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Nosotros, mi amigo que volvió de España y mi otro amigo

Nosotros, mi amigo que volvió de España y mi otro amigo
 
El domingo amaneció con olor a asado y ese calorcito del sol del otoño que te hace sacar las reposeras al patio. Lucía estaba en la cocina, picando el chimichurri con ese vestido blanco que se le pegaba a las curvas cada vez que se inclinaba. Yo sabía lo que hacía, siempre lo supo. Pero después de lo de Manuel… bueno, digamos que las reglas del juego habían cambiado sin cambiar. En casa estaban Manuel y Diego. Habían venido para despedir a Manuel que volvía a Barcelona.
—¡Che, Daniel! ¿Vos te acordás cuando el Tano se emborrachó y quiso cantar el himno en la mesa de parciales? —gritó Diego desde la parrilla, levantando la espátula como micrófono. 
Manuel soltó una carcajada, sentado en la mesa de jardín con una cerveza en la mano. —¡Joder, tío! Ese día terminamos limpiando el aula con servilletas de la cafetería. 
Lucía salió con la bandeja de morrones asados, balanceando las caderas al compás de la cumbia que salía del parlante. Sus tetas se bamboleaban al ritmo de sus pasos y es espectáculo era hipnótico.—¿Y quién tuvo la brillante idea de prender el matafuegos para festejar? —preguntó, guiñándome a mí un ojo. 
—El culpable está sirviendo fernet —dije, señalando a Diego con la botella. 
El almuerzo pasó entre anécdotas y ese humor ácido que solo teníamos los de la camada del ’98. Manuel hablaba de España, de sus noches en Barcelona, pero evitaba mirar a Lucía más de lo necesario. O eso creía yo. 
Cuando el sol empezó a caer, Lucía apareció con el viejo bombo de bingo que guardábamos en el altillo. —Para revivir las previas de la facu —dijo, sacando cartones manchados de cerveza seca. 
—Reglas claras —anuncié, repartiendo los cartones—. El que cante línea primero, los demás toman un shot. Y nada de trampas como en el ’99, ¿eh Diego? 
Manuel giró su cartón, señalando los números con una ficha roja. —En España a esto le ponen picante, ¿sabéis? Si ganas, eliges a quién castigar. 
Lucía mordió el labio inferior, como siempre hacía cuando una idea picante le cruzaba la cabeza. 
Comenzamos el juego. Diego cantaba los números como un niño cantor y yo decía el significado en los sueños.
-15, 1…5, 15- dijo Diego.
-La niña bonita…- agregué
—¡Línea! —gritó Diego, levantando su cartón como trofeo y mirando con intención a Lucía.
Los shots de fernet con Coca quemaron al bajar. Manuel maldijo en español, Lucía rio con la cabeza hacia atrás, y yo noté cómo su vestido se tensaba al hacerlo. 
Seguimos número tras número.
—¡Bingo en corto! —cantó Manuel esta vez, señalando su cartón con orgullo ibérico. 
Los shots se duplicaron. Diego terminó con hipo, yo con una punzada en el estómago, y Lucía… Lucía se recostó en la reposera, estirando las piernas al sol. 
—Se están guardando —dijo ella de pronto, revolviendo las fichas en el bombo—. ¿Nadie quiere subir la apuesta? 
Manuel alzó una ceja. —¿Propuestas? 
—El próximo que gane… —hizo una pausa dramática, pasando la lengua por el borde del vaso— elige a alguien para un castigo especial. 
El silencio incómodo duró lo que un suspiro. Diego fue el primero en reír. 
—¡Jugado! A ver quién la emboca.  
Las bolillas cayeron rápido. Yo tenía dos números en línea, Diego maldecía cada bola nueva, y Manuel no apartaba la vista de su cartón. Hasta que… 
—¡Línea! —exclamó Lucía, levantándose de un salto. El vestido se le subió 15 centímetros, revelando esos muslos que hasta el vecino de enfrente conocía. 
Todos contuvieron la respiración. 
—Elijo… —sus ojos pasaron de Diego a Manuel, y finalmente se clavaron en mí— una verdad incómoda. O un desafío. 
Manuel aplaudió lentamente. —Esto empieza a ponerse bueno. 
Lucía caminó hasta mí, taconeando sobre el pasto con esa seguridad que me volvía loco. Se inclinó hasta que su aliento me rozó la oreja. 
—Vos… vas a dejar que elija tu castigo. 
Los ojos de Manuel brillaron como navajas. Diego se ajustó el cinturón, nervioso. 
—¿Y si me niego? —pregunté, sabiendo la respuesta. 
Ella sonrió, ese tipo de sonrisa que anunciaba terremotos. 
—Entonces perdés por default. Y el castigo se multiplica. 
 
El sol estaba casi muerto, tiñendo el patio de naranja sangriento. En la mesa, el bombo esperaba con números por cantar. Y nosotros… bueno, digamos que el verdadero juego recién empezaba.
El sol se había escondido, dejando el patio en una penumbra dorada por las luces de jardín. Lucía seguía de pie frente a mí, el vestido blanco transparentándose contra la silueta de sus piernas. Diego jugueteaba nervioso con su cartón. Manuel observaba todo con esa media sonrisa que parecía saber más que el resto. 
—Mi castigo… —dijo Lucía, arrastrando las palabras como un cuchillo sin filo— es que te saques la remera. Y la próxima vez que alguien gane… —sus ojos brillaron— elige qué más quitarte.
Los aplausos de Manuel resonaron mientras yo tiraba la remera al pasto. Lucía chasqueó la lengua. 
—Siempre fuiste rápido para obedecer. 
Continuamos, la tarde se cerraba en el horizonte.
Las bolas sonaban como dados cargados. Diego ganó la siguiente línea, sus dedos temblorosos señalando el cartón. 
—E-Elijo… —tragó saliva, mirando a Lucía que se ajustaba el tirante del vestido— que… que alguien beba de mi copa. Sin manos.
Manuel soltó una carcajada. —¿En serio, tío? Eso es de colegio. 
Pero Lucía ya estaba en movimiento. Se arrodilló frente a Diego, tomando el vaso de fernet entre los dientes. El hombre enrojeció hasta las orejas cuando ella inclinó la cabeza, derramando un poco del líquido ámbar sobre su camisa y su pera antes de que alcanzara a tomar un sorbo. 
—¡Eso no vale! —protesté, más por el brillo en los ojos de ella que por la trampa. 
—Todo vale —respondió Lucía, limpiando el mentón de Diego con el pulgar antes de chupárselo lentamente. 
Manuel ganó. Sus ojos, oscuros como el licor español que trajo, se posaron en Lucía. 
—Para el que pierda la próxima…—hizo una pausa calculada— un beso. Donde yo elija.
El silencio fue tan denso que se escuchó el zumbido de un mosquito. Lucía cruzó las piernas lentamente, el vestido deslizándose sobre sus muslos. 
—Jugamos —dijo, sin mirarme. 
Las bolas cayeron rápido. Cuando canté línea, sentí el alivio y la decepción a partes iguales. 
 
—Elijo… —Manuel se levantó, pasando detrás de Lucía— aquí. 
Su dedo se posó en el hueco de su clavícula. Ella contuvo el aliento cuando sus labios rozaron el lugar exacto, un beso tan ligero que pudo ser casualidad. Hasta que su lengua dibujó un círculo ahí, y Lucía ahogó un gemido. 
—Manuel… —advertí, pero él ya volvía a su asiento, limpiándose la boca con el dorso de la mano. 
—Juego limpio, ¿no? 
Continuó el juego bola tras bola. La última rodó con ironía obscena…69…. Lucía ganó. 
—Mi castigo… —dijo, mirándonos a los tres como una reina en su corte— es que elijan. —Se paró, deslizando un tirante del vestido— ¿Qué quieren ver? 
Diego miró al piso. Manuel mordió el labio, los ojos fijos en la tela que caía lentamente. Yo no pude apartar la vista del lunar junto a su cadera, ese que solo yo conocía… hasta ahora. 
—O podemos seguir jugando —susurró ella, dejando el tirante a medio camino—. Pero las reglas cambian: la próxima línea… se paga con piel. 
El bombo esperaba, lleno de números y promesas. Manuel tomó la botella de licor, sirviendo cuatro shots esta vez. 
—¿Jugamos? —preguntó, alzando su vaso. 
Nadie respondió. Pero cuando Lucía tomó el suyo y lo apuró de un trago, seguimos su ejemplo. El juego, después de todo, nunca había terminado. Solo mutaba. 
Y en el aire quedó la pregunta sin voz: ¿Quién sería el primero en desnudar sus intenciones?
El licor quemaba como una verdad incómoda al bajar. Lucía golpeó el bombo con un golpe seco, las bolas saltando como dados en una apuesta divina. 
—Nueva regla —anunció, deslizando una mano por el borde de su vestido—. Cada línea… cuesta una prenda a los que pierdan.
Manuel silbó, estirando las piernas bajo la mesa. —Me gusta cómo piensas, princesa. 
Diego ganó. Con dedos temblorosos, se quitó las zapatillas deportivas que todavía tenían barro de la obra. 
—¡Che, parece que tenés los pies más limpios que la conciencia! —bromeé, pero nadie rió. Todos mirábamos a Lucía, que se desprendía de sus tacones rojos con la lentitud de un striptease involuntario. 
 
—Tu turno, Daniel —dijo, lanzándome un zapato que aterrizó a mis pies. 
Daniel ganó. Manuel se quitó el reloj de acero con un chasquido profesional y yo me quité una cadenita de mi cuello, pero sus ojos estaban clavados en Lucía, que desabrochaba el brazalete de plata de su tobillo. 
—En Barcelona —murmuró, haciendo girar el relicario en su mano— esto valdría tres prendas.
-Cambiemos las reglas, ahora la prenda se la quita quien gana- dijo Lucía.
19, 84, 3, 48, 7, 55, 29, 90…hasta que el número 33 sonó como un disparo. Lucía alzó su cartón triunfante. 
—Mejor tarde que nunca —susurró, llevando las manos a la espalda para desatar el nudo de su vestido. La tela blanca se deslizó hasta quedar colgando de sus caderas, revelando el corpiño negro que todos imaginábamos. Sus tetas asomaban por encima de los tirantes como dos lunas crecientes, sus pezones parados se veían perfectamente a través de la seda transparente que contenía sus pechos.
Manuel no disimuló su mirada. —Hostia…
Diego tragó saliva y se acomodó el bulto como pudo.
Yo debo haberme puesto bordó, ya que sentí como la sangre bombeaba a mi cabeza…bah, a las dos cabezas.
La próxima ronda la ganó Diego, quien rojo como el vino tinto, se quedó en musculosa. 
El silencio pesaba más que el plomo. Las fichas caían, pero ya nadie miraba los cartones. 
—¡Línea! —rugió Manuel, levantándose con una energía nueva. Su cinturón de cuero cayó al pasto con un golpe sordo. 
Lucía mordió su labio inferior al verlo desabrochar el botón de sus jeans. —Parece que alguien hizo trampa con el tallaje —comentó, viendo cómo la tela cedía. Se notaba bajo su slip que su pija estaba despierta.
Ganó la otra ronda y seguí el juego, bajando mi propio pantalón hasta quedar en boxers negros. Mi pija estaba, como diría Manuel, morcillona.
 Diego fue el próximo en cantar línea y, sudando como novato en tango, se quedó en calzoncillos blancos de algodón. El empalme que tenía era tremendo, dudábamos que la tela soportara la presión y se notaba la humedad que manchaba el calzoncillo producto de su líquido preseminal que brotaba de él como canilla que no cierra.
El bombo estaba casi vacío. Lucía giraba las últimas bolas con dedos que ahora temblaban levemente. 
—Número 7 —cantó, y fue como un disparo al corazón. 
—¡Bingo! —gritamos Manuel y yo al unísono, señalando nuestros cartones. 
Lucía se levantó, el vestido colgando precariamente de sus caderas. —Empate se paga doble —dijo, y su voz tenía un tono que no admitía negociación. 
Manuel fue primero. Su slip rojo ajustado, igual a las mallas que usan los guardavidas, dejaba poco a la imaginación y estaba cada vez más hinchado. —Para la suerte —dijo, haciendo girar una ficha entre sus dedos. 
Yo me quedé en pie, los boxers negros pegados al sudor. Y ya, al acercarse mi mujer, se me había puesto como piedra.
-Vamos, ¡quiero abajo esa ropita!¿ Ahora se van a hacer los pacatos?- dijo riendo Lucía.
Yo bajé mis bóxer como pude, mi verga apuntando al cielo no dejaba dudas de mi excitación sin embargo los celos me seguían carcomiendo. Ver como mi mujer miraba con deseo a otros y como los otros la miraban a ella me enojaba y me calentaba a la vez.
Manuel, con total desparpajo, se quitó el slip como un stripper, lo arrancó de un tirón quedando su “polla” ( como él llama a su miembro) totalmente dura y expuesta.
Lucía victoreaba y aplaudía mientras nos desnudamos.
Como pudimos seguimos el juego. Ganó Diego y con mucha vergüenza bajó sus calzoncillos. Lucía exclamó: -Dios mío…¡que pedazo tenés! Tan flaquito y tan grande la pija…¡¿cómo hacés para no caer para adelante?!
Y tenía razón, Diego tenía la verga más larga y gruesa que hubiera visto, estaba para actor de peli porno. Lucía miraba incrédula y sus tetas subían y bajaban al ritmo de una respiración cada vez más acelerada por la excitación.
Diego, hiperventilando, se cubría con las manos, lo que podía cubrir con las manos.
El aire del jardín estaba caliente como verano al sol aunque fuese una noche de otoño.
-Una más, por lo menos, no es justo- se quejó Manuel- nosotros empelotados y tú aún con ropa- dijo mirando sugestivamente a mi esposa.
—No es necesario, soy buena ganadora y aunque no lo han ganado pago igual… — dijo Lucía y deslizó los tirantes del corpiño, dejando que las tiras cayeran sobre sus brazos—. Acá estoy.
Sus tremendas tetas parecieron inhalar todo el aire del lugar. El tiempo pareció detenerse. Solo se escuchaba el susurro del viento en las hojas. 
El corpiño negro brilló bajo la luz de la luna antes de aterrizar sobre la pila de ropa. Manuel dejó escapar un juramento en catalán. Diego se levantó tan rápido que volcó la silla. 
—Tengo que… el colectivo…esto no está bien…mi novia me espera…—balbuceó, recogiendo su ropa en un montón desordenado. 
Lucía recostó sus caderas contra la mesa, el vestido ahora solo un aliado inútil. —No seas aguafiestas ¿Seguimos?- dijo mirándonos.
El silencio nuevamente, el aire estaba cargadisimo de deseo reprimido
—Nueva regla —dijo Lucía, rompiendo el silencio—. El próximo que cante línea… elige una confesión íntima o un reto físico. 
Manuel aplaudió lentamente. —Me gusta cómo escalas, princesa. 
Gané. Las fichas brillaban bajo la luz de las velas como ojos burlones. 
—Confesión —elegí, seguro de que era la opción menos riesgosa. 
Lucía sonrió, como si hubiera esperado eso. —¿Cuándo fue la última vez que pensaste en mí… en soledad? 
Manuel soltó una risa ahogada.
—Ayer —mentí. 
Ella chasqueó la lengua. —Vos siempre fuiste pésimo para mentir, Daniel. 
Manuel ganó. Sin dudar, señaló a Diego. —Un reto: tocar lo que más desees en esta mesa. Sin preguntar.
Diego palideció. Sus ojos saltaron de Lucía a mí, luego a la botella vacía. Con dedos temblorosos, rozó el brazalete de plata que Lucía había dejado en la mesa. 
—No —corrigió Manuel—. En la mesa. 
Lucía extendió su pierna lentamente, el pie descalzo rozando la pantorrilla de Diego. —No muerden, che —susurró. 
El hombre, sudando copiosamente, posó su mano sobre el muslo de ella. Un segundo. Dos. Hasta que Lucía lo detuvo. 
—Valiente —comentó, y Diego retiró la mano como si le hubieran dado una descarga.  
Lucía ganó. Eligió mirar a Manuel. —¿Cuántas veces te masturbaste pensando en esta noche? 
Manuel no inmutó. —Desde que llegué la semana pasada… tres. 
El silencio fue incómodo. Lucía rio, baja y ronca. —Coherente. 
Diego, contra todo pronóstico, ganó. —Un r-reto —tartamudeó, señalando a Manuel—. B-besá a alguien… sin usar las manos. 
Manuel se levantó como un felino. —Acepto el desafío, pero elijo al que lo propuso. 
Antes de que Diego pudiera reaccionar, Manuel lo tomó de la nuca y le plantó un beso rápido, brusco, en los labios. 
—¡Eso no vale! —protestó Diego, frotándose la boca. 
—Las reglas no prohibían los labios —respondió Manuel, lamiéndose los suyos con ironía. 
Todos reímos en parte para liberar la tensión sexual.
El bombo estaba vacío. Lucía alzó su cartón triunfal. —Pregunto yo: ¿Alguien aquí ha fantaseado con más de uno en esta mesa? 
Manuel levantó la mano sin dudar. Diego miró al suelo. Yo sentí el peso de la verdad como una losa. 
—Sí —admití, clavando la mirada en ella—. Pero solo con vos. 
Lucía mordió el labio, satisfecha.
Manuel alza una ceja. —¿Seguro, tío? Parece que el calor te está jugando malas pasadas. 
Lucía ríó, el sonido dulce y filoso como siempre. —Dejalo, Manuel. Mi marido siempre fue de números redondos. —Su pie descalzo rozó mi pantorrilla bajo la mesa, un guiño privado en público.  
—Línea —digo, más rápido de lo necesario. 
Lucía apoya el mentón en sus manos, los codos apretando sus tetas haciéndolas ver más grandes de lo que son—Confesión: ¿Qué pensaste cuando me viste con el profesor Márquez en la biblioteca? 
La memoria me golpea: Lucía de 22 años, la falda subida al sentarse, el viejo Márquez ajustando sus lentes mientras le explicaba un texto. 
—Que te dejabas ayudar demasiado —respondí, midiendo cada palabra. 
Ella sonríe, satisfecha. —Siempre supiste mirar sin ver. 
Manuel gana. Su dedo señala a Diego. —Un reto: quitarle algo a alguien… sin usar las manos.
Diego se ruboriza. —¿C-como? 
—Así —Manuel se inclina sobre la mesa y arranca con los dientes una cinta del vestido de Lucía. El tejido cede con un sonido obsceno. 
—¡Che! —protesto, pero Lucía detiene mi mano bajo la mesa. 
—Juego limpio —dice, recogiendo la cinta que hacía las veces de cinturón de los labios de Manuel—. Sigo.  
Lucía saca la bola con dedos de prestidigitadora. —Pregunto al grupo: ¿Quién aquí ha tenido un sueño… compartido? 
Diego miró su vaso. Manuel alzó la mano sin pudor. Yo sentí el tacón de ella presionando mi empeine. 
—Los sueños son trampas —dije, evasivo. 
—Algunos son mapas —contraatacóella. 
Diego gana, milagrosamente. —Q-quiero… que alguien se siente en… en… 
—En mis piernas —termina Lucía, salvando su tartamudeo—. ¿Voy? 
El jardín se queda sin oxígeno. Manuel aplaude lentamente. Diego parece a punto de desvanecerse. Mi mujer se sienta en las piernas de Diego moviendo su culo a los lados, acomodándose suavemente. La imagen era surrealista: tres hombres desnudos con sus pijas muy duras y mi mujer en topless jugando como niños…pero ya no éramos niños…
—Confieso —dice, parándose lentamente— que preparé este juego para ver cuánto aguantabas —su dedo me señala—, cuánto osaba él —roza a Manuel—, y cuánto soñaba él —una caricia fantasmal en el pelo de Diego. 
Manuel se levanta, impecable en su desnudez calculada. —Y ahora ¿qué, princesa? ¿Nos dejas aquí como títeres sin hilos? 
Lucía camina hacia la casa, el vestido abierto ondeando como bandera de rendición. En el umbral, se vuelve: 
—El que me alcance… decide cómo termina esto. 
Manuel ya está en movimiento. Diego jadea tras él. Yo me quedo clavado, viendo cómo la luz de la cocina enmarca su silueta. 
—¿Daniel? —su voz llega con brisa de jazmines—. ¿ Qué esperás?
La puerta entreabierta exhalaba un suspiro de luz ámbar cuando crucé el umbral. Los murmullos me guíaron hasta el dormitorio, donde Lucía yacía sobre las sábanas revueltas, coronada por dos pares de manos que exploraban su cuerpo como conquistadores ebrios. 
—Pensé que te habías perdido —dijo Manuel sin apartar los labios del cuello de ella, sus dedos enredados en los de Diego, que acariciaba un pecho con devoción de neófito. 
Lucía me miró por encima del hombro de Diego. Sus ojos, dos brasas en la penumbra, me desafíaban: ¿Vas a observar o a jugar?
—Vamos, Daniel —jadeó ella mientras Manuel mordía su muslo—. El cuatro siempre fue tu número de suerte. 
Me arrodillé al pie de la cama, donde su pie izquierdo se arqueaba en el aire. La besé desde el tobillo hasta el pliegue de la rodilla, saboreando el rastro de deseo. 
—Despacio —susurró ella, aunque sus uñas se clavaban en mis hombros contradiciendo sus palabras. 
Diego observaba desde su rincón, hipnotizado, hasta que Lucía le tomó la mano y lo acercó a ella.
-Quiero ver de cerca esa boa que tenés…impresionante- dijo mientras le agarraba la pija y la guiaba hacia sí. – te quiero acá- le dijo señalando sus tetas. Diego se sentó sobre el abdomen de mi mujer, puso su verga en medio de sus tetas y empezó a cogérselas lentamente. Ella abrió la boca y en cada empujón intentaba que el glande de Diego entrará en su boca, cosa que no lograba por el tamaño de este.
 Lo que al principio eran celos se habían extinguido y solo quedaba la tremenda calentura de ver la pija de Diego entre las tetas e intentando infructuosamente entrar en la boca de mi mujer, ver a Manuel arrodillado frente a la vulva de mi esposa lamiendo y con cada lenguetazo arrancando sus gemidos y yo, testigo mudo, orgullosos de compartir a mi mujer y de tratar de brindarle todo el placer físico que pueda sentir, con mi verga totalmente dura esperando mi turno….ufff, las palabras no alcanzan para describir los sentimientos ni las sensaciones. Hasta traje el celular y me puse a filmar.
Lucía me miró y girando su cuello abrió la boca invitándome. No perdí el tiempo, primero la besé, sintiendo el gusto de Diego en su boca, lo cual me excitó más aún, y luego apunté mi glande el cual lamió y chupó con devoción. Sentí como acababa en la boca de Manuel con mi pija en la boca y la de Diego entre sus tetas
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No sentí celos ni cuando ella mirando a Diego le dijo:- Que suerte tiene tu novia, tremenda pija tenés…la quiero sentir adentro…
Diego y Manuel cambiaron lugares, Manuel puso su verga entre las tetas de mi mujer y, aunque su tamaño era considerable, se perdió entre sus pechos. Cuando Diego empezó a empujar y logró meter su verga en la cuevita de Lucía ella aulló como una poseída y llegó al orgasmo de inmediato. Tuve que controlarme y sacar la verga de su boca porque estaba a punto de acabar, y más cuando Manuel, entre bufidos, dijo:- No puedo más…toma toda mi lefa, guarra…- y acabó entre las tetas de mi Lucía manchando su pera con un chorro espeso y caliente.
Diego a todo esto seguía intentando meter toda su verga en la conchita y no lo lograba, entonces ella le pidió que se acueste para poder controlar la penetración. Así lo hicieron, él se acostó y ella lo montó lentamente. Ver en primer plano como se le iba abriendo la concha para que entrara centímetro a centímetro ese pedazo fue de los momentos más calientes de mi vida. Manuel había tomado el celular para filmar de cerca la escena.
Yo no pude aguantar sin intentar penetrarla también así que tomé el lubricante íntimo que tenemos, le pasé un poco por su culo, me puse un poco en la cabeza de mi pija y se la metí de un saque hasta el fondo. Ella gimió y acabó temblando con las dos vergas dentro de ella. Manuel ya se estaba empalmando de nuevo y reclamaba atención, así que ella lo tomó y empezó a pajearlo.
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mejor amigo

Yo no aguanté mucho, el culo apretado de Lucía, más el roce con la pija de Diego por dentro de ella y sus gemidos debido a sus constantes orgasmos fueron demasiado y le acabé lo que sentí como litros de leche en su esfínter.
Diego seguía sin acabar así que ella se invirtió y se sentó en él, lo quería sentir en su culo. Manuel aprovechó y la penetró por su rajita que estaba muy colorada y agrandada. Seguí filmando de cerca, las pijas entrando y saliendo de ella, su cara de placer, sus quejidos…por Dios, tenía una Diosa del sexo como esposa..
cuarteto

Diego y Manuel le dijeron al unísono que iban a acabar.
-Lo quiero sobre mí…-les dijo ella-y quiero que lo veas bien-me dijo.
Ella se acostó en la cama y ellos se pajearon sobre ella cubriendo. Manuel al soltar su primer chorro dijo algo inentendible, Diego con el primero le cubrió media teta. Siguieron…dos, tres, cuatro chorros cada uno…
-Te gusta verme así, ¿cierto?- me preguntó, sabiendo de antemano mi respuesta. Tenía de nuevo la verga dura viéndolos. -Vení, sentate - me ordenó.
Se arrodilló frente a mí y mirándolos a mis amigos les dijo- Ahora miren ustedes, me gusta que me miren siendo una puta-
Puso mi pija entre sus tetas, apretó sus brazos y me empezó a hacer una cubana deliciosa y morbosa, ya que estaba lubricándonos las acabadas de Diego y la de Manuel. ¡Qué placer! Acabé en poco tiempo en l boca de Lucía que tragó todo lo que pudo.
La noche ya había terminado, mis mitos se cambiaron y se despidieron. Manuel volvía esa misma tarde a Barcelon así que fuimos a despedirlo a Ezeiza. Nos abrazamos y prometió volver pronto. No nos preocupamos, sabíamos que mientras esperábamos su vuelta tenímos a Diego.
Espero que te haya gustado, te leo en los comentarios, en el chat o en @eltroglodita.
 

2 comentarios - Nosotros, mi amigo que volvió de España y mi otro amigo

manoglo1
Qué lindo juego. Inolvidable despedida! Que mujer más caliente 🔥