estuche negro.
Esta vez más alargado. Más atrevido.
Un vibrador de doble punta. Curvo, de textura aterciopelada, hecho de silicona en color vino profundo. Elegante y silencioso, con una forma ergonómica que parecía anticiparse al cuerpo. Un extremo ligeramente más fino que el otro, diseñado para abrazar tanto el clítoris como el punto G, con una flexibilidad justa que lo hacía tan adaptable como desafiante.
Junto a él, un pequeño control remoto con botones minimalistas, de diseño discreto, apenas más grande que una moneda. Y una nota escrita a mano:
"No hace falta que te toque para guiarte. Vos sabés quién manda."
Tragué saliva.
Mis piernas temblaban antes siquiera de abrir el estuche.
Esa noche, como las anteriores, me acosté con auriculares.
Pero algo era distinto.
Su voz ahora se sentía más cerca.
"No lo enciendas todavía.
Primero, quiero que imagines mi boca en tu oído…
Así… muy cerca."
Cerré los ojos.
El dispositivo en mi mano, aún apagado, parecía ya estar en marcha dentro de mí.
"Ahora ponelo en el primer nivel.
Lento.
Ahí.
Quiero que sientas cómo empieza todo. Y no te apures."
La vibración fue sutil.
Apenas una caricia bajo la tela, pero lo suficientemente presente como para erizar cada centímetro de piel. Un cosquilleo eléctrico subió por mis muslos, desordenando el aliento y despertando una ansiedad dulce que se instaló en mi vientre. La presión exacta, leve pero insistente, era como un susurro que mi cuerpo escuchaba con atención, dejándome al borde del temblor. Sentía cada pulsación como una promesa apenas contenida, como una presencia ajena que marcaba el ritmo desde dentro, reclamando mi entrega.
Pero con su voz, se volvía imposible de ignorar.
"Apoyalo justo ahí.
Todavía con la ropa puesta.
Sentilo a través de la tela.
No te lo des todavía.
Aumentalo un poco.
Sí, así…
Ahora no hables. Sé que tu respiración se aceleró, puedo sentirla. Mantené el ritmo. Quiero que te concentres solo en eso: en cómo el deseo te hace vibrar desde adentro.
Tus caderas se están moviendo, ¿verdad? No lo frenes. Dejá que tu cuerpo me responda, incluso sin palabras."
Mi espalda ya se arqueaba.
La bombacha, húmeda, se pegaba a la piel.
Las piernas se apretaban solas.
Las manos, obedientes, seguían cada palabra como si fueran órdenes grabadas en la piel.
"Ahora sí.
Sacate todo.
Pero no lo metas. Todavía no.
Quiero que lo apoyes apenas, justo en el borde, donde empieza a doler la espera.
Sentilo vibrar sobre tu piel desnuda. Esa vibración no es solo tuya, es mía.
Apretá los muslos, sostenelo ahí, no lo dejes escapar.
Dejá que la ansiedad se meta entre tus piernas, que el cuerpo tiemble de anticipación.
Hacé que dure. Que duela un poquito la espera.
Quiero que me pienses. Quiero que me sientas.
Que tu deseo diga mi nombre sin necesidad de pronunciarlo."
El calor subía lento pero constante, como una ola que arrastraba todo a su paso.
Me mordí el labio hasta sentir el ardor, el leve sabor metálico mezclándose con la humedad creciente de mi deseo. Cada latido parecía golpear en la entrepierna, una vibración paralela al juguete que aún no había penetrado del todo, pero ya me dominaba.
Los pezones, duros como piedras bajo la tela, exigían una atención que apenas podía concederles, como si cada roce del aire sobre ellos fuera una súplica urgente. El contacto con el vibrador se volvía cada vez más insoportable, pero no por el dolor, sino por el deseo acumulado, por esa dulce tiranía que su voz ejercía desde los auriculares.
Me sentía suya. No por la presencia de su cuerpo, sino por el peso de sus instrucciones, por cómo modulaba cada respiración mía, por cómo sabía cuándo suspiraba más fuerte, cuándo apretaba las piernas o temblaba apenas. Estaba completamente rendida a su voz, a esa manera exacta en la que me tomaba sin tocarme.
Y entonces, como si supiera:
"Tocatelos. Fuerte.
Quiero que sientas cómo me pertenecen.
Hoy, todo vos sos mía."
Un gemido me escapó sin permiso.
El juguete vibraba profundo, como si me susurrara desde adentro.
Cada pulso era una promesa.
Y su voz, la sentencia.
"Cuando estés por llegar… no pares.
No huyas del borde.
Quedate ahí, conmigo.
Dejá que el temblor te recorra sin pudor, dejá que tu cuerpo me grite lo que tu boca todavía calla.
Quiero escucharte rendida, entregada, vulnerable y encendida, justo en ese borde donde ya no podés fingir nada.
Acabá para mí. Con todo. Sin reservas."
Y fue como si el universo se contrajera.
El orgasmo me vació por dentro como una corriente que lo arrasaba todo. Me dejó sin aire, con la garganta apretada en un suspiro ahogado, el pecho subiendo y bajando como si hubiera corrido kilómetros. Perdí el sentido del tiempo. Perdí mi nombre. Perdí hasta el control de mis músculos, que se estremecían uno por uno como olas encadenadas.
La cadera se alzó sola, buscando más, entregándose. El grito quedó atrapado entre las sábanas, mordido, contenido, pero vibrando en cada parte de mí.
Las piernas temblaron como si fueran ajenas, como si se liberaran por fin de años de deseos dormidos. Y sentí algo nuevo: un eco que seguía vibrando adentro, una sacudida que no se detenía del todo, como si mi cuerpo aún lo buscara, aún lo necesitara, aún se sintiera atravesado por su voz, por su presencia invisible.
Quedé rendida.
Abierta.
Desarmada.
Y todavía con sus palabras flotando en mi oído:
"Buena chica. Mañana seguimos."
Apagué el dispositivo.
El zumbido cesó, pero mi cuerpo aún vibraba en respuesta a todo lo vivido. El calor entre mis piernas no bajaba, el corazón no encontraba su ritmo. Cada parte de mí seguía latiendo con la misma intensidad que minutos antes.
El fuego… seguía ahí.
Como brasas escondidas bajo la piel, como un eco que se niega a apagarse. Latente. Persistente.
Y lo peor —o lo mejor— es que no quería que se apagara.
Porque aunque él no estaba…
mi cuerpo ya no era mío.
Porque aunque él no estaba…
mi cuerpo ya no era mío.


--------------------------------------------------------------------------------------------
¿Te gustó esta historia?
Déjamelo saber en los comentarios.
Quiero leerte, saber qué te provocó, qué escena se te quedó en la piel.
📌 Capítulos nuevos muy pronto.
Esto recién empieza.
Y ella todavía no sabe todo lo que está por sentir.

¿Te animás a seguirla?
Tu deseo… también puede volverse parte del juego.

0 comentarios - Sin Tocarme. Cap. 3 y 4