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putita la niñera 15

Atardecía en Buenos Aires cuando llegamos al Monumental, con el rugido de la hinchada de River todavía zumbándonos en los oídos. Los chicos, agotados de tanto gritar y saltar, apenas podían mantener los ojos abiertos en el auto de vuelta. Clara iba al volante, con esa concentración suya que siempre me calentaba un poco, mientras Lucía, en el asiento trasero, jugaba con el pelo de uno de los nenes, que ya roncaba apoyado en su hombro. Yo, en el asiento del copiloto, miraba por la ventana, pero mi cabeza estaba en otro lado, todavía atrapada en el recuerdo del baño, en la cara de Lucía salpicada de mi leche, en esa sonrisita de putita que me tenía con la verga dura todo el santo dia. Clara no había dicho nada raro en todo el día, pero sus miradas en el asado, esas pausas largas, me tenían con los nervios de punta. Y ahora, con Lucía tan cerca, el aire en el auto se sentía pesado, como si todos supiéramos que algo estaba por pasar, pero nadie se animaba a nombrarlo.
Llegamos a casa pasadas las diez. Los chicos estaban hechos bolsa, así que los cargamos a los hombros y los dejamos en sus camas, donde se durmieron al toque. El silencio de la casa era un alivio después del quilombo del estadio, pero también hacía que cada crujido, cada paso, se sintiera como una bomba a punto de estallar. Clara fue a la cocina y sacó una botella de Malbec que teníamos guardada para alguna ocasión especial. “Vamos a tomar algo, ¿no?” dijo, con un tono bastante pornografico. Lucía, que se había tirado en el sillón del living con las piernas cruzadas, asintió con una sonrisa pícara. “Obvio, después de tanto grito, me merezco un vinito,” respondió, y sus ojos se cruzaron con los míos por un segundo, suficientes para hacerme sentir un calor en la entrepierna.
Nos sentamos los tres en el living, con la botella y tres copas sobre la mesa ratona. Clara sirvió el vino, generosa, y el primer sorbo me pegó justo en el pecho, calentándome de adentro. La charla empezó tranquila: el partido, los goles de River, las pavadas de siempre. Pero ahi estaba la tension sexual de siempre, que crecía con cada mirada, con cada roce accidental cuando alguien alcanzaba la botella. Clara estaba sentada al lado mío en el sillón, con las piernas cruzadas y una remera suelta que dejaba entrever el contorno de sus tetas. Lucía, enfrente, en una silla, se inclinaba hacia adelante cada tanto, como para asegurarse de que no pudiéramos ignorar el escote de su remera ajustada. Y yo, en el medio, sentía que estaba caminando por una cuerda floja, con un abismo de deseo y culpa a cada lado.
No sé quién dio el primer paso. Tal vez fue Clara, que de repente puso una mano en mi muslo, subiéndola despacito, como si estuviera probándome. O tal vez fue Lucía, que se levantó de la silla, se acercó al sillón y, sin decir nada, se sentó en el apoyabrazos, tan cerca que podía oler su perfume mezclado con el vino. “¿Y? ¿Qué hacemos ahora que los nenes duermen?” dijo Lucía, con esa voz baja y provocadora que me volvía loco. Clara no respondió con palabras. En cambio, se inclinó hacia mí, me agarró la cara con las dos manos y me metió un beso profundo, con la lengua recoriendo mis labios y mis mejillas. Yo le devolví el beso, con una mano en su nuca y la otra buscando a ciegas la curva de su cintura.
Sentí el sillón hundirse un poco más y, cuando abrí los ojos, Lucía estaba ahí, a centímetros, mirándonos con una mezcla de curiosidad y hambre. “Qué viejitos lindos,” dijo, y antes de que pudiera procesarlo, se acercó y le dio un beso a Clara. No un besito tímido, no. Un beso de lengua, húmedo, con las manos de Lucía enredándose en el pelo de Clara y un gemido suave que salió de la garganta de mi mujer. Me quedé helado, con la pija ya dura como piedra, mirando cómo sus bocas se devoraban. Clara no se apartó; al contrario, le siguió el juego, y cuando se separaron, sus ojos brillaban con algo que no era solo el vino.
“Vení, viejo pajero,” dijo Lucía, girándose hacia mí, y sin darme tiempo a reaccionar, me agarró la remera y me jaló hacia ella. Su boca era diferente a la de Clara, más agresiva, más descarada, como si quisiera comerme entero. Mientras me besaba, sentí las manos de Clara deslizándose por mi pecho, bajando hasta el cinturón de mi jean. “Sos un hijo de puta, Juan,” murmuró Clara, pero no había enojo en su voz, solo una especie de excitación cruda. Desabrochó mi pantalón con una rapidez que me sorprendió, y antes de que pudiera decir algo, su mano ya estaba adentro, apretando mi pija con fuerza, sacándome un gemido que se mezcló con el beso de Lucía.
Lucía se apartó un segundo, solo para sacarse la remera por la cabeza, dejando al aire sus tetas perfectas, con los pezones duros apuntando como balas. “Mirá lo que te estabas perdiendo, boluda,” le dijo a Clara, con una risita, y Clara, en vez de ofenderse, se rió y se sacó su propia remera, tirándola al piso. Verlas así, semidesnudas, con los ojos encendidos y los cuerpos tan cerca, me hacia hinchar la pija cada vez mas. La sentia tan dura que me dolia. Clara se inclinó y empezó a chuparme la verga, lenta al principio, con la lengua recorriendo cada centímetro, mientras Lucía se acercaba y le lamía el cuello a Clara, bajando hasta sus tetas, chupándolas con una ganas que me hizo apretar los dientes.
“Vení, putita,” dijo Clara, levantando la cabeza, y le hizo un gesto a Lucía para que se acercara. Las dos se arrodillaron frente a mí, y juro que casi me muero cuando sentí sus dos lenguas en mi pija al mismo tiempo. Clara chupaba la punta, con esos movimientos precisos que sabía que me volvían loco, mientras Lucía lamía el tronco, subiendo y bajando, dejando un rastro de saliva que brillaba bajo la luz del living. Se miraban entre ellas, como si estuvieran compitiendo, pero también disfrutándose, y cada tanto se daban un beso entre ellas, con mi pija en el medio, sus labios rozándose mientras me llevaban al borde. Se compartian mi verga como si fuera un helado. Una la agarraba y se la metia en la boca a la otra. Y despues la otra la agarraba y lo mismo. Sus caras de putas me estaban volviendo loco.
Tenia gana de acabarle la cara a las dos y que compartieran mi leche. Clara bajó a mis huevos mientras lucia se tragaba toda mi verga hasta la garganta. Clara siguió hasta mi culo y lucia me dijo: "que putito el viejo". Me volvio loco, "te voy a llenar la cara de leche pendeja puta" me salió de adentro, “Hacelo si te animás viejo puto.” Lucía apretó mis huevos con una mano, justo lo suficiente para volverme loco, y mi pija estalló en mi pedazos, mi leche salió disparada, salpicándoles la cara a las dos. La mejilla de Clara chorreaba y la nariz de Lucia toda manchada. Clara se rió, con gotas blancas deslizándose, y Lucía, sin limpiarse, se inclinó y le lamió la cara a Clara, como si quisiera saborear todo. “Sos una perrita hermosa,” le dijo Clara, pero lo dijo con una voz de puta que nunca habia escuchado.
No terminamos ahí. Clara se levantó, se bajó los pantalones y se tiró en el sillón, abriendo las piernas. “Vení, Lu, chupame toda la concha,” dijo, y Lucía no se hizo rogar. Se puso entre las piernas de Clara y empezó a lamerla, empezando por su culo, con una intensidad que me hizo querer saltar encima de las dos. Clara gemía, con una mano en el pelo de Lucía y la otra apretándose una teta, mientras yo me acercaba, todavía duro, y me metí en el medio. Le di la pija a Clara para que que me terminara de sacar la leche y me la pusiera mas dura otra vez. Lucía seguía chupandole el orto, y el sonido de sus gemidos, de la lengua de Lucía entre las pierna de Clara, era una enfermizo.
Después de un rato, Clara se puso a cuatro patas en el sillón, mirándome con los ojos vidriosos. “Cojeme Juan, mostrale a esta puta como me tratas como una perra” dijo, y yo no me hice rogar. Me puse atrás de ella, le agarré las caderas y la penetré de una, hundiéndome en su calor húmedo mientras ella gemía como loca. Me calentaba mucho cojer mientras miraba la pendeja. Lucía no se quedó quieta; se subió al sillón, se puso frente a Clara y le abrió las piernas, dejando que Clara le devolviera el favor. Ver a mi mujer chupandole toda la conchita a Lucía mientras yo la cogía por atrás era demasiado. Ls gemidos de las dos se mezclaban en un caos que me tenía al borde otra vez.
Cuando Clara empezó a temblar, con ese gemido agudo que siempre hacía cuando acababa, apuré el ritmo, y Lucía, con los dedos enredados en el pelo de Clara, también empezó a acabar como una trolita de la calle, gritando como si no le importara despertar a los chicos. Yo no pude más y acabé adentro de Clara, gritando tambien, mientras las dos se desplomaban en el sillón, gimiendo, transpiradas, con una mezcla de risas y miradas cómplices.
Nos quedamos ahí un rato, respirando pesado, con la botella de vino casi vacía y la ropa tirada por todo el living. MI verga seguia dura a pesar de haber acabado dos veces. Lucia me la miraba, como siempre. Yo me volvia loco.


Mientras nos vestíamos en silencio, con el corazón todavía acelerado, vi algo en la mirada de Clara. No era solo satisfacción. Había algo más, algo que no podía descifrar del todo. ¿Celos? ¿Desafío? ¿O simplemente el comienzo de algo nuevo? Lucía, como siempre, parecía ajena a todo, poniéndose la remera con esa calma exasperante. "Me dejaron toda la conchita pasapada, viejos" dijo y se fue a dormir.

2 comentarios - putita la niñera 15

nukissy4632
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Luisexcaman7
Bro que bien relato,.estaría excelente si agregas fotos