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El tren del deseo y la búsqueda del amor


El tren del deseo y la búsqueda del amor



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Vivo en San Fernando centro, en un departamento chico cerca de la estación de tren, con paredes descascaradas y un ventilador que apenas mueve el aire pegajoso de las noches de verano. Tengo 25 años, mido 1,60 m, y mi cuerpo, trabajado a pulmón en un gimnasio improvisado, es mi carta de presentación. Mi pija, de 18 cm, cabezona, gorda y venosa, es mi arma secreta, una que ha conquistado a muchos en los últimos años. No tengo empleo fijo; vivo de changas, ayudando en una verdulería un día, repartiendo volantes otro, o haciendo mandados para los vecinos. Pero mi verdadera vida pasa en los vagones del tren Mitre, que me lleva de San Fernando a Capital, donde busco placer, conexión, y, aunque no lo admita siempre, un alma gemela que me haga sentir algo más que calor en la piel.bisexual
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He tenido muchos encuentros, cada uno más intenso que el anterior. En los boliches de Palermo, en parques oscuros de Belgrano, en telos baratos de Retiro, he conocido sissies, femboys y trans que se rindieron a mis manos, a mi pija, a mi forma de mirar que promete dominación y ternura al mismo tiempo. Cada uno dejó una marca: el chico de pelo azul que gemía como si el mundo se acabara en un baño de Once, el sissy de San Isidro que me rogó que lo haga mío contra un árbol, la trans de Villa Ballester que me chupó hasta dejarme temblando en un auto estacionado. Los he cojido a todos, en todas las poses, en cada rincón que la noche me ofrecía, pero siempre me voy con un vacío, buscando algo más, alguien que sea mi hogar en medio del vicio.


Esa noche, el tren traqueteaba hacia Retiro, y yo, con una remera negra ajustada y un jean que marcaba mi pija, miraba por la ventana, perdido en mis pensamientos. Había quedado con Lautaro, un femboy de 25 años que conocí por una app. Me había mandado fotos que me dejaron la sangre hirviendo: pelo largo castaño teñido con mechas rosadas, labios pintados de cereza, un cuerpo delgado con una cintura que pedía ser agarrada, y un culito redondo que asomaba bajo una tanguita blanca en cada selfie. “Quiero que me hagas sentir viva, macho”, me escribió, y su mensaje era una promesa de morbo puro. Pero también había algo en sus textos, una dulzura al hablar de su vida, que me hizo pensar que quizás, solo quizás, podría ser más que un polvo.


Bajé en Retiro y caminé hasta un telo en una calle lateral, un lugar con luces violetas y un nombre cursi, “Jardín Secreto”. Lautaro ya estaba en la entrada, más hermoso que en las fotos. Llevaba un vestidito rojo ajustado que dejaba ver sus muslos suaves, medias de red negras hasta las rodillas, y un perfume dulzón que me golpeó como un puñetazo. Sus uñas pintadas de rosa, un collar con un corazón plateado, y esa forma de morderse el labio mientras me miraba… Mi pija latió bajo el jean, y supe que la noche sería inolvidable. “¿Sos vos el de San Fernando? Juro que no esperaba un macho tan lindo”, me dijo, con una voz suave pero cargada de deseo, acercándose para rozarme el brazo. “Y yo no esperaba una sissy que me haga olvidar cómo caminar, pequeño”, le contesté, con una sonrisa que mezclaba seducción y ternura. Nos reímos, y la chispa entre nosotros ya ardía.




Entramos al telo, pedimos una habitación con cama king, espejos en el techo y una ducha amplia con paredes de vidrio. Antes de lanzarnos al vicio, nos sentamos en la cama, compartiendo una cerveza fría del minibar, hablando para conocernos más allá del calor. “Contame, Lautaro, ¿qué te mueve?”, le pregunté, mirándolo a los ojos, que brillaban bajo las luces rojas del cuarto. Él se rió, acomodándose el vestido para mostrar más de la tanguita blanca. “Siempre me sentí atrapado, ¿sabés? Crecí en un barrio donde todos esperaban que fuera ‘hombre’. Pero cuando me pongo esto”, dijo, señalando su vestido y sus medias, “siento que soy yo. Trabajo en una tienda de ropa en Palermo, pero mi sueño es estudiar diseño y hacer mi propia línea de lencería. ¿Y vos? ¿Qué buscás, además de… bueno, esto?”, me preguntó, con un guiño que me calentó la sangre. Me sinceré más de lo que esperaba. “No tengo mucho, la verdad. Vivo al día, me muevo en tren, cojo con quien me cruza el alma. Pero estoy buscando a alguien que me haga quedarme, que sea mi refugio. Aunque no sé si existe”, dije, y mi voz salió más vulnerable de lo planeado. Lautaro me miró, serio por un segundo, y puso una mano en mi pierna.


“Tal vez está más cerca de lo que pensás, macho”, susurró, y el aire se cargó de algo más que deseo.




Pero la ternura dio paso al morbo, y el cuarto se convirtió en un campo de lujuria.


“Basta de charlas, pequeño. Quiero hacerte mía hasta que el mundo desaparezca”,


le dije, levantándome y acercándome con una mirada que prometía todo.
Lautaro se mordió el labio, se puso de pie y se contoneó hasta quedar a centímetros.
“Haceme tuya, papi. Quiero gozar como nunca, en todas las poses, hasta que no pueda más”, susurró, y su voz era un incendio. Mi pija estaba a punto de reventar el jean.
La cosa explotó en un torbellino de deseo, puro estilo porno sissy. Lautaro se arrodilló en la cama, arqueando la espalda para que su culo redondo, apenas cubierto por la tanguita blanca, fuera el centro de mi universo. Sus dedos pintados bajaron el vestido, dejando la tanguita expuesta, y su pijita patética goteaba contra las sábanas, temblando de ansiedad. “




¿Qué vas a hacerme, papi? ¿Me vas a romper con esa pija gorda?”, susurró, con ojos de zorra que me desafiaban. “Voy a hacerte gozar hasta que los espejos se quiebren, pequeño”, le dije, con una voz grave que lo hizo gemir, quitándome el jean para que mi pija, libre, latiera como un volcán. El aire estaba cargado, con el olor a perfume de Lautaro, las luces rojas, y el sudor de un morbo que nos consumía.


: Lautaro se acercó de rodillas, su boquita pintada de cereza rodeando mi pija con una lentitud que me hizo gruñir. Sus labios, suaves y calientes, se deslizaban por cada vena, su lengua trazaba círculos en la cabeza gorda, lamiendo con una devoción que me volvía loco. Sus manos pintadas apretaban mis muslos, sus uñas rozándome la piel, mientras sus ojos de sissy me miraban desde abajo, brillando de lujuria. “Sos una puta ansiosa, ¿eh? Chupás como si mi pija fuera tu salvación”, le dije, y él gimió, su pijita goteando contra el suelo, su maquillaje empezando a correr por el esfuerzo. Cada chupada era un espectáculo: sonidos húmedos, sus labios estirándose para abarcar mi pija de 18 cm, su garganta apretando como si quisiera tragársela entera. “Papi, es tan gorda, me enloquece”, susurró entre lamidas, y yo, con una mano en su pelo castaño, lo guiaba, sintiendo cada roce como un disparo de placer
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Lo puse contra la pared de vidrio de la ducha, levantando su vestido y bajando la tanguita blanca para exponer su culo redondo, apretado, temblando de deseo.
Mi pija, cabezona y venosa, rozó su entrada, y Lautaro gimió, arqueándose para recibirme. “Papi, metémela, haceme tuya”, suplicó, y yo, con una mano en su cintura, la hice entrar despacio, sintiendo cómo su culo se abría, apretándome con una presión que me hizo rugir. Cada centímetro que entraba era una conquista, con Lautaro gimiendo como en un video porno trans, su pijita patética goteando contra el vidrio. “Goza, pequeño, que mi pija te está dominando”, le dije, y él, con el cuerpo temblando, gritaba: “Sí, papi, más, rómpeme”. La sensación de mi pija llenándolo, el calor de su culo, y sus gemidos eran puro morbo, con el vapor de la ducha envolviéndonos.
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Cambié de pose, poniéndolo en cuatro en la cama, su culo en el aire, las medias de red subidas, y mi pija entrando y saliendo con un ritmo que lo hacía gemir como una sissy rendida. Sus manos agarraban las sábanas, su maquillaje corrido, su pijita goteando contra el satén. “Papi, no pares, soy tuya”, suplicaba, y yo, con una mano en su cadera, lo cojía con fuerza, cada embestida un estallido de lujuria. Luego, lo senté encima mío, su cuerpo afeminado rebotando, sus uñas pintadas clavadas en mi pecho, su pijita rozando mi abdomen mientras el espejo del techo reflejaba el vicio. “Sos la sissy más perfecta, pequeño. Este culo es mi perdición”, le dije, y él, gimiendo, contestó: “Y vos sos el macho que me hace volar, papi”. Lo giré contra el cabezal, luego lo llevé al jacuzzi, con el agua salpicando, cojiéndolo contra el borde, su cuerpo temblando, sus gemidos resonando en el cuarto. Cada pose era un capítulo de deseo, con Lautaro entregado, su culo apretado volviéndome loco, su maquillaje deshecho, y su pijita goteando mientras rogaba mi leche.relatorealmacho alfaEl tren del deseo y la búsqueda del amor




seguimos hasta que le tire 5 litros de leche hasta quedarnos dormidos.
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Charlamos un rato más, envueltos en las sábanas, con una intimidad que me hizo bajar la guardia. Lautaro me contó más de su vida: cómo se escapaba de casa de adolescente para maquillarse a escondidas, cómo su trabajo en la tienda de Palermo le daba justo para sus tanguitas y sus sueños de diseñar lencería. Yo le hablé de mis días sin rumbo, de las changas que apenas me alcanzan, y de cómo, aunque cojo con tantos, siempre busco a alguien que me haga quedarme. “Sos un romántico perdido, macho”, me dijo, riendo, y su risa era tan cálida que por un segundo creí que podía ser ella, mi alma gemela.




Pero entonces, en un impulso, metí la pata. “Ojalá te pueda seguir viendo, Lautaro. ¿Estás soltera, no? Porque esto se sintió como el comienzo de algo grande”, le dije, con una sonrisa confiada, buscando sus ojos. Su rostro cambió en un instante. La sonrisa se desvaneció, y sus ojos se endurecieron. “¿Soltera? Tengo novia, macho. Pensé que esto era solo placer, no que me ibas a venir con cuentos de amor eterno”, me dijo, con un tono cortante que me heló la sangre. Intenté arreglarlo, balbuceando: “No, no quise decir eso, solo que… me gustaste mucho”. Pero el daño estaba hecho. “Mirá, estuvo increíble, pero no me gusta que asuman cosas de mí. Mejor dejémoslo acá”, dijo, levantándose de la cama y empezando a vestirse con movimientos rápidos, casi furiosos. El vestidito rojo volvió a cubrir su cuerpo, pero la magia se había roto.


Nos vestimos en un silencio incómodo, con el café enfriándose en la mesa. Intenté disculparme otra vez, pero Lautaro solo asintió, distante. “No pasa nada, pero no va a funcionar. Suerte, macho”, me dijo, y su voz tenía una frialdad que contrastaba con los gemidos de la noche. Nos despedimos en la puerta del telo, sin abrazos ni besos, solo un gesto de cabeza y una mirada que me partió el alma. Subí al tren Mitre de vuelta a San Fernando,



no volví a saber de Lautaro. Pregunté en la tienda de Palermo, pero nadie conocía a un femboy con mechas rosadas. Su recuerdo se volvió una mezcla de fuego y arrepentimiento, un eco de placer y una lección amarga. Ahora, cada vez que subo al tren Mitre, miro por la ventana, esperando cruzármelo en alguna estación, mientras sigo cojiendo, buscando, anhelando. Porque soy un pibe de San Fernando, con una pija que domina cuerpos y un corazón que, aunque tropiece, sigue buscando su alma gemela.





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Nenas sissies, femboys, putitas afeminadas, anoten: ya tengo mi cuenta de Telegram para charlar en privado con las que sean 100% mías y no arruguen.
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2 comentarios - El tren del deseo y la búsqueda del amor

Pajamadura +1
Muy lindo relato , y linda pija jajaja, seguí escribiendo y contando otras situaciones, abrazo
MartnGlvez +1
si asi sera
colapinto128 +1
buen relato. Lastima el final
MartnGlvez +1
si siempre me pasa ajajkajajaa