Era la siesta, ese momento del día donde todo parece dormido, menos yo. Mis papás se habían ido desde temprano y la casa estaba vacía. Silenciosa. Perfecta. Tenía el corazón acelerado, no por miedo, sino por las ganas. Las ganas que me venían comiendo viva desde hace días. Lo habíamos hablado, lo habíamos deseado, y yo ya no quería esperar más. Quería entregarme del todo. Quería que me hiciera suya, completa.
Me arreglé rápido, sin demasiado. No me hacía falta. Ya sabía lo que él venía a buscar, y yo quería dárselo todo. Me sentía ansiosa, excitada, algo nerviosa también, pero más que nada... decidida. Cuando Lucas llegó, lo metí enseguida. Apenas cerramos la puerta, se notaba en el aire que no íbamos a perder tiempo. No venía por charlas. Venía por mí.
Nos besamos en el pasillo, casi sin hablarnos, con una desesperación que me aflojaba las piernas. Yo ya estaba mojada solo de imaginar todo lo que iba a pasar. Fuimos a mi pieza y le dije, mirándolo fijo, que era toda suya. Que quería que me hiciera todo eso que veníamos fantaseando. Que ya estaba lista.
Lucas sonrió de esa forma que me derrite, y empezó suave, como sabiendo que estaba al borde. Me tocó, me besó, me mordió, y yo me dejé hacer. Me dejé usar. Le dije cosas que nunca pensé que diría. Que me encantaba cómo me cogía. Que quería que me lo hiciera como a una puta. Que hoy le daba todo.
Primero fue como siempre, como me gusta. Intenso. Rico. Pero mientras lo hacíamos, él empezó a jugar con su lengua y sus dedos en otros lados, y yo gemía, temblaba, me abría cada vez más. Me guiaba, me hablaba sucio, y yo le respondía igual, caliente, suelta, más perra que nunca.
Cuando finalmente me animé y le pedí que me lo hiciera ahí, él me miró como si no pudiera creerlo. Me mordí el labio, me puse en cuatro, y le dije que era su putita. Que lo quería sentir entero. Él me comió toda la cola con una paciencia sucia y deliciosa, y cuando me lo metió, todo mi cuerpo se entregó. Me llenó de palabras, de sensaciones, de fuego, me encantó.
No sé cuántas veces acabé. Solo sé que no me reconocía. Gritaba, rogaba, lo alentaba a seguir dándome por la cola que era toda suya. Y cuando ya no podía más, él me terminó toda. Me dejó marcada, rendida, desbordada, llena de leche...
Después, mientras se vestía, vi que había fotos(para ustedes), y me calentó todavía más. Me quedé sola y no me aguanté. Me toqué mirando todo eso. Me grabé. Se lo mandé.
Y sí, le dije lo que quería para la próxima. Que me lo volviera a hacer así. Que era suya. Que ya no había vuelta atrás.







Que opinan cómo me dejó?
Me arreglé rápido, sin demasiado. No me hacía falta. Ya sabía lo que él venía a buscar, y yo quería dárselo todo. Me sentía ansiosa, excitada, algo nerviosa también, pero más que nada... decidida. Cuando Lucas llegó, lo metí enseguida. Apenas cerramos la puerta, se notaba en el aire que no íbamos a perder tiempo. No venía por charlas. Venía por mí.
Nos besamos en el pasillo, casi sin hablarnos, con una desesperación que me aflojaba las piernas. Yo ya estaba mojada solo de imaginar todo lo que iba a pasar. Fuimos a mi pieza y le dije, mirándolo fijo, que era toda suya. Que quería que me hiciera todo eso que veníamos fantaseando. Que ya estaba lista.
Lucas sonrió de esa forma que me derrite, y empezó suave, como sabiendo que estaba al borde. Me tocó, me besó, me mordió, y yo me dejé hacer. Me dejé usar. Le dije cosas que nunca pensé que diría. Que me encantaba cómo me cogía. Que quería que me lo hiciera como a una puta. Que hoy le daba todo.
Primero fue como siempre, como me gusta. Intenso. Rico. Pero mientras lo hacíamos, él empezó a jugar con su lengua y sus dedos en otros lados, y yo gemía, temblaba, me abría cada vez más. Me guiaba, me hablaba sucio, y yo le respondía igual, caliente, suelta, más perra que nunca.
Cuando finalmente me animé y le pedí que me lo hiciera ahí, él me miró como si no pudiera creerlo. Me mordí el labio, me puse en cuatro, y le dije que era su putita. Que lo quería sentir entero. Él me comió toda la cola con una paciencia sucia y deliciosa, y cuando me lo metió, todo mi cuerpo se entregó. Me llenó de palabras, de sensaciones, de fuego, me encantó.
No sé cuántas veces acabé. Solo sé que no me reconocía. Gritaba, rogaba, lo alentaba a seguir dándome por la cola que era toda suya. Y cuando ya no podía más, él me terminó toda. Me dejó marcada, rendida, desbordada, llena de leche...
Después, mientras se vestía, vi que había fotos(para ustedes), y me calentó todavía más. Me quedé sola y no me aguanté. Me toqué mirando todo eso. Me grabé. Se lo mandé.
Y sí, le dije lo que quería para la próxima. Que me lo volviera a hacer así. Que era suya. Que ya no había vuelta atrás.







Que opinan cómo me dejó?
8 comentarios - Parte 11: le dí la cola
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