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La curiosidad de Olga

Lugar: Guerrero, en una tarde calurosa. Olga espía desde su ventana hacia la casa de los suegros, donde Cecilia y Eloy se han reunido con otras mujeres del pueblo.

Narrativa:

Olga había fingido durante semanas que no sabía nada. Se hacía la escandalizada cuando las vecinas murmuraban que Cecilia, tan "devota", en realidad se comportaba como una mujer completamente entregada a Eloy.

Desde la ventana de su cocina, Olga observaba con una mezcla de curiosidad, morbo y ansiedad cómo Cecilia recibía al hombre que, según los chismes, no solo tenía poder sobre ella, sino también sobre Monse… y tal vez, sobre todas.

Ese día, algo cambió.

Cecilia, siempre intuitiva, notó los ojos de Olga entre las cortinas. Le sostuvo la mirada. No la juzgó. Solo le hizo un gesto… un gesto que parecía decir: “Ven”.

Eloy se mantenía sentado, tranquilo, con una copa de mezcal en la mano. Sabía que una mujer como Olga no podría resistirse por mucho tiempo.

—¿Quién es? —preguntó él, sin mirar directamente hacia la ventana.
—La vecina, Olga. —respondió Cecilia con media sonrisa—. Casada con un primo de Monse. Está sola. Muy sola.

Eloy asintió con un leve gesto.
—Invítala. Dile que venga. Solo a saludar.

Cecilia se puso de pie, caminó hacia la puerta, y minutos después, Olga entraba a la casa con una mezcla de nerviosismo y fuego en los ojos.

—No vine a nada malo —dijo, como disculpándose—, solo... pues me pareció raro ver tanta gente por acá.
—Te entiendo —contestó Cecilia, ofreciéndole una copa—. A veces lo raro... es lo que más necesitamos.

Eloy no dijo nada al principio. Solo la observaba. El vestido de Olga, ajustado y ligero, apenas contenía sus enormes pechos que temblaban con cada paso. Y aunque trataba de ocultarlo, no traía brasier.

—Te ves inquieta, Olga —dijo finalmente Eloy—. ¿Te molesta que las mujeres aquí sean libres con su deseo?

—No... solo me sorprende. —respondió con honestidad.

—Eso es bueno. Lo sorprendente despierta lo que tenías dormido.

Olga bajó la mirada. Algo en su interior ya había comenzado a romperse, o quizá a liberarse. Sentía que si no huía ahora, caería en el juego que tanto deseaba... pero que no quería aceptar que deseaba.

Cecilia se le acercó, le rozó el brazo con un gesto maternal, pero cargado de otra intención.

—Si alguna vez quieres entender lo que de verdad es el deseo, Eloy puede enseñarte. Pero no se lo enseña a cualquiera. Solo a las que están listas para obedecer.

Olga no respondió con palabras. Solo asintió, mordiéndose el labio.

La reunión de las obedientes"
Lugar: Casa de los suegros, patio trasero acondicionado con velas, cojines y música suave. Es de noche, y la brisa cálida mueve las cortinas blancas.

La casa parecía otra. Las luces suaves, los aromas a incienso, y el murmullo de las mujeres que llegaban una a una… Olga no entendía del todo por qué estaba ahí, solo sabía que Cecilia la había invitado con voz baja pero firme, y que algo dentro de ella necesitaba saber qué pasaba en ese círculo al que otras acudían con un brillo distinto en los ojos.

Estaban todas.
Cecilia, por supuesto, sentada junto a Eloy, con su típica blusa blanca sin sostén, dejando que los pezones se marcaran con descaro. Norma, obediente y atenta, apenas hablaba, solo escuchaba las órdenes. Y Perla, la más desinhibida, reía sin pudor mientras coqueteaba con Eloy abiertamente.

Olga se sintió fuera de lugar… pero no por mucho tiempo.

Eloy levantó la mirada cuando Olga entró al círculo.
—Bienvenida, vecina —dijo sin moverse de su silla—. Si estás aquí, es porque estás lista para dejar de fingir.

Cecilia se acercó por detrás y le susurró al oído:
—Ninguna de nosotras sabía cuánto lo necesitaba… hasta que lo aceptó.

Las demás mujeres guardaron silencio. Eloy hizo un gesto, y todas se levantaron… menos Olga.

—Hoy es una noche de obediencia. Y tú, Olga, vas a mirar, aprender… y decidir.

Una a una, las mujeres fueron pasando frente a Eloy. Algunas le besaban la mano. Otras se arrodillaban por segundos. Era un acto ritual, simbólico pero cargado de una energía erótica que electrizaba el ambiente. No había vergüenza, solo entrega.

Cuando fue el turno de Cecilia, lo hizo con más solemnidad:
—Gracias, amo, por enseñarme a no ocultar lo que soy. Por darme permiso de ser feliz en mi obediencia.

Eloy le acarició el rostro.
—Tu obediencia es placer, y tu placer es testimonio para las que aún no despiertan.

Olga tragó saliva. Su piel ardía. No por vergüenza, sino porque algo dentro de ella le gritaba que ese era su lugar, ese era su mundo.

—Ven, Olga —dijo Eloy, ahora con voz más grave.

Ella dio un paso. Luego otro. Todas la miraban. No con juicio, sino con una mezcla de deseo y orgullo. Como si vieran en ella una nueva versión de sí mismas, cuando dieron su primer paso.

—Solo una pregunta —le dijo Eloy—. ¿Estás dispuesta a aprender a obedecer?

Olga no dijo nada. Solo se puso de rodillas frente a él, sus senos temblando por la emoción y el aire nocturno. Bajó la cabeza.

—Sí, amo —susurró.

Cecilia sonrió. Perla aplaudió bajito. Norma cerró los ojos, emocionada.

La familia había crecido.

La primera prueba de Olga"
Lugar: El salón del bar discreto del pueblo, donde Eloy a veces organiza reuniones informales.
Hora: 10:45 p.m.
Presente: Eloy, Cecilia, Olga, un hombre desconocido (Alonso), y Norma como testigo.

Eloy llegó primero.
Cecilia ya estaba acomodando las luces tenues, sirviendo copas. Parecía tranquila, como si esto fuera rutina. Norma observaba en silencio, como lo hacía siempre, lista para obedecer.

Cuando Olga entró, venía nerviosa… pero sin dudar. Vestía una falda corta y una blusa ajustada, sin sostén. No llevaba ropa interior. Era la orden, y la había cumplido.

Eloy no se levantó. Solo le indicó con la mirada que se acercara.
—Te ves como una mujer que quiere ser vista.

Olga bajó la mirada, sonrojada.
—Solo si usted quiere, amo.

Eloy sonrió.
—Perfecto.

Entonces entró Alonso.
Un hombre maduro, alto, desconocido para Olga… pero no para Cecilia. Ella se acercó a él, lo saludó con un beso en la mejilla, y luego volteó hacia Olga.

—Él no sabe nada de ti, Olga. No conoce tus límites… ni tus reglas. Esta noche, tú tampoco los tendrás.

La tensión se hizo más espesa que el humo del cigarro que Alonso encendió.

Eloy le habló con voz baja, segura:
—Esta es tu prueba, Olga. No eres su esposa. No eres su novia. Eres una mujer dispuesta a obedecer, como Cecilia, como Norma… Y yo decido lo que se hace con tu cuerpo.

Olga tragó saliva.

Cecilia la tomó de la mano.
—Relájate —le susurró—. El verdadero placer viene cuando ya no tienes que fingir que eres otra persona.

La música comenzó a sonar suave.
Eloy se sentó al fondo. Cecilia a su lado. Norma de pie, como una estatua viva. Alonso se sentó frente a Olga… y la miró, como si fuera un obsequio inesperado.

—¿Puedo tocarla? —preguntó él, como si supiera cómo funcionaba todo.

Eloy asintió.
—Haz lo que quieras con ella. Es su primera noche.

Y fue así como comenzó.

Alonso la acarició primero como se acaricia una joya: con respeto. Pero muy pronto, la tensión dio paso al deseo, y Olga se entregó a cada instrucción, a cada toque, a cada palabra. Sus mejillas ardían, su pecho subía y bajaba rápido… y sus piernas ya no le respondían.

Cecilia observaba con orgullo.
Norma no despegaba la vista.

Y Eloy… solo sonreía. Su poder era absoluto.
Esa mujer del pueblo, que fingía ser recatada, ya no fingía nada. Olga era suya, y ahora también parte de la familia.

"La obediencia en la plaza"
Lugar: Plaza principal del pueblo, durante la kermés patronal.
Hora: 8:30 p.m.
Presentes: Eloy, Olga, Cecilia, Norma, varios vecinos del pueblo. Manuel y Monse ya se han ido.

Olga caminaba despacio entre los puestos de comida, saludando a todos con su típica sonrisa de mujer decente, arreglada y respetable. Nadie imaginaba que debajo de su vestido blanco no llevaba nada.
Lo había decidido así porque Eloy se lo ordenó horas antes.

—Hoy me vas a demostrar algo, Olga —le había dicho—. No quiero que hables. Quiero que te comportes como una mujer obediente. Yo te diré cuándo, cómo y dónde.

Olga aceptó sin pedir detalles. Ese era el nuevo acuerdo.

Eloy estaba sentado en una banca al centro de la plaza.
Cecilia a su lado. Norma de pie, discreta. Desde lejos, observaban a Olga entre la gente. Eloy asintió con la cabeza.

Ella lo vio. Entendió.

Pasaron algunos minutos hasta que Eloy se levantó y caminó directo hacia uno de los puestos menos concurridos, al fondo de la plaza. Había una pequeña estructura improvisada detrás, con lonas oscuras y una mesa de apoyo.

Sin voltear, Eloy habló sin alzar la voz:

—Ven.

Olga apareció segundos después. Su corazón latía tan fuerte que podía sentirlo en el cuello. Él la hizo entrar tras la lona. Solo una mesa los separaba del bullicio, del ruido, de las familias, del padre del pueblo dando vueltas, de niños jugando.

Y aún así, Olga obedeció.

—Inclínate sobre la mesa.
—¿Aquí? —preguntó, con un temblor que era mezcla de miedo y deseo.
—Aquí. Ahora.

Lo hizo.
El vestido se levantó ligeramente.
No llevaba nada debajo.
Y Eloy no perdió el tiempo.

Desde donde estaban, la lona dejaba ver parte de sus piernas, si alguien pasaba por el costado. Y eso era parte de la prueba. El riesgo. La obediencia absoluta.

—No te muevas hasta que te lo diga —ordenó él, mientras sus manos la acariciaban con dominio.

Cada toque era un recordatorio: ella ya no se pertenecía.

Eloy terminó de usarla rápido, como si fuera rutina. Como si fuera algo que hacía con cualquiera de sus mujeres. Porque lo era.

Cuando se alejó, solo dijo:

—Vuelve con los demás. Actúa normal. Y sonríe. Eres una hotwife ahora. Acéptalo.

Olga volvió caminando entre la gente como si nada.
Se topó con Cecilia, quien le guiñó un ojo.

—Bienvenida —le susurró—. Ahora sí, eres parte de todo esto.

Y Olga… solo sonrió.

Las pruebas cruzadas”
Lugar: Patio trasero de la casa de Juan y Cecilia.
Día: Domingo por la tarde.
Presentes: Eloy, Olga, Norma y un nuevo objetivo: Rogelio, vecino casado, hombre de mirada torpe pero notoriamente curioso con lo que ocurre en esa casa.

Norma estaba sentada en una silla de plástico, cruzada de piernas, con una cerveza en mano. Vestía un short corto y blusa suelta, sin sostén, tal como le había indicado Eloy esa mañana.
Olga estaba a su lado, más nerviosa que de costumbre. Aún le temblaban un poco las piernas desde la noche anterior, pero esa incomodidad la excitaba.

Eloy observaba a ambas. Tranquilo. Calculador. Dueño de la escena.

—Hoy quiero algo distinto —dijo—. Olga, ya pasaste tu prueba entre la gente. Norma te ayudará ahora con la siguiente.
—¿Cuál es? —preguntó Olga, bajando un poco la voz.

Eloy no respondió de inmediato. Se giró hacia la cerca del patio, donde Rogelio estaba parado con una cerveza en mano, asomándose discretamente, como siempre.

—Él —dijo Eloy—. Lo has visto mirarte, ¿no?
Olga asintió.
—Y tú, Norma, sabes qué hacer. Esta vez tú vas a dirigirla.

Norma se levantó lentamente, caminó hasta Olga y le susurró algo al oído.
Olga abrió los ojos sorprendida… pero no dijo que no.

Norma caminó hacia la cerca y llamó a Rogelio con un gesto.
—Pásate. Aquí hay cerveza.
El hombre dudó… pero la curiosidad fue más fuerte.

Cruzó la puerta del patio como quien no debe hacerlo. Norma lo guió hacia el rincón más oscuro del patio, junto a una pila vacía.

Eloy se sentó. Solo miraba. No decía más.
Y eso era todo lo que necesitaban.

Norma colocó las manos de Rogelio sobre las caderas de Olga.
—Ella no dice que no —le dijo suavemente al oído—. Solo obedece.

Olga respiraba agitada. Estaba parada, de espaldas, mientras Rogelio la tocaba, al principio torpe… pero luego más atrevido.

Eloy no se movía. Sonreía. Estaba probando a ambas.

Norma, por su parte, observaba cada reacción de Olga, le quitó el vestido desde atrás, dejándola expuesta. Rogelio tragó saliva y no supo si podía continuar.

—Hazlo —ordenó Norma—. Ella está lista. Y yo voy a ver todo.

Y lo hizo.

Olga fue tomada ahí mismo, bajo las luces débiles del patio trasero, mientras Norma se mantenía cerca, dando instrucciones, tocando a Olga suavemente a veces, otras, solo observando con admiración.

Eloy, al terminar su cerveza, se levantó. Se acercó y simplemente acarició el rostro de Olga.

—Ya eres mía también —le dijo—. Igual que Norma. Igual que Cecilia. Igual que Monse.

Olga bajó la mirada, y solo murmuró:

—Sí, amo…

“La ruta del mercado”
Día: Miércoles por la mañana.
Lugar: El mercado del pueblo.
Protagonistas: Norma, Olga y dos hombres locales: Don Arturo (el carnicero) y Chuy (el joven que ayuda en la frutería).

Norma caminaba delante, con su paso firme, el cabello recogido y una mirada serena. Vestía sencillo: falda larga pero suelta, blusa holgada. No llevaba sostén.
Olga, detrás de ella, iba con una falda corta y blusa ajustada. Tampoco llevaba ropa interior. Y eso no era por accidente.

Antes de salir, Eloy le había dado una instrucción directa a Norma:

—Quiero que Olga regrese a casa marcada, y que no sea solo por uno. Tú decides con quién y cómo.
Norma no preguntó más.

En el mercado, todo parecía normal. Pero Norma tenía un plan. Se detuvieron primero con Don Arturo, el carnicero. Hombre viudo, curtido por el sol y con fama de “manos largas”.

—¿Un kilo de lomo? —preguntó Norma con tono casual.
—Claro, hija. ¿Y tu amiga? No la había visto por aquí… —dijo Arturo, mirando de reojo las piernas de Olga.

Norma le sonrió.
—Es nueva. Pero se está adaptando bien. ¿No es cierto, Olga?

Olga solo asintió. Bajó la mirada. El rubor en sus mejillas delataba su mezcla de nervios y placer.

Norma se acercó al mostrador.
—¿Nos puedes atender en la parte de atrás? No queremos que la carne se mezcle con las compras.

Don Arturo dudó… pero las llevó.

La parte trasera de la carnicería era pequeña, cerrada, con una mesa grande de acero.

—Olga, súbete —ordenó Norma, sin mirar atrás.
Y Olga obedeció. Se sentó en la mesa, con las piernas abiertas.

Don Arturo no entendía del todo, pero Norma le tomó la mano y la puso entre las piernas de Olga.
—Hazlo bien. Ella lo necesita. Y tú también.

Y lo hizo.

Luego, fueron a la frutería. Chuy era joven, curioso, y desde que vio llegar a Olga no le quitó los ojos de encima.
Norma lo llamó con un gesto.
—¿Puedes ayudarnos a cargar las bolsas al tricitaxi?
—Claro, maestra —dijo, sonriendo.

Cuando llegaron a la parte trasera del puesto, entre huacales y cajas de plátanos, Norma empujó a Olga contra la pared.

—Chuy, ¿te gusta?
—Mucho…
—Entonces tócala. Bésala. Ella no se va a negar.

Y no lo hizo.
Olga fue besada y tocada con desesperación, mientras Norma los observaba, segura. Orgullosa. Sabía que Eloy estaría complacido.

Cuando regresaron a casa, Olga tenía la ropa arrugada, el cabello alborotado y los muslos húmedos. Norma la miró antes de entrar.

—Hoy ya no eres solo una esposa sola. Ahora eres parte de esto. Igual que nosotras.

Olga no respondió. Solo asintió, entre jadeos.

Escena: "La recompensa"
Lugar: La casa de Eloy, entrada la noche.
Personajes: Eloy y Norma (solos).

Norma llegó puntual, como siempre que Eloy la citaba. Vestía una blusa blanca sin nada debajo y una falda ligera. No llevaba ropa interior. Nunca la usaba cuando era convocada por él.

Al entrar, no saludó. No hizo falta. Solo bajó la cabeza y esperó instrucciones, de pie, en la sala, con las manos entrelazadas al frente.

Eloy la observó en silencio unos segundos. Luego habló con calma, sin levantar la voz:

—Lo hiciste bien, Norma. Olga está despertando. Tiene hambre… y tú supiste alimentarla.

Norma sonrió con discreción.
—Gracias, señor. Solo cumplo su voluntad.

Él se acercó. Puso un dedo bajo su barbilla y la obligó a levantar el rostro.

—Y lo hiciste mejor de lo que esperaba. Así que mereces una recompensa.
—Lo que usted decida será perfecto —respondió ella, con la voz temblorosa de deseo.

Eloy la hizo arrodillarse.

—Hoy, no solo vas a obedecer. Vas a disfrutar. Porque eso es parte de tu papel, Norma. Una sumisa feliz es una sumisa útil. Y tú… te has ganado tu lugar.

Ella asintió sin decir nada. Respiraba rápido, expectante.

Eloy la guió al dormitorio. La recostó sobre la cama. No la ató esta vez. No la castigó. Al contrario.
La acarició con dominio, la besó con hambre. Cada toque era una afirmación de su control y del valor que ella tenía para él.

Norma no pidió nada. Solo se abría más. Gemía agradecida. Se entregaba con todo el cuerpo y toda la mente.

Él se lo dijo mientras la tomaba, mientras ella se arqueaba con cada embestida:

—Eres una guía. Una perra fiel. Pero sobre todo… mía.

Y Norma lloró. No de dolor. De orgullo. De placer.
Porque nada la hacía sentir más completa que ser la mujer obediente y servicial que Eloy moldeó.

"La vecina que ya no se oculta"
Personaje principal: Olga
Contexto: Después de todo lo que ha presenciado y sentido, Olga ya no es la misma. La transformación no fue impuesta… fue deseada.

Desde aquel día en que Norma la expuso sin pudor frente a su propio suegro, algo en Olga cambió para siempre. Ya no se escandalizaba. Ya no fingía. La lujuria que llevaba años dormida en su interior ahora era un fuego vivo, imposible de apagar.

El esposo seguía en Estados Unidos. Llamaba una vez por semana. Olga respondía con voz dulce, pero entre sus piernas… seguía húmeda por los encuentros que ya no se molestaba en ocultar.

Ahora ella tomaba la iniciativa. Nadie tenía que decirle qué hacer.

Primera aventura: Con el repartidor del agua

Una tarde calurosa, abrió la puerta con una bata corta, sin sostén ni calzón. Se agachó lentamente mientras firmaba el recibo. El chico apenas tenía veinte años y no pudo resistirse a esa vecina atrevida, de senos inmensos, con olor a jabón y deseo.

Lo invitó a pasar “por un vaso de agua”. El vaso nunca lo tocó. Pero a Olga la tomó por la cintura contra la lavadora y la hizo gritar como nunca. Ella se corrió sin miedo a que la oyeran los vecinos. De hecho, quería que lo hicieran.

Segunda aventura: En la tiendita del pueblo

Fue de noche, con una blusa sin mangas y sin nada debajo. Sabía que don Rubén, el dueño de la tienda, tenía fama de mirón. Ella se acercó al mostrador, le pidió que le pasara una botella del estante alto, y mientras él se estiraba, ella se inclinó al frente, dejando que sus pechos asomaran descaradamente.

Terminó besándolo detrás de la cortina. Él no entendía por qué pasaba, pero no preguntó. Solo la tuvo ahí, de pie, como si ella fuera suya… aunque en realidad, ella no era de nadie, y al mismo tiempo, era de todos.

Tercera aventura: En la iglesia vacía

Un atardecer, entró a la iglesia vacía. Sabía que Eloy a veces pasaba por allí. No lo vio. Pero vio a un joven catequista arreglando los bancos. Lo reconocía. Era hijo de una comadre. Ella se acercó fingiendo buscar algo, y cuando él se distrajo, le susurró:

—¿Nunca has tenido ganas de pecar aquí adentro?

Lo que sucedió después fue silencioso, urgente, entre bancas y rezos. Olga se corrió mordiéndose los labios mientras el altar la miraba de frente.

Epílogo:
Ya no era la Olga chismosa y escandalizada. Era otra. Una que no se escondía.

Por las noches, se masturbaba pensando en lo que haría al día siguiente. A veces sola, otras con compañía. A veces con conocidos, otras con muchachos del pueblo que no sabían cómo habían terminado ahí, pero que soñaban con volver.

Y lo mejor para ella era esto:
No lo hacía por Eloy. Ni por Norma. Ni por nadie.
Lo hacía por gusto.
Porque ahora era una esposa puta… y feliz de serlo.

Y el pueblo... ya lo estaba empezando a notar.

1 comentarios - La curiosidad de Olga

luisferloco
entiendo que es la continuación del anterior, por los personajes
FerQuinteros1994
Estos relatos que no dan ni contexto...