(Buenas, qué tal están todos hoy. Este será otro relato de mi vida, espero que les guste mucho :3)
Regresando de las clases como todos los días, cansada y estresada por las arduas tareas que hay. Me encontré con un tráfico horrible por todo Benavides para llegar a Evitamiento. Al llegar al puente, asqueada aún más por la mala circulación vehicular en Lima, dejo pasar varios buses rumbo al sur pues iban repletos por la hora punta. Cinco, diez, quince minutos esperando y ninguno llegaba al menos no tan aglomerado de gentes.
Sin opción alguna, opto por subirme sin más. Infinidad de olores desagradables invadían el microbús, provenían de axilas apestosas y de sudor, incluso se podía percatar el aroma de ropas húmedas. Todos pegados como en un concierto, y cuidando los celulares en bolsillos de los posibles rateros que pueda haber.
Pasa Atocongo: sube más gente, más nadie baja. Ya muertas las posibilidades de mover un sólo músculo sin evitar incomodar a otra persona.
Al llegar a Mall del Sur, recordé que a mis 17 años me quedé esperando a unas amigas por los hoteles cercanos, y las mujeres, en especial las señoras me miraban con cierto desprecio; los hombres de todas las edades con lujuria, indecisos si acercarse a mí o no. Un señor de no más de 40 caminó directamente hacia mí y preguntó: Linda ¿a cuánto el servicio? No señor, está equivocado, disculpe. Y se fue avergonzado. Sonrojada me fui directo a las puertas del Mall, me habían confundido con una meretriz, (éstas mujeres, entre venezolanas, peruanas y argentinas ocupaban los postes esperando pacientemente a los parroquianos)talvez por las prendas descubiertas que suelo usar como: minifaldas, escotes, licras y jeans apretados. Y esta vez en el carro, no fue la excepción.
No se habían tardado mucho. Uno pasaba rozando rápido su mano por mis muslos desnudos al momento de bajar, otro más "vivo" hasta los apretaba y se iba. ¿Qué podía hacer o decir? Ellos se defenderían con un: lo siento amiga, es que estamos todos muy apretados. También había surgido un tanto el miedo en mí al defenderme, las noticias que aparecían de Villa el salvador eran de temer. Mujeres que eran raptadas al caminar por ahí y otras que eran agredidas por defenderse, me mantenían en alerta y siempre procuraba viajar en transporte antes que caminar sola por allí.
Pasa puente Alipio: subieron un par de escolares, uno blanco y el otro negro, jóvenes de secundaria risueños y hablando en voz alta como si los demás ni existiéramos. Se acomodaron tras de mí por la presión del cobrador: ¡avancen, avancen al medio, no se peguen a la puerta! Y ahora otra vez todos pegados como mocos.
Minutos después sentí como uno de ellos estaba exactamente detrás de mí, como si hiciéramos filas como en la formación del colegio, pero esta vez aún mas cerca. Por el movimiento del carro, entre arranques y frenos rápidos sentía como me empujaba el joven de cierta forma el trasero.
Los buzos del colegio eran de tela suave y de fácil elasticidad, algunos compañeros preferían usarlo para poder de paso también jugar al fútbol en los recreos, mientras tomaba mi lonchera podía ver como algunos parecían no usar calzoncillos, pues la figura de sus penes podía distinguirse y balancearse empujando el buzo con facilidad. Quizás lo hacían para demostrar algo, qué sé yo.
Al sexto empujón a mi trasero logre no verlo, pero sí sentirlo, un bulto hincaba mis nalgas, era su pene en erección. El cobrador fue quien me salvó inconscientemente: ¡Avancen, avancen, por favor! Ahora era su compañero, el negro, que estaba detrás de mí. Pasó lo mismo, pero esta vez me hincaba con más intensidad, con mucho ímpetu: se sentía más grueso y mas largo. En un despiste de los demás pasajeros que estaban de espaldas a la situación que me pasaba, bajó su buzo, levantó mi falda y entre mis piernas situó su miembro. En los arranques vi su pene deslizarse y empujar la parte delantera de mi falda, resbalaba con facilidad, pero no eran sus líquidos, eran los míos que salían con abundancia de mi entrepierna. Me había excitado.
Pasa Avenida el Sol: Cobrador, baja. Cruzo la pista, contando las últimas monedas que me quedan paro una mototaxi. Para uno, ¿hasta Mariátegui cuánto? 4 (soles), ¿2 puede ser? el chofer arranca. Para el segundo, ¿Mariátegui? 3.50, ¿2? Arranca. Para el tercero con la música de perreo peruano a alto volumen (el chofer tenía pinta de ladrón, en Perú, se le dice "piraña"), ¿Amigo hasta Mariátegui? 3 soles, ¿a 2 no puede ser? por favor es que no tengo más, ya linda, sube nomás. Felicidad.
Los compañeros de colegio habían bajado una cuadra después, corrían directo hacia la moto, alzaron la mano y se detuvo. Voy a mariategui, dice el chofer y ellos, nosotros también. Suban. Uno abre la puerta de la izquierda, ingresa, el otro la derecha y entra; yo en medio de los dos. Un tráfico del diablo, como nunca se vio en villa (en la mañana hubo un accidente, un camión cisterna de gas se había chocado por un desnivel en la pista, personas y casas enteras se quemaron): El chofer al ver esto giró a la izquierda, y tomó la ruta más larga.
Los jóvenes se miraron y asintieron con la cabeza, yo mirando al frente la reja de araña que tapaba y separaba el asiento de atrás con el del chófer, nerviosa y temerosa. El blanco tocó mis muslos, vi como sus buzos se levantaban por la erección, el negro fue directo a mi entrepierna y sacó su mano tremendamente humedecida, los buzos crecieron más. Pasmada ante el peligro y la excitación me quedé inmóvil y sumisa ante sus actos, pensando siempre en las mujeres que sufrieron esto y nunca más se supo de ellas. La música era tan alta que no oía lo que se decían, sólo los susurros que me daban en la oreja: Qué mojadita estás, amiga. Sacaron sus penes, jalaron mis manos y los toqué, uno más grande que el otro. El chofer miraba atento por el retrovisor, casi chocamos. El negro atrajo mi cara hacia su entrepierna, el blanco mi trasero hacia su cuerpo. Me golpeó en la cara con su pene repetidas veces, el otro alzaba mi falda y bajaba mi ropa interior hecha agua. Distraídos a el camino, el chofer cambió de dirección. El negro lo metió en mi boca y el blanco sus dedos dentro de mi vagina.
Pasa Vallejo: Baja hacia la E y pasa el cementerio, llegamos a unos barrios que nunca conocí. La música se detiene, la moto se estaciona. Los compañeros asustados: ¿Dónde estamos? y yo: ¿aquí tendré mi final? Y el chofer, chicos bajen, háganla entrar a mi casa, y ellos, ya ya ya, rápido, y yo, no debí subirme a esta moto.
La casa estaba desordenada, un perro pequeño ladraba con euforia a los nuevos visitantes. Botas, cállate. Calló. Platos sucios, telarañas por los techos, olor a alcohol y a cigarrillos. Su cuarto, ropa sucia y tirada por el piso, una cama con un cobertor blanco y almohadas verdes con estrellas. Cerraron la puerta. Al verme callada y con la mirada perdida, presintieron que no haría o diría nada, así que ni se esforzaron en callarme o amenazarme. Bajaron sus pantalones, se sentaron en la cama y yo arrodillada me pusieron a chupar: un pene marrón circuncidado y oloroso, un pene blanco con cabeza rosada y prepucio movible, y un pene negro con el glande palpitante. El blanco terminó primero, se vino en mi boca y los dos se burlaron. El chofer se levantó y se puso tras de mí, levantó mis caderas, subió mi falda hasta abajo de los senos y quitó mi tanga: que culazo tan grande y blanco. Oí decir y me nalgueó con mucha fuerza. Sentí su rostro estar entre mis nalgas, su lengua lamer mi vagina y su dedo intentando dilatar mi ano. El negro empujaba mi cabeza, su pene golpeaba mi garganta, pero no me daba arcadas. El blanco retomó las fuerzas y pidió ser el primero, el chofer de mala gana lo dejó, igual acabarás rápido llegó a decir. Con la verga negra en la boca y la marrón en la mano derecha, sentí el pene erecto ingresar con suma facilidad en mí. 3 minutos después acabó y por orden del chofer y el negro lo tiró afuera. Le tocaba al chofer, me subió a la cama puso mis piernas encima de sus hombros y envistió con fuerza y velocidad, era mas grueso y largo que el del blanco, sentí en esa posición que llegaba más profundo y con ello el placer aumentaba. Besaba mi frente y mis cachetes, lamía mi oreja y buscaba mis labios que le negué, con una bofetada quedé inmóvil, me besó y sentí su lengua y su olor fétido en mi boca. Por algún motivo me mojé más, tenía experiencia el chofer más que el blanquito precoz.
El negro, impaciente por la demora del chofer reclamó su turno. Se echó en la cama con las piernas abiertas y me hizo sentar encima de su verga, mi vagina acostumbrada a la del chofer, puso resistencia a este nuevo grosor más ancho, había un ardor al inicio que fue convirtiéndose en un placer indescriptible mientras más ingresaba, fue cuando chocó con el tope que llegué a mi clímax. Temblé y mojé la cama, el negro no se detuvo. Levantó mis muslos con sus manos y empezó a moverse de arriba a abajo, empinando su pene hasta lo más profundo de mi ser.
Mis gemidos llamaron la atención del blanco y el chofer, que erectos de nuevo se unieron. El blanco en mi boca y el chofer con sus dedos dilatando mi ano para poder meter su pene. El primer trío en mi vida, tres penes dentro de mí al mismo tiempo. El chofer y el blanco terminaron adentro. El negro incansable siguió solo, cuando decidió entrar por atrás sentí como si me partiera en dos, pero mis gemidos lo animaron a seguir con sus impulsos e intercalaba entre mi vagina y ano, sacando en uno y metiendo en el otro y así repetía. Me aferré a él por el placer, me había venido ya más de 4 veces con él, mis piernas bordeaban su cintura y mis brazos su cuello, me besaba con furor y penetraba con firmeza y velocidad. Fue el único que se vino adentro de mi vagina, sentía que me llenaba y llenaba, cuando lo sacó sentí un vació tremendo en mis dos entradas. Cansada por el éxtasis, caí dormida.
Por la mañana estaban ellos conversando de lo que iban a hacer ahora, el chofer que se veía todo un maleante fue el más cobarde de todos. Les dije que si me dejaban en mi paradero no diría nada y sería como si esto nunca pasó. Una cara de felicidad se vio entre ellos y calmaron. Se acercaron a mí y me lo hicieron por última vez.
Cuando subimos a la moto, el blanco se bajó primero y arrancó la moto. Llegamos al paradero y el negro bajó junto a mí, la moto se esfumó rápidamente. Me pidió disculpas por todo, que fue un crimen lo que habían hecho y que lo perdonara. Se llamaba Pedro. Le dije que en cierta parte yo también tuve la culpa: pude defenderme cuando estábamos en el carro y ellos hincaban mi trasero, pero no lo hice. Que quizás yo también necesitaba algo así, y pues fue por mi cobardía que haya pasado todo esto.
En realidad a los otros dos los odiaba por haber hecho eso, pero a Pedro no porque la pasé bien sexualmente con él. Intercambiamos números a pesar de la diferencia de edad. Y fue así como conocí a Pedro y teníamos sexo, a veces en su casa cuando su madre no estaba o en la mía cuando mi padre se iba.
(Quizás me extendí demasiado, pido disculpas es que pues quería detallar exactamente lo que había pasado. Algo que me marcó, fue un antes y un después en mi vida. Espero les haya gustado :'3)
Regresando de las clases como todos los días, cansada y estresada por las arduas tareas que hay. Me encontré con un tráfico horrible por todo Benavides para llegar a Evitamiento. Al llegar al puente, asqueada aún más por la mala circulación vehicular en Lima, dejo pasar varios buses rumbo al sur pues iban repletos por la hora punta. Cinco, diez, quince minutos esperando y ninguno llegaba al menos no tan aglomerado de gentes.
Sin opción alguna, opto por subirme sin más. Infinidad de olores desagradables invadían el microbús, provenían de axilas apestosas y de sudor, incluso se podía percatar el aroma de ropas húmedas. Todos pegados como en un concierto, y cuidando los celulares en bolsillos de los posibles rateros que pueda haber.
Pasa Atocongo: sube más gente, más nadie baja. Ya muertas las posibilidades de mover un sólo músculo sin evitar incomodar a otra persona.
Al llegar a Mall del Sur, recordé que a mis 17 años me quedé esperando a unas amigas por los hoteles cercanos, y las mujeres, en especial las señoras me miraban con cierto desprecio; los hombres de todas las edades con lujuria, indecisos si acercarse a mí o no. Un señor de no más de 40 caminó directamente hacia mí y preguntó: Linda ¿a cuánto el servicio? No señor, está equivocado, disculpe. Y se fue avergonzado. Sonrojada me fui directo a las puertas del Mall, me habían confundido con una meretriz, (éstas mujeres, entre venezolanas, peruanas y argentinas ocupaban los postes esperando pacientemente a los parroquianos)talvez por las prendas descubiertas que suelo usar como: minifaldas, escotes, licras y jeans apretados. Y esta vez en el carro, no fue la excepción.
No se habían tardado mucho. Uno pasaba rozando rápido su mano por mis muslos desnudos al momento de bajar, otro más "vivo" hasta los apretaba y se iba. ¿Qué podía hacer o decir? Ellos se defenderían con un: lo siento amiga, es que estamos todos muy apretados. También había surgido un tanto el miedo en mí al defenderme, las noticias que aparecían de Villa el salvador eran de temer. Mujeres que eran raptadas al caminar por ahí y otras que eran agredidas por defenderse, me mantenían en alerta y siempre procuraba viajar en transporte antes que caminar sola por allí.
Pasa puente Alipio: subieron un par de escolares, uno blanco y el otro negro, jóvenes de secundaria risueños y hablando en voz alta como si los demás ni existiéramos. Se acomodaron tras de mí por la presión del cobrador: ¡avancen, avancen al medio, no se peguen a la puerta! Y ahora otra vez todos pegados como mocos.
Minutos después sentí como uno de ellos estaba exactamente detrás de mí, como si hiciéramos filas como en la formación del colegio, pero esta vez aún mas cerca. Por el movimiento del carro, entre arranques y frenos rápidos sentía como me empujaba el joven de cierta forma el trasero.
Los buzos del colegio eran de tela suave y de fácil elasticidad, algunos compañeros preferían usarlo para poder de paso también jugar al fútbol en los recreos, mientras tomaba mi lonchera podía ver como algunos parecían no usar calzoncillos, pues la figura de sus penes podía distinguirse y balancearse empujando el buzo con facilidad. Quizás lo hacían para demostrar algo, qué sé yo.
Al sexto empujón a mi trasero logre no verlo, pero sí sentirlo, un bulto hincaba mis nalgas, era su pene en erección. El cobrador fue quien me salvó inconscientemente: ¡Avancen, avancen, por favor! Ahora era su compañero, el negro, que estaba detrás de mí. Pasó lo mismo, pero esta vez me hincaba con más intensidad, con mucho ímpetu: se sentía más grueso y mas largo. En un despiste de los demás pasajeros que estaban de espaldas a la situación que me pasaba, bajó su buzo, levantó mi falda y entre mis piernas situó su miembro. En los arranques vi su pene deslizarse y empujar la parte delantera de mi falda, resbalaba con facilidad, pero no eran sus líquidos, eran los míos que salían con abundancia de mi entrepierna. Me había excitado.
Pasa Avenida el Sol: Cobrador, baja. Cruzo la pista, contando las últimas monedas que me quedan paro una mototaxi. Para uno, ¿hasta Mariátegui cuánto? 4 (soles), ¿2 puede ser? el chofer arranca. Para el segundo, ¿Mariátegui? 3.50, ¿2? Arranca. Para el tercero con la música de perreo peruano a alto volumen (el chofer tenía pinta de ladrón, en Perú, se le dice "piraña"), ¿Amigo hasta Mariátegui? 3 soles, ¿a 2 no puede ser? por favor es que no tengo más, ya linda, sube nomás. Felicidad.
Los compañeros de colegio habían bajado una cuadra después, corrían directo hacia la moto, alzaron la mano y se detuvo. Voy a mariategui, dice el chofer y ellos, nosotros también. Suban. Uno abre la puerta de la izquierda, ingresa, el otro la derecha y entra; yo en medio de los dos. Un tráfico del diablo, como nunca se vio en villa (en la mañana hubo un accidente, un camión cisterna de gas se había chocado por un desnivel en la pista, personas y casas enteras se quemaron): El chofer al ver esto giró a la izquierda, y tomó la ruta más larga.
Los jóvenes se miraron y asintieron con la cabeza, yo mirando al frente la reja de araña que tapaba y separaba el asiento de atrás con el del chófer, nerviosa y temerosa. El blanco tocó mis muslos, vi como sus buzos se levantaban por la erección, el negro fue directo a mi entrepierna y sacó su mano tremendamente humedecida, los buzos crecieron más. Pasmada ante el peligro y la excitación me quedé inmóvil y sumisa ante sus actos, pensando siempre en las mujeres que sufrieron esto y nunca más se supo de ellas. La música era tan alta que no oía lo que se decían, sólo los susurros que me daban en la oreja: Qué mojadita estás, amiga. Sacaron sus penes, jalaron mis manos y los toqué, uno más grande que el otro. El chofer miraba atento por el retrovisor, casi chocamos. El negro atrajo mi cara hacia su entrepierna, el blanco mi trasero hacia su cuerpo. Me golpeó en la cara con su pene repetidas veces, el otro alzaba mi falda y bajaba mi ropa interior hecha agua. Distraídos a el camino, el chofer cambió de dirección. El negro lo metió en mi boca y el blanco sus dedos dentro de mi vagina.
Pasa Vallejo: Baja hacia la E y pasa el cementerio, llegamos a unos barrios que nunca conocí. La música se detiene, la moto se estaciona. Los compañeros asustados: ¿Dónde estamos? y yo: ¿aquí tendré mi final? Y el chofer, chicos bajen, háganla entrar a mi casa, y ellos, ya ya ya, rápido, y yo, no debí subirme a esta moto.
La casa estaba desordenada, un perro pequeño ladraba con euforia a los nuevos visitantes. Botas, cállate. Calló. Platos sucios, telarañas por los techos, olor a alcohol y a cigarrillos. Su cuarto, ropa sucia y tirada por el piso, una cama con un cobertor blanco y almohadas verdes con estrellas. Cerraron la puerta. Al verme callada y con la mirada perdida, presintieron que no haría o diría nada, así que ni se esforzaron en callarme o amenazarme. Bajaron sus pantalones, se sentaron en la cama y yo arrodillada me pusieron a chupar: un pene marrón circuncidado y oloroso, un pene blanco con cabeza rosada y prepucio movible, y un pene negro con el glande palpitante. El blanco terminó primero, se vino en mi boca y los dos se burlaron. El chofer se levantó y se puso tras de mí, levantó mis caderas, subió mi falda hasta abajo de los senos y quitó mi tanga: que culazo tan grande y blanco. Oí decir y me nalgueó con mucha fuerza. Sentí su rostro estar entre mis nalgas, su lengua lamer mi vagina y su dedo intentando dilatar mi ano. El negro empujaba mi cabeza, su pene golpeaba mi garganta, pero no me daba arcadas. El blanco retomó las fuerzas y pidió ser el primero, el chofer de mala gana lo dejó, igual acabarás rápido llegó a decir. Con la verga negra en la boca y la marrón en la mano derecha, sentí el pene erecto ingresar con suma facilidad en mí. 3 minutos después acabó y por orden del chofer y el negro lo tiró afuera. Le tocaba al chofer, me subió a la cama puso mis piernas encima de sus hombros y envistió con fuerza y velocidad, era mas grueso y largo que el del blanco, sentí en esa posición que llegaba más profundo y con ello el placer aumentaba. Besaba mi frente y mis cachetes, lamía mi oreja y buscaba mis labios que le negué, con una bofetada quedé inmóvil, me besó y sentí su lengua y su olor fétido en mi boca. Por algún motivo me mojé más, tenía experiencia el chofer más que el blanquito precoz.
El negro, impaciente por la demora del chofer reclamó su turno. Se echó en la cama con las piernas abiertas y me hizo sentar encima de su verga, mi vagina acostumbrada a la del chofer, puso resistencia a este nuevo grosor más ancho, había un ardor al inicio que fue convirtiéndose en un placer indescriptible mientras más ingresaba, fue cuando chocó con el tope que llegué a mi clímax. Temblé y mojé la cama, el negro no se detuvo. Levantó mis muslos con sus manos y empezó a moverse de arriba a abajo, empinando su pene hasta lo más profundo de mi ser.
Mis gemidos llamaron la atención del blanco y el chofer, que erectos de nuevo se unieron. El blanco en mi boca y el chofer con sus dedos dilatando mi ano para poder meter su pene. El primer trío en mi vida, tres penes dentro de mí al mismo tiempo. El chofer y el blanco terminaron adentro. El negro incansable siguió solo, cuando decidió entrar por atrás sentí como si me partiera en dos, pero mis gemidos lo animaron a seguir con sus impulsos e intercalaba entre mi vagina y ano, sacando en uno y metiendo en el otro y así repetía. Me aferré a él por el placer, me había venido ya más de 4 veces con él, mis piernas bordeaban su cintura y mis brazos su cuello, me besaba con furor y penetraba con firmeza y velocidad. Fue el único que se vino adentro de mi vagina, sentía que me llenaba y llenaba, cuando lo sacó sentí un vació tremendo en mis dos entradas. Cansada por el éxtasis, caí dormida.
Por la mañana estaban ellos conversando de lo que iban a hacer ahora, el chofer que se veía todo un maleante fue el más cobarde de todos. Les dije que si me dejaban en mi paradero no diría nada y sería como si esto nunca pasó. Una cara de felicidad se vio entre ellos y calmaron. Se acercaron a mí y me lo hicieron por última vez.
Cuando subimos a la moto, el blanco se bajó primero y arrancó la moto. Llegamos al paradero y el negro bajó junto a mí, la moto se esfumó rápidamente. Me pidió disculpas por todo, que fue un crimen lo que habían hecho y que lo perdonara. Se llamaba Pedro. Le dije que en cierta parte yo también tuve la culpa: pude defenderme cuando estábamos en el carro y ellos hincaban mi trasero, pero no lo hice. Que quizás yo también necesitaba algo así, y pues fue por mi cobardía que haya pasado todo esto.
En realidad a los otros dos los odiaba por haber hecho eso, pero a Pedro no porque la pasé bien sexualmente con él. Intercambiamos números a pesar de la diferencia de edad. Y fue así como conocí a Pedro y teníamos sexo, a veces en su casa cuando su madre no estaba o en la mía cuando mi padre se iba.
(Quizás me extendí demasiado, pido disculpas es que pues quería detallar exactamente lo que había pasado. Algo que me marcó, fue un antes y un después en mi vida. Espero les haya gustado :'3)
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