Una tarde, mientras estaba tirado en el sillón, me llegó un audio de Carolina: “Primito, necesito un favorzote. Este sábado es la despedida de soltera de mi amiga Inés. ¿Te copás con hacer un asadito en tu casa para nosotras? Somos pocas, cinco o seis. Prometo que la vamos a pasar zarpado y no te vamos a romper nada”. Su voz tenía ese tono pícaro que me hacía sospechar que no sería un asado común y corriente. Dudé, pero la idea de volver a verla, de tenerla cerca, me ganó. Le dije que sí aunque al otro dia tuviera que limpiar el quilombo, o quedarme con las ganas de cojerla porque ella estuviera con sus amigas.
El sábado llegó rápido. Preparé todo en el patio: la parrilla encendida, un par de kilos de asado, choris, morcillas, una mesa con picada, cervezas heladas y un parlante con reggaetón suave de fondo. Caro me había mandado un mensaje antes: “Llevamos disfraces, va a ser divertido. No te vas a andar calentando pedazo de pajero”. No le di mucha bola, pensando que sería algo tranqui, pero cuando escuché el timbre y abrí la puerta, casi se me cae la mandíbula.
Caro encabezaba el grupo, vestida con un disfraz de enfermera sexy bien de pelicula porno. Mas puta no se podia: minifalda blanca, un top ajustado con una cruz roja en el pecho y medias de red hasta los muslos. Las otras chicas mas calientavergas todavia: una iba de conejita de Playboy, otra de policía con esposas colgando del cinturón, y Inés, la novia, llevaba un vestido de colegiala subido de tono, con una falda a cuadros que apenas le cubría el culo y una camisa anudada bajo las tetas. Todas estaban maquilladas al extremo, con brillos, pestañas postizas y labios rojos o rosas shocking. Reían, gritaban y se empujaban entre ellas, claramente ya entonadas por unos tragos previos. Venian de no se donde en un auto con el baul abierto. El ambiente olía a perfume y espuma de carnaval, alcohol y una energía que ponía los nervios de punta.
“¡Primito, el rey del asado!” gritó Caro, tirándose a mis brazos con un abrazo que, como siempre, duró un segundo de más, apoyandome su pelvis bien apoyada. Me dio un beso en la mejilla, bien cerca de la boca, y me pegó una palmadita en la mejilla. Las demás chicas saludaron con risas y comentarios subidos de tono: “Uy, Caro, no nos dijiste que tu primo estaba tan bueno”, dijo la conejita, mientras Inés, la novia, me miraba con una sonrisa tímida pero curiosa.
"Esperabamos al asador con su disfraz de camarero sin calzones" grito una que no supe quien fué. El asado arrancó tranqui. Serví la carne, las chicas comían, brindaban con fernet y se sacaban fotos haciendo poses exageradas. Caro no paraba de rozarme cada vez que pasaba a mi lado, ya sea para pedir más cerveza o para “ayudarme” con la parrilla. En un momento, mientras cortaba un pedazo de asado, se acercó por detrás y me susurró al oído: “Estás haciendo puntos con las chicas, primito. Cuidado que te comen”. Su mano se deslizó disimuladamente por mi espalda, bajando hasta rozarme el culo antes de alejarse con una risa.
A medida que la noche avanzaba, el ambiente se fue calentando. El reggaetón dio paso a perreo puro y duro, y las chicas empezaron a bailar en el patio, moviendo las caderas con una intensidad que era imposible ignorar. Dejaron solo las luces de la guirnalda y todo se enrarecía. Inés, la novia, estaba en el centro, haciendo un movimiento sexy que levantaba aplausos y gritos de las demás. Caro me miró desde el otro lado de la mesa, con esa sonrisa suya de pervertida hija de puta, y me hizo un gesto para que me acercara.
“Primito, vení un segundo”, dijo, tirándome del brazo hasta un rincón del patio. “Inés está re caliente con la despedida, pero quiere algo… especial. ¿Vos le podes dar un regalito?”. Me quedé mirándola, sin entender del todo. “¿Qué regalito?”, pregunté, aunque ya intuía por dónde iba la cosa. Caro se acercó más, su aliento cálido contra mi cara. “Le dije que vos eras un pendejo pervertido, y quiere que le hagas sentir algo inolvidable. Tocale las tetas, dale, hacela feliz en su última noche de soltera”.
Me reí, pensando que era una joda, pero Caro no se reía. Sus ojos brillaban con esa mezcla de diversión y morbo que tan bien conocía. “No jodas, Caro, no quiero meterme en problemas. Está por casarse, ¿y si se arrepiente?”. Ella puso los ojos en blanco y se acercó aún más, su mano rozando mi cintura. “No seas cagón, primito. Inés lo quiere, y yo también. Si no te animás, mostrame que tenés algo que valga la pena”. Antes de que pudiera responder, Caro bajó la mano y me apretó la pija por encima del pantalón, con una sonrisa que parecia un acto ya ensayado. “Mostrale esto a Inés, y te juro que no se va a arrepentir”.
No sé si fue el fernet, el ambiente o el roce de Caro, pero algo se me encendió adentro. Caminé hacia Inés, que estaba bailando con las demás, y Caro me siguió, susurrándome: “Dale, primito, mostrale”. Inés me vio acercarme y se quedó quieta, con una mezcla de nervios y expectativa en la cara. “Caro dice que querés un regalo especial”, le dije, medio en broma, pero su respuesta fue un asentimiento lento, sus mejillas rojas. Las demás chicas, que ya estaban al tanto del plan, empezaron a gritar y a reír, formando un círculo a nuestro alrededor.
Sin pensarlo demasiado, me acerqué a Inés y puse mis manos en su cintura. Ella no se movió, solo me miró con los ojos bien abiertos. Subí las manos lentamente, rozando el borde de su camisa anudada, hasta que llegué a sus tetas. Eran firmes, cálidas, y cuando las apreté suavemente, Inés soltó un suspiro que se mezcló con los gritos de las chicas. Caro estaba atrás, riéndose y alentando como en la cancha: “¡Eso, primito, hacela gozar que aunque se case es la mas puta de todas. Se ha cansado de chuparle la pija a los amigos!”.
No sé cómo pasó, pero en un momento Inés me agarró la mano y me llevó hacia la mesa del patio, donde todavía había platos y botellas. Se subió de un salto, abriendo las piernas, y me miró con una intensidad que me dejó sin aire. “Mostrame eso que dice Caro”, dijo, su voz temblando de excitación. Las demás chicas estaban enardecidas, algunas grabando con los celulares, otras gritando cosas que no llegué a entender. Caro se acercó y, sin decir nada, me desabrochó el cinturón, bajándome el pantalón lo justo para dejar mi pija al aire. Estaba dura, imposible disimularlo, e Inés la miró con una mezcla de sorpresa y deseo.
No hubo vuelta atrás. Inés se inclinó hacia mí, y antes de que pudiera procesarlo, me la estaba chupando, ahí mismo, en la mesa, con las demás chicas alrededor gritando y riendo. Era cierto, la chupaba como una explerta. Sin verguenza, sin pudores. Con pasion y desenfreno. Caro estaba al lado, susurrándome al oído: “Cogétela, primito, hacela gritar como me haces gritar a mi”. La adrenalina, el morbo, el ambiente, todo me empujó a seguir. Levanté de los pelos a Inés, le bajé la minifalda y la ropa interior, y la re contra coji ahí mismo, sobre la mesa. Ella gemía fuerte, sus uñas rasguñaban en mis hombros, mientras las chicas seguían alentando como si fuera un espectáculo. Cada vez que le entraba mi pija era más intensa, más cruda, y Inés se retorcía, pidiéndome más. Yo sentia que me las estaba cojiendo a todas.
Cuando terminé con Inés, que quedó temblando sobre la mesa, Caro me miró con esa sonrisa suya y me señaló a la conejita de Playboy, que ya se estaba sacando el disfraz. “No pares ahora, primito”, dijo, y antes de que pudiera procesarlo, la conejita se acercó, me empujó contra una silla y se sentó encima mío, moviéndose con una desesperación que me volvió loco. Una a una, las demás chicas se fueron sumando, algunas pidiéndome que las tocara, otras directamente subiéndose encima. Era un caos de conchas mojadas, gemidos y risas, con Caro siempre al lado, dirigiendo el juego, tocándose mientras miraba.
La noche se volvió una locura absoluta, una mezcla de sexo, alcohol y descontrol que no paró hasta que el amanecer empezó a colarse por las ventanas. Cuando las chicas se fueron, yo había acabado cuatro veces. En la cara de Inés, en la de Carolina y en tetas que ya ni recuerdo. Caro se quedó un rato más, tirada en el sillón conmigo. “Sos un animal, primito”, dijo, riéndose, mientras me pasaba una cerveza. “Esto no lo contamos a nadie, ¿eh?”. Casi que entre los dos podemos armar una empresa millonaria del placer.
El sábado llegó rápido. Preparé todo en el patio: la parrilla encendida, un par de kilos de asado, choris, morcillas, una mesa con picada, cervezas heladas y un parlante con reggaetón suave de fondo. Caro me había mandado un mensaje antes: “Llevamos disfraces, va a ser divertido. No te vas a andar calentando pedazo de pajero”. No le di mucha bola, pensando que sería algo tranqui, pero cuando escuché el timbre y abrí la puerta, casi se me cae la mandíbula.
Caro encabezaba el grupo, vestida con un disfraz de enfermera sexy bien de pelicula porno. Mas puta no se podia: minifalda blanca, un top ajustado con una cruz roja en el pecho y medias de red hasta los muslos. Las otras chicas mas calientavergas todavia: una iba de conejita de Playboy, otra de policía con esposas colgando del cinturón, y Inés, la novia, llevaba un vestido de colegiala subido de tono, con una falda a cuadros que apenas le cubría el culo y una camisa anudada bajo las tetas. Todas estaban maquilladas al extremo, con brillos, pestañas postizas y labios rojos o rosas shocking. Reían, gritaban y se empujaban entre ellas, claramente ya entonadas por unos tragos previos. Venian de no se donde en un auto con el baul abierto. El ambiente olía a perfume y espuma de carnaval, alcohol y una energía que ponía los nervios de punta.
“¡Primito, el rey del asado!” gritó Caro, tirándose a mis brazos con un abrazo que, como siempre, duró un segundo de más, apoyandome su pelvis bien apoyada. Me dio un beso en la mejilla, bien cerca de la boca, y me pegó una palmadita en la mejilla. Las demás chicas saludaron con risas y comentarios subidos de tono: “Uy, Caro, no nos dijiste que tu primo estaba tan bueno”, dijo la conejita, mientras Inés, la novia, me miraba con una sonrisa tímida pero curiosa.
"Esperabamos al asador con su disfraz de camarero sin calzones" grito una que no supe quien fué. El asado arrancó tranqui. Serví la carne, las chicas comían, brindaban con fernet y se sacaban fotos haciendo poses exageradas. Caro no paraba de rozarme cada vez que pasaba a mi lado, ya sea para pedir más cerveza o para “ayudarme” con la parrilla. En un momento, mientras cortaba un pedazo de asado, se acercó por detrás y me susurró al oído: “Estás haciendo puntos con las chicas, primito. Cuidado que te comen”. Su mano se deslizó disimuladamente por mi espalda, bajando hasta rozarme el culo antes de alejarse con una risa.
A medida que la noche avanzaba, el ambiente se fue calentando. El reggaetón dio paso a perreo puro y duro, y las chicas empezaron a bailar en el patio, moviendo las caderas con una intensidad que era imposible ignorar. Dejaron solo las luces de la guirnalda y todo se enrarecía. Inés, la novia, estaba en el centro, haciendo un movimiento sexy que levantaba aplausos y gritos de las demás. Caro me miró desde el otro lado de la mesa, con esa sonrisa suya de pervertida hija de puta, y me hizo un gesto para que me acercara.
“Primito, vení un segundo”, dijo, tirándome del brazo hasta un rincón del patio. “Inés está re caliente con la despedida, pero quiere algo… especial. ¿Vos le podes dar un regalito?”. Me quedé mirándola, sin entender del todo. “¿Qué regalito?”, pregunté, aunque ya intuía por dónde iba la cosa. Caro se acercó más, su aliento cálido contra mi cara. “Le dije que vos eras un pendejo pervertido, y quiere que le hagas sentir algo inolvidable. Tocale las tetas, dale, hacela feliz en su última noche de soltera”.
Me reí, pensando que era una joda, pero Caro no se reía. Sus ojos brillaban con esa mezcla de diversión y morbo que tan bien conocía. “No jodas, Caro, no quiero meterme en problemas. Está por casarse, ¿y si se arrepiente?”. Ella puso los ojos en blanco y se acercó aún más, su mano rozando mi cintura. “No seas cagón, primito. Inés lo quiere, y yo también. Si no te animás, mostrame que tenés algo que valga la pena”. Antes de que pudiera responder, Caro bajó la mano y me apretó la pija por encima del pantalón, con una sonrisa que parecia un acto ya ensayado. “Mostrale esto a Inés, y te juro que no se va a arrepentir”.
No sé si fue el fernet, el ambiente o el roce de Caro, pero algo se me encendió adentro. Caminé hacia Inés, que estaba bailando con las demás, y Caro me siguió, susurrándome: “Dale, primito, mostrale”. Inés me vio acercarme y se quedó quieta, con una mezcla de nervios y expectativa en la cara. “Caro dice que querés un regalo especial”, le dije, medio en broma, pero su respuesta fue un asentimiento lento, sus mejillas rojas. Las demás chicas, que ya estaban al tanto del plan, empezaron a gritar y a reír, formando un círculo a nuestro alrededor.
Sin pensarlo demasiado, me acerqué a Inés y puse mis manos en su cintura. Ella no se movió, solo me miró con los ojos bien abiertos. Subí las manos lentamente, rozando el borde de su camisa anudada, hasta que llegué a sus tetas. Eran firmes, cálidas, y cuando las apreté suavemente, Inés soltó un suspiro que se mezcló con los gritos de las chicas. Caro estaba atrás, riéndose y alentando como en la cancha: “¡Eso, primito, hacela gozar que aunque se case es la mas puta de todas. Se ha cansado de chuparle la pija a los amigos!”.
No sé cómo pasó, pero en un momento Inés me agarró la mano y me llevó hacia la mesa del patio, donde todavía había platos y botellas. Se subió de un salto, abriendo las piernas, y me miró con una intensidad que me dejó sin aire. “Mostrame eso que dice Caro”, dijo, su voz temblando de excitación. Las demás chicas estaban enardecidas, algunas grabando con los celulares, otras gritando cosas que no llegué a entender. Caro se acercó y, sin decir nada, me desabrochó el cinturón, bajándome el pantalón lo justo para dejar mi pija al aire. Estaba dura, imposible disimularlo, e Inés la miró con una mezcla de sorpresa y deseo.
No hubo vuelta atrás. Inés se inclinó hacia mí, y antes de que pudiera procesarlo, me la estaba chupando, ahí mismo, en la mesa, con las demás chicas alrededor gritando y riendo. Era cierto, la chupaba como una explerta. Sin verguenza, sin pudores. Con pasion y desenfreno. Caro estaba al lado, susurrándome al oído: “Cogétela, primito, hacela gritar como me haces gritar a mi”. La adrenalina, el morbo, el ambiente, todo me empujó a seguir. Levanté de los pelos a Inés, le bajé la minifalda y la ropa interior, y la re contra coji ahí mismo, sobre la mesa. Ella gemía fuerte, sus uñas rasguñaban en mis hombros, mientras las chicas seguían alentando como si fuera un espectáculo. Cada vez que le entraba mi pija era más intensa, más cruda, y Inés se retorcía, pidiéndome más. Yo sentia que me las estaba cojiendo a todas.
Cuando terminé con Inés, que quedó temblando sobre la mesa, Caro me miró con esa sonrisa suya y me señaló a la conejita de Playboy, que ya se estaba sacando el disfraz. “No pares ahora, primito”, dijo, y antes de que pudiera procesarlo, la conejita se acercó, me empujó contra una silla y se sentó encima mío, moviéndose con una desesperación que me volvió loco. Una a una, las demás chicas se fueron sumando, algunas pidiéndome que las tocara, otras directamente subiéndose encima. Era un caos de conchas mojadas, gemidos y risas, con Caro siempre al lado, dirigiendo el juego, tocándose mientras miraba.
La noche se volvió una locura absoluta, una mezcla de sexo, alcohol y descontrol que no paró hasta que el amanecer empezó a colarse por las ventanas. Cuando las chicas se fueron, yo había acabado cuatro veces. En la cara de Inés, en la de Carolina y en tetas que ya ni recuerdo. Caro se quedó un rato más, tirada en el sillón conmigo. “Sos un animal, primito”, dijo, riéndose, mientras me pasaba una cerveza. “Esto no lo contamos a nadie, ¿eh?”. Casi que entre los dos podemos armar una empresa millonaria del placer.
1 comentarios - putita la prima 17