Parte 1
https://m.poringa.net/posts/relatos/5965109/Con-mi-alumna-de-la-facu.html
Parte 2
http://m.poringa.net/posts/relatos/5966370/Con-mi-alumna-de-la-facu-2.html
Parte 3
http://m.poringa.net/posts/relatos/5966878/Con-mi-alumna-de-la-facu-3.html
“Confirmar”
La oficina estaba vacía.
Afuera, el ruido de estudiantes apagándose en los pasillos.
Marcos se sirvió café frío de una taza olvidada. Amargo. Desganado.
Frente a él, la computadora encendida.
El sistema de gestión académica abierto.
Una lista.
Solicitudes de Dirección de Tesis – Cohorte actual.
Lo había postergado todo el día.
Primero clases. Después correcciones. Después excusas.
Pero ahí estaba. La pantalla. El momento.
Deslizó el cursor por los nombres.
Pérez, Lucía.
Valenzuela, Ignacio.
Ortiz, Matías.
Y entonces.
González S, Josefina.
Tema propuesto: “Lo simbólico y el cuerpo: una lectura de Lacan desde la pedagogía del deseo.”
Director solicitado: Prof. Marcos Ignacio Ruiz.
Sintió el pulso en el cuello.
El café le cayó mal en el estómago.
Podía rechazarla.
Tenía argumentos. Sobrecarga laboral. Preferencia por otros temas.
Nadie le iba a decir nada.
Pero no lo hizo.
Se quedó mirando su nombre.
La letra clara. El título provocador.
Sabía que era para él. Todo.
La pantalla mostraba dos botones:
✅ ACEPTAR
❌ RECHAZAR
Apoyó el cursor sobre “Aceptar”.
No hizo clic.
No aún.
Miró la hora. Las 18:13.
Tenía tiempo. Podía pensar.
Pero no quería pensar.
Quería.
Quería saber qué escribiría para él.
Cómo lo miraría cuando hablaran de deseo, de lo simbólico, del cuerpo.
Cerró los ojos un segundo.
Y apretó el botón.
Click.
El sistema lo confirmó con una ventana inútil:
Asignación realizada con éxito.
Se quedó quieto.
La culpa no fue un rayo.
Fue un zumbido bajo en la nuca. Un susurro.
Podía haber dicho que no.
Pero no quiso.
Apagó la pantalla.
Se quedó ahí, con la taza vacía en la mano, mirando la nada.
Ya estaba hecho.

“Fue un click. Y un crack”
Al principio, todo era profesional.
Una tesis arriesgada, una alumna brillante, un vínculo académico sin grietas.
Marcos se aferró a eso. A los márgenes. A la estructura.
Pero la estructura, como todo lo que reprime demasiado, empezó a filtrar.
Josefina era meticulosa, lúcida, elegante.
Traía lecturas subrayadas, frases provocadoras escondidas entre citas impecables.
“¿Qué pasa cuando el deseo no se dirige al objeto, sino a su prohibición?”
La leía y sabía que no era casual.
Pero aún no había nada que pudiera señalar con el dedo.
Las reuniones se fueron volviendo más frecuentes.
Primero en su oficina. Después en pasillos.
Un día, se cruzaron en la cafetería de la facultad. Ella pidió permiso para sentarse.Y ya no volvió a pedirlo cada vez que lo encontraba.
—Perdón si insisto, pero hay cosas que no puedo desarrollar sola.
A veces necesito ver cómo reaccionás cuando te leo algo.
“Cuando te leo algo.”
No “cuando le leo”.
No “cuando se lo presento”.
Cuando te leo.
Como si el texto fuera íntimo. Como si le leyera algo que escribió para él.
Marcos tragó saliva.
Respondió como docente.
Pensó como hombre.
Calló como cobarde.
En casa, Luciana era la misma de siempre.
Presente. Cálida. Serena.
Y eso lo desarmaba.
No porque estuviera distante.
Sino porque no lo vigilaba. Confiaba.
Y sin embargo, él empezó a mirarla con lupa.
La forma en que Gonzalo le mandaba mensajes.
La naturalidad con que ella los respondía.
El tono, quizás demasiado informal.
Una selfie en la que Gonzalo comentaba: “Sonreís distinto los viernes”.
Ella no lo ocultaba.
No lo borraba.
No lo explicaba.
Porque no creía estar haciendo nada malo.
Pero Marcos sí.
O quería creerlo.
Cada noche, le revisaba el celular cuando ella dormía.
Sabía dónde estaban los chats. Los emojis. Los likes.
Y aunque no encontraba nada concluyente, cada omisión era una pista que él decidía leer como confirmación.
No porque necesitara pruebas.
Sino porque necesitaba una coartada.
Él se estaba convenciendo de que Luciana lo engañaba con Gonzalo. Así podía dejar de resistirse. Podía avanzar. Podía caer.
Josefina fue avanzando en su estilo.
Ya no buscaba aprobación, sino respuesta.
Ya no preguntaba: “¿Esto está bien?”
Sino: “¿Esto te toca?”
Una tarde, dejó sobre el escritorio un párrafo sin firma:
“El deseo no siempre quiere consumarse.
A veces quiere arder.
Y a veces, quiere que el otro también se queme.”
Marcos lo leyó.
No dijo nada.
Pero no pudo mirarla a los ojos por un rato largo.


Esa noche todo se quebró con Luciana, no hubo pelea.
Solo una frase.
Estaban en la cocina.
Ella hablaba del trabajo.
Algo sobre un almuerzo con el equipo.
Marcos la escuchaba con el ceño fruncido.
—¿Y Gonzalo también fue?
Ella lo miró, apenas sorprendida.
—Sí. Como siempre.
—Claro. Como siempre.
—¿Qué te pasa?
—Nada.
—Marcos…
—¿Te gusta, no? ¿Hasta dónde llegaron? Porque es evidente que te tiene ganas…
Ella parpadeó.
Lo miró con incredulidad.
Y luego, una tristeza honesta le cruzó la cara.
—¿De verdad me estás preguntando eso?
Él no contestó.
—No lo puedo creer.
Ella se alejó. Apagó la hornalla.
Se quedó en silencio.
—¿Desde cuándo me estás midiendo?
—No te estoy midiendo —dijo él.
—Sí. Lo hacés. Y no entiendo por qué.
Se dio vuelta. Lo miró de frente.
—Yo pensé que teníamos algo distinto.
Y se fue al cuarto.
Marcos se quedó en la cocina, de pie.
Sintiendo que había dicho algo que no podía desdecirse.
Y que ni siquiera era del todo cierto.
O que, peor, no era justo.
Pero ya estaba dicho.
Porque lo necesitaba decir.
Necesitaba romper algo.
Se quedó de pie, mirando la nada, con las manos apoyadas en la mesada.
No sabía si estaba furioso, perdido o simplemente cansado.
Entonces vibró el celular.
Josefina.
“No te ofendas… pero hoy estuviste más deseante que académico.”
Se le tensó la espalda.
Le ardieron los ojos.
Le temblaron un poco los dedos.
Pudo ignorarlo.
Cerrar la conversación.
Hacerse el dormido.
Pero escribió:
“Gracias. Los profesores también deseamos.”
Envió.
Apoyó el celular boca abajo sobre la mesa.
El ruido de la ducha se escuchaba a lo lejos.
Luciana.
“Lo que se lava no siempre se limpia”
Luciana estaba en la ducha cuando Marcos entró al baño.
No golpeó. No preguntó.
Solo abrió la puerta y se metió.
El vapor ya lo había invadido todo.
Vidrios empañados, el suelo húmedo, el espejo transformado en una sombra opaca.
El chorro caía sobre ella como una cortina tibia, le mojaba el pelo, los hombros, la espalda. Tenía los ojos cerrados, la cara inclinada hacia el agua. No lo oyó entrar.
Marcos se sacó la remera con un tirón. El pantalón cayó al suelo.
La pija le colgaba pesada, entre dura y entumecida, como si supiera que algo iba a pasar.
Abrió la mampara sin decir nada y entró.
El calor del agua le golpeó el pecho.
Luciana se giró sorprendida, pero no dijo nada.
Lo miró.
Ese gesto le bastó.
Él la tomó de la nuca y la besó.
No con ternura.
Con bronca. Con necesidad.
Con urgencia.
La lengua se abrió paso.
Los dientes chocaron.
Luciana respondió sin preguntas, como si también lo estuviera esperando.
Como si ese beso fuera la tregua que su cuerpo pedía.
Marcos la empujó suave contra la pared húmeda.
La besó en el cuello, en los hombros, le chupó el agua de la piel.
Ella gimió bajito. Le rodeó el cuello con los brazos.
Pero él no estaba ahí.
No del todo.
Mientras recorría su cuerpo, lo recorría también con rabia.
Cada curva, cada pliegue, cada suspiro era suyo… pero en su cabeza aparecían otro nombres.
Gonzalo.
Josefina.
El pensamiento era una daga que lo empujaba más fuerte.
¿Ella había estado así con Gonzalo?
¿Así de abierta, de húmeda, de entregada?
Y Josefina…
Josefina en la ducha.
Josefina con la camisa mojada pegada a la piel, sin corpiño.
Josefina bajando la mirada y diciendo “profe, me porté mal…”
La furia le apretó los dientes.
Bajó por su vientre.
Le agarró el culo con una mano firme, húmeda, y se lo apretó contra la pelvis.
Luciana lo sintió.
Sintió la dureza.
Abrió más las piernas.
Le ofreció el cuerpo.
Se giró.
Las gotas bajaban por su espalda y se escurrían entre los glúteos.
Marcos se arrodilló y le chupó primero el culo, después la concha, la lamió entera. Le mordió los cachetes. Le abrió la carne.
La lengua buscó entre los pliegues, se metió sin suavidad.
Ella se arqueó. Gimió.
—Así, así —dijo, apenas audible.
Se apoyó con las manos en la pared.
La espalda mojada. El culo expuesto. La concha abierta y roja.
Marcos se incorporó.
La punta de su pija se apoyó contra los labios hinchados.
No esperó.
Se la metió de una.
Ella jadeó fuerte. No de dolor. De sorpresa. De goce.
—Dios —susurró—. Qué duro estás.
Y él bombeó.
Una, dos, cien veces.
El agua les caía encima, pero parecía un incendio que no se apagaba.
Era como coger en una tormenta caliente.
Cada embestida era una descarga.
La cogía como si se vengara.
Como Gonzalo lo haría.
Como si Josefina lo estuviera mirando.
Luciana gemía.
Se empujaba hacia atrás.
No decía nada más.
Recibía. Tomaba.
Él le agarró las tetas por debajo.
Se las apretó.
La besó en la nuca.
Le mordió el hombro.
Y no pensaba.
Solo se dejaba llevar por esa furia tibia, por esa mezcla de deseo, traición y culpa.
La pija se le endurecía más con cada golpe.
Y no podía evitarlo.
En un momento, Luciana se giró.
Se lo pidió con la mirada.
Se abrazaron. Se besaron.
Él la levantó de un solo impulso.
Ella enroscó las piernas sobre su cadera.
La empaló contra la pared, ahora de frente.
Los cuerpos mojados chocaban.
El sonido era otro.
Más húmedo. Más real. Más animal.
—Hace cuánto que no me cogías así, hijo de puta —susurró ella, jadeando.
Y él no respondió.
Porque no era con ella con quien estaba cogiendo en su cabeza.
Era con la idea.
Con lo que había imaginado.
Con lo que temía.
Luciana le chupó el cuello.
Le metió la lengua en la oreja.
Lo acarició por la espalda.
Ella empezó a gritar con gemidos que lo aturdían. Llegó al orgasmo agarrándose fuerte con las piernas. Él la sintió temblar.
Y se vino.
No con un gemido.
Con un gruñido sordo.
El cuerpo en tensión.
Los dedos hundidos en su carne.
Se vino con rabia.
Con nudos.
Con todo lo que no podía decir.
Se vació adentro de ella.
Y cuando terminó, la apoyó despacio en el suelo.
La besó en la frente. Le acarició el pelo.
Le limpió el agua de la cara.
La abrazó.
Pero no estaba aliviado.
Estaba más confundido.
Más sucio.
Más solo.
Salió de la ducha sin decir palabra.
Se secó rápido, sin mirar a Luciana.
Fue hasta la cocina. La luz fría le hizo parpadear.
El celular seguía ahí. Donde lo había dejado antes.
Pantalla negra. Batería al 12%.
Lo desbloqueó.
Ahí estaba el mensaje.
La respuesta de Josefina.
“Que los profes también desean ya lo sabía. Lo que quiero es saber qué desea Marcos, cuando no es profesor.”
Marcos no parpadeó.
Se quedó ahí, de pie, con el cuerpo tibio y húmedo, leyendo esas palabras una y otra vez.
No era un juego.
Era una declaración.
Y él ya estaba del otro lado
ESTO SE VA A DESCONTROLAR. YA SABEN, COMENTEN CON LIBERTAD. SON MUY VALIOSOS PARA MÍ SUS APORTES.
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Parte 2
http://m.poringa.net/posts/relatos/5966370/Con-mi-alumna-de-la-facu-2.html
Parte 3
http://m.poringa.net/posts/relatos/5966878/Con-mi-alumna-de-la-facu-3.html
“Confirmar”
La oficina estaba vacía.
Afuera, el ruido de estudiantes apagándose en los pasillos.
Marcos se sirvió café frío de una taza olvidada. Amargo. Desganado.
Frente a él, la computadora encendida.
El sistema de gestión académica abierto.
Una lista.
Solicitudes de Dirección de Tesis – Cohorte actual.
Lo había postergado todo el día.
Primero clases. Después correcciones. Después excusas.
Pero ahí estaba. La pantalla. El momento.
Deslizó el cursor por los nombres.
Pérez, Lucía.
Valenzuela, Ignacio.
Ortiz, Matías.
Y entonces.
González S, Josefina.
Tema propuesto: “Lo simbólico y el cuerpo: una lectura de Lacan desde la pedagogía del deseo.”
Director solicitado: Prof. Marcos Ignacio Ruiz.
Sintió el pulso en el cuello.
El café le cayó mal en el estómago.
Podía rechazarla.
Tenía argumentos. Sobrecarga laboral. Preferencia por otros temas.
Nadie le iba a decir nada.
Pero no lo hizo.
Se quedó mirando su nombre.
La letra clara. El título provocador.
Sabía que era para él. Todo.
La pantalla mostraba dos botones:
✅ ACEPTAR
❌ RECHAZAR
Apoyó el cursor sobre “Aceptar”.
No hizo clic.
No aún.
Miró la hora. Las 18:13.
Tenía tiempo. Podía pensar.
Pero no quería pensar.
Quería.
Quería saber qué escribiría para él.
Cómo lo miraría cuando hablaran de deseo, de lo simbólico, del cuerpo.
Cerró los ojos un segundo.
Y apretó el botón.
Click.
El sistema lo confirmó con una ventana inútil:
Asignación realizada con éxito.
Se quedó quieto.
La culpa no fue un rayo.
Fue un zumbido bajo en la nuca. Un susurro.
Podía haber dicho que no.
Pero no quiso.
Apagó la pantalla.
Se quedó ahí, con la taza vacía en la mano, mirando la nada.
Ya estaba hecho.

“Fue un click. Y un crack”
Al principio, todo era profesional.
Una tesis arriesgada, una alumna brillante, un vínculo académico sin grietas.
Marcos se aferró a eso. A los márgenes. A la estructura.
Pero la estructura, como todo lo que reprime demasiado, empezó a filtrar.
Josefina era meticulosa, lúcida, elegante.
Traía lecturas subrayadas, frases provocadoras escondidas entre citas impecables.
“¿Qué pasa cuando el deseo no se dirige al objeto, sino a su prohibición?”
La leía y sabía que no era casual.
Pero aún no había nada que pudiera señalar con el dedo.
Las reuniones se fueron volviendo más frecuentes.
Primero en su oficina. Después en pasillos.
Un día, se cruzaron en la cafetería de la facultad. Ella pidió permiso para sentarse.Y ya no volvió a pedirlo cada vez que lo encontraba.
—Perdón si insisto, pero hay cosas que no puedo desarrollar sola.
A veces necesito ver cómo reaccionás cuando te leo algo.
“Cuando te leo algo.”
No “cuando le leo”.
No “cuando se lo presento”.
Cuando te leo.
Como si el texto fuera íntimo. Como si le leyera algo que escribió para él.
Marcos tragó saliva.
Respondió como docente.
Pensó como hombre.
Calló como cobarde.
En casa, Luciana era la misma de siempre.
Presente. Cálida. Serena.
Y eso lo desarmaba.
No porque estuviera distante.
Sino porque no lo vigilaba. Confiaba.
Y sin embargo, él empezó a mirarla con lupa.
La forma en que Gonzalo le mandaba mensajes.
La naturalidad con que ella los respondía.
El tono, quizás demasiado informal.
Una selfie en la que Gonzalo comentaba: “Sonreís distinto los viernes”.
Ella no lo ocultaba.
No lo borraba.
No lo explicaba.
Porque no creía estar haciendo nada malo.
Pero Marcos sí.
O quería creerlo.
Cada noche, le revisaba el celular cuando ella dormía.
Sabía dónde estaban los chats. Los emojis. Los likes.
Y aunque no encontraba nada concluyente, cada omisión era una pista que él decidía leer como confirmación.
No porque necesitara pruebas.
Sino porque necesitaba una coartada.
Él se estaba convenciendo de que Luciana lo engañaba con Gonzalo. Así podía dejar de resistirse. Podía avanzar. Podía caer.
Josefina fue avanzando en su estilo.
Ya no buscaba aprobación, sino respuesta.
Ya no preguntaba: “¿Esto está bien?”
Sino: “¿Esto te toca?”
Una tarde, dejó sobre el escritorio un párrafo sin firma:
“El deseo no siempre quiere consumarse.
A veces quiere arder.
Y a veces, quiere que el otro también se queme.”
Marcos lo leyó.
No dijo nada.
Pero no pudo mirarla a los ojos por un rato largo.


Esa noche todo se quebró con Luciana, no hubo pelea.
Solo una frase.
Estaban en la cocina.
Ella hablaba del trabajo.
Algo sobre un almuerzo con el equipo.
Marcos la escuchaba con el ceño fruncido.
—¿Y Gonzalo también fue?
Ella lo miró, apenas sorprendida.
—Sí. Como siempre.
—Claro. Como siempre.
—¿Qué te pasa?
—Nada.
—Marcos…
—¿Te gusta, no? ¿Hasta dónde llegaron? Porque es evidente que te tiene ganas…
Ella parpadeó.
Lo miró con incredulidad.
Y luego, una tristeza honesta le cruzó la cara.
—¿De verdad me estás preguntando eso?
Él no contestó.
—No lo puedo creer.
Ella se alejó. Apagó la hornalla.
Se quedó en silencio.
—¿Desde cuándo me estás midiendo?
—No te estoy midiendo —dijo él.
—Sí. Lo hacés. Y no entiendo por qué.
Se dio vuelta. Lo miró de frente.
—Yo pensé que teníamos algo distinto.
Y se fue al cuarto.
Marcos se quedó en la cocina, de pie.
Sintiendo que había dicho algo que no podía desdecirse.
Y que ni siquiera era del todo cierto.
O que, peor, no era justo.
Pero ya estaba dicho.
Porque lo necesitaba decir.
Necesitaba romper algo.
Se quedó de pie, mirando la nada, con las manos apoyadas en la mesada.
No sabía si estaba furioso, perdido o simplemente cansado.
Entonces vibró el celular.
Josefina.
“No te ofendas… pero hoy estuviste más deseante que académico.”
Se le tensó la espalda.
Le ardieron los ojos.
Le temblaron un poco los dedos.
Pudo ignorarlo.
Cerrar la conversación.
Hacerse el dormido.
Pero escribió:
“Gracias. Los profesores también deseamos.”
Envió.
Apoyó el celular boca abajo sobre la mesa.
El ruido de la ducha se escuchaba a lo lejos.
Luciana.
“Lo que se lava no siempre se limpia”
Luciana estaba en la ducha cuando Marcos entró al baño.
No golpeó. No preguntó.
Solo abrió la puerta y se metió.
El vapor ya lo había invadido todo.
Vidrios empañados, el suelo húmedo, el espejo transformado en una sombra opaca.
El chorro caía sobre ella como una cortina tibia, le mojaba el pelo, los hombros, la espalda. Tenía los ojos cerrados, la cara inclinada hacia el agua. No lo oyó entrar.
Marcos se sacó la remera con un tirón. El pantalón cayó al suelo.
La pija le colgaba pesada, entre dura y entumecida, como si supiera que algo iba a pasar.
Abrió la mampara sin decir nada y entró.
El calor del agua le golpeó el pecho.
Luciana se giró sorprendida, pero no dijo nada.
Lo miró.
Ese gesto le bastó.
Él la tomó de la nuca y la besó.
No con ternura.
Con bronca. Con necesidad.
Con urgencia.
La lengua se abrió paso.
Los dientes chocaron.
Luciana respondió sin preguntas, como si también lo estuviera esperando.
Como si ese beso fuera la tregua que su cuerpo pedía.
Marcos la empujó suave contra la pared húmeda.
La besó en el cuello, en los hombros, le chupó el agua de la piel.
Ella gimió bajito. Le rodeó el cuello con los brazos.
Pero él no estaba ahí.
No del todo.
Mientras recorría su cuerpo, lo recorría también con rabia.
Cada curva, cada pliegue, cada suspiro era suyo… pero en su cabeza aparecían otro nombres.
Gonzalo.
Josefina.
El pensamiento era una daga que lo empujaba más fuerte.
¿Ella había estado así con Gonzalo?
¿Así de abierta, de húmeda, de entregada?
Y Josefina…
Josefina en la ducha.
Josefina con la camisa mojada pegada a la piel, sin corpiño.
Josefina bajando la mirada y diciendo “profe, me porté mal…”
La furia le apretó los dientes.
Bajó por su vientre.
Le agarró el culo con una mano firme, húmeda, y se lo apretó contra la pelvis.
Luciana lo sintió.
Sintió la dureza.
Abrió más las piernas.
Le ofreció el cuerpo.
Se giró.
Las gotas bajaban por su espalda y se escurrían entre los glúteos.
Marcos se arrodilló y le chupó primero el culo, después la concha, la lamió entera. Le mordió los cachetes. Le abrió la carne.
La lengua buscó entre los pliegues, se metió sin suavidad.
Ella se arqueó. Gimió.
—Así, así —dijo, apenas audible.
Se apoyó con las manos en la pared.
La espalda mojada. El culo expuesto. La concha abierta y roja.
Marcos se incorporó.
La punta de su pija se apoyó contra los labios hinchados.
No esperó.
Se la metió de una.
Ella jadeó fuerte. No de dolor. De sorpresa. De goce.
—Dios —susurró—. Qué duro estás.
Y él bombeó.
Una, dos, cien veces.
El agua les caía encima, pero parecía un incendio que no se apagaba.
Era como coger en una tormenta caliente.
Cada embestida era una descarga.
La cogía como si se vengara.
Como Gonzalo lo haría.
Como si Josefina lo estuviera mirando.
Luciana gemía.
Se empujaba hacia atrás.
No decía nada más.
Recibía. Tomaba.
Él le agarró las tetas por debajo.
Se las apretó.
La besó en la nuca.
Le mordió el hombro.
Y no pensaba.
Solo se dejaba llevar por esa furia tibia, por esa mezcla de deseo, traición y culpa.
La pija se le endurecía más con cada golpe.
Y no podía evitarlo.
En un momento, Luciana se giró.
Se lo pidió con la mirada.
Se abrazaron. Se besaron.
Él la levantó de un solo impulso.
Ella enroscó las piernas sobre su cadera.
La empaló contra la pared, ahora de frente.
Los cuerpos mojados chocaban.
El sonido era otro.
Más húmedo. Más real. Más animal.
—Hace cuánto que no me cogías así, hijo de puta —susurró ella, jadeando.
Y él no respondió.
Porque no era con ella con quien estaba cogiendo en su cabeza.
Era con la idea.
Con lo que había imaginado.
Con lo que temía.
Luciana le chupó el cuello.
Le metió la lengua en la oreja.
Lo acarició por la espalda.
Ella empezó a gritar con gemidos que lo aturdían. Llegó al orgasmo agarrándose fuerte con las piernas. Él la sintió temblar.
Y se vino.
No con un gemido.
Con un gruñido sordo.
El cuerpo en tensión.
Los dedos hundidos en su carne.
Se vino con rabia.
Con nudos.
Con todo lo que no podía decir.
Se vació adentro de ella.
Y cuando terminó, la apoyó despacio en el suelo.
La besó en la frente. Le acarició el pelo.
Le limpió el agua de la cara.
La abrazó.
Pero no estaba aliviado.
Estaba más confundido.
Más sucio.
Más solo.
Salió de la ducha sin decir palabra.
Se secó rápido, sin mirar a Luciana.
Fue hasta la cocina. La luz fría le hizo parpadear.
El celular seguía ahí. Donde lo había dejado antes.
Pantalla negra. Batería al 12%.
Lo desbloqueó.
Ahí estaba el mensaje.
La respuesta de Josefina.
“Que los profes también desean ya lo sabía. Lo que quiero es saber qué desea Marcos, cuando no es profesor.”
Marcos no parpadeó.
Se quedó ahí, de pie, con el cuerpo tibio y húmedo, leyendo esas palabras una y otra vez.
No era un juego.
Era una declaración.
Y él ya estaba del otro lado
ESTO SE VA A DESCONTROLAR. YA SABEN, COMENTEN CON LIBERTAD. SON MUY VALIOSOS PARA MÍ SUS APORTES.
4 comentarios - Con la alumna de la facu. (4)
(espero que cuando la agarre a Josefina no la parta al medio 😉)
+ 10
La pucha que buen relato...