
Los días se deslizaron en mi burbuja de lujos, pero la comodidad ya no era la misma. Cada vez que mis ojos se cruzaban con un autobús en la calle, ya fuera desde la ventana de mi auto o desde el balcón de mi habitación, un escalofrío de excitación me recorría. No era solo la imagen; era la memoria del calor, de la presión, del morboso placer que había descubierto. La idea de repetir aquello me llamaba con una fuerza magnética, un anhelo que se anidaba en lo más profundo de mi ser.
Lo había pensado una y mil veces. La idea me encendía, pero también me mordía el miedo. ¿Y si me reconocían? ¿Y si alguien me grababa? ¿Y si la próxima vez el control se me escapaba por completo y la situación se volvía incontrolable? La fantasía era poderosa, pero la realidad, aunque excitante, también era aterradora.
Necesitaba hablarlo, aunque no pudiera ser directa. Mi madre, siempre tan ajena a mi mundo interior, era mi única opción, por extraña que pareciera. Bajé al salón donde leía, fingiendo una despreocupación que no sentía.
"Mamá," empecé, sentándome con una postura estudiada. "Estaba pensando... qué mundo tan diferente es el nuestro, ¿verdad? Me refiero... a la gente que usa el transporte público, por ejemplo."
Ella bajó su libro, mirándome con curiosidad. "Sí, cariño. Un mundo muy diferente. Por eso agradezco tanto que no tengas que pasar por eso."
Una risa forzada escapó de mis labios. "Claro, claro. Pero, ¿no te has preguntado cómo es? La gente tan apretada, el contacto constante... Debe ser muy incómodo." Intenté sonar inocente, pero mi mente ya estaba en el roce, en la cercanía forzada.
Mi madre frunció el ceño. "Incómodo, sí. Y a veces peligroso, cielo. Hay mucha gente extraña por ahí, nunca sabes con quién te puedes topar. Por eso es mejor evitarlo."
La punzada de su comentario me golpeó, pero también encendió una chispa de desafío. "Pero... ¿y si a alguien le gusta? No sé, la cercanía, la emoción de lo inesperado." Mi voz sonaba más casual de lo que mi corazón agitado permitía. La miré expectante, esperando alguna señal de comprensión, algún atisbo de que entendiera el morbo que yo ahora sentía.
Ella solo se encogió de hombros, volviendo a su libro. "Tonterías, cariño. A nadie en su sano juicio le gustaría eso. Es una necesidad, no un placer."
Sus palabras me dejaron un sabor agridulce. Me sentí sola en mi descubrimiento, incomprendida en mi perversión. Pero al mismo tiempo, la negación de ella solo alimentó mi deseo. Si era algo que "nadie en su sano juicio" disfrutaría, entonces mi anhelo era aún más transgresor, más mío.
Unete al tele- gram: Porilink
0 comentarios - Gotas puras de deseo prohibido 5