You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

De Chilindrina 🤓

Hace unos años, cuando estaba en mis veintipocos, tuve un novio, Diego, que me volvía loca en todos los sentidos, pero especialmente en la cama. Ese hombre tenía una verga que era una obra maestra: grande, gruesa, de esas que te llenan hasta el alma y te hacen perder la cabeza. Cada vez que hacíamos el amor, yo terminaba gimiendo y retorciéndome como poseída, con orgasmos que me dejaban temblando y sudando, con las piernas hechas gelatina. Diego sabía cómo usar ese delicioso regalo divino, y yo, bueno, vivía en un estado de lujuria constante con él.

Un día, Diego me dijo que sus tíos nos habían invitado a una fiesta infantil en un parque, el cumpleaños de su primito, con temática del Chavo del 8. Nos pidieron a todos los invitados ir disfrazados de personajes de la serie, así que yo elegí ser la Chilindrina y él, Quico. No voy a mentir, me puse un disfraz que, aunque era de Chilindrina, me hacía ver como una versión subidita de tono. Diego, con su disfraz de Quico, se veía ridículamente sexy, y desde que me vio, supe que estaba en problemas. Sus ojos tenían ese brillo de “no voy a poder controlarme”.

La fiesta estaba en un parque, con niños corriendo, piñatas, tacos y música. Todo muy familiar, pero la tensión entre nosotros era eléctrica. Diego no paraba de mirarme, y yo, para qué negarlo, me movía un poco más de la cuenta, sabiendo que lo estaba provocando. En un momento, no aguantó más. Me tomó de la mano y me llevó casi a rastras hacia un rincón del parque, donde había un baño portátil. “Ven, Chilindrina, tenemos que hablar”, dijo con esa voz grave que me ponía a mil. Yo, riéndome como boba, lo seguí, sabiendo perfectamente que no íbamos a hablar.

Entramos al baño portátil, un espacio chiquito, con olor a desinfectante y una luz tenue. Diego cerró la puerta con pestillo y, sin darme tiempo a decir nada, me empujó contra la pared. Sus labios se estrellaron contra los míos en un beso salvaje, con su lengua invadiendo mi boca mientras sus manos recorrían mi cuerpo con urgencia. “Estás demasiado buena Chilindrina”, gruñó, y sentí cómo sus dedos se colaban bajo mi vestido, buscando mi ropa interior. Yo llevaba un calzón blanco, grande, al estilo de la Chilindrina, pero eso no lo detuvo. Con un movimiento rápido, me lo bajó hasta los tobillos, dejándome expuesta mientras yo jadeaba contra su boca.

Sus manos no perdían tiempo. Mientras me besaba con una intensidad que me hacía temblar, metió dos dedos dentro de mí, sin aviso, sin suavidad. Gemí fuerte, porque estaba tan mojada que sus dedos se deslizaron con facilidad, explorando y frotando ese punto que me volvía totalmente loca. “no mames Chilindrina, estás empapada”, susurró, y yo solo pude gemir en respuesta, aferrándome a sus hombros. Sus dedos se movían rápido, entrando y saliendo, mientras su otra mano me apretaba una nalga, abriéndome con fuerza, como si quisiera asegurarse de que estuviera lista para lo que venía.

No pasó mucho antes de que Diego se desabrochara los pantalones. Su verga saltó libre, dura, enorme, y yo sentí un escalofrío de puro deseo. Me levantó una pierna, apoyándola contra la pared del baño, y con su mano libre me abrió las nalgas aún más, exponiéndome por completo. “Te voy a partir en dos Chilindrina”, dijo, y antes de que pudiera responder, me la metió de un solo empujón. Grité, no pude evitarlo. Era tan grande que sentía cada centímetro estirándome, llenándome hasta el fondo. Empezó a moverse con fuerza, embistiéndome como si quisiera grabarse en mi cuerpo. El baño portátil temblaba con cada estocada, y yo no podía parar de gemir, mis gemidos ahora gritos resonando en ese espacio diminuto. “¡Diego, más duro, no pares por favor!”, jadeaba, perdida en el placer.

Él me agarró las nalgas con ambas manos, abriéndolas tanto que sentía el aire fresco contra mi ano caliente. Cada embestida era profunda, brutal, y yo me aferraba a él, clavándole las uñas en la espalda. Sus labios volvieron a los míos, pero esta vez sus dedos volvieron a jugar, frotando mi clítoris mientras me penetraba, llevándome al borde del abismo. “Termina, vamos, termina para mí”, gruñó, y eso fue todo lo que necesité. El orgasmo me golpeó como un rayo, haciéndome gritar tan fuerte que estoy segura de que se escuchó hasta la mesa de los tacos. Mi cuerpo se convulsionó, mis fluidos empapándome los muslos, y justo después, Diego se vino con un rugido, llenándome con su semen caliente, que sentía escurrirse mientras él seguía moviéndose, exprimiendo cada gota dentro de mi.

Nos quedamos ahí, jadeando, sudados, con el corazón desbocado. Intenté recomponerme, pero mi calzón de Chilindrina estaba en el suelo, mi falda arrugada, y el semen de Diego, mezclado con mi propia humedad, me escurría por los muslos mojando hasta zapatitos. Intenté limpiarme con unas servilletas, pero era un desastre. Diego, riéndose, se subió los pantalones y me dijo: “Estás hecha un caos, pero nunca te vi tan sexy”.

Salimos del baño, y juro que el mundo se congeló. Todos nos miraban: los tíos de Diego, las mamás, el señor de los tacos. Mis gemidos habían sido tan escandalosos que no había duda de lo que pasó. Me ardían las mejillas, pero no pude evitar reírme. Diego me tomó de la mano, y sin mirar atrás, nos fuimos corriendo de la fiesta, entre risas y miradas cómplices. “Nunca más nos invitan”, dijo él mientras subíamos al coche, y yo solo pude reírme, todavía sintiendo el calor de su semen entre mis piernas.

Esa fue, sin duda, la anécdota más loca y caliente que he vivido. Diego y yo terminamos después, pero cada vez que pienso en la Chilindrina, no puedo evitar sonreír, recordando cómo Quico y yo hicimos temblar un baño portátil en una fiesta infantil.

1 comentarios - De Chilindrina 🤓