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Mi Cuñada me esta volviendo loco!!!

Lo que encontré en el celular de Kiara – Parte 2


Lunes – cuatro días después


Los días desde que Kiara llegó pasaron en una especie de nebulosa. No hubo comentarios sobre su celular, ni menciones de lo que vi aquella noche. Todo siguió... normal. Casi demasiado. Ella se comportaba con absoluta naturalidad, y Melina parecía completamente ajena a todo. Pero yo no podía dejar de verla con otros ojos.
Me había vuelto hipersensible a cada movimiento de Kiara. A cómo caminaba por la casa en shorts apenas visibles, cómo se acomodaba el pelo mientras me hablaba, o cómo estiraba la espalda cuando se sentaba en el sillón, con esa elasticidad que parecía medida. ¿Lo hacía con intención? ¿O era mi cabeza la que estaba infectada?
Una mañana, mientras pasaba frente al baño, la puerta se abrió justo cuando ella salía envuelta en una toalla. Me saludó como si nada, con gotas todavía deslizándose por su clavícula. Yo me quedé congelado, con la taza de café en la mano. Y ella, sin perder esa sonrisa casual, pasó a mi lado como si su piel no estuviera a menos de diez centímetros de mí.
Esa imagen me acompañó todo el día. Me fui al estudio, intenté trabajar. Ni una línea de código salió bien.

Mi Cuñada me esta volviendo loco!!!
Esta la use para el post anterior...




Lunes por la noche




Melina propuso una cena especial para cerrar el día: ñoquis caseros, un vino tinto mendocino que habíamos guardado hace meses, y una playlist que solíamos usar para noches tranquilas. Kiara ayudó en la cocina. Yo me mantuve en el living, mirando desde lejos. La complicidad entre ellas era real. Las risas, los chistes, los comentarios sobre sus viejas salidas en Buenos Aires. Había algo lindo en verlas juntas... y, también, algo más.
Me pregunté si Melina notaba algo. Si le resultaba extraña la forma en que yo me quedaba mirándolas por momentos. O si, por el contrario, lo permitía.
Cuando la cena estuvo lista, nos sentamos los tres a la mesa. Las velas, el vino, el calorcito que llenaba el comedor… todo contribuía a ese ambiente íntimo, relajado. El tipo de noche que podía pasar sin sobresaltos… o romperse en cualquier momento.
Kiara se sentó frente a mí. Llevaba un vestido largo, pero con aberturas en los costados, y sin sostén. No era evidente. Era sutil. Pero mis ojos lo detectaron al instante. Cada vez que se inclinaba para alcanzar algo, algo más se revelaba.
Melina hablaba sobre un problema con un cliente difícil. Kiara la escuchaba, asentía. Yo asentía también, pero no escuchaba nada. Mi cabeza estaba en otra frecuencia.


—¿Estás callado hoy? —preguntó Kiara de pronto.
—Estoy... —me aclaré la garganta—, pensando en algunas cosas del trabajo. Nada importante.
Melina me miró de reojo.
—Estás raro hace días. ¿Estás bien?
—Sí. Todo bien —dije, con una sonrisa forzada.


Kiara bajó la mirada al plato, pero no sin antes clavarme una de esas miradas que queman, y que no duran más de un segundo.
Después de la cena, fuimos al living. La música seguía. El vino también. Melina se acurrucó en el sillón grande. Kiara se sentó a mi lado en el otro, cruzando las piernas con una calma casi ensayada.
Melina sirvió el último poco de vino en las copas mientras Kiara reía con la cara apenas sonrojada por el alcohol.


—Te juro que nunca entendí cómo te alcanza la paciencia para trabajar con sistemas —dijo Melina—. A mí si una app no anda, la desinstalo o cambio el teléfono.
—Por eso no te dejo tocar nada del homebanking —le respondí, riendo.
—Y bien que hacés —agregó Kiara, mirándome—. En serio, gracias otra vez por arreglarme lo de WhatsApp. Pensé que mi celular estaba muerto. Sos un mago.
—No fue nada. Estaba tapado de caché y permisos cruzados. Lo típico en Android cuando se mezclan apps de gestión y cuentas personales.
—Me hablás en chino, pero igual te creo —dijo ella, bajando la voz como si fuera un secreto entre nosotros.
—Yo ya me resigné. Él puede resucitar una notebook que no prende desde hace tres años —intervino Melina, orgullosa—. Hasta los técnicos de mi empresa le consultan a veces.


Kiara tomó un último trago, y se recostó en el respaldo con una expresión entre curiosidad y provocación.


—¿Y vos disfrutás de eso? ¿De meter mano, ver qué falla, corregirlo?
—No sé si lo disfruto. Pero hay algo satisfactorio en entender cómo están hechas las cosas. En agarrar algo que parece roto y hacer que funcione otra vez.
—Eso es sexy —dijo Kiara, directa. Melina sonrió sin darle demasiada importancia.
—Sí, lo es. Y por eso lo tengo hace años —bromeó, levantando su copa en señal de brindis.


Yo sentí el peso de esa frase, pero también noté cómo Kiara la dejó pasar. Como si estuviera observando desde otro ángulo. Con otros códigos.
Melina se levantó un momento para ir a buscar algo dulce a la cocina. Mientras abría la heladera y murmuraba sobre un flan que quedaba, Kiara se inclinó hacia mí, bajando la voz.


—¿Te jodo si lo mirás un toque otra vez? —sacó su celular del escote lateral del vestido—. Últimamente se me pone lento. Seguro tengo mil cosas abiertas, o alguna app chupando batería.


Me lo dio con esa misma confianza inquietante de la primera vez. Esta vez no necesitó inventar un problema. Me lo entregó... y me miró fijo. Sabía perfectamente qué estaba haciendo.
Tomé el celular y me concentré en la pantalla. Abrí el panel de consumo de energía, y empecé a cerrar procesos en segundo plano. No era grave. Pero no importaba. Ese momento no era sobre el teléfono.
Kiara se había quedado cerca, pero sin prestarme atención directa. Fue entonces cuando decidí hacerlo. Con el corazón latiendo como un tambor y las manos temblorosas, volví a aventurarme en su galería. No sabía qué esperaba encontrar… pero ahí estaban.
No sólo había algunas fotos sugerentes. Había cientos. Miles, quizás. Casi todas ocultas en la papelera de reciclaje.
Imágenes en espejo, poses calculadas, gestos cargados de fuego. Algunas eran apenas insinuaciones; otras, mucho más atrevidas. Era un archivo personal, privado, como si cada imagen hubiera sido hecha para alguien… o para sí misma.
No tuve tiempo de explorarlo todo. Me limité a elegir unas pocas, las más intensas, y me las envié a escondidas, eliminando luego cada rastro como si quemara evidencia. No quería más, pero no podía menos.

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Cuando Melina volvió con los postres y tres cucharitas, el momento se cortó como si nada hubiera pasado. Me guardé el celular en el bolsillo por unos segundos, como si aún lo estuviera revisando.


—¿Funciona o le vas a instalar inteligencia artificial también? —dijo Melina, sentándose a mi lado.
—No, por ahora solo limpieza básica. Nada comprometedor —contesté, y le devolví el equipo a Kiara, que lo tomó con una sonrisa silenciosa.


Nos comimos el flan entre los tres, charlando sobre cosas triviales: los paisajes del sur, lugares que Kiara quería visitar, anécdotas de la mudanza desde Buenos Aires. Todo parecía normal. Pero debajo de esa mesa, y detrás de cada cruce de miradas, se estaba tejiendo otra cosa. Más profunda. Más peligrosa.
Esa noche no hubo gestos obvios. No hubo toques indebidos ni palabras fuera de lugar. Pero la sensación era clara. La cena había terminado, pero el juego... apenas empezaba.



amateur


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4 comentarios - Mi Cuñada me esta volviendo loco!!!

AlanQx
Esta muy buena tu cuñadita, ojalá le puedes sacar más