Ella aún no comprendía del todo lo que había despertado dentro de sí. Lo intuía, lo sentía, lo deseaba. Desde aquel primer encuentro con su Amo, sus pensamientos no le pertenecían del todo. Iban y venían entre el deber cotidiano y las imágenes que su cuerpo evocaba al recordarlo. Una orden suya bastaba para incendiarle los muslos, para apretar las piernas sin que nadie más notara su lucha interna.
Estaba de pie en el andén, como una mujer cualquiera. Pero ella sabía que no lo era. Su ropa, cuidadosamente seleccionada esa mañana, no era solo un capricho. Era una ofrenda. La blusa sin sujetador, la falda sin ropa interior. Nada era casual. El roce del tejido sobre su piel desnuda era una caricia silenciosa que él había imaginado para ella.
El teléfono vibró en su bolso. No necesitaba leer el mensaje para saber que era él.
“Levanta la barbilla, mi mirada te sigue”, decía.
Y así lo hizo. No había cámaras ni ojos físicos, pero él la veía. En cada decisión que tomaba, en cada paso. Mientras caminaba por la ciudad, cada esquina era un escenario. Los escaparates reflejaban su imagen y ella se reconocía distinta: más erguida, más femenina, más suya… y más de él.
Cuando pasó por la terraza del café, sintió la mirada de un hombre posarse en sus piernas. No era una casualidad. El viento había levantado levemente la falda. ¿Fue un descuido o una señal? Su corazón palpitó con fuerza, y apretó los muslos. No por pudor, sino para sostenerse. Para no venirse abajo ante la mezcla de excitación y entrega.
La noche cayó y ella regresó a casa. Se sentó al borde de la cama, descalza. Encendió una luz tenue y se miró en el espejo. Sus pezones aún estaban duros. Su vulva húmeda. No se había tocado en todo el día. No le estaba permitido.
Tomó el teléfono y escribió:
“Hoy he caminado para ti. Cada paso fue tuyo. Cada mirada que recibí, fue tuya. Me perteneces, Amo.”
El mensaje fue enviado. Y con él, un suspiro largo, profundo. Una primera entrega.
Estaba de pie en el andén, como una mujer cualquiera. Pero ella sabía que no lo era. Su ropa, cuidadosamente seleccionada esa mañana, no era solo un capricho. Era una ofrenda. La blusa sin sujetador, la falda sin ropa interior. Nada era casual. El roce del tejido sobre su piel desnuda era una caricia silenciosa que él había imaginado para ella.
El teléfono vibró en su bolso. No necesitaba leer el mensaje para saber que era él.
“Levanta la barbilla, mi mirada te sigue”, decía.
Y así lo hizo. No había cámaras ni ojos físicos, pero él la veía. En cada decisión que tomaba, en cada paso. Mientras caminaba por la ciudad, cada esquina era un escenario. Los escaparates reflejaban su imagen y ella se reconocía distinta: más erguida, más femenina, más suya… y más de él.
Cuando pasó por la terraza del café, sintió la mirada de un hombre posarse en sus piernas. No era una casualidad. El viento había levantado levemente la falda. ¿Fue un descuido o una señal? Su corazón palpitó con fuerza, y apretó los muslos. No por pudor, sino para sostenerse. Para no venirse abajo ante la mezcla de excitación y entrega.
La noche cayó y ella regresó a casa. Se sentó al borde de la cama, descalza. Encendió una luz tenue y se miró en el espejo. Sus pezones aún estaban duros. Su vulva húmeda. No se había tocado en todo el día. No le estaba permitido.
Tomó el teléfono y escribió:
“Hoy he caminado para ti. Cada paso fue tuyo. Cada mirada que recibí, fue tuya. Me perteneces, Amo.”
El mensaje fue enviado. Y con él, un suspiro largo, profundo. Una primera entrega.
0 comentarios - Capítulo 1 - La mirada del Amo